Hace unos días leía un artículo del NY Times sobre el misterio de Sagitario 'A', un punto en el centro de la Vía Láctea sospechado de ser un hoyo negro por tener una densidad de cuatro millones de soles y que, extrañamente, no emite luz alguna (los hoyos negros incineran todo lo que entra en ellos a una temperatura de billones de grados centígrados, generando así una gran candidad de luz). Para determinar si realmente se trata de un hoyo negro, fue necesario crear la red más grande de telescopios del mundo (Event Horizon Telescope) que va de España a Hawai pasando por Chile y México. Finalmente, hace unos meses, y tomando como punto central el Telescopio mexicano de Serria Negra (a unos kilómetros del Pico de Orizaba), se obtuvieron algo así como doscientos terabites de información sobre Sagitario 'A' en coordinación con la información de un hoyo negro conocido en la enorme galaxia M87, a millones de años luz.
Hay dos razones que explican por qué se trata de un misterio. Primero, dadas nuestras creencias (i.e., la teoría de la relatividad), un objeto con tanta densidad (cuatro millones de soles) debería ser un hoyo negro y comportarse como tal. Segundo, es algo complicado ver qué sucede con un punto en el universo situado a veintiseis mil años luz. El misterio es, pues, evidente: o bien tenemos un gran hoyo negro en el centro de nuestra galaxia o bien Einstein se equivocó y la teoría de la relatividad tiene predicciones falsas. Una aparente contradicción entre nuestras creencias y el universo, junto con nuestra obvia incapacidad de ir y ver qué pasa, generaban el misterio.
Todo esto inevitablemente me hizo pensar en el misterio de la vida humana, a saber, ¿por qué nos resulta tan misterioso esto de llevar una vida humana? No hay dudas, como la teoría de la relatividad frente al universo, la vida humana está llena de contradicciones no sólo frente al universo, sino frente a sí misma.
Lo más común y normal, el sustento de toda vida neurótica, es la contradicción entre nuestros deseos y el mundo. Somos los infantes de la evolución, no nos gusta que el mundo se oponga a nuestros deseos. Nos enfada que un huracán frustre nuestras vacaciones, que un volcán postponga nuestros vuelos y que la lluvia trastorne nuestros planes de tomar un café por la tarde con un amigo.
Pero también nos encontramos constantemente inmersos en la contradicción entre nuestros propios deseos. Somos los infantes de nuestra propia historia. Azotamos puertas y conjuramos pestes porque debemos ir a un compromiso al que, de buenas a primeras no queremos ir pero que, si lo pensamos desde esa otra perspectiva, desde esos otros deseos, al final sí queremos ir.
Todo esto explica el malestar de la vida humana. Pero sigue sin entenderse por qué la vida humana se nos hace un misterio. No sólo por el simple hecho de que ese malestar recién descrito, esa insatisfacción de los deseos frustrados, se resuelve siempre y cuando nos demos el lujo de madurar un poco (frente al universo y frente a nosotros mismos). Lo más enigmático del misterio de la vida humana es que, a diferencia del misterio de Sagitario 'A', la vida humana no está a miles de años luz de distancia. No está allá ni acullá, ni siquiera está a unos centímetros de nosotros. Tampoco está a unos minutos. No es ayer, ni es mañana. Para ver en qué consiste esto de llevar una vida humana no hace falta construir telescopios, planear proyectos, diseñar experimentos, ni recopilar datos. De hecho, no hace falta hacer nada. Ya estamos, todo el tiempo, ahí, viéndola.
De ahí que sea un grave misterio que la vida nos parezca un misterio. La contradicción es evidente. La tenemos ahí, de frente, todo el tiempo. La miramos, la olemos, la sentimos, la abrazamos, la escuchamos y pensamos y aún así confesamos a pie juntillas que no la conocemos. Nos encanta decir, infantilmente una vez más, que no sabemos bien a bien de qué se trata todo esto pero que alguien en algún lugar de la historia del mundo lo sabe. Que el sabio tal, gran anciano, lo sabe. Así logramos quitarnos de encima la obligación de volvernos adultos ante el mundo y aceptar que la vida es esto que vivimos, pensamos y decidimos todo el tiempo.
Surge así el incomprensible misterio de la necia y persistente creencia de que la vida es un misterio. Al igual que con Sagitario 'A', el misterio del "misterio de la vida" tiene una contradicción y una casi imposibilidad de resolución. Sabemos todo lo que hay que saber sobre la vida humana y aún así insistimos en no saber qué es. Pero no hay nada que podamos hacer más allá de estar vivos
para descubrir lo que no queremos ver. No hay nada más que hacer, ni recorriendo millones de años luz encontraremos ese trozo de información que, teniéndolo presente todo el tiempo, decimos no tener.
La vida no es un plan a futuro, ni una segunda vida (como si eso no hiciera otro misterio), ni un sacrificio, ni una batalla, ni una carrera, ni un proyecto, ni la búsqueda de la justicia, el amor, la belleza, la decencia, la felicidad, la riqueza, la humildad, la paz o la democracia. Vivir es repirar, comer, beber, cagar, mear, pensar, hablar, sentir, caminar, mirar y coger. Quizás poco más.