Sunday, April 26, 2015

Las monarquías y la nada

 Como todos los domingos, hoy compré el diario El País. Sigue siendo el mejor en calidad del papel para las funciones que personalmente me interesan: las de limpiar las heces de mis perros cuando paseamos por la ciudad. Como todos los domingos, y los demás días en los que pacientemente desprendo de dos en dos las hojas del periódico para cumplir los fines recreativos arriba mencionados, El País me recuerda que en Europa aún existen monarquías.

Desde hace unas semanas estos recuerdos me llevan comúnmente a pensar que hay algo fundamentalmente errado, moral y políticamente, en la idea misma de una monarquía, que trae consigo la distinción política entre personas sobre la base de qué esperma de quién y qué óvulo de quién más fueron los responsables de su exisencia.

Con el paso de los días, esta molestia antimonarquica se convirtió en algo más fino. Pensé, primero, que ser monarca de un país es, por definición, ocupar un puesto en el gobierno de ese país. Obviamente, no se trata de un puesto abierto a la participación de cualquiera. Hacen falta una cosecha de esperma y óvulo muy especial. El resultado es obvio, todo aquél que no es producto de la cosecha de gametos requerida no puede, por esa misma razón, acceder a ese puesto de gobierno que ocupa el monarca y su familia.

Esta me resultaba una manera de más clara de presentar la queja. Pero después vino la ocurrencia de que había algo así como los derechos humanos de las personas y que estos derechos garantizaban (pretendidamente) la igualdad entre las mismas. Claramente la existencia de las monarquías es incompatible que estos derechos.

El artículo 7 de la declaración universal de los derechos humanos, por ejemplo, sostiene:

 Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho 
a igual  protección de  la ley.   Todos tienen derecho  a igual 
protección  contra  toda  discriminación  que  infrinja  esta
 Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.

No es difícil imaginar cómo es que este artículo es inconsistente con la idea misma de una monarquía. Quien no es parte de la familia real simple y llanamente no es igual ante la ley, pues no tiene derecho a aspirar a un puesto público de gobierno, a saber, el del monarca. Tampoco es difícil ver cómo las monarquías se oponen a otro artículo, el 21, de la misma declaración. Esta vez se trata de un artículo aún más específico, sobre derechos políticos.

1.Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno 
de  su  país, directamente o por medio de representantes
 libremente escogidos.
2.Toda persona tiene el derecho de acceso, en condiciones 
de igualdad, a las funciones públicas de su país.

Las monarquías no sólo parecen ser una vergüenza moral, evidencia de lo difícil que es cambiar y deshacerse de rancias tradiciones, por mucho que contradigan todo aquello que tanto nos gusta defender, como la igualdad. Las monarquías también parecen ser, de manera muy simple y directa, una violación a los derechos humanos de las personas.

No sorprende, sin embargo, que no se haga nada al respecto. Si las monarquías están ahí es porque los países que las enarbolan tienen miedo de dejar de ser lo que son. Como todo caso sustancialmente patológico, las monarquías parecen no querer hacerse cargo de definir su identidad política de una vez por todas. Tienen un superyo lleno de democracia y derechos humanos y un ello saturado de desigualdades, privilegios, violaciones e injusticias. Y en el medio, la nada misma.

Tuesday, April 21, 2015

Vecinos quejosos, Copilco, abril 20 2015

Restos de manifestación vecinal, Copilco, abril 20, 2015

Sunday, April 19, 2015

Sin tiempo

Los domingos son días tradicionalmente complicados. Más allá de los enfrentamientos y temores asociados al fin del fin y al comienzo de la vida ordinaria, suelo dedicar los domingos a estudiar y planear mis clases. Paso prácticamente todo el día leyendo, releyendo y escribiendo. Se va el sol y llega la luna. Yo sigo. Hasta no poder más. Para continuar al día siguiente. Como resultado, los lunes son días exigentes, secos, pesados y, al final, terriblemente liberadores.

Hoy pasó algo distinto. Mientras leo sobre cambios morfosintácticos que resultan en la creación de alomorfos novedosos en verbos romances con patrón de distribución en forma de  L y U, pienso directamente que he logrado hacer un cambio muy simple en los últimos meses, pero de consecuencias sustanciales para mi bien vivir. El cambio simple se resume, como debe ser, en pocas palabras: nunca preocuparse por el paso del tiempo. No porque sea indetenible. Menos aún porque haya algo así como un destino obligado, hagamos lo que hagamos. Meramente porque nunca tendremos suficiente tiempo para hacerlo todo. Basta con reconocer el tiempo que ya tomamos en hacer lo que ya hacemos.

En sentido estricto no se trata de reconocer el tiempo que ya tomamos, sino de olvidarse del tiempo. Corrijo, entonces, la formulación. Basta con reconocer lo que ya estamos haciendo, y atenderlo. Eso es todo. Que no importe el tiempo. Ahí el ideal regulativo de toda vida humana que pretenda ser feliz.

Que venga y pase el tiempo. Y que se largue también. Que no es sino buena noticia, señal de vida, que el tiempo venga, pase y huya.

Vuelvo a las consonantes velares que demuestran, sin lugar a dudas, que el lenguaje natural no es un sistema de representación cerrado bajo composición.

¡Agur!

Thursday, April 16, 2015

Jueves 9 de abril

Llevo unos días en franca actitud de reorientación. O como dicen mi terapeuta y mis sueños, en franca actitud de reordenamiento de coordenadas. No sé hace cuántos años que no recordaba mi infancia. Ahora me sucede todos los días. Y no aparece la adolescencia. Ni en recuerdos  ni en sueños. Es como si mi cabeza se empeñara en saltarse unos cuantos años de vida y editar la historia desde muy atrás y algo adelante.

El reordenamiento de coordenadas se ha ganado mi total simpatía. Me encuentro, de pronto, caminando sin pesares, sin preguntas, sin preocupaciones, sólo caminando. Lo sorprendente es que, además de que me pasa y que me doy cuenta de que me pasa, sucede con mucha facilidad. Más todavía, no sólo es más fácil, sino que me sucede naturalmente. Me sorprendo atendiendo a mis pisadas de talón a punta, como si cada pisada por Copilco fuera la última y cada otra la primera.

Me encuentro recordando todo lo que recordar debo. Hago menos preguntas. Me encuentro, además, escuchando con todos mis oídos, y estos maravillosos auriculares que mi trabajo  y un empleado de electrónica muy celoso de su deber me dieron, música que hace cosa de quince o más años no escuchaba.

Nada más adecuado que escuchar el Allegro Molto Vivace del tercer movimiento de la sexta sinfonía de Tchaikovsky, la Emocionante ("patetichesky" en ruso transliterado), para celebrar que hoy la UNAM tuvo a bien concederme la definitividad laboral (y de paso una promoción al siguiente escalón de la artera y destructiva pirámide geronto/merito-crática).

Seguimos reordenando coordenadas. Qué hermosa es la Emocionante de Tchaikovsky.

Cambio

Thursday, April 09, 2015

Correspondencia

Negrita querida,

Hace ya mucho tiempo que no te escribo. Más o menos el mismo tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos. No recuerdo muy bien qué hacías. Pero sí recuerdo todavía esa última cena de navidad que cocinamos para los clientes de mamá. Creo que te tocó armar los rollos de lomo de cerdo. Yo, como siempre, habré limpiado algunos (muchos) romeritos.

Como te decía, hace ya mucho tiempo que no te escribo, no te leo, no te veo, no te escucho. Según mis cálculos serán ya ocho años. Muchos. Años. Jamás imaginé cuántas cosas podrían pasar en ocho años. Todavía recuerdo cuando yo cumplí ocho años y me parecía una vida entera. Me siguen pareciendo una vida entera. En estos ocho años ha pasado de todo, negrita linda. No tendría sentido contar uno por uno los años, meses y días. Menos útil aún sería relatar paso a paso lo acontecido. Lo único que conseguiría sería angustiarte. Para después aburrirte, sin duda, hasta colmar tu paciencia. Te verías sorprendida de mi capacidad de repetición de una y la misma tontería. Eso, claro, hasta llegar al último año y meses, los cuales tendría más sentido contarte, porque son felices, enormes. Pero hacerlo, temo, también te cansaría. Terminarían doliendote las quijadas y las mejillas de tanto reir y sonreir.

Así que mejor recurro a una herramienta retórica, de esas que tanto usan los poetas para justificar la falta de palabras, de tiempo o de ideas. Te lo pondré todo dentro de una histórica metáfora. Los primeros siete años de la ausencia de ustedes fueron un desierto para mi. Un desierto de siete años de longitud, a paso firme, constante, imparable e incansable. La ausencia de ustedes ha sido agotadora, un constante luchar por la sobrevivencia. Un constante luchar contra mi mismo. Un constante luchar contra la necia inercia del mundo por convertirme en su huérfano. Un constante luchar contra lobos vestidos de oveja que, en su favor cabe decir, no se sabían lobos. Siete largos y desérticos años para alcanzar la meta y levantar ambas manos exhibiendo el dedo medio frente al mundo y gritar: "no estoy solo, nunca lo estuve, nunca lo estaré. "

Por suerte hasta los desiertos tienen fin. Ya sean siete, diez o cuarenta años. Pero se acaban. Y yo sigo porque tengo pies, porque tengo manos y, sobre todo, porque tengo este gran corazón que ustedes me dejaron. Después del desierto vino Florencia y con ella la familia. Una familia real. Un hogar real, no un orfanato. Acá andamos dándole vueltas al mundo a nuestras anchas desde hace año un medio.

Tengo que confesar que el desierto se acabó no sólo gracias a Florencia, sino también a mi terapeuta. No hay nada mejor para ubicarse en el mundo que un sabio analista que te permite entender cosas tan simples como que uno sobrevive hasta los peores desiertos, las peores jaurías y los peores engaños, que no son sino los que uno mismo se impone por falta de valor para salir del desierto.

En fin, como siempre, sólo quería saludarte. Decirte que puedes estar tranquila. Soy un hombre feliz. Sobradamente. Sigo mi camino hacia adelante.  Ya te contaré después cómo sigue la cosa.

Los abrazo largo y hondo como el mar.