Saturday, October 27, 2007

Elusive Happiness

“If you flatter yourself that you are all over comfortable, and have been so a long time, then you cannot be said to be comfortable any more.”
Moby Dick

I am sitting here with Explosions in the Sky; embarked in an extraordinary enterprise. Just like any other day. It is so simple, so pleasing, and yet distressing. Even worse, it is so distressing because it is so pleasing and so easily such. My eyes are open and so is my skin. The light is proper and the air is clean. It is warm in here. I am so tranquil, so relaxed. Yet, I worry, for how long is this going to last?

I fight. I want to keep close. I want to stay put. To feel each and every one of its degrees. This fleeting pleasure. Elusive happiness. I grapple. The head goes up and down. Left. Right. Arms up and left. There is nothing left for the legs. Where is it? What is it? I need to find it before I loose it. It fades. Now I fight myself for such a nonsensical search. Who would be stupid enough to look for what he has already got? Like any other day, happiness goes.

So it seems that pleasure is derived from change. That we cannot just seat and stare. And happiness appears to be a delayed inertia that ever more slowly comes to an end, as things calm down, as there is no change. For happiness is tranquility before it begets boredom. And boredom calls for change, movement, stress.

So happiness demands misery, comfort discomfort, movement no change. Of course! What else could it be?

Superficial Tolerance

Suppose that you and I have different sets of beliefs. You believe the world is M-wise. I believe it is O-wise. Suppose you happily engage in conversations with me about how O the world is. You do this even though you believe the world only has M properties. You are tolerant.

One would think that such a model successfully describes, at least, one way of being tolerant. It is simple and clear. Nonetheless, it is also misleading.

Suppose that M is intelligent design theory, while O is evolution theory. They are inconsistent, if just because O presupposes that there is no intelligent designer. Now suppose that you happily agree to discuss how evolutionary-like the world is, even though you actually believe it is more like intelligently designed. That’s supposed to make you tolerant.

If you are attracted by that way of thinking, you will be deceived. As a matter of fact, there are tons of M-people that will happily engage in conversations concerning the evolutionary properties of the world that would, nonetheless, happily kill someone who dares to attack their religious beliefs. That does not make them tolerant.

I think it is advisable to distinguish among, at least, two forms of tolerance: a superficial, conversational, tolerance; and a deep, critical form of it. Both will happily engage in conversations about opposing, and even inconsistent, views. However, it is only the latter that will be so disposed as to consider the possibility of being mistaken. Conversational tolerance goes easy (and even some dare to miss it). I think it is superficial. Argumentative tolerance, however, requires something more: the almost unattainable ability to disbelief oneself within reasonable limits.

If this is true, then we have an explanation of some interesting phenomenon. Statistically speaking, the overwhelming (capital ‘O’) majority (i.e., 90% or so) of the residents of Mexico prove to be religious (more specifically, catholic). The numbers are less embarrassing in the US. However, educated audiences in the US (i.e., undergraduates) prove to be way less tolerant of criticisms of intelligent design than their counterparts in Mexico. Why is it so?

Well, suppose there are, at least, two forms of tolerance: conversational and argumentative. Educated audiences in Mexico prove to be conversationally tolerant, whereas their US counterparts do not. Does this prove that they are also argumentatively tolerant? I would not be so sure. Rather, I would think that their presupposition (i.e., that intelligent-design is true) is so deeply assumed that it becomes impenetrable. They can happily engage in conversations that would otherwise (i.e., if they were critical about it) undermine their assumptions.

At the end of the day, conversational tolerance may prove to be superficial and, perhaps, worthless.

Wednesday, October 17, 2007

La Belleza de la Rutina

Vuelvo al trabajo. Una vez más. Calculo seis horas de descanso a partir de la hora aproximada del sueño. Despertador a las cinco. Pasa el sueño, llega el despertador. Me ejercito. Me baño. Lavo platos y vasos. Hago el desayuno. Pronto serán las ocho. Para entonces estaré de salida. Llevaré la computadora en la espalda y un horario en la cabeza, con copia en la agenda. Al mediodía vendrán mis alumnos. Mañana entregan trabajos. Habrá que ayudarles. Como a eso de las siete cenamos juntos. Después vendrán los amigos. “Apocalypse Now” o alguna otra película. Siempre es así, todos los días. Es mi rutina.

Hoy, sin embargo, hacer todo esto me resultó muy distinto. Aún no llega la cena, faltan los besos y caricias de Cata, los amigos. Por lo demás, el día ha sido muy normal. De no ser por la pequeña diferencia que hace una creencia: y es que es terriblemente bella la rutina.

Me vuelvo a despertar. Me ejercito. Me baño. Antes de salir me pongo el sombrero. Los zapatos. Es tan rutinario que me permito adelantarme. Sé muy bien lo que voy a hacer. Pero no lo sé por decisión tanto como por predicción. Me he visto tantas veces ya lavar esos platos, levantarme del piso con manos y brazos, bañarme. Tantas veces me he visto ponerme el sombrero después de los zapatos y los zapatos después de que todo, absolutamente todo, está en orden. Tantas y tantas que me permito separarme. Me siento en el sillón de la contemplación mientras la rutina se cumple a sí misma. Se despierta. Se ejercita. Se baña. Lava platos, recoge papeles y se ajusta el sombrero. Me satisface ver cómo este personaje cumple el horario al pie de la letra.

Pero no sólo. También me satisfacen los colores, los sonidos, las texturas, el sabor de la rutina. Me fascina ver, oir, sentir y saborear todo aquello que no veo, no escucho, no siento ni saboreo. Recordar los desayunos con mi padre, todos los días, a las seis en punto. Sentado en la mesa de la cocina. Mientras veo los colores oscuros de una cocina mal iluminada, como a eso de las seis de la mañana. Escuchar las pisadas en la playa, que deja la fricción del sombrero con el cabello. Reconocer el olor de la camisa limpia, del cabello recién lavado, de la urgencia por llegar temprano a la escuela a media semana.

La rutina me saca de mi mismo. Me permite observarme, compararme, degustarme. Puedo comparar el sombrero de ayer con el de hoy, aunque sean uno y el mismo. Puedo distinguir el café americano de ayer con el de hoy, porque hay tres gotas más de crema y dos giros menos del agitador. Reconozco las nuevas grietas del pavimento, los cambios en la esquina y la ya retrazada llegada del otoño que las hojas se habría de llevar.

Escuchar al mar en cada día. Una vez más. Una vez más. No sé si de olas está echa la rutina o si de rutinas el mar. ¿Será que toda rutina es marea y que, por eso mismo, tan bello es el mar?

Sunday, October 07, 2007

Silencio (13)

Dejé la casa. Ya no es la misma. En mi intento por concluir una casa hecha por mi hermana, terminé por recibir una casa distinta. Era inevitable. Mi hermana no estará más aquí. La casa ya no puede ser suya. Hay necesidades biológicas que se antojan metafísicas. Hay amputaciones psicológicas que resultan ontológicas. La taxonomía es un trasto inútil.

Aún no puedo hablar de ella. Me dejó sentado aquí, esperando. Sigo sentado. Esperando. Siempre estuvo al frente. Destapando el mundo. Yo sólo seguía. No más. No está a la vista. Camino. Pero no sigo. La definición misma me lo impide. Un acto de andar sin guía al frente no constituye seguimiento. Pero, camino. Por eso la gente cree que sigo.

Dejé la casa. Se dice bella. No es su casa. Su peso en mi pecho me otorga derechos de propiedad. Qué metafísica tan jodida, la que no vence a la biología.

Monday, October 01, 2007

Genoma Mexicano (una vez más)

Hace tiempo escribí algo sobre el proyecto “Genoma Mexicano”. Mi texto era crítico de la idea misma de tal proyecto. Hoy recibí un comentario poco cooperativo y (naturalmente) anónimo. “Jovencito, deje trabajar a quienes se preocupan por arreglar la casa.” Quien lo escribió parece opinar que quienes persiguen el proyecto se preocupan por una buena causa y que dicha causa tiene que ver con algo en común (la casa).

En mi opinión la idea que subyace al proyecto es racista y la opinión anónima (nada sustentada) que recibí también. He aquí mis razones.

O bien el proyecto abarca todas y cada una de las combinaciones genéticas que todos y cada uno de los legalmente mexicanos tienen, o bien no lo hace. Para hacerlo tiene que incluir no sólo a quienes de hecho son mexicanos, sino también a quienes lo serán. Si, por ejemplo, un ser humano nacido en Africa Central y de padres nativos adquiere la nacionalidad mexicana el día de mañana, entonces el proyecto “Genoma Mexicano” habrá de abarcar también su carga genética. Si el proyecto tienes estos alcances (científicamente extraños) entonces merecerá elnombre.

Pero dudo que los tenga. El proyecto no está analizando (ni analizará) todas las posibles combinaciones genéticas que los legalmente mexicanos presentan y pueden presentar. El problema entonces es que, si el proyecto no tiene esos alcances, entonces o bien no merece el nombre o bien es tan sólo una versión modernizada del racismo Nazi. Recordemos que los nazis también distinguían a partir de cargas genéticas, o al menos suponían hacerlo.

Suponer que el proyecto merece el nombre es suponer que podemos distinguir a los ciudadanos de un país a partir de su carga genética. Es suponer que la propiedad política de ‘ser mexicano’ tiene algo que ver con las propiedades genéticas de los individuos. Mejor forma de concretar un nacionalismo, o racismo, no encuentro. De otra manera no entiendo de que sirve llamar ‘mexicano’ al genoma.

Lo anterior me hace pensar que una idea sumamente estúpida subyace al proyecto. Muy probablemente le llamaron ‘mexicano’ simplemente por motivaciones políticas o mercadológicas; motivaciones muy comunes en esa parte del mundo (y también muy estúpidas). Por las mismas razones creo que el comentario anónimo que recibí también es sumamente estúpido. No sólo presupone lo anterior, sino también que hay algo común a todos los mexicanos que la biología genética puede proteger: lo que el autor llama ‘la casa’. O sea que la idiotez es doble. La propiedad política tiene bases genéticas y las propiedades genéticas tienen bases políticas.

¿Qué resultará de creencias y deseos tan idiotas?