Thursday, August 27, 2015

Tríptico de Montevideo

Plaza Independencia, Montevideo, Uruguay, agosto 2015

Río de la Plata, agosto 2015

Escollera Sarandí, Montevideo, Uruguay, agosto 2015

Wednesday, August 26, 2015

Ustedes, los exiliados

Desde hace un tiempo leo la columna que escribe una amiga en el diario. Vive en el extranjero y constantemente habla de su experiencia en esos lares. Prácticamente todos sus escritos son críticos, lo cual no llamaba demasiado mi atención. Hablar demasiado bien de otros lugares estando allá pasaría más bien por autoengaño. Lo cierto es que, aún con el tono crítico había un ingrediente que siempre llamaba mi atención y que tardé tiempo en identificar.

Meses después me di cuenta tras pensar en mis propias posturas críticas sobre México y la Argentina. Muy pocas veces me he permitido el extraño ejercicio de aplaudir sobre una ciudad, un país o una sociedad. Los grupos humanos parecen merecer más la crítica que el reconocimiento (habría que pensar esto un poco más después). Pero aún dentro de mis quejas, creo que siempre han sido una forma de autocrítica. Me considero parte del mal y los malhechores. Eso, la identificación con el grupo estudiado y repudiado, era justamente lo que estaba ausente en los textos de mi amiga. Habla siempre de la genete de allá, los que la rodean, los que viven y hacen vivir donde ella vive, los que determinan inevitablemente su propia forma de vida, ellos siempre son aquellos, nunca nosotros.

Claramente ella no se considera parte de ese país extranjero. Eso por sí mismo puede o no ser un problema, pensé, porque depende de las circunstancias personales. Pero, ¿qué pasa cuando se decide vivir en ese lugar sempiternamente extranjero? ¿Acaso se puede subsistir, tener una casa, una familia, una rutina, en un lugar, una sociedad, un barrio del que uno no se considera parte? ¿Realmente tiene sentido, ya no digamos ventajas, vivir rodeado de aquellos, de ustedes, de otros que nunca serán como nosotros?

Algún problema personal o familiar y tiene que haber para que uno se disloque, se des - ubique, tanto como para re-localizarse en coordenadas sabidas pero no reconocidas ni asumidas por uno mismo. No es difícil reconocer ese mismo problema, esa patología de la geografía mental, en tantos otros que parecen estar con nosotros pero no lo están. Todos aquellos que viven, trabajan y habitan aquí mismo pero no dejan de hablar como si estuvieran allá, después de cuarenta años, no sólo por los acentos y las formas, sino por las palabras, porque acá siguen siendo ustedes y allá nosotros.

Triste discurso el de ustedes, los exiliados, que llevan su vida entera acá creyendo estar allá como si nada los hubiese des-ubicado.

Una vez más, no cabe duda que la sanidad mental, la felicidad y la tranquilidad pasan también por la más concreta y simple de las dimensiones: la de estar literalmente bien ubicado en este planeta.

Saturday, August 15, 2015

Sunday, August 02, 2015

¿Problemas de taxonomía?

En una escena de la película "Celebrity", Wody Allen (1998) presenta a un artista contemporáneo terriblemente narcicista comentando la decisión de un amigo de construir un pene de ocho pisos de altura como respuesta a una petición del gobierno local de un pequeño pueblo del interior norteamericano. "¿Te imaginas a los mochos viendo esa gran erección cuando van de camino a la iglesia?" Comenta el artista.

Además de la asociación obvia a la que invita Allen, narcicistas que no superan la etapa fálica infantil incapaces de dirigir su líbido hacia personas distintas a ellos mismos, me vinieron varias otras ideas a la mente. La primera, muy obvia pero extrañamente poco comentada, es que el mundo occidental postfreudiano -quizás una sociedad que, al igual que el artista de Allen, no ha logrado superar su etapa fálica infantil, viviendo ineludiblemente enamorada de sus propios placeres y creaciones e incapaz de redirigir su apreciación a lo ajeno- inevitablemente asocia los conceptos FALO y FÁLICO no con el miembro genital masculino sino con sus erecciones. Lo extraño es que el estado erecto del pene es el menos común, más excepcional y menos útil de la fisiología de cualquier individuo masculino. Huelga decir que ningún pene permanece en estado de erección siquiera el 5% de su existencia y que seguramente su función fisiológica más importante es la de orinar. Aún así, cuando se habla de falocentrismo, de mujeres fálicas, y de lo que sea fálico, nunca jamás se piensa en un pene en su estado normal, a saber, flácido, pequeño y endeble.

Esto naturalmente lo lleva a uno a pensar que al usar la etiqueta 'fálico' no estamos hablando del órgano masculino, sino de una supuesta característica a él asociada, a saber, la de penetrar lo que se le cante. Claramente ésta también es una característica erróneamente asociada al pene. Si hay un momento en el que el pene es frágil es el de la erección, pues sólo entonces se trata de un órgano inflexible que puede sufrir fracturas y, en consecuencia, garantizar un permanente estado de flacidez. Anatómicamente hablando no hay duda alguna que la vagina es un órgano sexual mucho más fuerte y resistente. No obstante, cuando se habla de fálico y falocentrismo nunca jamás se piensa en algo frágil, fácilmente destruible y aniquilable, como de hecho es.

Parece entonces que cuando usamos la etiqueta 'fálico' no estamos hablando del órgano masculino, ni siquiera de sus excepcionales estados de erección, sino simple y llanamente de la relación que mantenemos día a día en torno al papel que juega un pene en el acto sexual, así como el que juega un hombre en la vida social.

Resulta evidente que el uso de 'fálico', dentro y fuera del plano sexual, para hablar de impulsos de dominación, destrucción, control, imposición y sometimiento es un craso error taxonómico. Me aventuro a decir que se trata de una contradictio in termini.

Aún así no deja de ser sintomático que decidamos usar dicho término de esa manera, una muestra indubitable del sexismo que nos gobierna, con o sin falo. Nada más machista que llamar a todo eso 'fálico'. Visto desde otra perspectiva, tal vez sea lo más adecuado llamarlo así. A fin de cuentas para alcanzar la salud mental hace falta llevar al plano consciente lo inconsciente.

Sea como sea, todo esto me deja ante una gran duda. Si no hay ningún fundamento real que permita asociar el poder, el control, ... con el pene, ¿de dónde nos sacamos tanto machismo? ¿A qué clase de subnormal narcisita se le habrá ocurrido inventar cuanta fantasia pudo para apoyar tal esperpento? ¿A qué historieta religiosa le debemos el engendro?

Me pregunto.