Entre más me analizo más me convenzo de que la visión freudiana de la mente tiene mucho, mucho, de razón. Esto bien puede no ser más que una sana consecuencia del análisis. Me sirve. Pero, si esto es todo, también es bastante. Si la teoría sirve, diría Peirce, algo de verdad debe tener.
Reciéntemente logré entender al psicoanálisis, o algo como el psicoanálisis, desde una perspectiva mucho más cercana a mi formación profesional: el psicoanálisis como una teoría de la mente. Con esto pretendo hacer referencia a dos sentidos aparentemente distintas pero necesariamente asociados, de una misma capacidad, a saber, la de explicar la conducta de las personas adscribiéndoles estados mentales. Los filósofos le llaman "teoría ordinaria" o "folclórica" de la mente. Los psicólogos le llaman "Mecanismo de teoría de la mente". Ambos hablan de lo mismo, a saber, la capacidad natural que tenemos de adscribir creencias, deseos, fobias y miedos a los demás.
Visto así, parece más bien simple la manera en que psicoanálisis forma parte de la teoría de la mente. Ambos, psicoanálisis y teoría ordinaria, asumen que las personas actuamos con base en nuestras creencias y deseos. Pero hace falta hilar más fino si lo que queremos es explicar con cierta adecuación la conducta de las personas. Si queremos explicar no sólo por qué se sirve un vaso de agua y lo bebe, sino también por qué le dan taquicardias por la noche, por qué se angustia al quedarse solo y por qué una vez que se sienta detrás del volante se convierte en un monstruo intolerante e irreconocible, necesitamos apelar, nos dice el psicoanálisis, a creencias, deseos y otras representaciones mentales a las que las personas no tienen acceso fácil y voluntario.
Esa es la primera gran aportación del psicoanálisis a la teoría representacional de la mente. Consiste simplemente en notar que no todas las creencias y deseos que mueven a las personas son creencias y deseos comprensibles por la persona, ya sea porque se reprimen o porque se ocultan.
Pero hay una segunda lección. Una vez que aceptamos la distinción anterior podemos distinguir entre distintos tipos de representaciones que alimentan la maquinaria motivacional del individuo. Por un lado tenemos la identificaciones. Algunos creen que son sus padres. Otros creen que son sus madres. Y el resto enfrenta serios problemas psicopatológicos. Por otro lado tenemos las fobias. Algunos creen que en cualquier momento los van a matar o les va a caer un edificio encima; otros creen que en cualquier momento van a matar su familia o les va a caer un edificio encima. Los demás están en las manos de algún psicoterapeuta.
Obviamente, el psicoanálisis hace algo más que ayudarnos a adscribir esos estados mentales que los demás no suelen adscribir (y nosotros tampoco). La meta principal es aliviar las tensiones entre representaciones, tanto entre las no disponibles y las ocurrentes, como entre unas y otras que no están disponibles. Pero para entender todo esto hace falta pensar que de lo que se trata es, al final del día, de representaciones mentales que formamos naturalmente los humanos. Visto así, podemos entender al psicoanálisis como cumpliendo una función doble. Primero, identifica los contenidos ocultos. Segundo resuelve las contradicciones. Es, al final del día, una suerte de lógica médica de profunda complejidad. Hace falta algo de arqueólogo, pero también de filósofo, para ejercer virtuosamente el aparato medicinal de los estados mentales representacionales.