Friday, June 27, 2008

Mesianismo Filosófico

Hace ya unos años conocí a un profesor de filosofía controversial. La verdad es que más bien era un pinche mamón narcicista. Pero era sano pensarlo como siendo controversial. Lo cierto es que me generaba repulsión. Conocí a algunos de sus alumnos. La mayoría lo seguían, por todas partes y en todos sentidos. Otros no. Mis amigos se encuentran entre los últimos. Los demás, nunca dejaron de idolatrarlo.

Era amado por una sencilla razón: era el mesías. Corrijo. Hablaba, pensaba, preguntaba y actuaba como si fuera un mesías. Era él quien habría de resolver los problemas de la humanidad atacando las preguntas filosóficas. Era él el nuevo Marx. El Marx redomado. Aquél en quien toda esperanza (de los alumnos idólatras) se apostaba. Él, a diferencia de Marx, iba a cambiar el mundo. La revolución lo acompañaría. La liberación de los oprimidos le sucederían. Más de uno cayó en la labia.

Todos hablaban del siguiente libro y de cómo habría de iluminar al mundo: política de la liberación. Hoy estoy sentado frente al nuevo libro, la nueva lumbrera. Es de reciente publicación y viene acompañado por una flamante presentación de solapa (tomada del prefacio) que no deja lugar a dudas sobre el mesianismo del autor.

“Este libro se propone exponer una posible historia de la política, la historia de los pueblos […]

No habría que leer esta historia como un relato más, sino como un contra-relato, como un relato de una tradición anti-tradicional. Como un buscar lo no dicho y lo no investigado en lo ya dicho. El “decir” de la corporalidad sufriente de los “condenados de la tierra” es su punto de partida.”

Estas líneas no son polémicas. Son peligrosas, fascistas, engañosas, propias de alguien que alucina. Fascistas porque presuponen que hay algo así como los pueblos que han trasegado la historia superándola. Como el pueblo alemán, que se levantó de las cenizas de la primera guerra mundial para dar cabida a la segunda. O como la raza española que conquistó, con gran religiosidad, a esos otros pueblos. Los pueblos de los que habla nuestro autor. El nacionalismo es una enfermedad, no importa quién la tenga. Así sea el grupo humano más jodido del planeta. Sigue siendo inaceptable.

Engañosas porque no ha habido tal cosa como los pueblos que surcan la historia. La historia de los pueblos es una invención política con fines de control o dominación. No hay un único pueblo mexicano, mucho menos un pueblo latinoamericano. No existe el pueblo condenado ni existe quién lo haya condenado. Entender el mundo de esta manera presupone una simplificación burda y falsa. Y las teorías burdas y falsas no sólo tienen la capacidad de engañar, también tienen la capacidad de descomponer las cosas. No logran explicar lo que sucede porque no entienden lo que sucede. Y como no entienden lo que sucede no pueden predecir lo que sucederá. Y como no tienen poder predictivo tampoco tienen poder resolutivo. No arreglan nada, no cambian nada. Sólo exaltan las emociones y pasiones de sus fanáticos.

Alucinantes por sus tonos de exclusividad. Un relato, de lo que sea, es otro relato. No importa si contradice todos los demás relatos. Sigue siendo un relato. Pero lo mejor es el cierre: el relato nos contará lo que dice la corporalidad sufriente de los condenados. De pronto siento como que el libro dejó de ser teórico y comenzó a ser un relato fantástico. ¿Qué es eso de la corporalidad sufriente? ¿Quiénes son los condenados de la tierra? ¿Quién los condenó? ¿De dónde se saca éste la idea de que hay un grupo de condenados de la tierra que viven una corporalidad sufriente y, peor aún, que ésta de alguna manera se comunica al mundo occidental a través de sí, de su pluma, de su lengua?

He ahí lo mesiánico. Nuestro humilde profesor de filosofía cree que sus manos hablarán del sufrir de los pueblos condenados (lo cual se confirma en su afán por emplear el desgastado estilo de la tercera persona del plural para presentar sus posturas) mientras sus ideas lograrán paliar tanto dolor. Más clara, ni el agua.

Todo esto trae consigo ironías y preocupaciones. Me parece irónico, por ejemplo, que este relato insurgente, que tiene como uno de sus fines principales romper con el eurocentrismo de los relatos tradicionales, haya sido publicado por una de las editoriales más exitosas, trasnacionales y poderosas de Europa. La editorial Trotta es, por así decirlo, una de las niñas bonitas de la intelectualidad eurocentrista. ¡Es irónico! Nada más.

Pero también es preocupante. Según Hume, los errores en religión son peligrosos, mientras que los errores en filosofía son meramente ridículos. Creo que Hume tiene razón. Si este fuera un texto meramente filosófico, no habría de qué preocuparse. Temo, sin embargo, que este libro se acerque más al lado peligroso del que habla Hume. Con tanto mesianismo, los panfletos “filosóficos”, como el manifiesto, se vuelven más bien objeto de culto y adoración.

Entre la vanidad literaria y el mesianismo filosófico, prefiero, sin pensarlo mucho, la mamonería de las divas. Ahí si, como dice Hume, los errores no pasan de ser ridículos.

Vanidad Literaria

Llevo una semana leyendo los detectives salvajes. Me he fletado ya doscientas cuarenta páginas. Estoy cansado, aburrido, harto. Leí veintiséis sesentaiséis hace un año. Fue un gran placer. Pero éste me está molestando. ¿Por qué tanto afán de ser mamón? Llevo años pensando que la literatura es pura imaginación. No sirve de nada, no cuenta nada, no describe nada, no surge de nada, no viene de nada y no lleva a nada. ¡Pura mamada! Me enfada. Por no decir, me encabrona. Creo que nunca, jamás, he leído nada que tenga algo sustancial que ver con mi particular existencia. Es un asco la literatura. Y los literatos, por consiguiente. Todos se regodean en su vanidad. Son capaces de escribir cualquier sarta de pendejadas. Véase, por ejemplo, lo que dice Enrique Vila-Matas (otro mamón) sobre los detectives:

“Un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar. Una grieta que abre brechas por las que habrán de circular nuevas corrientes literarias del próximo milenio”


¿Por qué tanta pinche mamada? ¿Qué coños es un carpetazo histórico? ¿Acaso es la interpretación canónica de alguna obra? ¿Cómo se puede ser histórico y genial al mismo tiempo? ¿Qué no para ser histórico hace falta dejarse de mamar vergas y ponerse a relatar los sucesos? Y luego resulta que un pinche libro se vuele una “grieta”, una pinche rajada en dónde, ¿quién sabe? En el culo de su historia tal vez. Peor aún, resulta que la pinche rajadita se ensanchará para volverse la autopista literaria de nuevas corrientes literarias del próximo mileno. ¿Cuánta pinche mamonería? No lo puedo resistir. La última vez que revisé, estábamos en el octavo año del nuevo milenio. Le restan novecientos noventaidós años al culero. ¿Dé cuál fumó este pendejo? Debo disculparme, pero el naturalismo obliga: ¿cómo coños puede alguien saber lo que harán las culeras generaciones por venir con la puta literatura? Igual y la asfixian a la cabrona.

Cuál pinche grieta milenaria ni qué ocho cuartos. Éste pinche libro es aburrido y Bolaño no supo aprender la lección de Rulfo y se dedicó a copiarse. Una y otra vez. Indiscriminadamente. (Cosa que también le encanta a Vila-Matas, quizás por eso le gustan las grietas milenarias). Quienes hayan comenzado por los detectives, les recomiendo evitar veintiséis sesentaiséis. Y viceversa.

Pura pinche vanidad. No hay más.

Saturday, June 21, 2008

Música Propia

Llevo dos días leyendo a Bolaño. Mejor dicho, dos tardes. Por las mañanas leo a Chalmers, Jackson, Stalnaker, Hawthorne. Tengo el afán de contradecir al bidimensionalismo epistémico y su tesis central: “una oración es cognoscible a priori si y sólo si su primera intención es necesaria.” Las estipulaciones son mi ejemplo favorito. Aunque también son y han sido, pero ya no serán, el ejemplo tradicional de oraciones que expresan proposiciones contingentes y cognoscibles a priori. (Recién descubrí que Stalnaker no cree más en esto. Me reconforta). Llevo ochos meses pensando el argumento. Al principio todo salió mal. La mira estaba mal enfocada. Confundí al bidimensionalismo epistémico con el metasemántico. El agua y el aceite nunca han sido lo mismo. Ahora debo volver sobre mis pasos. Eso he hecho todas las mañanas, desde hace una semana. Las semanas anteriores había estado leyendo a Penn, Margolis, Laurence, Rey, Goldman. Estoy poniendo las últimas comas a un argumento que llevo formulando desde noviembre del 2006. Es complicado. Tiene miras muy alzadas. La piedra pretende llegar lejos. Por eso toma tiempo enfocar. Hay que armar bien los resortes y conseguir la munición adecuada. De otra manera uno termina por dar un espectáculo. No un argumento. A veces me pongo a leer a Lewis, Salmon, Everett, Walton. No sé bien qué pensar sobre los nombres vacíos y los discursos de ficción. Desde que llegué a México me atrae más la posibilidad de negar la existencia de los nombres vacíos. El precio es alto. Ontológico. Traer un regimiento de objetos abstractos a cuenta. No sé qué es un objeto abstracto. Uno termina por hacer metafísica aunque no quiera. Ya estoy harto de los nombres vacíos. Mejor vuelvo a leer a Frege, Russell, Plantinga, Soames, Marcus. Insisto en que el problema de la informatividad de las oraciones verdaderas de identidad es uno y el mismo que el problema de la falta de sustitución de términos correferenciales en adscripciones de estados mentales. Éste lo llevo pensando desde el verano pasado. Ya casi es el año. Para como son las cosas, comienzo a esperar una nueva ocurrencia. A ver si así ya puedo convencer a mis sinodales. Son muy reticentes. No sé si miopes o buenos maestros, pero no dicen ver mucho en el argumento. También cabe la posibilidad de que simplemente sean honestos. La ausencia de la nueva ocurrencia habla a su favor. No logro poner el palabras esa emoción visceral que aparece cada vez que me convenzo de que el problema de la informatividad de oraciones verdaderas de identidad no es sino el problema de la falta de sustitución de términos correferenciales en adscripciones de estados mentales (especialmente de creencias). ¿Qué es lo que hace que estas dos cosas sean una? En sentido estricto, la respuesta es sencilla: nada. Si son dos cosas no pueden ser una y a lo que no puede ser nada puede hacer que sea. Esa es ley divina. Es decir, metafísica. Ley Tractatus, Ley Wittgenstein, Ley de pacotilla. Pero ley. Ley. Así que nada. Sigo leyendo. Desde hace dos tardes, los detectives salvajes. Y nada. Nada. Me gusta más veintiséis sensentaiséis.

Tuesday, June 17, 2008

Sindicato Intelectual*

¿Cuáles son las mejores condiciones para la explotación? Un trabajador con varias opciones de trabajo, alguna de las cuales ofrece mejores condiciones de vida, difícilmente será explotado. Necesitamos, pues, un trabajador con pocas o nulas opciones de trabajo. Los tiempos modernos nos brindan cada vez más ejemplos.

Imagino el caso perfecto. Teodoro ha dedicado toda su vida a leer filosofía. Ha decidido convertirse en el mejor, así que no ha prestado atención a más nada. No sabe hacer otra cosa que no sea leer y escribir filosofía. Para asegurar el éxito, ha decidido especializarse. En realidad, sólo leer artículos sobre el problema de la falla de sustitución de nombres correferenciales en contextos de adscripción de creencias desde el punto de vista de las ciencias cognitivas. Teodoro es también capaz de leer y escribir textos sobre el problema del valor cognoscitivo de las oraciones verdaderas de identidad que emplean dos nombre correferenciales. A partir de ahí todo es confusión. Puede leer fácilmente sobre la naturaleza de la referencia y el descriptivismo del significado. Pero es un tanto incapaz de escribir textos al respecto.

Por lo demás, su incapacidad es tal que preferiere no atreverse siquiera a comprender. Es totalmente incapaz de leer (ya no se diga escribir) sobre el problema de la distribución de la justicia para modelos igualitaristas que pretenden salvar las diferencias culturales. Mejor ni se acerca. Y no se diga nada sobre el problema metafísico sobre el contenido de los juicios estéticos en las obras de ficción. A él le da lo mismo. El Quijote bien puede ser Macbeth. ¿A quién le importa?

Teodoro está, según el uso técnico, jodido. Sus opciones de trabajo se limitan no sólo a las universidades (excluyendo así la mayor parte del mercado laboral), sino también a las universidades que tienen como fin realizar investigación. Eso no es todo. Dentro de éstas, sólo tiene acceso a aquellas pocas que tienen como fin desarrollar la investigación filosófica. La historia sigue. Debe excluirse ahora todas aquellas que no se dedican la investigación filosófica analítica y dentro de éstas a las que no tienen un talante naturalista, dentro de las cuáles cabe excluir a las que no tienen interés por la filosofía del lenguaje. De las restantes debe uno descontar a todas aquellas que ya tienen quien se preocupe por los nombres propios.

Como dije ya, Teodoro está jodido. Cabe joderlo más. Un trabajador con poca o nula competencia difícilmente será explotado. En el caso de Teodoro la causa de la especialización radical es justamente el exceso de competencia. Cada año se suman más de cien a la lista de los que se preocupan por el problema de la falla de sustitución de nombres correferenciales desde el punto de vista de las ciencias cognitivas. Y, como ya se dijo, todos estos infelices tienen muy pocas opciones de trabajo.

¿Qué puede hacer un trabajador contra tanta jodienda? La respuesta es obvia. El trabajador se deja tomar por culo y abarata su trabajo. Hay, sin embargo, mil formas de abaratar el trabajo. La más simple consiste en pedir menos dinero. La más cobarde (quiero decir, sutil) consiste en trabajar más por el mismo costo.

El resultado es conocido. Teodoro sabe, aunque quizás no sabe que sabe, que debe trabajar más, mucho más, siempre más, interminablemente más, para conseguir un empleo. Duerme cuatro horas al día, todos los días. Invierte tres horas en comer, dos en transporte y una en conseguir alimentos. Le quedan catorce horas hábiles siete días por semana. Teodoro es grande. Sus noventa y ocho horas de trabajo semanal le han permitido terminar sus cursos con ocho meses de antelación. En consecuencia, presentó su proyecto de investigación con diez meses de antelación, se graduó un año antes que sus compañeros y escribe de dos a tres textos más que sus coequiperos cada año. Teodoro es una máquina. Una gran máquina que, como los obreros de la revolución industrial, cada vez se parece menos a un ser humano.

Imagino pues, el sindicato intelectual. Las imposiciones son obvias. Nadie podrá pensar (es decir, trabajar) más de ocho horas diarias cinco días por semana. Sábados y Domingos se recomienda tomar talleres de meditación o ayuno intelectual, según se vea. El número de artículos se limitará por igual. Nadie podrá publicar más de dos por año. Si acaso hay un cerebro esquirol, capaz de producir cuatro artículos al año aún dentro de la jornada laboral prescrita, la persona al mando tendrá dos opciones: ceder los derechos de autoría a quien, por una u otra razón, no hay cubierto su límite; o bien dejar en el olvido su gran producción intelectual.

Los libros, si acaso los hay, habrán de tomar diez años por autor y con límite de páginas. Hegel y Santo Tomás serán paradigma de injusticia y capitalismo intelectual. No se diga Marx. No habrá más Putnams, Heideggers ni Shakespeares. “El Quijote” será un trabajo en coautoría y “2666” el resultado del trabajo sindicalizado de varias generaciones. Nadie podrá escribir otra teoría de la justicia y todos, absolutamente todos, tendrán que aprender a escribir como Rulfo.

Por la eliminación de la explotación cerebral, bienvenido sea el sindicato intelectual.

*Agradezco a Catalina Pereda por la sustancial discusión sobre el tema