No sé bien cuándo ni por qué llegué a este punto en particular. Tal vez sea más correcto pensar que no llegué. Nunca estuve en otra ubicación. Lo cierto es que nunca he tenido la más mínima confianza en la idea general de que uno pueda tomar decisiones políticas, económicas, legales, etc. a nivel nacional por medio de un proceso de votación para elegir a individuos humanos.
Dicho de otra manera, y en pocas palabras, siempre he creído que la democracia electoral es una gran pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo. Antes creía que esto se debía a razones complicadas asociadas a la existencia de mafias, costos políticos, inversiones transnacionales, capitalismos y demás detalles. Recientemente descubrí que las razones de mi escepticismo son otras, más básicas y por ello más rotundas.
La democracia electoral, sea representativa, de partidos o no, descansa sobre un presupuesto muy simple y muy dudoso (por no decir directamente falso). Éste es el supuesto de que la motivación y la vida mental de los seres humanos es capaz de echarse a andar a partir de principios, ideas y contenidos tan generales como "la justicia", "el bienestar social", "la educación", "la eliminación de la pobreza", etc., etc., etc. Sin embargo, es bien sabido que lo que nos mueve no son los principios ni mucho menos las ideas grandes y generales de justicia y equidad, sino el interés propio, el miedo, el deseo sexual, el hambre, la ira, la ambición de superioridad, etc.
No es para nada claro cómo es que se conectan todos esos contenidos grandilocuentes que se escuchan en los discursos de campaña electoral con esos pequeños e individuales motores concretos de la vida mental de los individuos humanos. Elegir, hoy y siempre, es elegir a un ser humano y aceptar sus decisiones. Como tal, el ser humano decidirá con base en sus pasiones, emociones, fobias, obsesiones y anexas. No habrá tal cosa como decisiones basadas en una búsqueda por la justicia, el bien, la equidad o cualquier otra meta grandilocuente que occidente se ha inventado para autoengañarse.
Más allá de un rampante e incontrolable ímpetu capitalista, de una demoledora ola de opresión y sometimiento de los más por los menos e independientemente de si se instaura o no la aristocracia, el problema principal de la democracia electoral es la existencia de un abismo entre lo que se busca elegir (justicia, decencia, equidad, progreso, paz, empleo, educación,...) y lo que se elige (un individuo con una vida mental, historia, traumas, miedos y deseos personales).
La democracia electoral es inoperante porque descanza en un supuesto imposible de satisfacer. Los seres humanos no somos lo que queremos ser (semidioses capaces de motivarnos por la justicia, el bien, la equidad, etc.) y el problema está en querer serlo.