Canis Dei, Santa Úrsula, diciembre 2015 |
Saturday, December 26, 2015
Saturday, December 12, 2015
Wednesday, December 09, 2015
La Transparencia de las Contradicciones
Las hay de todo tipo. Algunas groseras, otras sutiles. Algunas alarmantes, otras irrisorias. Pero todas cumplen la misma función, delatar. Las más insignificantes son las filosóficas, delatan una mala teoría o un mal razonamiento, nunca algo preocupante. A lo sumo las contradicciones filosóficas, como las de Kant sobre la libertad y la moralidad, o las de Descartes sobre el conocimiento, delatan deshonestidad teórica o autoengaño.
Las más interesantes son, sin duda, las de la vida ordinaria, las contradicciones morales o políticas en las que incurrimos habitualmente. Como cuando decimos que jamás permitiremos que B suceda, para acto seguido pasar a apoyar la causa de B. O cuando vilipendiamos a fulanito en su ausencia, pero almorzamos felizmente con él todos los días. Estas contradicciones son más atractivas, porque delantan faltas de carácter, de maduración personal y hasta ignorancia sobre uno mismo. Cuando uno se enfrenta a estas contradicciones encuentra la extraña posibilidad de dar un paso a lado y comenzar a ser alguien distinto. Ya sea porque se aleja uno de la fuente de la contradicción o porque descubre que en el fondo sólo está del lado de uno de los cuernos de la contradicción.
El espectáculo tragicómico que enarbola hoy día la política Argentina nos ofrece una de las contradicciones más atractivas. Los diputado de la oposición, como bloque, han decidido no asistir a la ceremonia de juramento del presidente electo cuyo mandato comienza el día de mañana. Sus razones son simples: la presidente saliente les "ordenó" no asistir. Contrario a lo que uno pensaría, ellos no representan a los votantes, sino a la presidente saliente. Así que no asistirán. Esta es una perla del fenómeno, pero la gran contradicción está en otra parte.
No es la primera vez que los diputados opositores se niegan a participar en la ceremonia de asunción de un presidente entrante. En México sucede casi cada seis años. Pero hay una gran, inmensa, diferencia. No es por defender a los diputados mexicanos, ellos son expertos en otro tipo de parafernalia tragicómica, pero es cierto que quienes se niegan a asistir lo hacen previo rechazo a las elecciones que dieron por electo al presidente rechazado. Es decir, para los diputados opositores faltistas mexicanos lo que los justifica es su opinión (personal o de bloque) de que las elecciones fueron fraudulentas.
Esto no sucede en la tragicomedia rioplatense. Acá los diputados opositores aceptan a pie juntillas los resultados de las elecciones democráticas que dieron por ganador, y fijaron como presidente electo, al presidente entrante cuya ceremonia de asunción deciden boicotear. No obstante, la presidenta saliente les ordenó ausentarse. Esta es la linda contradicción tragicómica de los diputados opositores de la Argentina. Aceptan, por un lado, que hubo elecciones democráticas legítimas y que el legítimo ganador es el presidente entrante quien jura el día de mañana. Rechazan, por otro lado, ser parte de la ceremonia de asunción democrática en el congreso cuya función principal es la de coronar el proceso que ellos mismos han reconocido como legítimo.
La contradicción es flagrante y lo que delata es jugoso. No se trata de un problema de carácter, ni de un mal razonamiento. Me atrevo a decir que tampoco hay deshonestidad ni autoengaño. Hay, eso sí, una oportunidad dorada para esos diputados de elegir madurar y girar, moverse. En el fondo, lo que esta contradicción delata es una muy clara concepción de la política argentina. Según su entender, la política es el poder y el poder es indivisible. No hay tres poderes, hay uno. La democracia no es más que un teatro, una puesta en escena, para ejercer con soltura el poder. Aceptar elecciones democráticas como legítimas es poco más que lanzar un aplauso en el segundo o tercer acto de una obra teatral. La política no es eso y el poder no está ahí. El poder es uno e indivisible, una propiedad pura e intrínseca que una sola persona tiene, por naturaleza, en aquel reino del sur. Esa persona es ni más ni menos que la presidente saliente, que no por salir pierde su propiedad esencial de ser la encarnación misma de lo político y del poder.
No sorprende que representen a la presidente por encima de cualquier cosa. Como tampoco sorprenderá que la gente que aprecia el "teatro" democrático se encargue de sacarlos de escena, tarde o temprano.
Las más interesantes son, sin duda, las de la vida ordinaria, las contradicciones morales o políticas en las que incurrimos habitualmente. Como cuando decimos que jamás permitiremos que B suceda, para acto seguido pasar a apoyar la causa de B. O cuando vilipendiamos a fulanito en su ausencia, pero almorzamos felizmente con él todos los días. Estas contradicciones son más atractivas, porque delantan faltas de carácter, de maduración personal y hasta ignorancia sobre uno mismo. Cuando uno se enfrenta a estas contradicciones encuentra la extraña posibilidad de dar un paso a lado y comenzar a ser alguien distinto. Ya sea porque se aleja uno de la fuente de la contradicción o porque descubre que en el fondo sólo está del lado de uno de los cuernos de la contradicción.
El espectáculo tragicómico que enarbola hoy día la política Argentina nos ofrece una de las contradicciones más atractivas. Los diputado de la oposición, como bloque, han decidido no asistir a la ceremonia de juramento del presidente electo cuyo mandato comienza el día de mañana. Sus razones son simples: la presidente saliente les "ordenó" no asistir. Contrario a lo que uno pensaría, ellos no representan a los votantes, sino a la presidente saliente. Así que no asistirán. Esta es una perla del fenómeno, pero la gran contradicción está en otra parte.
No es la primera vez que los diputados opositores se niegan a participar en la ceremonia de asunción de un presidente entrante. En México sucede casi cada seis años. Pero hay una gran, inmensa, diferencia. No es por defender a los diputados mexicanos, ellos son expertos en otro tipo de parafernalia tragicómica, pero es cierto que quienes se niegan a asistir lo hacen previo rechazo a las elecciones que dieron por electo al presidente rechazado. Es decir, para los diputados opositores faltistas mexicanos lo que los justifica es su opinión (personal o de bloque) de que las elecciones fueron fraudulentas.
Esto no sucede en la tragicomedia rioplatense. Acá los diputados opositores aceptan a pie juntillas los resultados de las elecciones democráticas que dieron por ganador, y fijaron como presidente electo, al presidente entrante cuya ceremonia de asunción deciden boicotear. No obstante, la presidenta saliente les ordenó ausentarse. Esta es la linda contradicción tragicómica de los diputados opositores de la Argentina. Aceptan, por un lado, que hubo elecciones democráticas legítimas y que el legítimo ganador es el presidente entrante quien jura el día de mañana. Rechazan, por otro lado, ser parte de la ceremonia de asunción democrática en el congreso cuya función principal es la de coronar el proceso que ellos mismos han reconocido como legítimo.
La contradicción es flagrante y lo que delata es jugoso. No se trata de un problema de carácter, ni de un mal razonamiento. Me atrevo a decir que tampoco hay deshonestidad ni autoengaño. Hay, eso sí, una oportunidad dorada para esos diputados de elegir madurar y girar, moverse. En el fondo, lo que esta contradicción delata es una muy clara concepción de la política argentina. Según su entender, la política es el poder y el poder es indivisible. No hay tres poderes, hay uno. La democracia no es más que un teatro, una puesta en escena, para ejercer con soltura el poder. Aceptar elecciones democráticas como legítimas es poco más que lanzar un aplauso en el segundo o tercer acto de una obra teatral. La política no es eso y el poder no está ahí. El poder es uno e indivisible, una propiedad pura e intrínseca que una sola persona tiene, por naturaleza, en aquel reino del sur. Esa persona es ni más ni menos que la presidente saliente, que no por salir pierde su propiedad esencial de ser la encarnación misma de lo político y del poder.
No sorprende que representen a la presidente por encima de cualquier cosa. Como tampoco sorprenderá que la gente que aprecia el "teatro" democrático se encargue de sacarlos de escena, tarde o temprano.
Thursday, December 03, 2015
Lenguaje
Cada vez me convenzo más de que lo más importante del lenguaje no es lo que decimos ni lo que esto significa, mucho menos lo es el valor de verdad asociado. Lo más importante es lo que está detrás de esas palabras. No me refiero a lo que callamos, sino a todo eso que acompaña nuestras palabras. Me refiero a las creencias no dichas que se explicitan al hablar, a los gestos, al tono, las miraddas, el momento, todo aquello que no es, estrictamente hablando, lingüístico.
Piglia tiene una manera clara de denotar aquello extralingüístico que da sustento al lenguaje:
"Hablar por teléfono y conectarse, entonces, con una voz sin cuerpo es un ejercicio muy interesante; al no ver los gestos y las expresiones del interlocutor, uno puede con toda tranquilidad tergiversar el sentido de lo que escucha. Lo mejor sería hablar frente a un espejo y ocuparse uno de hacer los gestos y asumir las expresiones que acompañan las palabras que escuchamos. Cuando hablo, en cambio, me siento lanzado hacia adelante y no sé nunca dónde voy a llegar; cuando, como recién, logro ser preciso y eficaz, tengo de inmediato una sensación de alegría, porque parece que el lenguaje hubiera funcionado a la perfección." Los Cuadernos de Emilio Renzi
Hay algo más que señala Piglia como si fuera trivial, pero no lo es. Se trata de la idea de que la mejor comunicación es la de un hablante consigo mismo. Esto se debe, aventura Piglia, a que uno sólo puede ver los esenciales gestos a través del espejos, sino que también puede percibir los estados internos, el sentido que se intenta comunicar, en todo lo que se dice.
Esta no es sino una confesión de internismo cartesiano. Piglia supone, junto con casi todo occidente que tiene a bien ser educado por Descartes, que las personas tienen un acceso privilegiado a sus propios estados internos, un acceso que los demás no tienen por no ser estados internos a ellos mismos. Esta presunción se ha falsificado una y mil veces. Ejemplos cotidianos que hablan en contra abundan y la exitosa historia del psicoanálisis y la psicoterapia, que a tantas personas ayuda a encontrar paz consigo mismos, lo demuestra.
Pero además de internismo, Piglia ofrece también una muestra de fundacionismo igualmente cartesiano. Pues sólo tiene sentido pensar que el mejor diálogo es el monólogo ante el espejo, en virtud de que la persona que escucha tiene acceso inmejorable al sentido de la persona que habla, si se asume que hay algo así como el sentido fijo de las palabras que usa la persona que habla. Sólo si creemos que hay un significado completo, plenamente determinado, que sirve como base a las palabras que usaremos, tiene sentido afirmar que quien habla sabe más o mejor que el que escucha sobre lo que se dice.
Pero, ¿qué pasará si el lenguaje no funciona de esta manera? ¿No podría ser que el hablante no tenga mejor acceso a sus estados internos, a sus intenciones, que el que escucha? ¿No podría ser, también, que no hay significados completos más allá de los que se determinan en cada conversación? Si la práctica lingüística es, como señala Lewis, el resultado de una convención de honestidad y confianza en un lenguaje como el español, entonces no hay lugar para una visión representacional del lenguaje. Sólo nos queda pensar en el lenguaje como herramienta de coordinación.
Piglia tiene una manera clara de denotar aquello extralingüístico que da sustento al lenguaje:
"Hablar por teléfono y conectarse, entonces, con una voz sin cuerpo es un ejercicio muy interesante; al no ver los gestos y las expresiones del interlocutor, uno puede con toda tranquilidad tergiversar el sentido de lo que escucha. Lo mejor sería hablar frente a un espejo y ocuparse uno de hacer los gestos y asumir las expresiones que acompañan las palabras que escuchamos. Cuando hablo, en cambio, me siento lanzado hacia adelante y no sé nunca dónde voy a llegar; cuando, como recién, logro ser preciso y eficaz, tengo de inmediato una sensación de alegría, porque parece que el lenguaje hubiera funcionado a la perfección." Los Cuadernos de Emilio Renzi
Hay algo más que señala Piglia como si fuera trivial, pero no lo es. Se trata de la idea de que la mejor comunicación es la de un hablante consigo mismo. Esto se debe, aventura Piglia, a que uno sólo puede ver los esenciales gestos a través del espejos, sino que también puede percibir los estados internos, el sentido que se intenta comunicar, en todo lo que se dice.
Esta no es sino una confesión de internismo cartesiano. Piglia supone, junto con casi todo occidente que tiene a bien ser educado por Descartes, que las personas tienen un acceso privilegiado a sus propios estados internos, un acceso que los demás no tienen por no ser estados internos a ellos mismos. Esta presunción se ha falsificado una y mil veces. Ejemplos cotidianos que hablan en contra abundan y la exitosa historia del psicoanálisis y la psicoterapia, que a tantas personas ayuda a encontrar paz consigo mismos, lo demuestra.
Pero además de internismo, Piglia ofrece también una muestra de fundacionismo igualmente cartesiano. Pues sólo tiene sentido pensar que el mejor diálogo es el monólogo ante el espejo, en virtud de que la persona que escucha tiene acceso inmejorable al sentido de la persona que habla, si se asume que hay algo así como el sentido fijo de las palabras que usa la persona que habla. Sólo si creemos que hay un significado completo, plenamente determinado, que sirve como base a las palabras que usaremos, tiene sentido afirmar que quien habla sabe más o mejor que el que escucha sobre lo que se dice.
Pero, ¿qué pasará si el lenguaje no funciona de esta manera? ¿No podría ser que el hablante no tenga mejor acceso a sus estados internos, a sus intenciones, que el que escucha? ¿No podría ser, también, que no hay significados completos más allá de los que se determinan en cada conversación? Si la práctica lingüística es, como señala Lewis, el resultado de una convención de honestidad y confianza en un lenguaje como el español, entonces no hay lugar para una visión representacional del lenguaje. Sólo nos queda pensar en el lenguaje como herramienta de coordinación.
Monday, November 23, 2015
Del jihadismo al partidismo
Estos días de elecciones en la Argentina, de dolor parisino que evidencia la hipocresía e insensibilidad por lo no occidental, me hacen pensar en un fenómeno en particular: la relación entre la gran mayoría de los jóvenes y las grandes entidades, enormes, con las que se identifican. La relación lleva un nombre muy sencillo y conocido, pero difícil de entender a profundidad. Lo llamamos, desde hace tiempo, fanatismo.
Hay elementos del fanatismo que son fáciles de identificar. Una persona se hace fanático por una falta interna, personal, que puede ser o no profunda. Hay algo en su persona, en lo que cree del mundo y en lo que cree de sí mismo, pero también en lo que desea, del mundo y de sí mismo, que no le basta para estar bien, para respirar y vivir los días como lo que son, días más, días menos. Esta falta se convierte fácilmente en necesidad, sólo se necesita que alguien más, otro jóven de preferencia, no la tenga o la tenga pero la nutra con algo, una relación, una creencia, un hábito. Esa falta crece con la angustia que genera el verla reflejadad en los demás. Esa falta no duerme, no descansa. Esa falta surge todas las noches, acechando detrás de una habitación simple en donde non hay aplausos, premios, ni glorias, sólo un colchón en dónde dormir cómodamente. Pero no hay colchón ni almohada que basten. Esa falta de ser alguien, algo, en el mundo, para el mundo, es muy grande, es inmensa, es imparable.
Del otro lado del fanatismo hay siempre una máquina ya muy aceitada, una institución que sabe perfectamente de la existencia de esas faltas, de ese vacío personal insaciable. Son máquinas que venden lo invendible por inexistente. Máquinas que ofrecen a los jóvenes la apariencia de lo que les falta, la creencia de ser parte de algo más grande, algo inmenso, algo que no existe, algo perfecto, algo decente y puro, algo histórico, la creencia de ser parte de un movimiento humano masivo que no es una maquinaria de consumo de jóvenes. Esas máquinas esperanzadoras viven de las esperanzas y las faltas a cambio de nada, de la nada misma. Esas máquinas, los partidos políticos, los movimientos revolucionarios, los fanatismos renovadores, Amloismo, Kirchnerismo, Chavismo, Yihadismo, jamás le dan a los jóvenes lo que realmente les falta. Porque a un joven con huecos, a un joven como todo joven pues, lo que le hace falta es darse cuenta de que está equivocado, que no le falta nada en su persona, que tiene todo de su lado, que no está incompleto, que no tiene que ser inmenso ni superior para estar bien, pleno. A un joven, en pocas palabras, lo que le hace falta es reconocerse y aceptarse, para después tener el valor de imponer al mundo eso, que él es eso y nada más... y a quien no le guste, que se aleje.
Estos dos potentes polos, un joven engañado sobre sí mismo y una máquina perfecta generadora de engaños, son la combinación perfecta para generar huracanes sociales. Jóvenes que creen que asesinando al asesinarse alcanzan lo más grande de la historia. Jóvenes que creen que porque les hablan con pasión y cara a cara, realmente los cuidan y protegen. Jóvenes que se nutren del discurso aunque sus vidas sigan sin tener más estructura. Jóvenes que aplauden sin chistar. Jóvenes sabios. Jóvenes, y esto es lo más grave, que ignoran lo profundamente deshumanizante que es la infalibilidad, la arrogancia ipermeable, la certeza absoluta, de unos sobre otros.
Jóvenes que ven las contiendas electorales como partidos de futbol. Jóvenes que ven partidos de futbol como disputas familiares. Jóvenes que ven disputas familiares como una lucha mano a mano contra un animal salvaje que amenaza con convertirlos en el desayuno.
Jóvenes. Mucho habremos avanzado como especie cuando dejemos de abuzar de los jóvenes por inexistentes faltas y necesidad falsas, por ser jóvenes.
Hay elementos del fanatismo que son fáciles de identificar. Una persona se hace fanático por una falta interna, personal, que puede ser o no profunda. Hay algo en su persona, en lo que cree del mundo y en lo que cree de sí mismo, pero también en lo que desea, del mundo y de sí mismo, que no le basta para estar bien, para respirar y vivir los días como lo que son, días más, días menos. Esta falta se convierte fácilmente en necesidad, sólo se necesita que alguien más, otro jóven de preferencia, no la tenga o la tenga pero la nutra con algo, una relación, una creencia, un hábito. Esa falta crece con la angustia que genera el verla reflejadad en los demás. Esa falta no duerme, no descansa. Esa falta surge todas las noches, acechando detrás de una habitación simple en donde non hay aplausos, premios, ni glorias, sólo un colchón en dónde dormir cómodamente. Pero no hay colchón ni almohada que basten. Esa falta de ser alguien, algo, en el mundo, para el mundo, es muy grande, es inmensa, es imparable.
Del otro lado del fanatismo hay siempre una máquina ya muy aceitada, una institución que sabe perfectamente de la existencia de esas faltas, de ese vacío personal insaciable. Son máquinas que venden lo invendible por inexistente. Máquinas que ofrecen a los jóvenes la apariencia de lo que les falta, la creencia de ser parte de algo más grande, algo inmenso, algo que no existe, algo perfecto, algo decente y puro, algo histórico, la creencia de ser parte de un movimiento humano masivo que no es una maquinaria de consumo de jóvenes. Esas máquinas esperanzadoras viven de las esperanzas y las faltas a cambio de nada, de la nada misma. Esas máquinas, los partidos políticos, los movimientos revolucionarios, los fanatismos renovadores, Amloismo, Kirchnerismo, Chavismo, Yihadismo, jamás le dan a los jóvenes lo que realmente les falta. Porque a un joven con huecos, a un joven como todo joven pues, lo que le hace falta es darse cuenta de que está equivocado, que no le falta nada en su persona, que tiene todo de su lado, que no está incompleto, que no tiene que ser inmenso ni superior para estar bien, pleno. A un joven, en pocas palabras, lo que le hace falta es reconocerse y aceptarse, para después tener el valor de imponer al mundo eso, que él es eso y nada más... y a quien no le guste, que se aleje.
Estos dos potentes polos, un joven engañado sobre sí mismo y una máquina perfecta generadora de engaños, son la combinación perfecta para generar huracanes sociales. Jóvenes que creen que asesinando al asesinarse alcanzan lo más grande de la historia. Jóvenes que creen que porque les hablan con pasión y cara a cara, realmente los cuidan y protegen. Jóvenes que se nutren del discurso aunque sus vidas sigan sin tener más estructura. Jóvenes que aplauden sin chistar. Jóvenes sabios. Jóvenes, y esto es lo más grave, que ignoran lo profundamente deshumanizante que es la infalibilidad, la arrogancia ipermeable, la certeza absoluta, de unos sobre otros.
Jóvenes que ven las contiendas electorales como partidos de futbol. Jóvenes que ven partidos de futbol como disputas familiares. Jóvenes que ven disputas familiares como una lucha mano a mano contra un animal salvaje que amenaza con convertirlos en el desayuno.
Jóvenes. Mucho habremos avanzado como especie cuando dejemos de abuzar de los jóvenes por inexistentes faltas y necesidad falsas, por ser jóvenes.
Monday, November 16, 2015
El imperio de la autodestrucción
Escribo estas líneas mientras François Hollande, presidente de Francia, se dirige al parlamento francés. El discurso recuerda al del entonces presidente de E.U.A., George Bush, pidiendo poderes especiales para combatir al terrorismo. En aquél entonces, Bush exigía más dinero para el ejército, más poder para controlarlo y reformas legales, como el infame Patriot Act, que extenderían los poderes del estado para espiar a todo aquél (ciudadano o no) que representara algún peligro para la nación.
Hoy, Hollande pide exactamente lo mismo. Más dinero para el ejército y más soldados. Más poder para controlar al ejército, una extensión anticipada del estado de excepción y la reforma de dos artículos constitucionales que le permitan espiar a discreción y, en su caso, retirar la ciudadanía francesa a todo aquél que represente una amenaza.
No encuentro las palabras para expresar la profunda decepción que siento. Es una mezcla de tristeza e incredulidad ante tan épica demostración de estupidez, incomprensión y discapacidad de parte del gobierno francés. No lo digo por el contenido del discurso, ni por las acciones que le seguirán. Tampoco me asombra ni decepciona el saber que esas reformas constitucionales serán usadas para dañar, más que ayudar, a los ciudadanos franceses. Lo digo simplemente porque Francia (y con ella Reino Unido y Europa entera) está demostrando negación y estulticia ante el gran elefante rosa que acaba de pasar frente a sus ojos. No parecen recordar que hace más de diez años se respondió ya de manera idéntica y, peor aún, tampoco parece reconocerse que el ataque reciente al que pretenden dar respuesta es resultado de esa misma política de destrucción aplicada hace ya doce años.
Estados Unidos atacó Iraq para eliminar Al Qaeda. Años después, Al Qaeda murió de inanición ideológica y de luchas intestinas, no de ataques militares norteamericanos. De sus entrañas surgió el Estado Islámico, apoderándose del Irak desmantelado que dejó Bush, alimentándose del vacío de oportunidades y de significado que dejó la invasión de Irak. Hoy día sufre Paris, como han sufrido y siguen sufriendo muchos otros. Nadie parece entender lo obvio, que la reacción destructiva de Bush, y ahora de Hollande, es el mejor alimento para la maquinaria del Estado Islámico.
Mientras los aviones y bombas francesas sigan cayendo sobre Siria, mientras los agentes franceses sigan deteniendo a sus adolescentes sospechosos, mientras el estado francés no compita realmente contra el terrorismo ofreciendo oportunidades de formación, participación y crecimiento a sus jóvenes, el Estado Islámico seguirá vivo y sano. No importa cuántas bombas caigan en Siria, el germen patógeno está en el estado mismo que decide defenderse destruyendo. Esa es justamente la lección que nadie parece entender.
Excepto Scott Atran, por supuesto.
Hoy, Hollande pide exactamente lo mismo. Más dinero para el ejército y más soldados. Más poder para controlar al ejército, una extensión anticipada del estado de excepción y la reforma de dos artículos constitucionales que le permitan espiar a discreción y, en su caso, retirar la ciudadanía francesa a todo aquél que represente una amenaza.
No encuentro las palabras para expresar la profunda decepción que siento. Es una mezcla de tristeza e incredulidad ante tan épica demostración de estupidez, incomprensión y discapacidad de parte del gobierno francés. No lo digo por el contenido del discurso, ni por las acciones que le seguirán. Tampoco me asombra ni decepciona el saber que esas reformas constitucionales serán usadas para dañar, más que ayudar, a los ciudadanos franceses. Lo digo simplemente porque Francia (y con ella Reino Unido y Europa entera) está demostrando negación y estulticia ante el gran elefante rosa que acaba de pasar frente a sus ojos. No parecen recordar que hace más de diez años se respondió ya de manera idéntica y, peor aún, tampoco parece reconocerse que el ataque reciente al que pretenden dar respuesta es resultado de esa misma política de destrucción aplicada hace ya doce años.
Estados Unidos atacó Iraq para eliminar Al Qaeda. Años después, Al Qaeda murió de inanición ideológica y de luchas intestinas, no de ataques militares norteamericanos. De sus entrañas surgió el Estado Islámico, apoderándose del Irak desmantelado que dejó Bush, alimentándose del vacío de oportunidades y de significado que dejó la invasión de Irak. Hoy día sufre Paris, como han sufrido y siguen sufriendo muchos otros. Nadie parece entender lo obvio, que la reacción destructiva de Bush, y ahora de Hollande, es el mejor alimento para la maquinaria del Estado Islámico.
Mientras los aviones y bombas francesas sigan cayendo sobre Siria, mientras los agentes franceses sigan deteniendo a sus adolescentes sospechosos, mientras el estado francés no compita realmente contra el terrorismo ofreciendo oportunidades de formación, participación y crecimiento a sus jóvenes, el Estado Islámico seguirá vivo y sano. No importa cuántas bombas caigan en Siria, el germen patógeno está en el estado mismo que decide defenderse destruyendo. Esa es justamente la lección que nadie parece entender.
Excepto Scott Atran, por supuesto.
Wednesday, September 09, 2015
¿Sinécdoque o Identidad?
Hoy Cristina Fernández, la presidenta, afirmó algo muy revelador. En el contexto de la campaña presidencial de su delfin, Daniel Scioli, se situó en el contexto global frente a la crisis migratoria europea diciendo lo siguiente:
"Yo no quiero parecerme a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
¿Cómo debemos interpretar esta afirmación? Resulta obvio que Cristina, un individuo humano, no puede parecer a Alemania, Francia, Austria o Turquía, entidades políticas de estructura institucional y naturaleza más parecida a una novela que a un ser vivo (como cualquier otro país, por supuesto). Resulta obvio que a Cristina le resulta obvio que ella no es un país. Así que estamos obligados a reinterpretar su aseveración susituyendo 'parecerme' por 'que Argentina se parezca'. Otra opción pasa por sustituir 'Yo' por 'Argentina' directamente. El resultado es algo más o menos como lo siguiente:
"Yo no quiero que Argentina se parezca a países que echan a inmigrantes y dejan morir a chicos en las playas"
O bien
"Argentina no quiere parecerse a países que echan a inmigrantes y dejan morir a chicos en las playas"
Sea cual sea, la interpretación require de un proceso de cambio semántico que nos invita a pasar de la persona individual de Cristina Fernández a la entidad política nacional de la República Argentina. Este uso del lenguaje suele entenderse como un caso de sinécdoque.
La sinécdoque es un tropo retórico mediante el cual los hablantes se permiten sustituir al todo por las partes y viceversa. Así, podemos tomar a Cristina Fernández por la República Argentina o bien a la República Argentina por Cristina Fernández.
En cualquier caso, sea cual sea la interpretación correcta, esta aseveración presupone que hay una relación obvia, sobresaliente contextualmente, que nos permite pasar fácilmente de la persona individual de Cristina Fernández a la de un país entero. Una opción es que esa relación sea la que requiere la sinécdoque, a saber, la relación parte - todo. Pero esto supondría que Cristina estuviera igualmente justificada en pronunciar esta otra oración en lugar de la que de hecho pronunció:
"Daniel Scioli no quiere parecerse a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
E incluso esta otra:
"Mauricio Macri no quiere parecere a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
puesto que tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri, entre muchas decenas de millones de argentinos, guardan la misma relación parte-todo con la República Argentina.
Esto nos invita a pensar que la relación adecuada que permite pasar de Cristina Fernández a la República Argentina no es meramente la de parte-todo, o la de ciudadano-país, sino una muy especial de la que goza ella misma y nadie más.
Pero si no es la relación parte-todo, ¿cuál sí es? ¿La relación de identidad? ¿Acaso el hablante que emitió dicha oración considera tan contextualmente sobresaliente esa relación especial, más cercana a la identidad que la mera pertenencia republicana?
De ser así, Cristina Fernández habrá encontrado una forma muy sencilla de salvar el hiato entre las decisiones y acciones de individuos que elegimos en votaciones y aquellas que toman las Repúblicas y las Naciones. Además de simple, la solución es directa: presuponer que, una vez elegido, el individuo cambia de tipología ontológica y deja de ser un ser humano para convertirse (lenta o repentinamente) en una nación.
"Yo no quiero parecerme a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
¿Cómo debemos interpretar esta afirmación? Resulta obvio que Cristina, un individuo humano, no puede parecer a Alemania, Francia, Austria o Turquía, entidades políticas de estructura institucional y naturaleza más parecida a una novela que a un ser vivo (como cualquier otro país, por supuesto). Resulta obvio que a Cristina le resulta obvio que ella no es un país. Así que estamos obligados a reinterpretar su aseveración susituyendo 'parecerme' por 'que Argentina se parezca'. Otra opción pasa por sustituir 'Yo' por 'Argentina' directamente. El resultado es algo más o menos como lo siguiente:
"Yo no quiero que Argentina se parezca a países que echan a inmigrantes y dejan morir a chicos en las playas"
O bien
"Argentina no quiere parecerse a países que echan a inmigrantes y dejan morir a chicos en las playas"
Sea cual sea, la interpretación require de un proceso de cambio semántico que nos invita a pasar de la persona individual de Cristina Fernández a la entidad política nacional de la República Argentina. Este uso del lenguaje suele entenderse como un caso de sinécdoque.
La sinécdoque es un tropo retórico mediante el cual los hablantes se permiten sustituir al todo por las partes y viceversa. Así, podemos tomar a Cristina Fernández por la República Argentina o bien a la República Argentina por Cristina Fernández.
En cualquier caso, sea cual sea la interpretación correcta, esta aseveración presupone que hay una relación obvia, sobresaliente contextualmente, que nos permite pasar fácilmente de la persona individual de Cristina Fernández a la de un país entero. Una opción es que esa relación sea la que requiere la sinécdoque, a saber, la relación parte - todo. Pero esto supondría que Cristina estuviera igualmente justificada en pronunciar esta otra oración en lugar de la que de hecho pronunció:
"Daniel Scioli no quiere parecerse a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
E incluso esta otra:
"Mauricio Macri no quiere parecere a países que echan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas"
puesto que tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri, entre muchas decenas de millones de argentinos, guardan la misma relación parte-todo con la República Argentina.
Esto nos invita a pensar que la relación adecuada que permite pasar de Cristina Fernández a la República Argentina no es meramente la de parte-todo, o la de ciudadano-país, sino una muy especial de la que goza ella misma y nadie más.
Pero si no es la relación parte-todo, ¿cuál sí es? ¿La relación de identidad? ¿Acaso el hablante que emitió dicha oración considera tan contextualmente sobresaliente esa relación especial, más cercana a la identidad que la mera pertenencia republicana?
De ser así, Cristina Fernández habrá encontrado una forma muy sencilla de salvar el hiato entre las decisiones y acciones de individuos que elegimos en votaciones y aquellas que toman las Repúblicas y las Naciones. Además de simple, la solución es directa: presuponer que, una vez elegido, el individuo cambia de tipología ontológica y deja de ser un ser humano para convertirse (lenta o repentinamente) en una nación.
Tuesday, September 08, 2015
Escepticismo Elector
No sé bien cuándo ni por qué llegué a este punto en particular. Tal vez sea más correcto pensar que no llegué. Nunca estuve en otra ubicación. Lo cierto es que nunca he tenido la más mínima confianza en la idea general de que uno pueda tomar decisiones políticas, económicas, legales, etc. a nivel nacional por medio de un proceso de votación para elegir a individuos humanos.
Dicho de otra manera, y en pocas palabras, siempre he creído que la democracia electoral es una gran pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Antes creía que esto se debía a razones complicadas asociadas a la existencia de mafias, costos políticos, inversiones transnacionales, capitalismos y demás detalles. Recientemente descubrí que las razones de mi escepticismo son otras, más básicas y por ello más rotundas.
La democracia electoral, sea representativa, de partidos o no, descansa sobre un presupuesto muy simple y muy dudoso (por no decir directamente falso). Éste es el supuesto de que la motivación y la vida mental de los seres humanos es capaz de echarse a andar a partir de principios, ideas y contenidos tan generales como "la justicia", "el bienestar social", "la educación", "la eliminación de la pobreza", etc., etc., etc. Sin embargo, es bien sabido que lo que nos mueve no son los principios ni mucho menos las ideas grandes y generales de justicia y equidad, sino el interés propio, el miedo, el deseo sexual, el hambre, la ira, la ambición de superioridad, etc.
No es para nada claro cómo es que se conectan todos esos contenidos grandilocuentes que se escuchan en los discursos de campaña electoral con esos pequeños e individuales motores concretos de la vida mental de los individuos humanos. Elegir, hoy y siempre, es elegir a un ser humano y aceptar sus decisiones. Como tal, el ser humano decidirá con base en sus pasiones, emociones, fobias, obsesiones y anexas. No habrá tal cosa como decisiones basadas en una búsqueda por la justicia, el bien, la equidad o cualquier otra meta grandilocuente que occidente se ha inventado para autoengañarse.
Más allá de un rampante e incontrolable ímpetu capitalista, de una demoledora ola de opresión y sometimiento de los más por los menos e independientemente de si se instaura o no la aristocracia, el problema principal de la democracia electoral es la existencia de un abismo entre lo que se busca elegir (justicia, decencia, equidad, progreso, paz, empleo, educación,...) y lo que se elige (un individuo con una vida mental, historia, traumas, miedos y deseos personales).
La democracia electoral es inoperante porque descanza en un supuesto imposible de satisfacer. Los seres humanos no somos lo que queremos ser (semidioses capaces de motivarnos por la justicia, el bien, la equidad, etc.) y el problema está en querer serlo.
Dicho de otra manera, y en pocas palabras, siempre he creído que la democracia electoral es una gran pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Antes creía que esto se debía a razones complicadas asociadas a la existencia de mafias, costos políticos, inversiones transnacionales, capitalismos y demás detalles. Recientemente descubrí que las razones de mi escepticismo son otras, más básicas y por ello más rotundas.
La democracia electoral, sea representativa, de partidos o no, descansa sobre un presupuesto muy simple y muy dudoso (por no decir directamente falso). Éste es el supuesto de que la motivación y la vida mental de los seres humanos es capaz de echarse a andar a partir de principios, ideas y contenidos tan generales como "la justicia", "el bienestar social", "la educación", "la eliminación de la pobreza", etc., etc., etc. Sin embargo, es bien sabido que lo que nos mueve no son los principios ni mucho menos las ideas grandes y generales de justicia y equidad, sino el interés propio, el miedo, el deseo sexual, el hambre, la ira, la ambición de superioridad, etc.
No es para nada claro cómo es que se conectan todos esos contenidos grandilocuentes que se escuchan en los discursos de campaña electoral con esos pequeños e individuales motores concretos de la vida mental de los individuos humanos. Elegir, hoy y siempre, es elegir a un ser humano y aceptar sus decisiones. Como tal, el ser humano decidirá con base en sus pasiones, emociones, fobias, obsesiones y anexas. No habrá tal cosa como decisiones basadas en una búsqueda por la justicia, el bien, la equidad o cualquier otra meta grandilocuente que occidente se ha inventado para autoengañarse.
Más allá de un rampante e incontrolable ímpetu capitalista, de una demoledora ola de opresión y sometimiento de los más por los menos e independientemente de si se instaura o no la aristocracia, el problema principal de la democracia electoral es la existencia de un abismo entre lo que se busca elegir (justicia, decencia, equidad, progreso, paz, empleo, educación,...) y lo que se elige (un individuo con una vida mental, historia, traumas, miedos y deseos personales).
La democracia electoral es inoperante porque descanza en un supuesto imposible de satisfacer. Los seres humanos no somos lo que queremos ser (semidioses capaces de motivarnos por la justicia, el bien, la equidad, etc.) y el problema está en querer serlo.
Thursday, August 27, 2015
Tríptico de Montevideo
Wednesday, August 26, 2015
Ustedes, los exiliados
Desde hace un tiempo leo la columna que escribe una amiga en el diario. Vive en el extranjero y constantemente habla de su experiencia en esos lares. Prácticamente todos sus escritos son críticos, lo cual no llamaba demasiado mi atención. Hablar demasiado bien de otros lugares estando allá pasaría más bien por autoengaño. Lo cierto es que, aún con el tono crítico había un ingrediente que siempre llamaba mi atención y que tardé tiempo en identificar.
Meses después me di cuenta tras pensar en mis propias posturas críticas sobre México y la Argentina. Muy pocas veces me he permitido el extraño ejercicio de aplaudir sobre una ciudad, un país o una sociedad. Los grupos humanos parecen merecer más la crítica que el reconocimiento (habría que pensar esto un poco más después). Pero aún dentro de mis quejas, creo que siempre han sido una forma de autocrítica. Me considero parte del mal y los malhechores. Eso, la identificación con el grupo estudiado y repudiado, era justamente lo que estaba ausente en los textos de mi amiga. Habla siempre de la genete de allá, los que la rodean, los que viven y hacen vivir donde ella vive, los que determinan inevitablemente su propia forma de vida, ellos siempre son aquellos, nunca nosotros.
Claramente ella no se considera parte de ese país extranjero. Eso por sí mismo puede o no ser un problema, pensé, porque depende de las circunstancias personales. Pero, ¿qué pasa cuando se decide vivir en ese lugar sempiternamente extranjero? ¿Acaso se puede subsistir, tener una casa, una familia, una rutina, en un lugar, una sociedad, un barrio del que uno no se considera parte? ¿Realmente tiene sentido, ya no digamos ventajas, vivir rodeado de aquellos, de ustedes, de otros que nunca serán como nosotros?
Algún problema personal o familiar y tiene que haber para que uno se disloque, se des - ubique, tanto como para re-localizarse en coordenadas sabidas pero no reconocidas ni asumidas por uno mismo. No es difícil reconocer ese mismo problema, esa patología de la geografía mental, en tantos otros que parecen estar con nosotros pero no lo están. Todos aquellos que viven, trabajan y habitan aquí mismo pero no dejan de hablar como si estuvieran allá, después de cuarenta años, no sólo por los acentos y las formas, sino por las palabras, porque acá siguen siendo ustedes y allá nosotros.
Triste discurso el de ustedes, los exiliados, que llevan su vida entera acá creyendo estar allá como si nada los hubiese des-ubicado.
Una vez más, no cabe duda que la sanidad mental, la felicidad y la tranquilidad pasan también por la más concreta y simple de las dimensiones: la de estar literalmente bien ubicado en este planeta.
Meses después me di cuenta tras pensar en mis propias posturas críticas sobre México y la Argentina. Muy pocas veces me he permitido el extraño ejercicio de aplaudir sobre una ciudad, un país o una sociedad. Los grupos humanos parecen merecer más la crítica que el reconocimiento (habría que pensar esto un poco más después). Pero aún dentro de mis quejas, creo que siempre han sido una forma de autocrítica. Me considero parte del mal y los malhechores. Eso, la identificación con el grupo estudiado y repudiado, era justamente lo que estaba ausente en los textos de mi amiga. Habla siempre de la genete de allá, los que la rodean, los que viven y hacen vivir donde ella vive, los que determinan inevitablemente su propia forma de vida, ellos siempre son aquellos, nunca nosotros.
Claramente ella no se considera parte de ese país extranjero. Eso por sí mismo puede o no ser un problema, pensé, porque depende de las circunstancias personales. Pero, ¿qué pasa cuando se decide vivir en ese lugar sempiternamente extranjero? ¿Acaso se puede subsistir, tener una casa, una familia, una rutina, en un lugar, una sociedad, un barrio del que uno no se considera parte? ¿Realmente tiene sentido, ya no digamos ventajas, vivir rodeado de aquellos, de ustedes, de otros que nunca serán como nosotros?
Algún problema personal o familiar y tiene que haber para que uno se disloque, se des - ubique, tanto como para re-localizarse en coordenadas sabidas pero no reconocidas ni asumidas por uno mismo. No es difícil reconocer ese mismo problema, esa patología de la geografía mental, en tantos otros que parecen estar con nosotros pero no lo están. Todos aquellos que viven, trabajan y habitan aquí mismo pero no dejan de hablar como si estuvieran allá, después de cuarenta años, no sólo por los acentos y las formas, sino por las palabras, porque acá siguen siendo ustedes y allá nosotros.
Triste discurso el de ustedes, los exiliados, que llevan su vida entera acá creyendo estar allá como si nada los hubiese des-ubicado.
Una vez más, no cabe duda que la sanidad mental, la felicidad y la tranquilidad pasan también por la más concreta y simple de las dimensiones: la de estar literalmente bien ubicado en este planeta.
Sunday, August 02, 2015
¿Problemas de taxonomía?
En una escena de la película "Celebrity", Wody Allen (1998) presenta a un artista contemporáneo terriblemente narcicista comentando la decisión de un amigo de construir un pene de ocho pisos de altura como respuesta a una petición del gobierno local de un pequeño pueblo del interior norteamericano. "¿Te imaginas a los mochos viendo esa gran erección cuando van de camino a la iglesia?" Comenta el artista.
Además de la asociación obvia a la que invita Allen, narcicistas que no superan la etapa fálica infantil incapaces de dirigir su líbido hacia personas distintas a ellos mismos, me vinieron varias otras ideas a la mente. La primera, muy obvia pero extrañamente poco comentada, es que el mundo occidental postfreudiano -quizás una sociedad que, al igual que el artista de Allen, no ha logrado superar su etapa fálica infantil, viviendo ineludiblemente enamorada de sus propios placeres y creaciones e incapaz de redirigir su apreciación a lo ajeno- inevitablemente asocia los conceptos FALO y FÁLICO no con el miembro genital masculino sino con sus erecciones. Lo extraño es que el estado erecto del pene es el menos común, más excepcional y menos útil de la fisiología de cualquier individuo masculino. Huelga decir que ningún pene permanece en estado de erección siquiera el 5% de su existencia y que seguramente su función fisiológica más importante es la de orinar. Aún así, cuando se habla de falocentrismo, de mujeres fálicas, y de lo que sea fálico, nunca jamás se piensa en un pene en su estado normal, a saber, flácido, pequeño y endeble.
Esto naturalmente lo lleva a uno a pensar que al usar la etiqueta 'fálico' no estamos hablando del órgano masculino, sino de una supuesta característica a él asociada, a saber, la de penetrar lo que se le cante. Claramente ésta también es una característica erróneamente asociada al pene. Si hay un momento en el que el pene es frágil es el de la erección, pues sólo entonces se trata de un órgano inflexible que puede sufrir fracturas y, en consecuencia, garantizar un permanente estado de flacidez. Anatómicamente hablando no hay duda alguna que la vagina es un órgano sexual mucho más fuerte y resistente. No obstante, cuando se habla de fálico y falocentrismo nunca jamás se piensa en algo frágil, fácilmente destruible y aniquilable, como de hecho es.
Parece entonces que cuando usamos la etiqueta 'fálico' no estamos hablando del órgano masculino, ni siquiera de sus excepcionales estados de erección, sino simple y llanamente de la relación que mantenemos día a día en torno al papel que juega un pene en el acto sexual, así como el que juega un hombre en la vida social.
Resulta evidente que el uso de 'fálico', dentro y fuera del plano sexual, para hablar de impulsos de dominación, destrucción, control, imposición y sometimiento es un craso error taxonómico. Me aventuro a decir que se trata de una contradictio in termini.
Aún así no deja de ser sintomático que decidamos usar dicho término de esa manera, una muestra indubitable del sexismo que nos gobierna, con o sin falo. Nada más machista que llamar a todo eso 'fálico'. Visto desde otra perspectiva, tal vez sea lo más adecuado llamarlo así. A fin de cuentas para alcanzar la salud mental hace falta llevar al plano consciente lo inconsciente.
Sea como sea, todo esto me deja ante una gran duda. Si no hay ningún fundamento real que permita asociar el poder, el control, ... con el pene, ¿de dónde nos sacamos tanto machismo? ¿A qué clase de subnormal narcisita se le habrá ocurrido inventar cuanta fantasia pudo para apoyar tal esperpento? ¿A qué historieta religiosa le debemos el engendro?
Me pregunto.
Además de la asociación obvia a la que invita Allen, narcicistas que no superan la etapa fálica infantil incapaces de dirigir su líbido hacia personas distintas a ellos mismos, me vinieron varias otras ideas a la mente. La primera, muy obvia pero extrañamente poco comentada, es que el mundo occidental postfreudiano -quizás una sociedad que, al igual que el artista de Allen, no ha logrado superar su etapa fálica infantil, viviendo ineludiblemente enamorada de sus propios placeres y creaciones e incapaz de redirigir su apreciación a lo ajeno- inevitablemente asocia los conceptos FALO y FÁLICO no con el miembro genital masculino sino con sus erecciones. Lo extraño es que el estado erecto del pene es el menos común, más excepcional y menos útil de la fisiología de cualquier individuo masculino. Huelga decir que ningún pene permanece en estado de erección siquiera el 5% de su existencia y que seguramente su función fisiológica más importante es la de orinar. Aún así, cuando se habla de falocentrismo, de mujeres fálicas, y de lo que sea fálico, nunca jamás se piensa en un pene en su estado normal, a saber, flácido, pequeño y endeble.
Esto naturalmente lo lleva a uno a pensar que al usar la etiqueta 'fálico' no estamos hablando del órgano masculino, sino de una supuesta característica a él asociada, a saber, la de penetrar lo que se le cante. Claramente ésta también es una característica erróneamente asociada al pene. Si hay un momento en el que el pene es frágil es el de la erección, pues sólo entonces se trata de un órgano inflexible que puede sufrir fracturas y, en consecuencia, garantizar un permanente estado de flacidez. Anatómicamente hablando no hay duda alguna que la vagina es un órgano sexual mucho más fuerte y resistente. No obstante, cuando se habla de fálico y falocentrismo nunca jamás se piensa en algo frágil, fácilmente destruible y aniquilable, como de hecho es.
Parece entonces que cuando usamos la etiqueta 'fálico' no estamos hablando del órgano masculino, ni siquiera de sus excepcionales estados de erección, sino simple y llanamente de la relación que mantenemos día a día en torno al papel que juega un pene en el acto sexual, así como el que juega un hombre en la vida social.
Resulta evidente que el uso de 'fálico', dentro y fuera del plano sexual, para hablar de impulsos de dominación, destrucción, control, imposición y sometimiento es un craso error taxonómico. Me aventuro a decir que se trata de una contradictio in termini.
Aún así no deja de ser sintomático que decidamos usar dicho término de esa manera, una muestra indubitable del sexismo que nos gobierna, con o sin falo. Nada más machista que llamar a todo eso 'fálico'. Visto desde otra perspectiva, tal vez sea lo más adecuado llamarlo así. A fin de cuentas para alcanzar la salud mental hace falta llevar al plano consciente lo inconsciente.
Sea como sea, todo esto me deja ante una gran duda. Si no hay ningún fundamento real que permita asociar el poder, el control, ... con el pene, ¿de dónde nos sacamos tanto machismo? ¿A qué clase de subnormal narcisita se le habrá ocurrido inventar cuanta fantasia pudo para apoyar tal esperpento? ¿A qué historieta religiosa le debemos el engendro?
Me pregunto.
Wednesday, July 22, 2015
Cómo mirar el tiempo desde arriba
Hace cosa de unos meses intercambiaba mensajes con mi gran amigo Gabriel. La vida parecía complicarse, había mucho que pensar y hacer, pero sobre todo, mucho por decidir. En algún punto de la conversación preguntó cómo hacía yo para seguir ahí, haciendo y deshaciendo, con tan aparente facilidad. Mi respuesta fue natural e intuitiva, pero más inconsciente que reflexiva. Me tomó dos meses entenderla. En su momento le dije con la naturalidad de quien le explica a un amigo cómo andar en bicicleta o cómo tomar el metro de la Ciudad de México: "yo ya miro el tiempo desde arriba". Como dije, no entendí bien qué respondí. En ese mismo instante tampoco dimensioné lo oscura que había sido mi respuesta. Gabriel contestó con la correspondiente naturalidad: "A ver si luego me explicas cómo es eso de ver el tiempo desde arriba." Ahí entendí que no había entendido.
Me decidí entonces a escribir algo sobre el tema. ¿En qué consiste ver el tiempo desde arriba? ¿Cómo se logra? ¿Con desapego? ¿Meditación? ¿Respiraciones atentas y concienzudas? Durante dos meses no encontré respuesta alguna que mereciera la pena escribirla. Sólo venían a la mente ideas sumamente vagas acompañadas de metáforas, imágenes semi poéticas y recuerdos de lecciones budistas de mis años de estudiante. Nada útil, pues. Abandoné el tema, pero de tanto en tanto me volvía la frase a la cabeza. "¡Qué lindo suena!" me decía cada vez que la recordaba.
Meses después, hoy, para ser precisos, pude al fin entender lo que quise decirle a Gabriel. Como era de esperarse, lo entendí gastando mis últimos gramos de energía montado en la bicicleta. Debo decir que logré algo más que entenderlo, literalmente lo incorporé (aunque temo que no sea difícil de excorporar).
Alcanzaba ya la tercera cima del recorrido. Tenía que resistir un minuto más con esa misma cadencia y potencia. No podía más. Miré por enésima ocasión el cronómetro, quedaban tres segundos. No quité los ojos del cronómetro que parecía saberse observado, porque esos últimos segundos fueron los más largos que he visto en mi vida. Cincuenta y ocho (no puedo más, sigue en cincuenta y ocho), Cincuenta y (exhalo) ocho (pero qué lentitud, joder), cin... (¿pero cuándo va a terminar esto?) cuenta y... (ya por favor) nueve... En algún momento posterior terminó el minuto. La lentitud del cronómetro era pasmosamente perceptible.
Como la mayoría de los humanos, creo (¿creía?) en la realidad del tiempo como algo independiente de mi experiencia. Así que naturalmente se me ocurrió un pensamiento exclamativo "¡Qué lento que pasa el tiempo cuando lo que más quieres es que se acabe!" El pensamiento venía acompañado de su análogo natural "¡Seguramente pasa veloz cuando lo que más quieres es que perdure, que se aletarge!" La explicación consecuente fue bastante predecible. "La experiencia del tiempo varía dependiendo de nuestras metas", pensé, muy convencido de mis ideas.
Todo iba bien hasta que se me ocurrió pensar en un ejemplo ilustrativo. "Seguramente" me dije, también en un tono muy autoconvencido, "si estuviese haciendo este mismo ejercicio con la meta no de concluir un cierto tiempo sino de alcanzar una distancia en menor tiempo, todo sería a la inversa. Seguramente para Nairo los segundos (¿minutos? veremos) que tarde en recorrer el último kilómetro del Alp D'Huez se irán volando." Pero si el ejemplo era convincente había dos explicaciones alternativas. O bien nuestra experiencia del tiempo depende de nuestras acciones y metas, o bien el tiempo mismo es dependiente de nuestras acciones y metas.
Ahí fue donde todo se fue al traste (o a la gloria) y alcancé la iluminación (o la oscuridad total). No sé por qué razón, pero lo único que se me ocurrió pensar, al imaginar a Nairo desesperado por lo rápido que se va el tiempo mientras escala los alpes en su bicicleta, lo único que me pasó por la frente fue eso, que el tiempo no tiene una realidad independiente de nuestra acciones, que la tela de la que está hecho el tiempo no es el espacio, ni los protones, ni las partículas subatómicas, sino nuestras acciones. Lo que siguió fue una lista de ocurrencias, unas más interesantes que otras, que a continuación transcribo sin ningún orden en particular:
- Si el tiempo está hecho de metas y acciones, entre más metas, menos tiempo.
- Para toda acción singular hay una infinidad de tiempo disponible.
- No existe tal cosa como no tener tiempo, sino sólo ese asfixiante terreno de querer hacer mucho (¿todo?) al momento.
- No hay nada más tranquilizador que hacer algo, sólo algo, un algo, un uno algo, sin pensar en tener que hacer algo más, un dos algo, que comúnmente comenzamos a hacer sin haber terminado el anterior.
- La clave para tener tiempo infinito y tranquilidad plena está en adiestrarnos para pensar en hacer sólo una cosa, esa cosa que estamos haciendo mientras estamos pensando qué hacer.
Y así seguí elucubrando, seguramente facilitado por la falta de oxígeno que me habían dejado más de treinta minutos de pedalear con una cadencia de 80 y 200 watts de promedio. Hasta que llegué a la ocurrencia que me empujó a escribir estas líneas:
- Cuando uno deja de mirar al tiempo como sustancia que se mueve, que viene y se va, y comienza a verlo como un espacio hecho de metas y acciones, entonces uno comienza a ver el tiempo desde arriba.
El tiempo lo hacemos, juntos y por separado, para poder actuar. Pero es un arma de doble filo. Paraliza cuando lo usamos de más, generalmente para hacer de más.
Me decidí entonces a escribir algo sobre el tema. ¿En qué consiste ver el tiempo desde arriba? ¿Cómo se logra? ¿Con desapego? ¿Meditación? ¿Respiraciones atentas y concienzudas? Durante dos meses no encontré respuesta alguna que mereciera la pena escribirla. Sólo venían a la mente ideas sumamente vagas acompañadas de metáforas, imágenes semi poéticas y recuerdos de lecciones budistas de mis años de estudiante. Nada útil, pues. Abandoné el tema, pero de tanto en tanto me volvía la frase a la cabeza. "¡Qué lindo suena!" me decía cada vez que la recordaba.
Meses después, hoy, para ser precisos, pude al fin entender lo que quise decirle a Gabriel. Como era de esperarse, lo entendí gastando mis últimos gramos de energía montado en la bicicleta. Debo decir que logré algo más que entenderlo, literalmente lo incorporé (aunque temo que no sea difícil de excorporar).
Alcanzaba ya la tercera cima del recorrido. Tenía que resistir un minuto más con esa misma cadencia y potencia. No podía más. Miré por enésima ocasión el cronómetro, quedaban tres segundos. No quité los ojos del cronómetro que parecía saberse observado, porque esos últimos segundos fueron los más largos que he visto en mi vida. Cincuenta y ocho (no puedo más, sigue en cincuenta y ocho), Cincuenta y (exhalo) ocho (pero qué lentitud, joder), cin... (¿pero cuándo va a terminar esto?) cuenta y... (ya por favor) nueve... En algún momento posterior terminó el minuto. La lentitud del cronómetro era pasmosamente perceptible.
Como la mayoría de los humanos, creo (¿creía?) en la realidad del tiempo como algo independiente de mi experiencia. Así que naturalmente se me ocurrió un pensamiento exclamativo "¡Qué lento que pasa el tiempo cuando lo que más quieres es que se acabe!" El pensamiento venía acompañado de su análogo natural "¡Seguramente pasa veloz cuando lo que más quieres es que perdure, que se aletarge!" La explicación consecuente fue bastante predecible. "La experiencia del tiempo varía dependiendo de nuestras metas", pensé, muy convencido de mis ideas.
Todo iba bien hasta que se me ocurrió pensar en un ejemplo ilustrativo. "Seguramente" me dije, también en un tono muy autoconvencido, "si estuviese haciendo este mismo ejercicio con la meta no de concluir un cierto tiempo sino de alcanzar una distancia en menor tiempo, todo sería a la inversa. Seguramente para Nairo los segundos (¿minutos? veremos) que tarde en recorrer el último kilómetro del Alp D'Huez se irán volando." Pero si el ejemplo era convincente había dos explicaciones alternativas. O bien nuestra experiencia del tiempo depende de nuestras acciones y metas, o bien el tiempo mismo es dependiente de nuestras acciones y metas.
Ahí fue donde todo se fue al traste (o a la gloria) y alcancé la iluminación (o la oscuridad total). No sé por qué razón, pero lo único que se me ocurrió pensar, al imaginar a Nairo desesperado por lo rápido que se va el tiempo mientras escala los alpes en su bicicleta, lo único que me pasó por la frente fue eso, que el tiempo no tiene una realidad independiente de nuestra acciones, que la tela de la que está hecho el tiempo no es el espacio, ni los protones, ni las partículas subatómicas, sino nuestras acciones. Lo que siguió fue una lista de ocurrencias, unas más interesantes que otras, que a continuación transcribo sin ningún orden en particular:
- Si el tiempo está hecho de metas y acciones, entre más metas, menos tiempo.
- Para toda acción singular hay una infinidad de tiempo disponible.
- No existe tal cosa como no tener tiempo, sino sólo ese asfixiante terreno de querer hacer mucho (¿todo?) al momento.
- No hay nada más tranquilizador que hacer algo, sólo algo, un algo, un uno algo, sin pensar en tener que hacer algo más, un dos algo, que comúnmente comenzamos a hacer sin haber terminado el anterior.
- La clave para tener tiempo infinito y tranquilidad plena está en adiestrarnos para pensar en hacer sólo una cosa, esa cosa que estamos haciendo mientras estamos pensando qué hacer.
Y así seguí elucubrando, seguramente facilitado por la falta de oxígeno que me habían dejado más de treinta minutos de pedalear con una cadencia de 80 y 200 watts de promedio. Hasta que llegué a la ocurrencia que me empujó a escribir estas líneas:
- Cuando uno deja de mirar al tiempo como sustancia que se mueve, que viene y se va, y comienza a verlo como un espacio hecho de metas y acciones, entonces uno comienza a ver el tiempo desde arriba.
El tiempo lo hacemos, juntos y por separado, para poder actuar. Pero es un arma de doble filo. Paraliza cuando lo usamos de más, generalmente para hacer de más.
Friday, June 19, 2015
Sobre la Pluralidad de Vidas
Mientras transitaba lo que sin mucha duda será uno de los peores momentos de mi vida, hace ocho años tuve la enferma ocurrencia de traducir un libro importante, sustancial, de gran peso, para darle sentido a mis días y evitar el desahucio.
Cinco años después mientras transitaba lo que sin mucha duda será uno de los periodos más oscuros y solitarios de mi vida, habiendo cambiado por completo de escenario, persona e intereses, con poca o ninguna razón para continuar por el camino con el que años atrás me identificaba, terminé al fin de traducir ese libro importante y sustancial que terminó por ser enorme. Se había acabo el proyecto y la motivación de esa enferma ocurrencia. Naturalmente, le siguió una fuerte depresión. Hasta que tuve una segunda ocurrencia, gradualmente menos patológica: relatar en términos puramente metafísicos, lo mucho que ese libro me había formado en esos cinco años de andar en los que, a excepción de unos cuantos amigos, lo único que permaneció a mi lado fue ese libro.
Noventa y seis páginas, dos cursos de licenciatura impartidos y catorce meses después, mientras transitaba lo que sin mucha duda será uno de los periodos más brillantes y acompañados de mi vida, habiendo cambiado una vez más de escenario, persona e intereses, con ninguna razón para continuar por el camino con el que poco tiempo atrás me identificaba, terminé al fin de escribir un estudio introductorio del importante libro que, al no poder ser importante como el libro, decidió ser sorprendente al presentar lo increíble (la idea central del libro) como algo muy natural.
Hoy, a ocho años de haber comenzado, a tres de haber concluido esa traducción y un año y medio después de terminar la sorprendente introducción, mientras transito el comienzo de una vida adulta feliz y plena, habiendo continuado el camino brillante de la compañía de Florencia, salió a la luz (al fin) el ejemplo concreto de cómo una idea enfermiza puede salvar vidas alcanzando grandes metas. Ahí.
Cinco años después mientras transitaba lo que sin mucha duda será uno de los periodos más oscuros y solitarios de mi vida, habiendo cambiado por completo de escenario, persona e intereses, con poca o ninguna razón para continuar por el camino con el que años atrás me identificaba, terminé al fin de traducir ese libro importante y sustancial que terminó por ser enorme. Se había acabo el proyecto y la motivación de esa enferma ocurrencia. Naturalmente, le siguió una fuerte depresión. Hasta que tuve una segunda ocurrencia, gradualmente menos patológica: relatar en términos puramente metafísicos, lo mucho que ese libro me había formado en esos cinco años de andar en los que, a excepción de unos cuantos amigos, lo único que permaneció a mi lado fue ese libro.
Noventa y seis páginas, dos cursos de licenciatura impartidos y catorce meses después, mientras transitaba lo que sin mucha duda será uno de los periodos más brillantes y acompañados de mi vida, habiendo cambiado una vez más de escenario, persona e intereses, con ninguna razón para continuar por el camino con el que poco tiempo atrás me identificaba, terminé al fin de escribir un estudio introductorio del importante libro que, al no poder ser importante como el libro, decidió ser sorprendente al presentar lo increíble (la idea central del libro) como algo muy natural.
Hoy, a ocho años de haber comenzado, a tres de haber concluido esa traducción y un año y medio después de terminar la sorprendente introducción, mientras transito el comienzo de una vida adulta feliz y plena, habiendo continuado el camino brillante de la compañía de Florencia, salió a la luz (al fin) el ejemplo concreto de cómo una idea enfermiza puede salvar vidas alcanzando grandes metas. Ahí.
Lewis, D., 2015. Sobre la Pluralidad de Mundos. México: IIFs-UNAM |
Thursday, June 11, 2015
El misterio de la "vida"
Hace unos días leía un artículo del NY Times sobre el misterio de Sagitario 'A', un punto en el centro de la Vía Láctea sospechado de ser un hoyo negro por tener una densidad de cuatro millones de soles y que, extrañamente, no emite luz alguna (los hoyos negros incineran todo lo que entra en ellos a una temperatura de billones de grados centígrados, generando así una gran candidad de luz). Para determinar si realmente se trata de un hoyo negro, fue necesario crear la red más grande de telescopios del mundo (Event Horizon Telescope) que va de España a Hawai pasando por Chile y México. Finalmente, hace unos meses, y tomando como punto central el Telescopio mexicano de Serria Negra (a unos kilómetros del Pico de Orizaba), se obtuvieron algo así como doscientos terabites de información sobre Sagitario 'A' en coordinación con la información de un hoyo negro conocido en la enorme galaxia M87, a millones de años luz.
Hay dos razones que explican por qué se trata de un misterio. Primero, dadas nuestras creencias (i.e., la teoría de la relatividad), un objeto con tanta densidad (cuatro millones de soles) debería ser un hoyo negro y comportarse como tal. Segundo, es algo complicado ver qué sucede con un punto en el universo situado a veintiseis mil años luz. El misterio es, pues, evidente: o bien tenemos un gran hoyo negro en el centro de nuestra galaxia o bien Einstein se equivocó y la teoría de la relatividad tiene predicciones falsas. Una aparente contradicción entre nuestras creencias y el universo, junto con nuestra obvia incapacidad de ir y ver qué pasa, generaban el misterio.
Todo esto inevitablemente me hizo pensar en el misterio de la vida humana, a saber, ¿por qué nos resulta tan misterioso esto de llevar una vida humana? No hay dudas, como la teoría de la relatividad frente al universo, la vida humana está llena de contradicciones no sólo frente al universo, sino frente a sí misma.
Lo más común y normal, el sustento de toda vida neurótica, es la contradicción entre nuestros deseos y el mundo. Somos los infantes de la evolución, no nos gusta que el mundo se oponga a nuestros deseos. Nos enfada que un huracán frustre nuestras vacaciones, que un volcán postponga nuestros vuelos y que la lluvia trastorne nuestros planes de tomar un café por la tarde con un amigo.
Pero también nos encontramos constantemente inmersos en la contradicción entre nuestros propios deseos. Somos los infantes de nuestra propia historia. Azotamos puertas y conjuramos pestes porque debemos ir a un compromiso al que, de buenas a primeras no queremos ir pero que, si lo pensamos desde esa otra perspectiva, desde esos otros deseos, al final sí queremos ir.
Todo esto explica el malestar de la vida humana. Pero sigue sin entenderse por qué la vida humana se nos hace un misterio. No sólo por el simple hecho de que ese malestar recién descrito, esa insatisfacción de los deseos frustrados, se resuelve siempre y cuando nos demos el lujo de madurar un poco (frente al universo y frente a nosotros mismos). Lo más enigmático del misterio de la vida humana es que, a diferencia del misterio de Sagitario 'A', la vida humana no está a miles de años luz de distancia. No está allá ni acullá, ni siquiera está a unos centímetros de nosotros. Tampoco está a unos minutos. No es ayer, ni es mañana. Para ver en qué consiste esto de llevar una vida humana no hace falta construir telescopios, planear proyectos, diseñar experimentos, ni recopilar datos. De hecho, no hace falta hacer nada. Ya estamos, todo el tiempo, ahí, viéndola.
De ahí que sea un grave misterio que la vida nos parezca un misterio. La contradicción es evidente. La tenemos ahí, de frente, todo el tiempo. La miramos, la olemos, la sentimos, la abrazamos, la escuchamos y pensamos y aún así confesamos a pie juntillas que no la conocemos. Nos encanta decir, infantilmente una vez más, que no sabemos bien a bien de qué se trata todo esto pero que alguien en algún lugar de la historia del mundo lo sabe. Que el sabio tal, gran anciano, lo sabe. Así logramos quitarnos de encima la obligación de volvernos adultos ante el mundo y aceptar que la vida es esto que vivimos, pensamos y decidimos todo el tiempo.
Surge así el incomprensible misterio de la necia y persistente creencia de que la vida es un misterio. Al igual que con Sagitario 'A', el misterio del "misterio de la vida" tiene una contradicción y una casi imposibilidad de resolución. Sabemos todo lo que hay que saber sobre la vida humana y aún así insistimos en no saber qué es. Pero no hay nada que podamos hacer más allá de estar vivos para descubrir lo que no queremos ver. No hay nada más que hacer, ni recorriendo millones de años luz encontraremos ese trozo de información que, teniéndolo presente todo el tiempo, decimos no tener.
La vida no es un plan a futuro, ni una segunda vida (como si eso no hiciera otro misterio), ni un sacrificio, ni una batalla, ni una carrera, ni un proyecto, ni la búsqueda de la justicia, el amor, la belleza, la decencia, la felicidad, la riqueza, la humildad, la paz o la democracia. Vivir es repirar, comer, beber, cagar, mear, pensar, hablar, sentir, caminar, mirar y coger. Quizás poco más.
Hay dos razones que explican por qué se trata de un misterio. Primero, dadas nuestras creencias (i.e., la teoría de la relatividad), un objeto con tanta densidad (cuatro millones de soles) debería ser un hoyo negro y comportarse como tal. Segundo, es algo complicado ver qué sucede con un punto en el universo situado a veintiseis mil años luz. El misterio es, pues, evidente: o bien tenemos un gran hoyo negro en el centro de nuestra galaxia o bien Einstein se equivocó y la teoría de la relatividad tiene predicciones falsas. Una aparente contradicción entre nuestras creencias y el universo, junto con nuestra obvia incapacidad de ir y ver qué pasa, generaban el misterio.
Todo esto inevitablemente me hizo pensar en el misterio de la vida humana, a saber, ¿por qué nos resulta tan misterioso esto de llevar una vida humana? No hay dudas, como la teoría de la relatividad frente al universo, la vida humana está llena de contradicciones no sólo frente al universo, sino frente a sí misma.
Lo más común y normal, el sustento de toda vida neurótica, es la contradicción entre nuestros deseos y el mundo. Somos los infantes de la evolución, no nos gusta que el mundo se oponga a nuestros deseos. Nos enfada que un huracán frustre nuestras vacaciones, que un volcán postponga nuestros vuelos y que la lluvia trastorne nuestros planes de tomar un café por la tarde con un amigo.
Pero también nos encontramos constantemente inmersos en la contradicción entre nuestros propios deseos. Somos los infantes de nuestra propia historia. Azotamos puertas y conjuramos pestes porque debemos ir a un compromiso al que, de buenas a primeras no queremos ir pero que, si lo pensamos desde esa otra perspectiva, desde esos otros deseos, al final sí queremos ir.
Todo esto explica el malestar de la vida humana. Pero sigue sin entenderse por qué la vida humana se nos hace un misterio. No sólo por el simple hecho de que ese malestar recién descrito, esa insatisfacción de los deseos frustrados, se resuelve siempre y cuando nos demos el lujo de madurar un poco (frente al universo y frente a nosotros mismos). Lo más enigmático del misterio de la vida humana es que, a diferencia del misterio de Sagitario 'A', la vida humana no está a miles de años luz de distancia. No está allá ni acullá, ni siquiera está a unos centímetros de nosotros. Tampoco está a unos minutos. No es ayer, ni es mañana. Para ver en qué consiste esto de llevar una vida humana no hace falta construir telescopios, planear proyectos, diseñar experimentos, ni recopilar datos. De hecho, no hace falta hacer nada. Ya estamos, todo el tiempo, ahí, viéndola.
De ahí que sea un grave misterio que la vida nos parezca un misterio. La contradicción es evidente. La tenemos ahí, de frente, todo el tiempo. La miramos, la olemos, la sentimos, la abrazamos, la escuchamos y pensamos y aún así confesamos a pie juntillas que no la conocemos. Nos encanta decir, infantilmente una vez más, que no sabemos bien a bien de qué se trata todo esto pero que alguien en algún lugar de la historia del mundo lo sabe. Que el sabio tal, gran anciano, lo sabe. Así logramos quitarnos de encima la obligación de volvernos adultos ante el mundo y aceptar que la vida es esto que vivimos, pensamos y decidimos todo el tiempo.
Surge así el incomprensible misterio de la necia y persistente creencia de que la vida es un misterio. Al igual que con Sagitario 'A', el misterio del "misterio de la vida" tiene una contradicción y una casi imposibilidad de resolución. Sabemos todo lo que hay que saber sobre la vida humana y aún así insistimos en no saber qué es. Pero no hay nada que podamos hacer más allá de estar vivos para descubrir lo que no queremos ver. No hay nada más que hacer, ni recorriendo millones de años luz encontraremos ese trozo de información que, teniéndolo presente todo el tiempo, decimos no tener.
La vida no es un plan a futuro, ni una segunda vida (como si eso no hiciera otro misterio), ni un sacrificio, ni una batalla, ni una carrera, ni un proyecto, ni la búsqueda de la justicia, el amor, la belleza, la decencia, la felicidad, la riqueza, la humildad, la paz o la democracia. Vivir es repirar, comer, beber, cagar, mear, pensar, hablar, sentir, caminar, mirar y coger. Quizás poco más.
Thursday, June 04, 2015
Psicoanálisis representacional
Entre más me analizo más me convenzo de que la visión freudiana de la mente tiene mucho, mucho, de razón. Esto bien puede no ser más que una sana consecuencia del análisis. Me sirve. Pero, si esto es todo, también es bastante. Si la teoría sirve, diría Peirce, algo de verdad debe tener.
Reciéntemente logré entender al psicoanálisis, o algo como el psicoanálisis, desde una perspectiva mucho más cercana a mi formación profesional: el psicoanálisis como una teoría de la mente. Con esto pretendo hacer referencia a dos sentidos aparentemente distintas pero necesariamente asociados, de una misma capacidad, a saber, la de explicar la conducta de las personas adscribiéndoles estados mentales. Los filósofos le llaman "teoría ordinaria" o "folclórica" de la mente. Los psicólogos le llaman "Mecanismo de teoría de la mente". Ambos hablan de lo mismo, a saber, la capacidad natural que tenemos de adscribir creencias, deseos, fobias y miedos a los demás.
Visto así, parece más bien simple la manera en que psicoanálisis forma parte de la teoría de la mente. Ambos, psicoanálisis y teoría ordinaria, asumen que las personas actuamos con base en nuestras creencias y deseos. Pero hace falta hilar más fino si lo que queremos es explicar con cierta adecuación la conducta de las personas. Si queremos explicar no sólo por qué se sirve un vaso de agua y lo bebe, sino también por qué le dan taquicardias por la noche, por qué se angustia al quedarse solo y por qué una vez que se sienta detrás del volante se convierte en un monstruo intolerante e irreconocible, necesitamos apelar, nos dice el psicoanálisis, a creencias, deseos y otras representaciones mentales a las que las personas no tienen acceso fácil y voluntario.
Esa es la primera gran aportación del psicoanálisis a la teoría representacional de la mente. Consiste simplemente en notar que no todas las creencias y deseos que mueven a las personas son creencias y deseos comprensibles por la persona, ya sea porque se reprimen o porque se ocultan.
Pero hay una segunda lección. Una vez que aceptamos la distinción anterior podemos distinguir entre distintos tipos de representaciones que alimentan la maquinaria motivacional del individuo. Por un lado tenemos la identificaciones. Algunos creen que son sus padres. Otros creen que son sus madres. Y el resto enfrenta serios problemas psicopatológicos. Por otro lado tenemos las fobias. Algunos creen que en cualquier momento los van a matar o les va a caer un edificio encima; otros creen que en cualquier momento van a matar su familia o les va a caer un edificio encima. Los demás están en las manos de algún psicoterapeuta.
Obviamente, el psicoanálisis hace algo más que ayudarnos a adscribir esos estados mentales que los demás no suelen adscribir (y nosotros tampoco). La meta principal es aliviar las tensiones entre representaciones, tanto entre las no disponibles y las ocurrentes, como entre unas y otras que no están disponibles. Pero para entender todo esto hace falta pensar que de lo que se trata es, al final del día, de representaciones mentales que formamos naturalmente los humanos. Visto así, podemos entender al psicoanálisis como cumpliendo una función doble. Primero, identifica los contenidos ocultos. Segundo resuelve las contradicciones. Es, al final del día, una suerte de lógica médica de profunda complejidad. Hace falta algo de arqueólogo, pero también de filósofo, para ejercer virtuosamente el aparato medicinal de los estados mentales representacionales.
Reciéntemente logré entender al psicoanálisis, o algo como el psicoanálisis, desde una perspectiva mucho más cercana a mi formación profesional: el psicoanálisis como una teoría de la mente. Con esto pretendo hacer referencia a dos sentidos aparentemente distintas pero necesariamente asociados, de una misma capacidad, a saber, la de explicar la conducta de las personas adscribiéndoles estados mentales. Los filósofos le llaman "teoría ordinaria" o "folclórica" de la mente. Los psicólogos le llaman "Mecanismo de teoría de la mente". Ambos hablan de lo mismo, a saber, la capacidad natural que tenemos de adscribir creencias, deseos, fobias y miedos a los demás.
Visto así, parece más bien simple la manera en que psicoanálisis forma parte de la teoría de la mente. Ambos, psicoanálisis y teoría ordinaria, asumen que las personas actuamos con base en nuestras creencias y deseos. Pero hace falta hilar más fino si lo que queremos es explicar con cierta adecuación la conducta de las personas. Si queremos explicar no sólo por qué se sirve un vaso de agua y lo bebe, sino también por qué le dan taquicardias por la noche, por qué se angustia al quedarse solo y por qué una vez que se sienta detrás del volante se convierte en un monstruo intolerante e irreconocible, necesitamos apelar, nos dice el psicoanálisis, a creencias, deseos y otras representaciones mentales a las que las personas no tienen acceso fácil y voluntario.
Esa es la primera gran aportación del psicoanálisis a la teoría representacional de la mente. Consiste simplemente en notar que no todas las creencias y deseos que mueven a las personas son creencias y deseos comprensibles por la persona, ya sea porque se reprimen o porque se ocultan.
Pero hay una segunda lección. Una vez que aceptamos la distinción anterior podemos distinguir entre distintos tipos de representaciones que alimentan la maquinaria motivacional del individuo. Por un lado tenemos la identificaciones. Algunos creen que son sus padres. Otros creen que son sus madres. Y el resto enfrenta serios problemas psicopatológicos. Por otro lado tenemos las fobias. Algunos creen que en cualquier momento los van a matar o les va a caer un edificio encima; otros creen que en cualquier momento van a matar su familia o les va a caer un edificio encima. Los demás están en las manos de algún psicoterapeuta.
Obviamente, el psicoanálisis hace algo más que ayudarnos a adscribir esos estados mentales que los demás no suelen adscribir (y nosotros tampoco). La meta principal es aliviar las tensiones entre representaciones, tanto entre las no disponibles y las ocurrentes, como entre unas y otras que no están disponibles. Pero para entender todo esto hace falta pensar que de lo que se trata es, al final del día, de representaciones mentales que formamos naturalmente los humanos. Visto así, podemos entender al psicoanálisis como cumpliendo una función doble. Primero, identifica los contenidos ocultos. Segundo resuelve las contradicciones. Es, al final del día, una suerte de lógica médica de profunda complejidad. Hace falta algo de arqueólogo, pero también de filósofo, para ejercer virtuosamente el aparato medicinal de los estados mentales representacionales.
Monday, June 01, 2015
Humanidad reptiliana
Peatones en espera de una pizza gratis. La fila continúa por veinte metros hacia la derecha. Copilco, junio 2015. |
En los años 60 MacLean propuso entender al cerebro humano como compuesto por tres estructuras anatómicas evolutivamente diferenciadas: cerebro reptiliano, cerebro límbico (o premamario) y cerebro nuevo (o neomamario). Los primeros dos son resultado de la evolución cerebral desde reptiles hasta animales intermedios (en términos de cognición cerebral) entre mamíferos y reptiles. El neocortex es, como ya sabemos, lo que nos caracteriza a los humanos.
Hoy día prácticamente nadie (en la academia) sigue la propuesta triúnica de MacLean, pero esto no implica que deje de tener utilidad. Nos sirve, por ejemplo, para explicar conductas humanas que de otra manera no podríamos explicar. Si tenemos actos que resulta del procesamiento del neocortex (basados en creencias y deseos sopesados), también tendremos algunos que resultan del procesamiento del sistema límibico (basados principalmente en emociones dirigidas a la alimentación y la reproducción) y otros del procesamiento del cerebro reptiliano (principalmente reacciones defensivas, amenazas, territorialidad, etc.)
Más allá de su (in)utilidad en la academia, la postulación de algo como un cerebro límbico o reptiliano, y con él la idea de una conducta y un procesamiento (pues no puede ser pensamiento) límbico o reptiliano, ayuda mucho a entender fenómenos sociales típicos de una gran urbe, como la ciudad de México. Podemos entender, por ejemplo, por qué los conductorres tocan la bocina incesamente, por qué arriesgan sus vidas y las de otros cruzando un semáforo en rojo, por qué arriesgan sus vidas y las de otros al tener sexo sin protección, por qué se angustian ante la idea de permanecer inmóviles en fila (del banco, del super, del tráfico) por más de 30 segundos y por qué, por sinalmente, se mantienen de pie durante más de dos horas, junto con otras ochenta personas, esperando recibir una pizza gratis.
No hay otra opción. O los humanos actuamos en ocasiones (¿muchas?) como reptiles porque somos medio reptiles, o bien somos animales a los que de pronto se les desconecta el cerebro y la capacidad de hacer modus ponens en las circunstancias más básicas.
Friday, May 29, 2015
De buitres a buitres
Se sabe que los buitres son aves rapaces, falconiformes dicen por ahí, que se alimentan principalmente de carroña. Muere un animal y el buitre se lo desayuna.
Se sabe, también, que los buitres son seres humanos que se florecen a costa de la muerte de otras personas. A diferencia de las aves falconiformes, los buitres humanos son altamente engañosos y dañinos. En primer lugar, no tienen una fisiología determinada. No es posible ver a alguien en el rostro e identificar un buitre. En segundo lugar, a diferencia de las aves, los buitres humanos no se alimentan de los muertos, sino de la vida que dejaron los muertos en su camino. Por ejemplo, se llevan la cafetera que dejo el muertito, sin pagarla, el seguro de vida, sin pagarlo, o el restaurante, también sin pagarlo.
Dada la gran complejidad de los humanos es posible encontrar entre ellos un segundo tipo de buitre. Se trata de un humano igualmente rapaz que no tiene presente en su mente su rapacidad. Estos buitres humanos suelen ir en busca ya no de los bienes materiales dejados por el difunto, sino de los demás seres humanos que han quedado en el camino.
Estos buitres se alimentan de la vida, por paradójico que resulte, que ha resultado de la muerte o de un gran dolor. Su accionar puede cubrirse de múltiples mantos, pero siempre va al mismo punto. Asume, de entrada, que el sobreviviente es una suerte de discapacitado. Ha quedado ahí, sólo, y necesita ayuda. Decide sin consultar a nadie, segundo paso, que remplazará a los difuntos cumpliendo sus papeles.
En consecuencia, pasa la vida, los años o meses necesarios, asumiendo una relación de dependencia asimétrica entre él (el buitre) y el sobreviviente. De ahí que cuando el sobreviviente decide poner un alto el buitre se ofende. Hacer algo sin el dictado rapaz resulta, obviamente, en un insulto, un acto de ingratitud ante alguien que ha entregado su vida por el discapacitado.
La respuesta rapaz es obvia y razonable. El buitre parte de la presuposición de que el sobreviviente es un discapacitado, ergo, incapaz de decidir correctamente, incapaz de guiar su vida correctamente, incapaz de ser feliz por sí mismo. De manera que, haga lo que haga, cometerá un error, más aún si lo que hace es alejarse del amable buitre. Todo lo cual vuelve más insultante el acto de sublevación del sobreviviente, prefiere joderse la vida a reconocer al buitre que tanto lo ha protegido y cobijado a lo largo de los años. Acto seguido, el buitre muerde, rasguña, desgarra. No puede permitirse reconocerse como buitre, no puede aceptar que el discapacitado no lo era tanto. Inimaginable pensar que su paracitismo nunca fue solicitado.
Resulta recomendable tener en claro la taxonomía rapaz. No vaya a ser que nos topemos con un buitre de esos que se envuelven en el manto del salvamento de los pobres y necesitados. O, peor aún, no vaya a ser que nos convirtamos en uno de ellos.
Se sabe, también, que los buitres son seres humanos que se florecen a costa de la muerte de otras personas. A diferencia de las aves falconiformes, los buitres humanos son altamente engañosos y dañinos. En primer lugar, no tienen una fisiología determinada. No es posible ver a alguien en el rostro e identificar un buitre. En segundo lugar, a diferencia de las aves, los buitres humanos no se alimentan de los muertos, sino de la vida que dejaron los muertos en su camino. Por ejemplo, se llevan la cafetera que dejo el muertito, sin pagarla, el seguro de vida, sin pagarlo, o el restaurante, también sin pagarlo.
Dada la gran complejidad de los humanos es posible encontrar entre ellos un segundo tipo de buitre. Se trata de un humano igualmente rapaz que no tiene presente en su mente su rapacidad. Estos buitres humanos suelen ir en busca ya no de los bienes materiales dejados por el difunto, sino de los demás seres humanos que han quedado en el camino.
Estos buitres se alimentan de la vida, por paradójico que resulte, que ha resultado de la muerte o de un gran dolor. Su accionar puede cubrirse de múltiples mantos, pero siempre va al mismo punto. Asume, de entrada, que el sobreviviente es una suerte de discapacitado. Ha quedado ahí, sólo, y necesita ayuda. Decide sin consultar a nadie, segundo paso, que remplazará a los difuntos cumpliendo sus papeles.
En consecuencia, pasa la vida, los años o meses necesarios, asumiendo una relación de dependencia asimétrica entre él (el buitre) y el sobreviviente. De ahí que cuando el sobreviviente decide poner un alto el buitre se ofende. Hacer algo sin el dictado rapaz resulta, obviamente, en un insulto, un acto de ingratitud ante alguien que ha entregado su vida por el discapacitado.
La respuesta rapaz es obvia y razonable. El buitre parte de la presuposición de que el sobreviviente es un discapacitado, ergo, incapaz de decidir correctamente, incapaz de guiar su vida correctamente, incapaz de ser feliz por sí mismo. De manera que, haga lo que haga, cometerá un error, más aún si lo que hace es alejarse del amable buitre. Todo lo cual vuelve más insultante el acto de sublevación del sobreviviente, prefiere joderse la vida a reconocer al buitre que tanto lo ha protegido y cobijado a lo largo de los años. Acto seguido, el buitre muerde, rasguña, desgarra. No puede permitirse reconocerse como buitre, no puede aceptar que el discapacitado no lo era tanto. Inimaginable pensar que su paracitismo nunca fue solicitado.
Resulta recomendable tener en claro la taxonomía rapaz. No vaya a ser que nos topemos con un buitre de esos que se envuelven en el manto del salvamento de los pobres y necesitados. O, peor aún, no vaya a ser que nos convirtamos en uno de ellos.
Thursday, May 28, 2015
El interés de la argumentación
Hoy Florencia me enseñó con toda claridad por qué las exigencias filosóficas puramente teóricas, desapegadas de cualquier interés práctico, son absolutamente inanes. Aquí mi manera de exponer la lección.
En sus Tropos Agripa nos ofrece el siguiente trilema:
1) Toda creencia tiene o no justificación.
2) Si no la tiene es inaceptable.
3) Si la tiene la justificación misma tiene o no justificación.
4) Si no la tiene es inaceptable, volviendo inaceptable a la creencia original.
5) Si la tiene, esa segunda justificación tiene o no justificación.
6) Si no la tiene es inaceptable.
7) Si la tiene puede ser o bien que haya una tercera justificación o bien que se justifique en una justificación anterior o en la creencia original.
8) Si hay una tercera justificación, caemos en un regreso al infinito.
9) Si se justifica en una justificación anterior o en la creencia original, caemos en un razonamiento circular.
Conclusión: Nuestras creencias necesariamente son:
Opción 1: inaceptables, por carecer de justificación;
Opción 2: inaceptables, por dar lugar a un regreso al infinito; o bien
Opción 3: inaceptables, por incurrir en un razonamiento circular.
Pase lo que pase, nuestras creencias son necesariamente inaceptables.
Más allá de cómo debamos entender el trilema, es claro que podemos plantear el siguiente contratrilema.
1) Toda exigencia de dar una justificación es una petición que tiene o no justificación.
2) Si no la tiene es una exigencia inaceptable.
3) Si la tiene la justificación misma de la exigencia tiene o no justificación.
4) Si no la tiene es inaceptable, volviendo inaceptable a la exigencia original de dar justificación.
5) Si la tiene, esa segunda justificación tiene o no justificación.
6) Si no la tiene es inaceptable.
7) Si la tiene puede ser o bien que haya una tercera justificación o bien que se justifique en una justificación anterior o en la exigencia original de dar justificación.
8) Si hay una tercera justificación, caemos en un regreso al infinito.
9) Si se justifica en una justificación anterior o en la exigencia original de dar justificación, caemos en un razonamiento circular.
Conclusión: Nuestras exigencias de dar justificaciones necesariamente son:
Opción 1: inaceptables, por carecer de justificación;
Opción 2: inaceptables, por dar lugar a un regreso al infinito; o bien
Opción 3: inaceptables, por incurrir en un razonamiento circular.
Pase lo que pase, nuestras exigencias de dar justificaciones son inaceptables.
Moraleja: ni las justificaciones ni las exigencias de dar justificaciones, tienen sentido por sí mismas. Lo mismo sucede con los argumentos, las razones, las pruebas y las teorías. Si no tenemos en claro cuál es el interés práctico que buscamos, todos nuestros argumentos, objeciones, razones y explicaciones serán inútiles.
Ni en filosofía, ni en ética, ni en política, ni en derecho hay nada que se sostenga con independencia de algún interés práctico. El desinterés, la objetividad, la imparcialidad y la neutralidad no son sino máscaras al servicio del autoengaño.
En sus Tropos Agripa nos ofrece el siguiente trilema:
1) Toda creencia tiene o no justificación.
2) Si no la tiene es inaceptable.
3) Si la tiene la justificación misma tiene o no justificación.
4) Si no la tiene es inaceptable, volviendo inaceptable a la creencia original.
5) Si la tiene, esa segunda justificación tiene o no justificación.
6) Si no la tiene es inaceptable.
7) Si la tiene puede ser o bien que haya una tercera justificación o bien que se justifique en una justificación anterior o en la creencia original.
8) Si hay una tercera justificación, caemos en un regreso al infinito.
9) Si se justifica en una justificación anterior o en la creencia original, caemos en un razonamiento circular.
Conclusión: Nuestras creencias necesariamente son:
Opción 1: inaceptables, por carecer de justificación;
Opción 2: inaceptables, por dar lugar a un regreso al infinito; o bien
Opción 3: inaceptables, por incurrir en un razonamiento circular.
Pase lo que pase, nuestras creencias son necesariamente inaceptables.
Más allá de cómo debamos entender el trilema, es claro que podemos plantear el siguiente contratrilema.
1) Toda exigencia de dar una justificación es una petición que tiene o no justificación.
2) Si no la tiene es una exigencia inaceptable.
3) Si la tiene la justificación misma de la exigencia tiene o no justificación.
4) Si no la tiene es inaceptable, volviendo inaceptable a la exigencia original de dar justificación.
5) Si la tiene, esa segunda justificación tiene o no justificación.
6) Si no la tiene es inaceptable.
7) Si la tiene puede ser o bien que haya una tercera justificación o bien que se justifique en una justificación anterior o en la exigencia original de dar justificación.
8) Si hay una tercera justificación, caemos en un regreso al infinito.
9) Si se justifica en una justificación anterior o en la exigencia original de dar justificación, caemos en un razonamiento circular.
Conclusión: Nuestras exigencias de dar justificaciones necesariamente son:
Opción 1: inaceptables, por carecer de justificación;
Opción 2: inaceptables, por dar lugar a un regreso al infinito; o bien
Opción 3: inaceptables, por incurrir en un razonamiento circular.
Pase lo que pase, nuestras exigencias de dar justificaciones son inaceptables.
Moraleja: ni las justificaciones ni las exigencias de dar justificaciones, tienen sentido por sí mismas. Lo mismo sucede con los argumentos, las razones, las pruebas y las teorías. Si no tenemos en claro cuál es el interés práctico que buscamos, todos nuestros argumentos, objeciones, razones y explicaciones serán inútiles.
Ni en filosofía, ni en ética, ni en política, ni en derecho hay nada que se sostenga con independencia de algún interés práctico. El desinterés, la objetividad, la imparcialidad y la neutralidad no son sino máscaras al servicio del autoengaño.
Wednesday, May 27, 2015
Los Grondona
Aquí un cuadro de familia.
Julio Humberto Grondona presidió la Asociación del Futbol Argentino durante más de 25 años, alguna dictadura y varios presidentes de por medio. Entre otras cosas, creó su propio equipo de futbol, el Arsenal de Sarandí. Humberto Grondona, su hijo, presidente de Arsenal, es hoy día director técnico de la selección Argentina de Futbol sub-20.
La semana pasada Grondona hijo, en respuesta al desastre deshumanizante del Boca - River, afirmó:
"Si mi viejo estuviese vivo, el partido hubiese seguido a las 48 horas". [ver]
Hoy, sabemos, el departamento de justicia yankee detuvo con su largo brazo a siete altos funcionarios de FIFA investigados por fraude y lavado de dinero. En respuesta a esto, Humberto Grondona hijo declaró en una entrevista al diario Clarín:
"No me sorprende. Por lo que hablé en su momento con mi padre, sabíamos de ciertas irregularidades que se habían sucedido con las elecciones de las ciudades para el Mundial". [ver]
Unas horas más tarde, el departamento de justicia yankee se encargó de aclararnos por qué a Humberto Grondona hijo no le sorprende la noticia:
"La fiscalía estadounidense, que golpeó hoy duramente a la FIFA, acusa en su informe a Julio Humberto Grondona de haber recibido en 2013 quince millones de dólares de coima por la comercialización de las Copas América de 2015, 2016, 2019 y 2023." [ver]
¡Qué bonita familia!
Julio Humberto Grondona presidió la Asociación del Futbol Argentino durante más de 25 años, alguna dictadura y varios presidentes de por medio. Entre otras cosas, creó su propio equipo de futbol, el Arsenal de Sarandí. Humberto Grondona, su hijo, presidente de Arsenal, es hoy día director técnico de la selección Argentina de Futbol sub-20.
La semana pasada Grondona hijo, en respuesta al desastre deshumanizante del Boca - River, afirmó:
"Si mi viejo estuviese vivo, el partido hubiese seguido a las 48 horas". [ver]
Hoy, sabemos, el departamento de justicia yankee detuvo con su largo brazo a siete altos funcionarios de FIFA investigados por fraude y lavado de dinero. En respuesta a esto, Humberto Grondona hijo declaró en una entrevista al diario Clarín:
"No me sorprende. Por lo que hablé en su momento con mi padre, sabíamos de ciertas irregularidades que se habían sucedido con las elecciones de las ciudades para el Mundial". [ver]
Unas horas más tarde, el departamento de justicia yankee se encargó de aclararnos por qué a Humberto Grondona hijo no le sorprende la noticia:
"La fiscalía estadounidense, que golpeó hoy duramente a la FIFA, acusa en su informe a Julio Humberto Grondona de haber recibido en 2013 quince millones de dólares de coima por la comercialización de las Copas América de 2015, 2016, 2019 y 2023." [ver]
¡Qué bonita familia!
Sunday, May 24, 2015
Juego, ficción y deshumanización
Hace poco más de una semana sucedió lo inimaginable. A punto de comenzar el segundo tiempo de un partido de futbol, un grupo de fanáticos destruyó una reja y un tunel protector para atacar con gas pimienta a los jugadores del equipo enemigo. Los jugadores afectados presentaron quemaduras en piel y ojos. Minutos después, sucedió lo inesperado. El árbitro del partido no sabía si suspender o no el juego. Treinta minutos después sucedió lo increíble. El árbitro seguía sin saber si suspender o no. El presidente del equipo contrario entró a la cancha a ver a sus jugadores. El director técnico el equipo local corrió indignado a la cancha. Después de mostrar que tiene suficientes pectorales y biceps para golpear al presidente del equipo contrario ordenó a su equipo tomar su lugar en el campo de juego a listarse para jugar.
Una hora después de lo inimaginable sucedió lo más triste, deleznable, repugnante y ofensivo. Al fin se dieron cuenta de que no se puede jugar el futbol (o a cualquier cosa) si consideras que tu integridad física (no se diga moral) está en peligro; menos aún si tu vista y tu salud en general están comprometidas. Pero aún después de tomarse una hora en darse cuenta de que, en efecto, no se puede jugar gaseado, los jugadores del equipo local seguían sin darse cuenta de que los quemados y ciegos eran seres humanos. Noventa minutos después de lo inimaginable el equipo atacado seguía en el campo porque no tenían garantizado que al salir no los fueran a golpear. Los fanáticos seguían en las gradas, arrojando proyectiles en su contra. Y después de todo, después del ataque, después de la duda, después de la ofensa, el equipo local decidió no acompañar al equipo ofendido en su camino a los vestidores. Al contrario, se quedaron en el campo a felicitar a sus fanáticos, pues hicieron un gran papel.
Lo que sucedió en la bombonera la noche del jueves 14 de mayo de 2015 fue una muestra de la gran facilidad con la que los seres humanos son capaces de deshumanizarse deshumanizando a los otros. En cualquier situación un ser humano busca ayudar a otro que ha sido atacado, golpeado, quemado o lastimado. Uno se cae por la calle y otro lo levanta. Uno tropieza con la bicicleta y otros detienen el tráfico. Esto simplemente no sucede cuando el contexto es tal que se asume que el otro es otro, no un ser humano, sino un enemigo, un opositor, un obstáculo para la felicidad de uno. Éste, normalmente, es un contexto que no debería existir aunque constantemente se repite, supongo, en una guerra.
La pregunta es, ¿por qué sucede en un campo de juego? ¿Acaso será que no nos alcanzan las neuronas para distinguir entre un juego y la realidad que lo sustenta? ¿Acaso tenemos el cerebro tan lleno de pasta sin textura que no podemos si quiera deternos y pensar un segundo que los que juegan son seres humanos y no, digamos, soldaditos de plástico que podemos patear, arrastrar e incluso incendiar sin mayores consecuencias?
La incapacidad de distinguir la ficción de la realidad es una marca característica de subnormalidad cognitiva. Pero también lo es de subnormalidad moral. Una vez que resulta aceptable gasear al oponente y aún así esperar que el juego siga nos hemos inscrito en la parte más oscura de la historia de la humanidad, esa parte que permite torturar en nombre de dios, fabricar genocidios en busca de la tierra santa, de la pureza de espíritu, la homogeneidad social o simplemente para evitar una derrota en casa ante el más acérrimo de los enemigos en un partido de futbol.
La deshumanización no pasa sólo por quitarle al otro sus rasgos más humanos, sino también, y principalmente, por inventarse uno mismo una ficción igualmente deshumanizante que lo convierte a uno mismo en un monstruo ciego, sordo, estúpido y brutal capaz de hacerlo todo por ganar.
Una hora después de lo inimaginable sucedió lo más triste, deleznable, repugnante y ofensivo. Al fin se dieron cuenta de que no se puede jugar el futbol (o a cualquier cosa) si consideras que tu integridad física (no se diga moral) está en peligro; menos aún si tu vista y tu salud en general están comprometidas. Pero aún después de tomarse una hora en darse cuenta de que, en efecto, no se puede jugar gaseado, los jugadores del equipo local seguían sin darse cuenta de que los quemados y ciegos eran seres humanos. Noventa minutos después de lo inimaginable el equipo atacado seguía en el campo porque no tenían garantizado que al salir no los fueran a golpear. Los fanáticos seguían en las gradas, arrojando proyectiles en su contra. Y después de todo, después del ataque, después de la duda, después de la ofensa, el equipo local decidió no acompañar al equipo ofendido en su camino a los vestidores. Al contrario, se quedaron en el campo a felicitar a sus fanáticos, pues hicieron un gran papel.
Lo que sucedió en la bombonera la noche del jueves 14 de mayo de 2015 fue una muestra de la gran facilidad con la que los seres humanos son capaces de deshumanizarse deshumanizando a los otros. En cualquier situación un ser humano busca ayudar a otro que ha sido atacado, golpeado, quemado o lastimado. Uno se cae por la calle y otro lo levanta. Uno tropieza con la bicicleta y otros detienen el tráfico. Esto simplemente no sucede cuando el contexto es tal que se asume que el otro es otro, no un ser humano, sino un enemigo, un opositor, un obstáculo para la felicidad de uno. Éste, normalmente, es un contexto que no debería existir aunque constantemente se repite, supongo, en una guerra.
La pregunta es, ¿por qué sucede en un campo de juego? ¿Acaso será que no nos alcanzan las neuronas para distinguir entre un juego y la realidad que lo sustenta? ¿Acaso tenemos el cerebro tan lleno de pasta sin textura que no podemos si quiera deternos y pensar un segundo que los que juegan son seres humanos y no, digamos, soldaditos de plástico que podemos patear, arrastrar e incluso incendiar sin mayores consecuencias?
La incapacidad de distinguir la ficción de la realidad es una marca característica de subnormalidad cognitiva. Pero también lo es de subnormalidad moral. Una vez que resulta aceptable gasear al oponente y aún así esperar que el juego siga nos hemos inscrito en la parte más oscura de la historia de la humanidad, esa parte que permite torturar en nombre de dios, fabricar genocidios en busca de la tierra santa, de la pureza de espíritu, la homogeneidad social o simplemente para evitar una derrota en casa ante el más acérrimo de los enemigos en un partido de futbol.
La deshumanización no pasa sólo por quitarle al otro sus rasgos más humanos, sino también, y principalmente, por inventarse uno mismo una ficción igualmente deshumanizante que lo convierte a uno mismo en un monstruo ciego, sordo, estúpido y brutal capaz de hacerlo todo por ganar.
Friday, May 22, 2015
Agua
Ciudad Universitaria, Las Islas, mayo 22, 2015 |
Hoy sucedió algo fuera de lo normal, signifique eso lo que signifique.
Minutos antes de las 8 am llegaron, acomopañadas por vehículos de "seguridad UNAM" de la DGSG, al menos siete pipas de agua, con capacidad de entre diez mil y veinte mil litros, a vertir su contenido completo sobre el parque de las islas, en el campus central de Ciudad Universitaria.
Todo sucedió en cosa de minutos mientras llovía, con el cielo repleto de nubes, a la vez que los aspersores automáticos del parque regaban el pasto que ya estaba inundado por las lluvias de anoche.
Y como si esto no fuera suficientemente extraño, todas las pipas tenían pintado en ambos costados el lema "AGUA POTABLE. Al servicio exclusivo de la Delegación ( ). Prohibida su venta". Todas y cada una de las pipas tenía tapado el nombre de la delegación a la que sirven con falsa exclusividad con cartulinas que poco a poco perdían su batalla ante la lluvia.
Sigo sin formarme una explicación minimamente aceptable de lo que pasó.
Wednesday, May 06, 2015
Monday, May 04, 2015
Problemas metafísicos de la vida ordinaria
La invención de la propiedad privada es un tema muy gastado ya en occidente. Desde todos los puntos de vista. Menos el más básico y, por ende, importante: el metafísico. Se le critica y alaba desde la moral, la política y la economía. No falta quien hable, a favor y en contra, desde el nicho mismo de la psique. Pero pocos suelen discutir lo problemática que es metafísicamente la noción misma.
La propiedad privada no es una propiedad de las cosas. En su mejor cara es una relación que guarda una persona (individual o colectiva) sobre una cosa. No hay nada en ese auto, esa casa, o esa pirámide, que explique por qué le pertenece a Juan, Pedro o a México (otra entidad dudosa cuya discusión dejaré para después). Lo que hace que un auto sea propiedad privada de una persona es la relación que guarda el auto con la persona.
No enunciaré las características obvias de esa relación. En algunos casos basta con que la persona sea la usuaria ordinaria de la cosa. En otros casos hace falta que se escriban documentos, rubricados por alguna autoridad. De manera que no hay una única relación mediante la cual un objeto se vuelve la propiedad privada de alguien. Muchas relaciones cuentan. Al final del día, lo decide la fuerza. Ya sea la de poseer (si las dimensiones físicas lo permiten) el objeto codiciado, o la de garantizar la posesión (si la fuerza pública lo permite). En cualquier caso, la relación resulta de una mera estipulación. Es algo que esperamos resulte por el mero hecho de que lo esperamos. Volver algo la propiedad privada de alguien no es resultado de un proceso natural sino, más bien, de algo semejante a los actos realizativos o performativos de habla de Austin. Así como de hecho prometemos ir al cine al decir "prometo que iré al cine", de igual manera (si contamos con la autoridad y fuerza apropiadas) convertimos en propiedad privada un objeto al decir "esto es la propiedad privada de Juan".
Creamos propiedad privada como Borges creaba personajes de ficción. Esto puede parecer insensato, pero supongo que de alguna manera ayuda a tener una convivencia sana entre las personas. Dejémoslo ahí.
Aún así, parece requisito indispensable, para el uso mágico de la estipulación de propiedad privada, que se tenga una idea clara de qué es el objeto al que envestimos como propiedad relativa a alguien. Una casa específica, con una ubicación espaciotemporal específica, es un ejemplo paradigmático. El objeto empieza aquí y termina allá. Estos zapatos particulares. Este auto que está aquí y ningún otro. Esa mesa.
Lo extraño es que, desde hace ya unos buenos años, nos heos inventado una noción de propiedad privada que simple y llanamente no tiene límites: los supuestos derechos de autor. No se sabe bien por qué los autores tienen derechos. Tampoco se sabe por qué no les basta, para satisfacer sus derechos, con que su obra tenga la atención y el reconocimiento de los demás (en ocasiones, millones de reconocimientos y atenciones). Lo cierto es que hemos caido en la práctica de envestir con el velo de la propiedad privada a objetos que no entendemos muy bien y no sabemos cómo delimitar. Peor aún, objetos que, según entendemos, es imposible delimitar.
Tomemos el caso de las obras musicales. Pepito se siente a escribir en el pentagrama. Después de meses (quizás años) logra plasmar en 5 páginas su más reciente creación. Y eso que creó es suyo. No se sabe bien por qué es suyo, pero podemos suponer que lo es porque lo creó. ¿Qué creo? Creó algo que se puede repetir, reproducir, ilimitadamente. Una y la misma canción podrá ser escuchada una y otra y otra y otra y otra... vez. Pero una cosa es lo que creó y otra cosa son las ilimitadas reproducciones de esa cosa. La novena de Beethoven se sigue reproduciendo mucho tiempo después de su muerte. Ciertamente, Beethoven no creó las reproducciones de su obra.
Pero entonces, ¿de dónde viene la estupida idea de que un autor tiene "derechos" sobre todas las reproducciones de lo creo? Ésta es una idea simple y llanamente absurda (además de estúpida). Supongamos que Platón fue el primero es presentar explícitamente el tipo de argumento que hoy día conocemos como "argumento a la mejor explicación". Platón se sienta durante meses, lo describe en sus diálogos y, de esa manera, lo crea. Se trata de un tipo de argumento que se puede ejemplificar de mil y un maneras. De hecho, se ha ejemplificado de mil y un maneras. Lo han usado los filósofos, pero también los teólogos y hasta los físicos. Es el argumento de Copérnico para defender el heliocentrismo, el de Aristóteles para rechazar a Platón, el de Newton para instaurar la mecánica clásica y el de Einstein para rechazarla. Todos estos usos son reproducciones del argumento de Platón. ¿Acaso no deberíamos pensar que Platón tenía derechos de autor sobre el tipo de argumento?
"No es así", responde el conocedor de la infamia: los derechos de autor tienen fecha de caducidad, supongamos 50 años después de la muerte del creador. Pero esto obliga a preguntarse, ¿por qué tiene ese límite? No importa cuanto tiempo pase, Platón sigue siendo el creador del tipo de argumento. Respuesta: por que sus poderes de apropiación no son ilimitados ni se dan sólo en virtud de haber creado el argumento. Los límites de los derechos de autor se dan en función de las necesidades de sobrevivencia de los autores. Inventamos los derechos de autor para garantizar que los autores vivan de sus creaciones.
Supongamos que esto es así, entonces debemos preguntarnos algo más: ¿cuántas reproducciones necesitamos para garantizar la supervivencia de los autores? ¿realmente son los autores los que sobreviven, o bien viven, gracias a sus "derechos"? Supongamos que la canción de Pepito se reproduce masivamente. Un millón de reproducciones en un mes. Démosle a Pepito un peso por cada reproducción. ¿Necesita más dinero Pepito para sobrevivir? Supongamos que Pepito escribe dos canciones por año. ¿Acaso no basta con pagarle, digamos, las primeras cien mil reproducciones? ¿El primer millón?
Los derechos de autor rebuznan. No basta con eso. El autor es autor de todo, la obra musical y sus reproducciones. Aunque sean ilimitadas.
Pero esta respuesta es simplemente inconsistente. Si se es dueño de todas las posibles reproducciones, entonces le debemos una fortuna incuantificable a Platón. Si se ponen límites decentes y arbitrarios de años (para evitar pagarle a Grecia lo que se le debe por Platón y Aristóteles), entonces tenemos que poner límites decentes y arbitrarios de reproducciones. Nadie necesita tanto para sobrevivir.
O tomamos una postura o la otra. O tenemos derechos sin límite de tiempo y reproducciones o los tenemos con límite de tiempo y de reproducciones. No hay un punto intermedio que no sea una ridícula e indefendible contradicción.
De ahí que resulte tan aberrante y estúpida (ya no se diga inmoral e injusta) la eliminación de medios para compartir reproducciones de lo que se quiera: libros, música, películas, fotografías, ideas, textos y hasta chismes. De ahí que resulte tan subnormal, subhumano y retrógrado que hace cosa de unos días desapareciera grooveshark y hace más días piratebay, gigapedia y tantas más. La defensa de la irracionalidad siempre ha sido nuestro fuerte en occidente. Vamos bien en esa batalla.
La propiedad privada no es una propiedad de las cosas. En su mejor cara es una relación que guarda una persona (individual o colectiva) sobre una cosa. No hay nada en ese auto, esa casa, o esa pirámide, que explique por qué le pertenece a Juan, Pedro o a México (otra entidad dudosa cuya discusión dejaré para después). Lo que hace que un auto sea propiedad privada de una persona es la relación que guarda el auto con la persona.
No enunciaré las características obvias de esa relación. En algunos casos basta con que la persona sea la usuaria ordinaria de la cosa. En otros casos hace falta que se escriban documentos, rubricados por alguna autoridad. De manera que no hay una única relación mediante la cual un objeto se vuelve la propiedad privada de alguien. Muchas relaciones cuentan. Al final del día, lo decide la fuerza. Ya sea la de poseer (si las dimensiones físicas lo permiten) el objeto codiciado, o la de garantizar la posesión (si la fuerza pública lo permite). En cualquier caso, la relación resulta de una mera estipulación. Es algo que esperamos resulte por el mero hecho de que lo esperamos. Volver algo la propiedad privada de alguien no es resultado de un proceso natural sino, más bien, de algo semejante a los actos realizativos o performativos de habla de Austin. Así como de hecho prometemos ir al cine al decir "prometo que iré al cine", de igual manera (si contamos con la autoridad y fuerza apropiadas) convertimos en propiedad privada un objeto al decir "esto es la propiedad privada de Juan".
Creamos propiedad privada como Borges creaba personajes de ficción. Esto puede parecer insensato, pero supongo que de alguna manera ayuda a tener una convivencia sana entre las personas. Dejémoslo ahí.
Aún así, parece requisito indispensable, para el uso mágico de la estipulación de propiedad privada, que se tenga una idea clara de qué es el objeto al que envestimos como propiedad relativa a alguien. Una casa específica, con una ubicación espaciotemporal específica, es un ejemplo paradigmático. El objeto empieza aquí y termina allá. Estos zapatos particulares. Este auto que está aquí y ningún otro. Esa mesa.
Lo extraño es que, desde hace ya unos buenos años, nos heos inventado una noción de propiedad privada que simple y llanamente no tiene límites: los supuestos derechos de autor. No se sabe bien por qué los autores tienen derechos. Tampoco se sabe por qué no les basta, para satisfacer sus derechos, con que su obra tenga la atención y el reconocimiento de los demás (en ocasiones, millones de reconocimientos y atenciones). Lo cierto es que hemos caido en la práctica de envestir con el velo de la propiedad privada a objetos que no entendemos muy bien y no sabemos cómo delimitar. Peor aún, objetos que, según entendemos, es imposible delimitar.
Tomemos el caso de las obras musicales. Pepito se siente a escribir en el pentagrama. Después de meses (quizás años) logra plasmar en 5 páginas su más reciente creación. Y eso que creó es suyo. No se sabe bien por qué es suyo, pero podemos suponer que lo es porque lo creó. ¿Qué creo? Creó algo que se puede repetir, reproducir, ilimitadamente. Una y la misma canción podrá ser escuchada una y otra y otra y otra y otra... vez. Pero una cosa es lo que creó y otra cosa son las ilimitadas reproducciones de esa cosa. La novena de Beethoven se sigue reproduciendo mucho tiempo después de su muerte. Ciertamente, Beethoven no creó las reproducciones de su obra.
Pero entonces, ¿de dónde viene la estupida idea de que un autor tiene "derechos" sobre todas las reproducciones de lo creo? Ésta es una idea simple y llanamente absurda (además de estúpida). Supongamos que Platón fue el primero es presentar explícitamente el tipo de argumento que hoy día conocemos como "argumento a la mejor explicación". Platón se sienta durante meses, lo describe en sus diálogos y, de esa manera, lo crea. Se trata de un tipo de argumento que se puede ejemplificar de mil y un maneras. De hecho, se ha ejemplificado de mil y un maneras. Lo han usado los filósofos, pero también los teólogos y hasta los físicos. Es el argumento de Copérnico para defender el heliocentrismo, el de Aristóteles para rechazar a Platón, el de Newton para instaurar la mecánica clásica y el de Einstein para rechazarla. Todos estos usos son reproducciones del argumento de Platón. ¿Acaso no deberíamos pensar que Platón tenía derechos de autor sobre el tipo de argumento?
"No es así", responde el conocedor de la infamia: los derechos de autor tienen fecha de caducidad, supongamos 50 años después de la muerte del creador. Pero esto obliga a preguntarse, ¿por qué tiene ese límite? No importa cuanto tiempo pase, Platón sigue siendo el creador del tipo de argumento. Respuesta: por que sus poderes de apropiación no son ilimitados ni se dan sólo en virtud de haber creado el argumento. Los límites de los derechos de autor se dan en función de las necesidades de sobrevivencia de los autores. Inventamos los derechos de autor para garantizar que los autores vivan de sus creaciones.
Supongamos que esto es así, entonces debemos preguntarnos algo más: ¿cuántas reproducciones necesitamos para garantizar la supervivencia de los autores? ¿realmente son los autores los que sobreviven, o bien viven, gracias a sus "derechos"? Supongamos que la canción de Pepito se reproduce masivamente. Un millón de reproducciones en un mes. Démosle a Pepito un peso por cada reproducción. ¿Necesita más dinero Pepito para sobrevivir? Supongamos que Pepito escribe dos canciones por año. ¿Acaso no basta con pagarle, digamos, las primeras cien mil reproducciones? ¿El primer millón?
Los derechos de autor rebuznan. No basta con eso. El autor es autor de todo, la obra musical y sus reproducciones. Aunque sean ilimitadas.
Pero esta respuesta es simplemente inconsistente. Si se es dueño de todas las posibles reproducciones, entonces le debemos una fortuna incuantificable a Platón. Si se ponen límites decentes y arbitrarios de años (para evitar pagarle a Grecia lo que se le debe por Platón y Aristóteles), entonces tenemos que poner límites decentes y arbitrarios de reproducciones. Nadie necesita tanto para sobrevivir.
O tomamos una postura o la otra. O tenemos derechos sin límite de tiempo y reproducciones o los tenemos con límite de tiempo y de reproducciones. No hay un punto intermedio que no sea una ridícula e indefendible contradicción.
De ahí que resulte tan aberrante y estúpida (ya no se diga inmoral e injusta) la eliminación de medios para compartir reproducciones de lo que se quiera: libros, música, películas, fotografías, ideas, textos y hasta chismes. De ahí que resulte tan subnormal, subhumano y retrógrado que hace cosa de unos días desapareciera grooveshark y hace más días piratebay, gigapedia y tantas más. La defensa de la irracionalidad siempre ha sido nuestro fuerte en occidente. Vamos bien en esa batalla.
Friday, May 01, 2015
Sunday, April 26, 2015
Las monarquías y la nada
Como todos los domingos, hoy compré el diario El País. Sigue siendo el mejor en calidad del papel para las funciones que personalmente me interesan: las de limpiar las heces de mis perros cuando paseamos por la ciudad. Como todos los domingos, y los demás días en los que pacientemente desprendo de dos en dos las hojas del periódico para cumplir los fines recreativos arriba mencionados, El País me recuerda que en Europa aún existen monarquías.
Desde hace unas semanas estos recuerdos me llevan comúnmente a pensar que hay algo fundamentalmente errado, moral y políticamente, en la idea misma de una monarquía, que trae consigo la distinción política entre personas sobre la base de qué esperma de quién y qué óvulo de quién más fueron los responsables de su exisencia.
Con el paso de los días, esta molestia antimonarquica se convirtió en algo más fino. Pensé, primero, que ser monarca de un país es, por definición, ocupar un puesto en el gobierno de ese país. Obviamente, no se trata de un puesto abierto a la participación de cualquiera. Hacen falta una cosecha de esperma y óvulo muy especial. El resultado es obvio, todo aquél que no es producto de la cosecha de gametos requerida no puede, por esa misma razón, acceder a ese puesto de gobierno que ocupa el monarca y su familia.
Esta me resultaba una manera de más clara de presentar la queja. Pero después vino la ocurrencia de que había algo así como los derechos humanos de las personas y que estos derechos garantizaban (pretendidamente) la igualdad entre las mismas. Claramente la existencia de las monarquías es incompatible que estos derechos.
El artículo 7 de la declaración universal de los derechos humanos, por ejemplo, sostiene:
Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho
a igual
protección de la ley. Todos tienen derecho a igual
protección contra
toda discriminación que infrinja esta
Declaración y contra toda
provocación a tal discriminación.
No es difícil imaginar cómo es que este artículo es inconsistente con la idea misma de una monarquía. Quien no es parte de la familia real simple y llanamente no es igual ante la ley, pues no tiene derecho a aspirar a un puesto público de gobierno, a saber, el del monarca. Tampoco es difícil ver cómo las monarquías se oponen a otro artículo, el 21, de la misma declaración. Esta vez se trata de un artículo aún más específico, sobre derechos políticos.
1.Toda persona tiene derecho a participar en el
gobierno
de su país, directamente o por medio de representantes
libremente escogidos.
de su país, directamente o por medio de representantes
libremente escogidos.
2.Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones
de igualdad, a las funciones públicas de su país.
de igualdad, a las funciones públicas de su país.
Las monarquías no sólo parecen ser una vergüenza moral, evidencia de lo difícil que es cambiar y deshacerse de rancias tradiciones, por mucho que contradigan todo aquello que tanto nos gusta defender, como la igualdad. Las monarquías también parecen ser, de manera muy simple y directa, una violación a los derechos humanos de las personas.
No sorprende, sin embargo, que no se haga nada al respecto. Si las monarquías están ahí es porque los países que las enarbolan tienen miedo de dejar de ser lo que son. Como todo caso sustancialmente patológico, las monarquías parecen no querer hacerse cargo de definir su identidad política de una vez por todas. Tienen un superyo lleno de democracia y derechos humanos y un ello saturado de desigualdades, privilegios, violaciones e injusticias. Y en el medio, la nada misma.
Sunday, April 19, 2015
Sin tiempo
Los domingos son días tradicionalmente complicados. Más allá de los enfrentamientos y temores asociados al fin del fin y al comienzo de la vida ordinaria, suelo dedicar los domingos a estudiar y planear mis clases. Paso prácticamente todo el día leyendo, releyendo y escribiendo. Se va el sol y llega la luna. Yo sigo. Hasta no poder más. Para continuar al día siguiente. Como resultado, los lunes son días exigentes, secos, pesados y, al final, terriblemente liberadores.
Hoy pasó algo distinto. Mientras leo sobre cambios morfosintácticos que resultan en la creación de alomorfos novedosos en verbos romances con patrón de distribución en forma de L y U, pienso directamente que he logrado hacer un cambio muy simple en los últimos meses, pero de consecuencias sustanciales para mi bien vivir. El cambio simple se resume, como debe ser, en pocas palabras: nunca preocuparse por el paso del tiempo. No porque sea indetenible. Menos aún porque haya algo así como un destino obligado, hagamos lo que hagamos. Meramente porque nunca tendremos suficiente tiempo para hacerlo todo. Basta con reconocer el tiempo que ya tomamos en hacer lo que ya hacemos.
En sentido estricto no se trata de reconocer el tiempo que ya tomamos, sino de olvidarse del tiempo. Corrijo, entonces, la formulación. Basta con reconocer lo que ya estamos haciendo, y atenderlo. Eso es todo. Que no importe el tiempo. Ahí el ideal regulativo de toda vida humana que pretenda ser feliz.
Que venga y pase el tiempo. Y que se largue también. Que no es sino buena noticia, señal de vida, que el tiempo venga, pase y huya.
Vuelvo a las consonantes velares que demuestran, sin lugar a dudas, que el lenguaje natural no es un sistema de representación cerrado bajo composición.
¡Agur!
Hoy pasó algo distinto. Mientras leo sobre cambios morfosintácticos que resultan en la creación de alomorfos novedosos en verbos romances con patrón de distribución en forma de L y U, pienso directamente que he logrado hacer un cambio muy simple en los últimos meses, pero de consecuencias sustanciales para mi bien vivir. El cambio simple se resume, como debe ser, en pocas palabras: nunca preocuparse por el paso del tiempo. No porque sea indetenible. Menos aún porque haya algo así como un destino obligado, hagamos lo que hagamos. Meramente porque nunca tendremos suficiente tiempo para hacerlo todo. Basta con reconocer el tiempo que ya tomamos en hacer lo que ya hacemos.
En sentido estricto no se trata de reconocer el tiempo que ya tomamos, sino de olvidarse del tiempo. Corrijo, entonces, la formulación. Basta con reconocer lo que ya estamos haciendo, y atenderlo. Eso es todo. Que no importe el tiempo. Ahí el ideal regulativo de toda vida humana que pretenda ser feliz.
Que venga y pase el tiempo. Y que se largue también. Que no es sino buena noticia, señal de vida, que el tiempo venga, pase y huya.
Vuelvo a las consonantes velares que demuestran, sin lugar a dudas, que el lenguaje natural no es un sistema de representación cerrado bajo composición.
¡Agur!
Thursday, April 16, 2015
Jueves 9 de abril
Llevo unos días en franca actitud de reorientación. O como dicen mi terapeuta y mis sueños, en franca actitud de reordenamiento de coordenadas. No sé hace cuántos años que no recordaba mi infancia. Ahora me sucede todos los días. Y no aparece la adolescencia. Ni en recuerdos ni en sueños. Es como si mi cabeza se empeñara en saltarse unos cuantos años de vida y editar la historia desde muy atrás y algo adelante.
El reordenamiento de coordenadas se ha ganado mi total simpatía. Me encuentro, de pronto, caminando sin pesares, sin preguntas, sin preocupaciones, sólo caminando. Lo sorprendente es que, además de que me pasa y que me doy cuenta de que me pasa, sucede con mucha facilidad. Más todavía, no sólo es más fácil, sino que me sucede naturalmente. Me sorprendo atendiendo a mis pisadas de talón a punta, como si cada pisada por Copilco fuera la última y cada otra la primera.
Me encuentro recordando todo lo que recordar debo. Hago menos preguntas. Me encuentro, además, escuchando con todos mis oídos, y estos maravillosos auriculares que mi trabajo y un empleado de electrónica muy celoso de su deber me dieron, música que hace cosa de quince o más años no escuchaba.
Nada más adecuado que escuchar el Allegro Molto Vivace del tercer movimiento de la sexta sinfonía de Tchaikovsky, la Emocionante ("patetichesky" en ruso transliterado), para celebrar que hoy la UNAM tuvo a bien concederme la definitividad laboral (y de paso una promoción al siguiente escalón de la artera y destructiva pirámide geronto/merito-crática).
Seguimos reordenando coordenadas. Qué hermosa es la Emocionante de Tchaikovsky.
Cambio
El reordenamiento de coordenadas se ha ganado mi total simpatía. Me encuentro, de pronto, caminando sin pesares, sin preguntas, sin preocupaciones, sólo caminando. Lo sorprendente es que, además de que me pasa y que me doy cuenta de que me pasa, sucede con mucha facilidad. Más todavía, no sólo es más fácil, sino que me sucede naturalmente. Me sorprendo atendiendo a mis pisadas de talón a punta, como si cada pisada por Copilco fuera la última y cada otra la primera.
Me encuentro recordando todo lo que recordar debo. Hago menos preguntas. Me encuentro, además, escuchando con todos mis oídos, y estos maravillosos auriculares que mi trabajo y un empleado de electrónica muy celoso de su deber me dieron, música que hace cosa de quince o más años no escuchaba.
Nada más adecuado que escuchar el Allegro Molto Vivace del tercer movimiento de la sexta sinfonía de Tchaikovsky, la Emocionante ("patetichesky" en ruso transliterado), para celebrar que hoy la UNAM tuvo a bien concederme la definitividad laboral (y de paso una promoción al siguiente escalón de la artera y destructiva pirámide geronto/merito-crática).
Seguimos reordenando coordenadas. Qué hermosa es la Emocionante de Tchaikovsky.
Cambio
Thursday, April 09, 2015
Correspondencia
Negrita querida,
Hace ya mucho tiempo que no te escribo. Más o menos el mismo tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos. No recuerdo muy bien qué hacías. Pero sí recuerdo todavía esa última cena de navidad que cocinamos para los clientes de mamá. Creo que te tocó armar los rollos de lomo de cerdo. Yo, como siempre, habré limpiado algunos (muchos) romeritos.
Como te decía, hace ya mucho tiempo que no te escribo, no te leo, no te veo, no te escucho. Según mis cálculos serán ya ocho años. Muchos. Años. Jamás imaginé cuántas cosas podrían pasar en ocho años. Todavía recuerdo cuando yo cumplí ocho años y me parecía una vida entera. Me siguen pareciendo una vida entera. En estos ocho años ha pasado de todo, negrita linda. No tendría sentido contar uno por uno los años, meses y días. Menos útil aún sería relatar paso a paso lo acontecido. Lo único que conseguiría sería angustiarte. Para después aburrirte, sin duda, hasta colmar tu paciencia. Te verías sorprendida de mi capacidad de repetición de una y la misma tontería. Eso, claro, hasta llegar al último año y meses, los cuales tendría más sentido contarte, porque son felices, enormes. Pero hacerlo, temo, también te cansaría. Terminarían doliendote las quijadas y las mejillas de tanto reir y sonreir.
Así que mejor recurro a una herramienta retórica, de esas que tanto usan los poetas para justificar la falta de palabras, de tiempo o de ideas. Te lo pondré todo dentro de una histórica metáfora. Los primeros siete años de la ausencia de ustedes fueron un desierto para mi. Un desierto de siete años de longitud, a paso firme, constante, imparable e incansable. La ausencia de ustedes ha sido agotadora, un constante luchar por la sobrevivencia. Un constante luchar contra mi mismo. Un constante luchar contra la necia inercia del mundo por convertirme en su huérfano. Un constante luchar contra lobos vestidos de oveja que, en su favor cabe decir, no se sabían lobos. Siete largos y desérticos años para alcanzar la meta y levantar ambas manos exhibiendo el dedo medio frente al mundo y gritar: "no estoy solo, nunca lo estuve, nunca lo estaré. "
Por suerte hasta los desiertos tienen fin. Ya sean siete, diez o cuarenta años. Pero se acaban. Y yo sigo porque tengo pies, porque tengo manos y, sobre todo, porque tengo este gran corazón que ustedes me dejaron. Después del desierto vino Florencia y con ella la familia. Una familia real. Un hogar real, no un orfanato. Acá andamos dándole vueltas al mundo a nuestras anchas desde hace año un medio.
Tengo que confesar que el desierto se acabó no sólo gracias a Florencia, sino también a mi terapeuta. No hay nada mejor para ubicarse en el mundo que un sabio analista que te permite entender cosas tan simples como que uno sobrevive hasta los peores desiertos, las peores jaurías y los peores engaños, que no son sino los que uno mismo se impone por falta de valor para salir del desierto.
En fin, como siempre, sólo quería saludarte. Decirte que puedes estar tranquila. Soy un hombre feliz. Sobradamente. Sigo mi camino hacia adelante. Ya te contaré después cómo sigue la cosa.
Los abrazo largo y hondo como el mar.
Hace ya mucho tiempo que no te escribo. Más o menos el mismo tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos. No recuerdo muy bien qué hacías. Pero sí recuerdo todavía esa última cena de navidad que cocinamos para los clientes de mamá. Creo que te tocó armar los rollos de lomo de cerdo. Yo, como siempre, habré limpiado algunos (muchos) romeritos.
Como te decía, hace ya mucho tiempo que no te escribo, no te leo, no te veo, no te escucho. Según mis cálculos serán ya ocho años. Muchos. Años. Jamás imaginé cuántas cosas podrían pasar en ocho años. Todavía recuerdo cuando yo cumplí ocho años y me parecía una vida entera. Me siguen pareciendo una vida entera. En estos ocho años ha pasado de todo, negrita linda. No tendría sentido contar uno por uno los años, meses y días. Menos útil aún sería relatar paso a paso lo acontecido. Lo único que conseguiría sería angustiarte. Para después aburrirte, sin duda, hasta colmar tu paciencia. Te verías sorprendida de mi capacidad de repetición de una y la misma tontería. Eso, claro, hasta llegar al último año y meses, los cuales tendría más sentido contarte, porque son felices, enormes. Pero hacerlo, temo, también te cansaría. Terminarían doliendote las quijadas y las mejillas de tanto reir y sonreir.
Así que mejor recurro a una herramienta retórica, de esas que tanto usan los poetas para justificar la falta de palabras, de tiempo o de ideas. Te lo pondré todo dentro de una histórica metáfora. Los primeros siete años de la ausencia de ustedes fueron un desierto para mi. Un desierto de siete años de longitud, a paso firme, constante, imparable e incansable. La ausencia de ustedes ha sido agotadora, un constante luchar por la sobrevivencia. Un constante luchar contra mi mismo. Un constante luchar contra la necia inercia del mundo por convertirme en su huérfano. Un constante luchar contra lobos vestidos de oveja que, en su favor cabe decir, no se sabían lobos. Siete largos y desérticos años para alcanzar la meta y levantar ambas manos exhibiendo el dedo medio frente al mundo y gritar: "no estoy solo, nunca lo estuve, nunca lo estaré. "
Por suerte hasta los desiertos tienen fin. Ya sean siete, diez o cuarenta años. Pero se acaban. Y yo sigo porque tengo pies, porque tengo manos y, sobre todo, porque tengo este gran corazón que ustedes me dejaron. Después del desierto vino Florencia y con ella la familia. Una familia real. Un hogar real, no un orfanato. Acá andamos dándole vueltas al mundo a nuestras anchas desde hace año un medio.
Tengo que confesar que el desierto se acabó no sólo gracias a Florencia, sino también a mi terapeuta. No hay nada mejor para ubicarse en el mundo que un sabio analista que te permite entender cosas tan simples como que uno sobrevive hasta los peores desiertos, las peores jaurías y los peores engaños, que no son sino los que uno mismo se impone por falta de valor para salir del desierto.
En fin, como siempre, sólo quería saludarte. Decirte que puedes estar tranquila. Soy un hombre feliz. Sobradamente. Sigo mi camino hacia adelante. Ya te contaré después cómo sigue la cosa.
Los abrazo largo y hondo como el mar.
Wednesday, March 25, 2015
Recordar
De pronto parece como si vivir y recordar fueran dos funciones muy cercanas entre sí. No porque vivir sea una forma de recordar. Tampoco porque recordar sea una forma de vivir. Ambas son el caso, pero ninguna explica la cercanía. La relación se antoja, más bien, intencional, cuidada, casi cultivada.
De pronto parece como si vivir bien sea cuestión de aprender a recordar. Recordar es un arte complejo. Hay muchas maneras distintas de recordar. De hecho, hay muchos tipos de quehacer mental distintos que son ellos mismos una forma de recordar. Se puede recordar atendiendo a un evento del pasado y dirigiendo toda la imaginación a su reconstrucción. Pero también se puede recordar justamente en la dirección opuesta. Olvidar es también una forma de recordar. Se puede recordar decidiendo activamente no atender más a esos eventos del pasado que uno elige olvidar.
Y cada una de estas direcciones tienen también sus modos. Se puede atender feliz o infelizmente. Se puede olvidar alegre o amargamente. Y en todas estas mezclas, con gradaciones en dos o tres horizontes distintos, surge un espacio suficientemente rico de opciones entre las cuales uno puede distribuir su atención, recordando u olvidando, feliz o tristemente, dulce o amargo, ligero o apesadumbrado. Cada horizonte ofrece una escala del cero al uno. Y entre uno y cero suficientes opciones para complacernos. Y no se diga de todas esas otras formas del recuerdo que no requieren de atención ni desatención. Todas aquellas que ejercemos mientras comemos tal cosa de tal manera y no de otra, porque así somos y porque siendo así recordamos a todos aquellos que fueron como fueron para que uno acabe siendo lo que es.
Y es así como, recordando por atención o por olvido, con ligereza o sin ella, vamos formando lo que somos entre lo que creemos que somos, lo que recordamos que somos y lo que olvidamos ser.
Resulta clara, entonces, la relación. Aprender a vivir consiste, entre otras cosas, en aprender a recordar, que no es sino atender en el momento adecuado a la reconstrucción adecuada y del modo adecuado, cuando no más bien desatender con toda justicia a todo aquello que no hace más que pesar y lastimar.
Si se practica bien, a veces todo es cosa de poco más que recordar. Tal vez respirar.
De pronto parece como si vivir bien sea cuestión de aprender a recordar. Recordar es un arte complejo. Hay muchas maneras distintas de recordar. De hecho, hay muchos tipos de quehacer mental distintos que son ellos mismos una forma de recordar. Se puede recordar atendiendo a un evento del pasado y dirigiendo toda la imaginación a su reconstrucción. Pero también se puede recordar justamente en la dirección opuesta. Olvidar es también una forma de recordar. Se puede recordar decidiendo activamente no atender más a esos eventos del pasado que uno elige olvidar.
Y cada una de estas direcciones tienen también sus modos. Se puede atender feliz o infelizmente. Se puede olvidar alegre o amargamente. Y en todas estas mezclas, con gradaciones en dos o tres horizontes distintos, surge un espacio suficientemente rico de opciones entre las cuales uno puede distribuir su atención, recordando u olvidando, feliz o tristemente, dulce o amargo, ligero o apesadumbrado. Cada horizonte ofrece una escala del cero al uno. Y entre uno y cero suficientes opciones para complacernos. Y no se diga de todas esas otras formas del recuerdo que no requieren de atención ni desatención. Todas aquellas que ejercemos mientras comemos tal cosa de tal manera y no de otra, porque así somos y porque siendo así recordamos a todos aquellos que fueron como fueron para que uno acabe siendo lo que es.
Y es así como, recordando por atención o por olvido, con ligereza o sin ella, vamos formando lo que somos entre lo que creemos que somos, lo que recordamos que somos y lo que olvidamos ser.
Resulta clara, entonces, la relación. Aprender a vivir consiste, entre otras cosas, en aprender a recordar, que no es sino atender en el momento adecuado a la reconstrucción adecuada y del modo adecuado, cuando no más bien desatender con toda justicia a todo aquello que no hace más que pesar y lastimar.
Si se practica bien, a veces todo es cosa de poco más que recordar. Tal vez respirar.
Thursday, March 12, 2015
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