Llevo unos días en franca actitud de reorientación. O como dicen mi terapeuta y mis sueños, en franca actitud de reordenamiento de coordenadas. No sé hace cuántos años que no recordaba mi infancia. Ahora me sucede todos los días. Y no aparece la adolescencia. Ni en recuerdos ni en sueños. Es como si mi cabeza se empeñara en saltarse unos cuantos años de vida y editar la historia desde muy atrás y algo adelante.
El reordenamiento de coordenadas se ha ganado mi total simpatía. Me encuentro, de pronto, caminando sin pesares, sin preguntas, sin preocupaciones, sólo caminando. Lo sorprendente es que, además de que me pasa y que me doy cuenta de que me pasa, sucede con mucha facilidad. Más todavía, no sólo es más fácil, sino que me sucede naturalmente. Me sorprendo atendiendo a mis pisadas de talón a punta, como si cada pisada por Copilco fuera la última y cada otra la primera.
Me encuentro recordando todo lo que recordar debo. Hago menos preguntas. Me encuentro, además, escuchando con todos mis oídos, y estos maravillosos auriculares que mi trabajo y un empleado de electrónica muy celoso de su deber me dieron, música que hace cosa de quince o más años no escuchaba.
Nada más adecuado que escuchar el Allegro Molto Vivace del tercer movimiento de la sexta sinfonía de Tchaikovsky, la Emocionante ("patetichesky" en ruso transliterado), para celebrar que hoy la UNAM tuvo a bien concederme la definitividad laboral (y de paso una promoción al siguiente escalón de la artera y destructiva pirámide geronto/merito-crática).
Seguimos reordenando coordenadas. Qué hermosa es la Emocionante de Tchaikovsky.
Cambio