Tuesday, June 24, 2014

Formas del abuso

Juanita sabe que Pedrito tiene fobia a las arañas. Cada vez que Juanita quiere un favor, saca de su bolsillo una araña que guarda con recelo. Pedrito obedece. Cada vez que Pedrito amenaza con no jugar más, Juanita sugiere que Pedrito podría encontrar arañas debajo de su cama.

Mariquita sabe que Jorgito tiene pavor de parecer injusto, indecente, mala persona. Cada vez que Mariquita quiere un favor, saca de su bolsillo una araña que hace patente la injusticia que implicaría no hacerle caso a Mariquita. Cada vez que Jorgito se imagina un mundo más libre sin Mariquita, Mariquita pone una alfombra de indecencias bajo la cama de Jorgito, asegurando que hasta en sus sueños pueda ver lo inmoral que es todo ello.

Tomás sabe que Adriana tiene pavor a quedarse desempleada. Cada vez que Tomás se encuentra solo saca de su bolsillo una araña que le recuerda a Adriana que él podría conseguirle un empleo. Cada vez que Adriana amenaza con no estar cerca de Tomás nunca más, Tomás amenza con enviar un ejército de arañas mensajeras, para que todo el mundo sepa que Adriana es incompetente, para que siempre esté desempleada.

El huérfano tiene síndrome de abandono. Cada vez que la nena quiere un favor, saca de su bolsillo una araña que le recuerda al huerfanito lo solo que podría estar sino fuera por ella. Cada vez que el huérfano amenaza con no jugar más, la nena amenaza con irse lejos muy lejos por siempre y le recuerda lo profundamente solo que se está con las arañas que sólo a la muerte acompañan.

El juego del abuso es un juego infantil, como todo aquello que guarda una sutil perversidad, cuyo secreto consiste precisamente en ser infantil para no denunciarse jamás.

Monday, June 23, 2014

Lunes Panadero, IIFL, Cd. Humanidades, C.U., México DF, junio 23, 2014

Tuesday, June 17, 2014

Fuerza Desconocida

Hoy llegaron a la puerta de mi casa a plantear una pregunta que me consume...

"¿Quién cree usted que controla el mundo espiritual? ¿Dios? ¿El ser humano? o ¿Alguna fuerza desconocida?"

Confieso que hasta el día de hoy no me había planteado esta pregunta de manera tan clara. Por suerte Max y Lila reconocieron la incertidumbre de la pregunta a la distancia y me alertaron. Así que no caí por completo en el abismo de la ignorancia  plena. Le di vueltas. Confesé no estar interesado en la pregunta. Y ahora que que la pregunta se fue de la misma manera en que llegó, me pregunto:

¿Quién controla el mundo espiritual? ¿El miedo a no ser quien se cree que es? ¿El egoísmo? ¿El narcicismo? ¿La necesidad de control? ¿La insensibilidad ante los demás? ¿La fobia? ¿La furia? ¿La arrogancia? ¿El pavor que hay detrás de reconocer que no se es quien se cree ser? Todas estas son fuerzas desconocidas porque no las queremos conocer.

La fuerza que controla nuestro mundo anímico no es tan desconocida. Es la necesidad de escondernos de nosotros mismos, y claramente de los demás, a como de lugar.

Monday, June 16, 2014

Descubrimiento

"The psychopath is defined by an uninhibited gratification in criminal, sexual, or aggressive impulses and the inability to learn from past mistakes. Individuals with this disorder gain satisfaction through their antisocial behavior and lack remorse for their actions."

Todo esto no deja de olerme a inconformidad. Esta ciudad está llena de ellos, los inconformes. No basta nada para ningún motivo. Los inconforma la ropa, la bicicleta, el auto, las personas, el amante, la pareja. Y siempre lo que hay es una gran incapacidad por adaptarse, por aprender de los errores del pasado.

Descubro que esos inconformes que no cambian, nunca cambian, tienen una suerte de absolución de su lado. Seguir, seguir, seguir, siempre imponerse siempre. Hacer siempre lo mismo. Engañar siempre de la misma manera. Generar siempre la misma estructura. Controlar siempre desde el mismo punto.

Creo que me he topado con uno que otro psicópata en mi vida.  Temo haber sido victima de alguna.

Friday, June 13, 2014

Del pensar y la furia

Es difícil pensar cuando uno está triste. Los ojos se cierran. Las rodillas se doblan. Los brazos se cruzan. La furia se muestra. La duda aparece. Los ojos no miran. Las manos no sienten. La esquina se vuelve casa. Los perros te miran. Los perros te buscan. Los perros te sienten. No hay nadie más en casa. No hay nadie en casa. No hay ojos, ni rodillas, ni brazos ni manos, ni fuerza, ni andar. Por eso es difícil pensar cuando uno está triste.

Pensar presupone ojos que miran, pies que andan, rodillas que aseguran, brazos que esquivan, manos que toman, manos que sienten, manos que reconocen, miradas que identifican, ideas que atrapan. Por eso es difícil pensar sin miradas, sin pies, sin rodillas, sin manos. Pero sobre todo es difícil pensar sin esa furia controlada que todo lo mueve. Esa furia que escribe con fuerza, que piensa con certeza, que destruye los temores, que avanza sin dudar, que no voltea más atrás. Esa furia convertida en poder, en camino,  en arribo, en mar, en ruedas. Esa furia se redirige cuando uno está triste, se va hacia dentro, se autoconsume, busca eliminarse porque se piensa la fuente misma del dolor. No sabe que no es más que miedo. Miedo a no ser más que sólo furia. Miedo a no ser más que sí misma. Miedo a reconocer que en efecto no hay nada más que eso. No hay nadie en casa. Por eso es difícil pensar cuando uno está triste.

Por eso es mejor pensar cuando uno está triste. Para redirigir la furia. Para recuperar las manos y las rodillas. Para salir y andar. Para pisar y dejar atrás. Para irse. Para estar. Para salir de la autocomplacencia, del pantano narcicista que nos convierte en centro de toda destrucción y toda injusticia. Para dejar de cubrirse de caricias propias como si fueran mierda. Para dejar de buscar el trono del triste. Para forjar la poca libertad que le queda auno. Para alimentar la voluntad y no subyugarla. Para escupir con fuerza y aprender sin miedo. Para que uno sepa de una buena vez que no es uno pieza central de ningún tablero. Para reconocer que nada ni nadie piensa en uno, menos aún en abandonarlo a uno. Para mirarse en el espejo del mundo y seguir. Seguir. Seguir.

Es difícil pensar cuando uno está triste. Se pierde la fuerza. Por eso es mejor pensar cuando uno está triste. Para recuperar la furia misma que lo tiene aquí.
Mesa en Casa Refugio, México D.F., junio 11, 2014.

Thursday, June 05, 2014

 Villa de Leyva, Boyacá, Colombia. Mayo 25, 2014.

Las perspectivas desde abajo

Al parecer no es posible ser humano sin ser parte de una sociedad en la que pululan las orientaciones. Ya lo sabemos. Tal vez cambien las orientaciones con el tiempo. Lo sospechamos. Hoy día, por ejemplo, nos rodea por todas partes la insistencia de las perspectivas. Ser decente, moralmente encomiable, es aceptar la pluralidad. Muchos grupos, muchas culturas, muchas ideologías, muchos estados, muchos sistemas, muchas decisiones, muchas razones, muchas personas. Mucho de muchos.  Como anillo al dedo nos llegan las frases de Nietzsche:

"Existe únicamente un ver perspectivista, únicamente un conocer perspectivista; y cuanto mayor sea el número de los afectos a los que permitamos decir su palabra sobre una cosa, cuanto mayor sea el número de ojos, de ojos distintos que sepamos emplear para ver una misma cosa, tanto más completo será nuestro concepto de ella, tanto más completa será nuestra objetividad." Genealogía de la Moral, 13.

Pero hay que andarse con cuidado antes de inmolarse con esta religión. No es difícil distinguir entre dos acercamientos. Está, por un lado, el acercamiento desde arriba, el que comienza por el perspectivismo mismo, el que busca la complejidad, abrazar todos los puntos de vista desde el principio. Por otro lado, está el acercamiento desde abajo, el que comienza por la monovisión, el que busca simplemente ser (lo que sea que le toco ser), el que no pretende abrazar nada más que a sí mismo desde el principio y eventualmente acepta ser un ojo más de la complejidad vista desde otra parte.

La diferencia es clara, pero también de gran sustancia. Quienes comienzan por arriba suelen ser más engreídos. La razón es simple, empezar por la complejidad es asumirse como superior, como el afortunado poseedor de una sensibilidad y un entendimiento superiores, abarcadores, complejos, capaces de abrazar varios puntos de vista, sin ser ellos mismos algo, alguien, esto o aquello. Por supuesto, además de la arrogancia esta postura se acompaña del autoengaño. No hay tal cosa como la postura compleja, la sensibilidad que sólo es sensible a los demás, a la complejidad.

Pero no sólo es compleja y errada, también es peligrosa. Quien así piensa pretende también que le es posible negarse a sí mismo. Eliminar su perspectiva. Para lograrlo acude a una autodestrucción que, según el propio Nietzsche, es la cúspide del ascetismo: la maestría de la autodestrucción. Hasta aquí todo, aparentemente bien. Por desgracia no hay manera de autodestruirse sin destruir a los demás. Quien pretende (siempre falsamente) no tener perspectiva, no ser alguien, no tener deseos, no ser egoísta, no desear algo para sí y sólo para sí, claramente no podrá reconocer al otro como una persona distinta sino que inevitablemente la usará para cubrir esa gran insatisfacción que ha generado consigo misma. La autonegación es una fuente ideal de resentimiento y la venganza, ambas motores de la destrucción de los demás. Y así comienza el autoengaño más sustancial:

"En este terreno del autodesprecio, auténtico terreno cenagoso, crece toda mala hierba, toda planta venenosa, y todo ello muy pequeño, muy escondido, muy honesto, muy dulzón. Aquí pululan los gusanos de los sentimientos de venganza y rencor; aquí el aire apesta a cosas secretas e inconfesables; aquí se teje permanentemente la red de la más malévola conjura, - la conjura de los que sufren contra los bien constituidos y victoriosos, aquí el aspecto del victorioso es odiado. ¡Y cuánta mendacidad para no reconocer que ese odio es odio! ¡Qué derroche de grandes palabras y actitudes afectadas, qué arte de la difamación justificada! ¡Cuánta azucarada, viscosa, y humilde entrega flota en sus ojos!" Ibidem. 14

Sólo quien se aplaude lo suficiente puede entregar genuinamente su aplauso a los demás. Sólo quien se satisface a sí mismo puede dejar de usar a otros para satisfacerse. El autosacrificio termina por ser poco más que el odio a los demás.

Conviene entonces tomar las perspectivas y la complejidad desde abajo, siendo alguien, con toda claridad y conformarse con imaginar esa complejidad de miradas siendo una de ellas, sin pretender ser la mirada de ojos múltiples. Sin pretender ser algo más que esa limitada, incompleta, imperfecta, egoísta y sonriente persona que se es.

Tuesday, June 03, 2014

4277


 
Así son las cosas en esta época: 
para encontrarse con la gente que uno quiere 
hay que dormir. 
Piglia. 
Respiración Artificial

Puse el despertador a las 6:30 am. Cinco ciclos completos de sueño. Hace ya varias semanas que llevo así mis noches. A las 7 am abrió el comedor del Colegio de San Pablo. Así que tuve tiempo para guardar todo en su lugar y hablar por teléfono con Florencia en Buenos Aires. La voz inmediata, la textura vocal, la emoción sonora, la presencia sensible. Todo eso que ayuda a combatir una distancia demasiado grande para ser aceptable. Todo eso que ayuda a combatir el cansancio de la presencia distante, la ausencia presente. Después de noticias, historias, pan tostado y una taza de café, nos lleva un taxi al norte de la ciudad. No son las 9:30 am y ya vamos de camino.

El despertador sonó a tiempo. A las 10:30 ya habíamos dejado Sydney. Una hora después llegamos a Newcastle. De ahí nos fuimos a Maitland, para después pasar por Morpeth y comer en Swan Street. De ahí cruzamos el West Baratta Creek, Middle Baratta Creek, Sandy Creek, Ten Mile Bridge, Riverview Bridge, Six Mile Creek, Cattle Creek, Rocky Ponds Creek, Saltwater Creek y Salty Creek hasta llegar a Armidale. Horas después. Muchas horas después de haber escuchado el despertador, de haber masticado el pan tostado, de haber cerrado la puerta. Colgado el teléfono. Cenamos Kebab mal hecho y frío a eso de las 7:00 pm. Pronto salimos de ahí en dirección a Glen Innes. Sólo el clavo que se incrustó en la llanta trasera izquierda vale la pena mencionarse. De noche, poco más que el cielo estrellado vale la pena mencionarse. Un cielo inmenso. Todo. Completo.

Puse el despertador a las 6:00 am bajo el mismo principio. Desayunamos en el motel de Glen Innes el mismo pan tostado de San Pablo, el mismo de Copilco, el mismo de siempre. Hablamos. Nos escuchamos, nada parecía más importante que escuchar. Reconocer sintiendo. Cambie la llanta en unos minutos. Recordé aquella vez en que, hace quince años, reventé la delantera derecha dando la vuelta hacia Revolución desde Avenida de la Paz. Tenía la mano derecha inmovilizada tras haberme rebanado un trozo del pulgar combatiendo una resaca espectacular. Caía una lluvia monzónica como todos los veranos. Un amigo de mi hermana, quien esperaba cubrirse de la lluvia en el auto, me enseñó a cambiar llantas. Jamás pensé que algún día estaría en Glen Innes. Mucho menos que estaría cambiando una llanta perforada pensando en aquél día de hace quince años en que aprendí a cambiar llantas. A las 9:00 am íbamos camino a Lismore, no sin pasar por el Maiden Creek y el Battery Creek. Pero también por Arrow Creek, Yellow Gin Creek, Alligator Creek, Magnetic Creek, Duck Creek, Emu Creek, Snake Creek, Eden Lassie Creek y por supuesto el Yeates Creek. Comimos en el Palate, a un lado de la Galería del pueblo. una de las mejores pastas que he probado. Buen vino, buen aceite, buen sazón. Decidimos olvidarnos de la llanta dañaday disfrutar el resto del viaje. Seguramente después, cuando alcanzáramos Brisbane de regreso, la podríamos arreglar. Así que tomamos camino rumbo a Minyon, en busca de las catarátas. Tuvimos que pasar por el Repentance Creek, el Armstrong Creek y el Goodbye Creek. Dos horas después batallábamos por librar un camino de doble sentido que a penas y guardaba lugar para un automóvil. Los nativos, como siempre, no parecían batallar. En más de una curva nos detuvimos con la pregunta en el rostro. ¿Cómo pudo pasar por ahí ese auto? Después de varias curvas, pasos, estrechos y ríos alcanzamos la M1 hacia Brisbane. Primera visita. Decidí mantener mi vieja tradición de mantenerme diez por encima del límite de velocidad. Caía la noche. Nos alcanzó justo al dejar la M1 de camino a Gympie por la A1 y de ahí a Rainbow Beach, en el Sandy National Park, no sin antes perdernos por las colinas del Gympie-Kin Kin Road hasta alcanzar el final. Una hora y media después encontramos el camino adecuado. Tin Can Bay Road. Recorrimos casi sesenta kilómetros de más, porque la noche estaba encima y a los lados, porque lo mismo hubiera dado detener el auto, tirarse al piso y mirar al cielo. A las 8:30 llegamos a Rainbow Beach. A las 9:00 pm en hicimos el último pedido de la noche en el restaurante del Rainbow Beach Hotel. Éramos los únicos clientes que no estaban ebrios ni habían terminado de cenar. Pasamos  la noche en casa de una Australiana de 70 años de edad que pensaba que sólo si fuera narcotraficante podría un mexicano vacacionar en Rainbow Beach.

Puse el despertador a las 6:30. Cinco ciclos de sueño otra vez. Quería hablar con Florencia un buen rato. La noche anterior fue difícil. A penas alcanzamos a cenar. Estábamos exhaustos. A las 7:25 am caminaba ya rumbo a la playa. Había decidido correrla, toda. No pude correr más de 50 minutos. El sol calcinaba lo que fuera. Había más australianos dentro de camionetas cargando cañas de pescar que caminando o nadando. Nunca había visto a una playa convertida en una autopista. Me pasaban por derecha e izquierda. De principio a fin. A las 8.30 regrese a la habitación. Busqué a Florencia y después de la ducha nos fuimos a desayunar. Un largo desayuno de dos horas nos permitió conversar y conocernos, dejar de presuponernos. Somos personajes extraños uno para el otro, con el mismo plan de viaje. Uno muy largo.

Pensándolo bien, no es claro que tengamos el mismo plan de viaje. En sentido estricto, sólo él sabe cuál es el plan, hacia dónde vamos, en dónde comemos y dónde habremos de dormir, no se diga cenar. Yo me limito a seguir las propuestas, casi órdenes en este contexto, que llegan a cuenta gotas cada mañana. Mi plan ha sido el de observar. Guardo silencio y sigo, obedezco, acelero, avanzo, me detengo. Han sido muchos días, muchos ríos y muchos caminos así. Recuerdo ahora un comentario suyo. Platicábamos, antes de siquiera salir de casa, sobre nuestra situación laboral. Confesé mi hartazgo y mi deseo de abandonar por completo la farsa de la política universitaria. Él me dijo algo que me pareció correcto: "quienes logran hacer eso y estar felices con su trabajo lo hacen porque logran distinguir plenamente entre aquellos que son sus amigos y el resto. Con los primeros hay comunicación e incluso un ir y venir de razones, explicaciones, disculpas y cuidados. Con los segundos lo que uno debe hacer es tratarlos como medios para alcanzar fines, como computadoras a las que no tienes por qué dar razones, ni hacer berrinches, ni pedir permisos." Ahora pienso que esa tal vez sea una buena forma de llevar la vida laboral. Pero también comienzo a dudar sobre el lugar que ocupo para él. Sospecho que la división no me salva realmente. Que su acercamiento no es gradual sino tajante. Que tal vez sea mejor ser gradual. Que tramar un viaje con alguien es incluirlo en ese grupo especial de aquellos a quienes damos y de quienes exigimos razones, berrinches, favores y explicaciones. Que este viaje no fue una trama común, sino más bien un secuestro unívoco.

Al terminar el desayuno afirmó imperativamente que deberíamos buscar salir a la autopista a eso de las 11:00 am. A las 10:45 hablaba con Florencia. Fue breve, pero suficiente para apretar los tiempos y sentir la mirada controladora a la distancia. 11:05 y salíamos ya al auto cuando la señora de casa nos pregunta si ya conocimos el mirador. Esta a la vuelta y llegar ahí es llegar al paraíso. No tomó mucho más para convencerlo. Sin preguntar, nos dirigimos al paraíso. Veinte minutos caminando bajo el sol de medio día para llegar una cuesta que parecía un barranco lleno de arena al final de cual se deberían apreciar arenas multicolor, justificando el nombre de la playa. No se vía nada multicolor. Sudamos. Caminamos. Pero la vista no paradisíaca del mar era sumamente hermosa. Un pacífico inmenso, con distintos tonos de azul y dolor. Me quedé varios segundos simplemente de pie, dejándome llevar por un mar sin olas que estaba, simplemente estaba. Regresé porque se había ido. Llevábamos ya varios minutos de retraso en el plan.

Salimos hacia el norte, rumbo a Bundaberg, donde se decidió el almuerzo. Dos horas y treinta minutos después llegamos a la calle central. Ninguno de los restaurantes preseleccionados estaba abierto. Ninguna de mis propuestas disponibles fue aceptada. Terminó por ir a una cafetería ridícula a pedir un sandwich de pan blanco. Me fui a una panadería danesa y ordené dos focaccias vegetarianas y un americano doble. No lo dije explícitamente, pero lo mandé al carajo. Me había quedado claro que no había ningún interés por considerar los intereses de alguien más que los propios. Desde entonces todo fue más fácil y más pesado. Un esfuerzo constante por desconsiderar al otro guiaba la comunicación. Quizás por eso logramos recorrer tantos kilómetros por  día. A las 15:30 me senté tras el volante. Salimos hacia el noresete, rumbo Emus Park, pasando por Rockhampton, no sin antes cruzar el Plantation Creek, Gibson Creek, Beatrice Creek, Catherine Creek, Greta Creek, Dingo Creek, Maryborough, Carey's Creek, Kitty Creek, Childers, Pioneer River Bridge, Ten Mile Creek, Billys Creek, Jolimont Creek, Constant Creek, St Helens Creek, Bowen Bridge y el Sandy Bridge. Manejé tres horas y media sin parar. Estaba molesto. Dejé 350 kilómetros atrás. Sin cruzar palabra. Era ya muy noche cuando llegamos al Emus Park Hotel and Backpackers, un nombre que siempre me pareceió gramaticalmente incorrecto. A penas tuve unos segundos para contactar a Florencia. Todo bien al otro lado del pacífico. Cenamos pasta de microondas con jugo de manzana. Caí exhausto en la cama después de una ducha.

Puse el despertador a las 5:30 am. Quería hablar con Florencia antes de salir a la playa a ver el amanecer. La costa da directamente al este. Sería un gran espectáculo. Pero me hacía falta su voz. Era como si se hubiera perdido entre tantos kilómetros de ese constante ignorar al que viene a lado, al que no se pregunta más que sus propias preguntas. Eran las 4:30 pm del día anterior en Buenos Aires, un momento ideal para hablar. Le conté brevemente algunas cosas, sin mencionar lo que realmente me molestaba. Era como si al no contarlo no existiera. Como si decirlo, que ella lo supiera, fuese daré una realidad pesada, independiente de lo que pasara en el auto, en el camino, en el viento. Hablamos largo rato. Más tarde despertó recordando la propuesta de ir a ver el amanecer. Salimos 6:30 am rumbo al mar. Hacía ya más de diez minutos que se habían ido el rosa y el naranja del cielo. Pronto saldría por el horizonte. A unos metros del estacionamiento había una rampa. Después descubrí que la usaban los lugareños para remolcar barcos, con sus autos, hasta la entrada misma del mar. Al otro lado estaba una banca enfrentando el sol mismo. Recordé aquella banca de un parque en Ann Arbor a donde comencé a ir recién fallecieron todos. Me daba tranquilidad ver el río quieto, lentamente recuperándose del invierno. En esa banca me sentaba a preguntarme qué pasaba, quién era ahora, de qué se trataba todo. Ahí me senté a celebrar el cumpleaños de mi hermana y, ahora veo, a grabar mi memoria con esa banca y ese dolor. Esta banca era la misma, pero traía consigo un sentimiento distinto. Me llevaba a la banca que me llevaba a mi hermana que me traía a un amanecer distinto que jamás siquiera me había planteado. No comentamos mucho el amanecer, más allá de las expresiones obvias. No dije nada sobre mis recuerdos. Él no sé si tenga recuerdos. Su vida personal parece carecer de emociones. Después bajamos la rampa. Caminé solo hasta la entrada del mar a los barcos, de los barcos al mar. Era extraño ver ese proceso de lento internamiento en el océano. Era tan lento y fácil que parecía natural. El sol tan sólo se escondía para dar paso a los barcos. Uno a uno lo fueron cruzando.

Nos fuimos pronto. A las 9:00 am desayunábamos en Yeppoon, en el Waterline Cafe de la marina local. Él investigó y decidió. Yo disfruté mi tostado con huevo y tocino y después sonreí ante un gran trozo de pastel de chocolate. No sólo me recordaba a mi infancia, también a mi padre quien me fomentó la afición por el chocolate, especialmente en la forma de un pastel bien hecho. Además, comer pastel o pan dulce cuantas veces fuera posible resultaba un acto de rebeldía placentero. Él, con su vida sacrificada por su carrera, no podía entender cómo yo podía comer tanto, tanto más que él, tanto mejor que él, y estar tan delgado. Bromeaba afirmando que mi cabello consumía el exceso de calorías. Yo sólo le dije una vez que era muy simple, tenía que mover más su cuerpo y sentarse menos tiempo frente a la computadora. No volvió a salir el tema. A las 11:00 am nos dirigíamos a Mackay. Dejamos atrás el Banister Bog Creek, Sheep Station Creek, Little Goodbye Creek, Winding Creek, Kangaroo Creek y Armstrong Creek. O'Connell Creek, Deadmans Creek, Gibson Creek, Ten Mile Creek, Macquarie Bridge, Burdeking Bridge, Palm Tree Bridge, Sydney Cotton Bridge y el Bowen Bridge. Pasamos por Rosslyn y Bowen, después de retomar la A1, hasta llegar a Mackay. Hablamos poco. Solía estacionarse en el lugar que le había recomendado después de confirmar que sus propias ocurrencias estaban fuera de lugar. Comimos en el único lugar disponible. Estaba frustrado porque sus planes no se cumplían. Sus búsquedas esquisitas por los restaurantes más visitados y mejor calificados en Trip Advisor eran inútiles. No eran días ordinarios. Eran días de viaje, de playa, de descanso. Yo felizmente comía cualquier cosa. Pedí una hamburguesa. Él sufría buscando un platillo que valiera la pena. Mientras el se decepcionaba, yo meramente masticaba. El segundo pastel del día vendría al final. Veía en él, en sus gestos, su inflexibilidad, su molestia, su rechazo, algo que supongo he visto en mi mucho tiempo. Es esa pátina de mal olor e incomodidad que nos deja la vida cuando buscamos tenerla siempre bajo control, empuñándola, sometiéndola. Cuando nos gusta engañarnos y pensar que en efecto hacemos con la vida lo que deseamos, que vamos a donde queremos y estamos con quien más deseamos. Se es más feliz, pienso mientras lo escucho quejarse una vez más por la carbonara mal hecha, cuando se está convencido de que la vida hace con uno lo que quiere y con eso, a partir de eso, uno hace lo que puede. Fue un placer disfrutar ese segundo pastel ante ese rostro adusto. A las 13:30 tomaba una vez más el volante. Nos dirigíamos a Townsville. Era el día más largo. Nos esperaba 400 kilómetros más. Tomé el volante y lo mandé al carajo. No volvía mirarlo. Preparé una lista de canciones suficientemente larga para no atenderla en cuatro horas. Cuatro horas después habíamos pasado ya por Home Hill, Batte Creek, Guthalungra, Gumlu, Kuthabul, sin olvidar el Janes Creek, Barratta Creek, Alligator Creek, Goats Creek, Six Mile Creek, Anne Creek, Marys Creek, Salty Creek, Proserpine Creek, Elliots Creek, Pioneer Creek, la enigmática Digeridoo Lagoon, el Cotton Creek, el Sandy Creek el pueblo de Ayr antes de tomar las colinas, ya en plena noche, hacia Townsville. Hacía ya 10 kilómetros que teníamos que cambiar de conductor. Yo seguía volando sobre el camino, como si los kilómetros fuesen mi enemigo y mi mejor amigo. Me permitían ignorarlo, controlarlo, atemorizarlo, hacerle ver que había algo más que su voluntad en ese auto. Hasta que su temor por mi cansancio venció mi paciencia. Media hora después llegamos a Townsville. Nos fuimos directamente a cenar a un restaurante Thai, International Food, en la calle Flinders.

Al fin habíamos llegado a nuestra meta. Al día siguiente tomaríamos un bote al Pacífico, no un auto al camino. Bebíamos cerveza. Hablábamos. Me preguntó si quería tener hijos y cuándo. Respondí directamente que sí, que en los próximos dos años. Se sorprendió ante mi respuesta. Me sorprendí ante la naturalidad de mi respuesta. Confeso no saber bien qué pensar sobre el tema. Le parecía que tener hijos era un sacrificio muy grande y que por eso no sabía bien cuándo. Le dije que solía pensar como él, sin saber realmente si buscarlo o cuándo hacerlo. Hasta que  simplemente dejé de pensar que era un sacrificio. Callé unos segundos. La duda en su rostro me hizo pensar el por qué. ¿Por qué no pensaba más aquello que antes me convencía, que tener hijos era una joda,  un sacrificio, una labor? La respuesta era obvia. El cambio real, le dije, surgió cuando dejé de creer que mi carrera era lo más importante para mi. Cuando empecé a ver mi empleo como un trabajo, como un  quehacer que me ayuda a seguir andando, a vivir, a no depender, a ser libre, entonces empecé a usar mi carrera para mi beneficio y dejé  de ver mi vida en función de su progreso. Mientras él me miraba con sorpresa yo recordaba una charla que tuve hace cosa de diez años con la madre de una amiga. Era la misma charla, la misma pregunta. En aquél momento dije que no sabía cuándo tener hijos porque tener hijos era un gran proyecto, algo que me involucraría de manera completa, algo que me obligaría a poner mi carrera en un segundo plano. En esa otra charla dije lo que me parecía obvio lo que veía en casa. Ella me respondió que no era así. Que uno no tenía que sacrificar ni subordinar sus planes personales para tener hijos.  Ahora pienso que a partir de ese momento comencé a ver las cosas como ella hace diez años, como él ahora, con su vida subordinada a su carrera, como yo hace unos años, con el trabajo jugando el papel de la vida y el amor que había perdido. Ahora pienso que soy terriblemente afortunado por no pensar más así.

Despertador a las 5:30 am. Hablé con Florencia un buen rato. La cena del día anterior había removido el espacio emocional. A las 6 salíamos hacia el puerto. Una vez más no compartió la dirección exacta del sitio al que íbamos. Terminó dejando el auto una colina antes del puerto. Caminaba con ese ritmo patético de quien desea correr pero no se permite la desfachatez. Llegamos después de la hora citada, pero a tiempo. Salimos hacia el este. Se esperaba un mar picado. Recordé aquél viaje tortuoso de tres horas en barco entre el Morro de San Pablo y Bahía en donde confirmamos que era amor lo que nos unía. Sufría demasiado aquella vez. El horizonte subía y bajaba en un rango de uno a dos metros. Todos vomitaban. Faltaban horas antes de llegar a tierra. Sólo podía pensar en la muerte. Una tortura, literalmente. Florencia temía por mi. Salimos juntos de la tortura, más juntos de lo imaginado. Pero ahora no estaba Florencia sino quizás la persona más alejada posible de esa comprensión emocional y ese cuidado por los demás. Todos vomitaban. Dos horas y media después llegamos al gran arrecife de coral. Yo seguía mareado. La recomendación era nadar. El mar tranquiliza, dijeron. Me alisté con las aletas y el esnorkel. No sin preguntarme sinceramente, y en voz alta, por qué la gente se hacía este tipo de cosas a sí mismas. La mujer a mi lado se rió y añadió: esa es una muy buena pregunta. Los demás ignoraron sus vómitos y temores y se lanzaron al mar. Sólo nadé treinta minutos. Todo me parecía una estupidez. El arrecife y los peses se ven mejor por computadora. La sensación de respirar por un tubo que de vez en cuando deja entrar agua salda no es precisamente el mejor catalizador del placer o la belleza. Decidí mandar a todos al carajo. El viaje incluía un almuerzo intermedio. Después de comer dejé a un lado el esnorkel y me vestí. A los diez minutos estaba durmiendo en la pequeña banca del interior del bote. No volví a levantarme sino para salir del mar y volver a tierra.

A las 8:00 pm cenábamos en un restaurante presuntuoso. Ambos celebrábamos. Cosas distintas supongo. Él celebraba haber cerrado su plan personal de viaje. Yo celebraba haber sobrevivido el secuestro, pero también haberme visto cara a cara con un espejo tan cercano como él, haber visto mis deseos en los suyos, mis sacrificios en los suyos y no poder sino preguntarme ¿por qué la gente se hace esas cosas a sí mismas? ¿Por qué se impone estos proyectos, estos deseos y sacrificios, deliberadamente? Más de mil kilómetrosy dos días de manejo nos esperan antes de tomar un vuelo que nos salvara la mitad del viaje. Cada día, cada hotel, cada instrucción, cada silencio en el auto me resultaba más insoportable. West Baratta Creek, Sandy Creek, Repentance Creek, Cattle Creek, Waistcoat Creek, Gates Creek, Emu Creek, Eden Lassie Creek, Proserpine Creek, Didgeridoo Lagoon, Railroad Crossing Reduce Speed Ahead, Macquaire Bridge, Burdekin Bridge, Sydney Cotton Bridge, Palm Tree Bridge, Pioneer Bridge. ¿Cómo fui a convertirme en alguien así? Una persona decididamente sola en sí misma, abandonando a todos. Una persona que está sin estar. Abandonada de sí misma. Entregada a planes ajenos que predica como propios. Una persona con éxitos ajenos. Los de los planes impuestos. Una persona infeliz. Profundamente insípida e infeliz. Hervey Bay, Beelbi Creek, Burrum Heads, Torbanlea, Saltwater Creek, Deadman’s Gully, Maryborough, Mary River, Chinaman Creek, Tiaro Creek, Oaky Creek, Gutchy Creek, Kelihers Creek, Deacons Creek, Glenwood Creek, Durramboi Creek, Curra Creek, Spring Valley Creek, Deep Creek, Six Mile Creek, Kybon Creek, Seaggal Creek, Tebrogaran Creek, Paynters Creek, Beerburrum Creek. Brisbane. Sydney. Más intrigantemente, ¿cómo logré dejar de ser alguien así?

Cuatro mil doscientos setenta y siete punto un kilómetros de ir y venir. Un corto viaje para descubrirlo todo. Para reconocerse actor. Para identificar máscaras. Para mirar temores. Para recordar horrores. Para cuestionarse una vez más, cómo, cuándo, por qué. ¿Por qué no?  Para dejar de hacerse estas cosas uno mismo. ¿Por qué no ser una persona cualquiera? ¿Por qué no dejar de hacerse estas preguntas? ¿Por qué no?