Escribo estas líneas mientras François Hollande, presidente de Francia, se dirige al parlamento francés. El discurso recuerda al del entonces presidente de E.U.A., George Bush, pidiendo poderes especiales para combatir al terrorismo. En aquél entonces, Bush exigía más dinero para el ejército, más poder para controlarlo y reformas legales, como el infame Patriot Act, que extenderían los poderes del estado para espiar a todo aquél (ciudadano o no) que representara algún peligro para la nación.
Hoy, Hollande pide exactamente lo mismo. Más dinero para el ejército y más soldados. Más poder para controlar al ejército, una extensión anticipada del estado de excepción y la reforma de dos artículos constitucionales que le permitan espiar a discreción y, en su caso, retirar la ciudadanía francesa a todo aquél que represente una amenaza.
No encuentro las palabras para expresar la profunda decepción que siento. Es una mezcla de tristeza e incredulidad ante tan épica demostración de estupidez, incomprensión y discapacidad de parte del gobierno francés. No lo digo por el contenido del discurso, ni por las acciones que le seguirán. Tampoco me asombra ni decepciona el saber que esas reformas constitucionales serán usadas para dañar, más que ayudar, a los ciudadanos franceses. Lo digo simplemente porque Francia (y con ella Reino Unido y Europa entera) está demostrando negación y estulticia ante el gran elefante rosa que acaba de pasar frente a sus ojos. No parecen recordar que hace más de diez años se respondió ya de manera idéntica y, peor aún, tampoco parece reconocerse que el ataque reciente al que pretenden dar respuesta es resultado de esa misma política de destrucción aplicada hace ya doce años.
Estados Unidos atacó Iraq para eliminar Al Qaeda. Años después, Al Qaeda murió de inanición ideológica y de luchas intestinas, no de ataques militares norteamericanos. De sus entrañas surgió el Estado Islámico, apoderándose del Irak desmantelado que dejó Bush, alimentándose del vacío de oportunidades y de significado que dejó la invasión de Irak. Hoy día sufre Paris, como han sufrido y siguen sufriendo muchos otros. Nadie parece entender lo obvio, que la reacción destructiva de Bush, y ahora de Hollande, es el mejor alimento para la maquinaria del Estado Islámico.
Mientras los aviones y bombas francesas sigan cayendo sobre Siria, mientras los agentes franceses sigan deteniendo a sus adolescentes sospechosos, mientras el estado francés no compita realmente contra el terrorismo ofreciendo oportunidades de formación, participación y crecimiento a sus jóvenes, el Estado Islámico seguirá vivo y sano. No importa cuántas bombas caigan en Siria, el germen patógeno está en el estado mismo que decide defenderse destruyendo. Esa es justamente la lección que nadie parece entender.
Excepto Scott Atran, por supuesto.