Tuesday, December 31, 2013

Atardecer de ozono invernal, DF, diciembre 31, 2013

El sentido de los muertos


Celebramos hoy viente años del alzamiento armado de l@s zapatistas. ¿Qué celebramos? En parte celebramos que sigan, pero también celebramos a sus muertos.  Pero también, como toda celebración, se celebra algo así como la satisfacción, el alcance de metas, el cumplimiento de un proyecto.  Los proyectos, todos, van cambiando a lo largo del tiempo. Más si han pasado veinte años.

¿Cuál era y cuál es el proyecto zapatista? Caminar, dice. Andar un camino distinto. Un camino de autogobierno. Un camino de libertado. Un camino sin represión. Un camino que se oponga a los 500 años de imposiciones. ¿Por qué se impusieron ese camino que se antoja, digámoslo con cariño, un poco grande?

"No fue el ansia de perdurar, sino el sentido del deber lo que nos colocó aquí, para bien o para mal.  La necesidad de algo hacer frente a la injusticia milenaria, esa indignación que sentimos como la característica más contundente de “humanidad”.  No pretendemos lugar alguno en museos, tesis, biografías, libros."

La indignación como causa de un proyecto más grande que la vida misma, tan grande como la historia. ¿Realmente? Todo proyecto, queramos o no, es de una persona (un individuo, un grupo, una comunidad, un lo que quieran). Muchos han entregado su vida, sus familias, al proyecto. ¿Qué hacer con ellos? ¿Vale la pena un proyecto así?

Ellos, como debe ser, responden que sí. Que el proyecto nunca fue personal, individual, ni siquiera grupal o comunitario. Es un proyecto de la historia. Un proyecto del andar. Así de grande es la persona que se quiere ser. Y se pregunta:
 
"Quiero decir, ¿nos importa quiénes somos?  ¿O nos importa lo que hacemos?
La evaluación que nos interesa y afecta, ¿es la de afuera o la de la realidad?"

Y es tan grande esa persona que se quiere ser, que no se logra ver en el espejo, ni en la casa, ni en los campos. Y es tan grande ese ser, que se busca distinguir entre lo que son y lo que hacen. ¿Realmente hay tal diferencia? Seguramente sí, pero no es sino la diferencia de alguien cuyo proyecto consiste en dejar de ser uno, dejar de ser persona individual, grupal o comunitaria, para empezar a ser la historia. Más aún, es el proyecto de ser una historia de sucesos, no de personas dentro de la historia. Una historia de la historia.

De ahí la contradicción misma del proyecto zapatista. Ser zapatista no sólo ser de aquí y de allá, ser perro y gato (como les gusta decir). Eso todo parece cosmético. El origen parece otro. Ser zapatista es decidir ser una persona que no es persona. Es elegir un proyecto de yo que exige su misma desaparición. Es ser una persona queriendo ser tan grande que no se puede ser esa persona.

Y de nuevo surge la pregunta: ¿Valen la pena tantos muertos? ¿Qué sentido tienen los muertos? Y la respuesta sigue, rotunda:

"Porque no es que acá no honremos a nuestros muertos.  Lo hacemos, sí.  Pero es que luchando lo hacemos.  Todos los días, a todas horas.  Y así hasta que miremos el suelo, primero al mismo nivel, luego hacia arriba, cubriéndonos con el paso compañero."

El sentido de los muertos no es sino el sentido de los vivos.

"Se usan entonces a los muertos para sobre de ellos levantarse un monumento.
Pero, según mi humilde opinión, el problema con los muertos es sobrevivirlos.
O se muere uno con ellos, un poco o un mucho cada vez.
O se adjudica uno mismo el título de vocero de ellos.  Al fin y al cabo no pueden hablar, y no es su historia, la de ellos, la que se cuenta, sino que se justifica la propia."

En efecto, se usa a los muertos para sobre ellos levantar el monumento de una persona que quiere ser la historia invertida. Sin duda, el problema zapatista será sobrevivir a sus muertos y justificar su seguir andando. Un justificar que sólo ellos se exigen. No se construyen monumentos individuales, porque ese no es el proyecto.

Pero los zapatistas, como todos los demás humanos, usan a sus muertos para darle sentido a sus vidas. Todos así andamos. Papá decía que todo en la vida tenía solución menos la muerte. Primero pensé que seguro era porque la muerte no era un problema. Ahora pienso que es más bien porque la muerte, los muertos, son una solución. Nos permiten seguir andando, a donde queramos andar, nos justifican, nos empujan, son el ingrediente perfecto de realidad sin contenido, una realidad que es ella misma ficción y que por ello nos permiten inventar cualquier historia, cualquier proyecto, cualquier persona. 

Los muertos mueren, siguen muriendo los mismos muertos, para darle vida a esta vida, la vida que queramos los vivos, sus vivos, los vivos de esos muertos.

Que sigan celebrando sus muertos todos, más aún los zapatistas. Que un proyecto tan grande, tan olímpicamente megalómano, es encomiable, digno de seguirse y exigirse lo que sea. Que sigan muriendo los muertos para darnos vida y camino por andar. Que sigan siendo historia en su querer ser y que algún día, no importa cuándo, los alcance la historia para ser uno con ella.

"Porque la rebeldía, amigos y enemigos, cuando es individual es bella.  Pero cuando es colectiva y organizada es terrible y maravillosa.  La primera es materia de biografías, la segunda es la que [ES] historia."

Rebobinar 2

Cuando los muertos callan en voz alta





Wednesday, December 25, 2013

Una colección de egos

Sin duda la historia de los países, de los grupos, de las revoluciones e incluso de la historia misma, es una interesantísima colección de egos. Entre héroes y dictadores hay una inmensa gama de personalidades que se distinguen a veces sólo gradualmente. Pero lo mismo sucede entre personas menos históricas, entre hermanos, entre primos, entre amigos, en familia. Los polos son siempre los únicos definibles.

Tenemos, por un lado,  a los perversos que no hacen realmente perversidad alguna más allá de no tener el menor interés en salvar a nadie más que a sí mismos. Podríamos llamarlos "egoístas" pero no bastaría, porque los perversos quieren hacer historia, quieren estar en las memorias de todos, sus hermanos, primos, familiares, compatriotas, coplanetarios. Están más allá de pensar sólo en sí mismos. Quien piensa sólo en sí mismo, sin con ello pretender conquistar nada, seguramente llevará una vida muy sana. Los perversos van más allá, decía, piensan en un sí mismo inmenso, brillante, conquistador.

Por otro lado, tenemos a los héroes y heroínas. Son igualmente egoístas que los perversos, pero a diferencia de ellos buscan la gloria propia a través de la gloria de los demás. Se autonombran salvadores de la humanidad, el país, la etnia, el grupo, la familia, la casa, el equipo de futbol. Al igual que los perversos, los héroes van más allá de un sano egoísmo. Piensan constantemente en sí mismos, pero de manera aplastante, llevan en sus hombros una carga infinita, densa. El mundo entero, la felicidad de la humanidad, depende de ellos.

Desde hace ya catorce años, un tal Vladimir Putin gobierna Rusia con la impunidad de un régimen dictatorial. En esos catorce años ha renacido la potencia económica rusa (con un crecimiento de más del 70% del PIB!!!!), la potencia militar rusa (generando pavor en Europa y Estados Unidos por igual) y el autoritarismo (declarando ilegal la homosexualidad y, de hecho, la oposición política).  Este muchachón se ha convertido en el perverso conquistador de Rusia, encarcelando a quien se le ocurra cuestionarlo. Pobre perverso! Pasará su vida pensando más en sus enemigos reales y potenciales que en el cafecito  que con todo esfuerzo y lujo le llevan todas las mañanas. Se ha vuelto esclavo ya no de sí, sino de la imagen de sí que los demás tienen.

Hace dos años, un grupo de punk ruso, integrado por cinco mujeres de entre 20 y 24 años de edad, escenificó una protesta contra Putin en la Iglesia del Cristo Salvador en pleno Moscú. Dos de esas integrantes, con un ego normal que mira por si mismo primero sin buscar ningún tipo de gloria, lograron escapar a la policía y huyeron. Actualmente viven fuera de Rusia. Tres fueron capturadas y denunciadas por incitar a la violencia religiosa. Una de ellas salió libre a los seis meses. Las otras dos permanencieron en la cárcel, cumpliendo una sentencia de casi dos años.  Hace unos días salieron libres gracias a una generosa amnistía promovida por el perverso Putin, quien busca conquistar al mundo entero con la organización de los Juegos de Invierno en Febrero de 2014. Al salir, las dos heroínas se lanzaron una vez más contra el perverso, instando "al mundo entero" a boicotear los juegos del perverso.  Una de ellas, la heroína mayor, sostuvo en entrevista publicada por el diario español EL PAIS, el día de ayer: "Mi  liberación es una responsabilidad hacia los presos que recae sobre mis hombros. Sobre todo hacia los presos que quedan aquí y en Mordovia. He adquirido una experiencia única. He madurado y he conocido el Estado desde dentro al ver su maquinaria totalitaria." Pobre Nadezhda Tolokónnikova, se autocondena a la infelicidad de quienes alimentan su egoísmo con el brillo de la destrucción personal a favor del universo.

Hace diez años, un tal Mijail Jodorkovski, entonces dueño de la petrolera Rusa más grande (Yukos), fue arrestado por las fuerzas del perverso bajo la acusación de robo. El magnate había tenido a bien hablar contra la primera reelección de Putin en 2004. Incluso se atrevió a financiar a grupos opositores. Cumplía una sentencia de más de diez años cuando, hace dos semanas, Putin anunción que había aceptado la solicitud de indulto del propio Jodorkovski, quien alegaba que su madre estaba enferma y podría morir pronto. Después de diez años de ser "el reo personal del perverso Putin", Jodorkovski salió libre hace tres días y lo primero que hizo, demostrando que diez años en la cárcel le hicieron notar que se vive más feliz cuando se mira sólo por uno y no por el mundo, fue tomar su avión privado y volar a Berlin. Una vez en Alemania y fuera del alcancce directo del perverso, otorgó una entrevista en la que demostró aún más sanidad mental. Según reporta Rodrigo Fernández en su pieza de EL PAIS, "declaró que no tiene intenciones de recuperar los activos de la desparecida petrolera Yukos ni de luchar por el poder en Rusia." Aplausos querido Mijail, la vida también puede ser simple y placentera. Sobre todo si tienes un avión privado y una residencia en Berlin.

Llevo ya un buen tiempo preguntándome qué tipo de persona me terminé de confeccionar desde que murieron mis padres y hermana. Lentamente veo con más claridad. Veo, entre otras cosas, que esa persona no es mero producto de la tragedia, viene de antes, de muy antes. No sé cuándo se me ocurrió que podía ser bueno, pero me queda claro que se me da eso de ser héroe. Era yo quien alcanzaría la cúspide de lo que fuera, quien conocería el mundo por los demás (como si quedarse en casa no fuera la mejor manera de conocer el mundo), quien conquistaría lo soñado por todos. Por eso me fui lejos a estudiar un doctorado.

Cuando recién regresé a casa después de los funerales, para entonces vivía en Michigan,  pensé dos cosas. Primero, que mis padres y hermana no habían disfrutado la vida por pasarla trabajando. Segundo, que yo tenía la responsabilidad, la tarea, la obligación, yo, yo, yo, de ser feliz por cuadruplicado. ¡Ah! ¡Qué tarea tan inmensa! Yo y sólo yo habría de salvar el honor hedonista de la familia. ¡Qué personaje!

Lo más curioso es que pronto olvidé lo primero que pensé y asumí que no podría haber felicidad sin trabajo. El resultado era obvio. Fui infeliz, eso sí, por cuadruplicado.


Saturday, December 21, 2013

¿Cumpleaños?

Hoy hace 71 años nació Eduardo García, hijo de un tal Benito García Luchichi y una tal María Pérez Sin Más. Hace seis años celebramos por última vez su cumpleaños. No cumpliría más. No lo sabíamos. Así fue. Por seis años seguidos he recordado esta fecha sin saber muy bien qué me pasa, qué siento, qué busco, qué tengo.

Comienzo entonces por la pregunta, como debe ser siempre. ¿Qué celebramos realmente en un cumpleaños? ¿El hecho pretérito de un nacimiento? ¿La gran capacidad de los humanos por subsistir año con año, muchos años? ¿No será que simplemente celebramos la celebración misma? ¿No séra que simplemente celebramos porque podemos, porque ahí estamos?

Cada año, cada cumpleaños de cada uno era lo mismo. Despertar temprano antes que el homenajeado, reunirse, cantar las mañanitas y despertar al implicado con besos y abrazos (y regalos) en su cama. Siempre fue así. El homenajeado, por supuesto, lo sabía. No sólo porque el ego nos impide olvidar ese día tan importante en el que, según nosotros, somos el centro del universo, sino también porque espera ese amanecer con ansiedad, a veces tanta que tiene que fingir estar durmiendo para asegurarse de que el ritual se cumpla al pie de la letra. No recuerdo realmente cómo fue ese último cumpleaños de papá. Supongo que el ritual se cumplió, que celebramos la celebración.

Supongo que por eso ahora no puedo celebrar. El ritual se quebró. Los presupuestos básicos no pueden ser satisfechos.  Me limitaré a ver el día pasar mientras pienso en mi padre, en mi hermana, en mi madre. Por primera vez en siete años me siento a pensar este día, a preguntarme, a responder. Por primera vez evito la salida fácil de pretender lo imposible y ejercer el autoengaño. Hoy no tengo por qué estar contento. No hay más cumpleaños, porque los cumpleaños no celebran el simple paso del tiempo. No hay celebración que celebrar, ritual que aplaudir. Se acabó.

Por primera vez reconozco esta tristeza y le doy su lugar a mi lado. Es un día triste. No hay duda. Me guardaré ese largo abrazo de oso, quizás para cuando me toque jugar el papel que jugaba papá.
Torre Latino, D.F., diciembre 20, 2013

Museo Botero, Bogotá, noviembre 22, 2013.



Friday, December 20, 2013

Recortando la memoria

Ayer visité a Néstor David que, como su nombre lo indica, es argentino. No sé exactamente en dónde viva, ni cuánto tiempo tenga viviendo ya en el D.F. Lo veo poco, en realidad. Es mi peluquero. Lo conocí hace dos años, cuando recién comenzaba con su "Estética Unisex" como les gusta denominarse acá. Después de algunos tropiezos, debidos principalmente a engaños de previos inquilinos del mismo local comercial, Néstor ha logrado mantener su negocio. A lo largo de esos dos años, me he mudado ya dos veces. Sigo visitando a Néstor. Nos llevamos bien. Somos igualmente callados e igualmente simpáticos. Una mezcla intereante entre peluquero y cliente.

Hace cuatro años regresé a vivir a esta ciudad. Desde entonces y hasta que conocí a Néstor, había ido pocas veces a la peluquería. En resumen, sólo una en dos años. Me había preguntado -pocas veces, sin duda- por qué me cuesta tanto trabajo ir a la peluquería. Nunca surgió realmente una respuesta a mi pregunta. Después de esos dos años,  y antes de conocer a Néstor, me separé, después de casi dos años de disputas, de la pareja que me había acompañado los diez años anteriores. Lo primero que hice después de separarme fue buscar un peluquero. Me encontré a Néstor.

Desde entonces y hasta la fecha, visito a Néstor cada tres o cuatro meses, cuando el abultado exceso de mi cabellera me lo señala. Esto obligaba la pregunta opuesta, que nunca antes de hoy me había planteado. ¿Por qué no me cuesta trabajo visitar a Néstor? Ayer mismo, mientras visitaba a Néstor, descubrí por qué me siento tan cómodo en su estética unisex. Néstor me recuerda a mi madre.

No sé bien desde qué temprana edad, pero hasta los diecisiete o dieciocho años era mi madre quien me cortaba el cabello. Era siempre un domingo, en el baño del departamento, sentado en un taburete cubierto por una alfombra café que me hacía pensar en Chewbacca, mi wookiee favorito. Uno de mis más tempranos recuerdos me ubica a los cinco años de edad, sentado en ese taburete, mirando el cancel de plástico azul con marco de aluminio que dividía la regadera del escusado. El baño entero está forrado de mosaicos de color azul cielo. El lavabo está a mi izquierda, cubierto por debajo con un par de puertas de madera ruinosa que había sido pintada de blanco hace ya muchos años. A mi derecha el toallero horizontal, de mosaico, fijo ad eternitatem sobre la pared. Ese toallero era uno de mis objetos favoritos. Resistía todo tipo de estrés físico, hacia cualquier dirección. Supongo que me inspiraba seguridad. Todo podía moverse, menos el toallero. Detrás de mi, mi madre quien recién había terminado de teñirse el cabello. En su mano izquierda un peine de cola larga, para lidiar con mis rulos. La mano derecha tenía unas tijeras de peluquero, de esas que llevan un comienzo de rizo al final, para apoyar el dedo medio, muestra de calidad en el manejo de la tijera.

Recuerdo todo esto no sólo por la cercanía que tal ritual imponía entre mi madre y yo. Tampoco lo recuerdo porque sucediera muy seguido, tal vez cada tres o cuatro meses. Lo recuerdo por el inicial temor y posterior apego y deseo que generó en mi el sonido de la tijera al cortar mi cabello.  Desde la primera hasta a la última vez que me cortó el cabello, mi madre comenzaba con una nota de alerta. "No te muevas porque si no te voy a cortar una oreja." Y luego movía las tijeras frente a mis ojos en son de amenaza.  Sentí pavor, sentí el frío del acero tocar mi cabeza, sentí seguridad. Comenzaba lento, detenido, gruñendo, grave, para avanzar más rápido a través de los cabellos hasta terminar veloz con el último cabello del manojo emitiendo un sonido agudo en comparación con el comienzo. ¡Swish! Ahí van los primeros rulos al piso. ¡Swish! ¡Swish! ya no hay vuelta atrás. ¡Swish! ¡Swish! ¡Swish! ¡Swish!... Y entre cada corte se escuchaba el abrir y cerrar de las tijeras como si cortaran el aire, como si las manos enamoradas del cortar tuviesen que seguir cortando aún sin saber qué cabello cortar, como si se formara una maquinaria de corte entre manos y tijeras, maquinaria que no podría detenerse sino hasta el final, como si la mano tuviese que lanzar cortes precautorios antes de avalanzarse sobre los rulos que habría de sacrificar.

Ayer Néstor pasaba su tijera de peluquero profesional por mis rulos. Son tijeras idénticas a las de mi madre, igualmente metálicas y reflejantes, igualmente filosas, igualmente escandalosas y silenciosas. Néstor no lo decía, pero sus tijeras se movían con el mismo son de amenaza, junto a mis oídos, frente a mis ojos. Hacía el mismo movimiento precautorio que mi madre. ¡Swish! ¡Swish! ¡Swish! se oía, se veía, cortando el aire, calentando motores, dejando a la maquinaria andar mientras la mano izquierda buscaba rulos indecentes que no se habían dejado cortar. ¡Swish! Ya está.

Voy a lo de Néstor porque me siento en casa, en mi baño azul cielo, en mi infancia, sentado sobre Chewbacca, pensando por qué no puede uno simplemente dejar de cortarse el pelo y ya. Por algo crece, naturalmente. ¿O no? ¡Swish! ¡Swish! ¡Swish! ¡Swish!...

Recién recordé ayer que ése sonido nunca lo voy a olvidar.  Hace ya casi seis años que creí haber borrado toda mi infancia y mi adolescencia. Ahora veo que los tenía guardados en reserva. Para cuando los pudiera mirar así, con más amor que dolor.

Thursday, December 19, 2013

Izztacíhuatl y Popocatépetl desde Copilco, D.F., diciembre 19, 2013

Filosofía y Letras, C.U., D.F., diciembre 16, 2013

Wednesday, December 18, 2013

Tuesday, December 17, 2013

Bogotá, noviembre 23, 2013.

Lápices y gomas de borrar

Siempre que entro en una papelería revivo mi infancia. Ver los estantes repletos de objetos diminutos con colores variados me devuelve a un lugar extraño, un lugar tan seguro como la casa de mis padres, incluso como mi cuarto en casa de mis padres, sin serlo. Sé muy bien que no estoy en casa y mucho menos en mi cuarto. Pero no importa. Estoy en mi mundo, un mundo distinto y distante, un mundo lleno de lápices de colores, borradores de mil y un tipos distintos, papeles, bolígrafos, lapiceros, etiquetas, cuadernos, libretas, carpetas, hojas sueltas, hojas encuadernadas, hojas, más hojas.

Recuerdo que todas las tardes, sin excepción, visitaba una papelería que estaba cerca de casa. Todas las tardes comía con mi hermana en la mesa ocho del restaurante de mis padres; una mesa común y corriente pero aislada, reservada, frente una ventana por la que se dejaba ver una bodega llena de misterios. Comíamos juntos sin platicar mucho. O al menos yo no platicaba. Ella sí. Tenía mucho que decir. Siempre. Y de camino a casa, siempre, había que cruzar la calle para alcanzar la papelería. Me volví un fanático de las gomas para borrar. Las había de todos colores, blancas, verdes, azules, rojas, negras. También las había de todo propósito, para niños y para niñas, trenes, autos, batman, superman, arañas, ratones, balones de futbol.





Fue tal mi afán por la papelería y las gomas de borrar, que decidí volverme un mercader de las gomas. Las compraba por docena para bajar los costos y luego las llevaba a la escuela para lucrar de niños inexpertos que no conocían el mercado de las gomas de borrar. A los seis años fui a parar, por primera vez, a la dirección de la escuela. "Su hijo está vendiendo gomas de borrar a sus compañeros y al parecer le va muy bien". Le dijeron a mi madre. Ella, mi madre, orgullosa de mi instinto de mercader, guardó silencio. Ya en casa, me felicitó al no decir nada y luego, con toda calma, me pidió que entregara mis gomas de borrar. Fue mi primer gran éxito comercial. Después vendría la filosofía, convenciendo a cautos e incautos de mis capacidades cognitivas de imprimir y borrar. La cosa no es muy distinta, sólo más compleja.

Lo cierto es que desde los cinco y hasta los doce años, la papelería Monarca de la esquina de Zetina y Progreso fue mi buhardilla. Ahí pasaba al menos diez, quizás quince minutos, entre el restaurante de mis padres y la casa de mis padres. Eran diez o quince minutos de absoluta libertad. Quince minutos en donde desaparecían mis preocupaciones y me dedicaba a imaginar, sólo imaginar, las cosas que podía escribir y borrar con todos esos lápices y esas gomas de borrar.

Ahora entiendo claramente que ahí está mi cura.
Cicuito Escolar, C.U., D.F., diciembre 16, 2013

Monday, December 16, 2013

Facultad de Medicina, C.U., D.F., noviembre, 2013

Fin de año

Pronto será un año más. Lo dicen las sonrisas. Es fin de año y todos viven intensamente sus fantasías. Todos se miran plenamente, se escuchan, se piensan como si fueran más de lo que son, más de lo que se piensan otros días, otros meses, otras horas.

Somos vecinos, hermanos, tíos, amigos, primos, amantes. Fuimos amantes, somos amigos. Fuimos primos, somos nada. Fuimos vecinos, seamos vecinos. Fuimos colegas, olvidemos el trabajo. Fuimos. Somos. Ni uno  ni otro tiene sustancia más allá de nuestra pretensión. Es fin de año, la época de las pretensiones. Se nota al caminar, al descolgar la bocina del teléfono, al cortar la llamada, al dejar el auto y caminar solo a casa. Al ver que todo se mueve pretendiendo no moverse. Se nota.

La soledad misma se irá, para dejar lugar a otra ficción, otra presencia. La compañía llegará y se quedará con una sustancia firme, una ficción sonora, rotunda. Una ficción que se desconoce a sí misma. Una ficción sin límites, sin duración, sin tamaño. Una ficción que puede ser mucho o nada. Otra ficción.

Y seguiremos aquí. El fin de año de acerca. La ficción solía iluminar estos días uno tras otro, hasta llegar al final del invierno. Sin ella, el fin de año se antoja como un carnaval de mentiras que nos alimentan, mentiras que nutren y refrescan.

Descubrimos lentamente la primera lección de madurez: aprender a vivir, respirar, andar, sin ficciones de por medio. Es fin de año. Será un buen propósito de año nuevo.

Tuesday, December 03, 2013

Somos


Somos seres en estado pleno de abandono. Vivimos plenamente nuestras ficciones como realidades que buscamos para aislar ese abandono, para neutralizarlo. Y aprender a vivir es aprender a mover las cartas hasta alcanzar el olvido de uno mismo y su desgracia.

Somos huérfanos. Somos parias. Somos nadie en busca de una ficción que nos permita creer que somos alguien.

Saturday, November 30, 2013

Lo difícil

"Y entonces yo quise decirle, pensé decirle
celebrar qué pero no llegué a tiempo.
El tiempo, como siempre, había llegado
antes que yo."
Caparrós. Comí



Es fácil sobrevivir la muerte de otros. Sólo hace falta estar suficientemente lejos para que no te alcance el huracán que se los lleva. Lo difícil es sobrevivir a uno mismo, una vez que ha desaparecido el huracán.

La gran dificultad resulta siempre de la acumulación de pequeñas complicaciones. Uno comienza por respirar y parece que nada lo impide. Los pulmones siguen en su lugar. También es posible caminar y recorrer mundos. Sin problema. Pero mientras uno respira y camina y recorre, ¿qué sucede con las confianzas, las esperanzas, los reclamos, el cariño, el reflejo, la mirada, la voz, la queja, la guía, la desviación, el gusto y el pesar que uno había aprendido a llevar consigo a todos lados, mientras respiraba y caminaba antes del huracán? ¿A dónde van a parar ahora que no tienen depositarios? ¿Acaso desaparecen? ¿Será que uno se vacía de tanto en tan poco?

Sí y no. En eso radica precisamente la gran dificultad. Hay pesos y espacios que se pierden por siempre. Y uno quisiera pensar que todos desaparecen. Hasta que uno  descubre que los pesos y espacios más presentes nunca se van ni desaparecen, mucho menos se esfuman, ni tampoco empequeñecen. Muy por el contrario, esos pesos y espacios grandes se hacen inmensos abismos que se convierten en infranqueables cercas de dolor, angustia, miedo, ansiedad y furia. Demasiada furia.

Y así uno se vuelve un artista del descontrol, haciendo malabares con espacios y pesos, dirigiendo confianzas y miedos, esperanzas y deseos, dudas y reflejos que no reconoce a personas a las que no corresponden.

Y así uno se va convirtiendo lentamente en algo que desconoce, algo que nunca imaginó, algo que jamás esperó, algo que difícilmente cubre algún sueño infantil, algúna esperanza adolescente. Alguna queja, alguna duda, algún reflejo.

Es fácil sobrevivir la muerte,  basta con respirar y caminar. Para sobrevivir lo demás, quizás, sólo hace falta respirar más, mucho más.




Friday, November 29, 2013

Un poco de realidad

Ni hemos avanzado mucho ni hemos alguna vez sido algo distinto: somos cajas de egos con harta imaginación. El ser humano, incluído el que esto escribe, está hecho de halagos egocéntricos y mierda. Para eso servimos fundamentalmente. Para aplaudirnos a nosotros mismos y hacer mierda a los que nos escupen.

Todo lo demás, cualquier otra expectativa de vida, cualquier proyecto de futuro (por elaborado que sea) es poco más que un arrogante sueño de grandeza.

Salud por todos aquellos que, por no recibir hoy día mis halagos, no dejan de aventar mierda. Salud también a aquellos que, por no enviar más halagos, se están ganando mi mierda.

¡Salud!

Saturday, October 19, 2013

Condicional

Si, como sospecho, uno de los más oscuros episodios de la historia de la especie humana es el surgimiento de la memoria autobiográfica---aquella con la que no sólo nos inventamos, sino también aferramos, obsesionamos y defendemos lo inventado, no sin antes aplastar, escupir y rasguñar todo aquello que se oponga a su voluntad---el surgimiento de facebook---herramienta con la que destilamos, concretamos, objetivamos y externamos ese yo inventado---es la epítome del mal, el hoyo negro que habrá de llevarse toda posible felicidad personal.

Tuesday, October 08, 2013

Nombres

El principal obstáculo a mi libertad es mi temor de que al hacer lo que se me ocurre termine por impedirme alcanzar lo que busco.

A eso le suelo llamar "miedo a lastimar a otros".

Debería llamarle "cobardía".

Tuesday, October 01, 2013

Segunda Instantánea

"Creo que tengo un problema con mi hermana."

Dije, al fin, después de seis años, ocho meses y unos cuantos días. La terapeuta me miraba con cara expectante. Le decía cosas triviales. Pero el decirlo era sorpresa.

Si me hubieran preguntado hace siete años, habría dicho que mi relación con Sandra era como la de muchos hermanos. Habría reconocido que en efecto había mucho cariño y respeto y hasta planes implícitos por jubilar a los viejos. Pero hubiera dejado sin mencionar los cientos de tardes que pasábamos solos en casa, los años completos en los que ser niño era mirarla a los ojos y escuchar con atención la manera correcta de hacer las cosas. Habría soslayado, casi por completo, los veranos enteros en casa luchando por conseguir un poco de espacio, un poco de tiempo, para hacer algo que ella no quisiera. Habría olvidado también las clases de álgebra, dibujo, química y biología; los planes secretos por engañar a los adultos; los abrazos fuertes, altos y largos que nunca a nadie he podido enseñar a dar; la mirada cómplice por idéntica; la mirada crítica por distinta; la mirada rotunda por reflejo. la convicción de ser más hermanos que hijos de padres comunes; la confianza absoluta, ciega, visceral; y, por supuesto, también habría olvidado mencionar que quizás algún día podría no estar más.

Si me hubieran preguntado hace tres meses tampoco lo habría reconocido.

"Siento como si hubiera destapado un gran pozo negro."

Dije, como si con ello pudiera despedir la sesión. "De eso se trata", me dijo, sin entender el dolor y el pánico que mis palabras escondían.


Cómo mirar al presente pasado presente

Detente. Levanta la mirada. Déjala perderse. No busques líneas. Da dos pasos atrás. No desvíes la mirada. Detente. Dos pasos más. Siente cómo todo lo que veías se aleja lentamente. Detente. Sigue sin mirar. Mirar dejando. Suelta lo que miras. Tres pasos más. Cinco. Aprende a caminar mientras te vas. Mientras el mundo se va. Observa. Con atención pero sin apego. Deja que se vaya aquello que más guardabas. Que se vaya el corazón. Las caricias. Los abrazos. Las miradas. Los apoyos. Los besos. Las sonrisas. Las complicidades. Los proyectos. Las ideas. Los recuerdos. Camina. Camina. Camina. Más pasos hacia atrás.

Adiós. Sí. A ti te digo adiós. Sigo dando pasos hacia atrás. Te veo irte. Dar tus pasos. Seguir tus bailes. Sabía que así sería. Que inevitablemente te perdería. Adiós. Sí. Adiós.

Dos. Tres. Siete. Quince. Pasos. Dolores. Abrazos. Miradas. Caricias. Amor. Adiós

Wednesday, September 25, 2013

Primera instantánea

Somos una sarta de azotados. Nos duelen todo tipo de cosas. Desde los genocidios hasta las despedidas. Y no es precisamente porque distribuyamos el dolor en correspondencia con la relevancia objetiva de lo dolido, sino, más bien, en correspondencia con la relevancia personal: osea que siempre, cualquier cosa, es la que más duele, más destruye, más quema.

Nos preocupan y acongojan todo tipo de cosas. Hoy es la libertad humana, mañana puede ser una frustración, pasado mañana una quesadilla y el fin de semana una mirada mal puesta. No hacen falta pretextos para fustigarnos.

Y así vamos por el mundo, llorando nuestras tragedias en cada esquina, sin mucha consistencia entre unas y otras.

Pero no sólo hay quejas, también hay deificaciones.  Aquí sí parece haber más consistencia: sólo aplaudimos lo grande, lo que nos sobrepasa, lo que está por encima de uno y, preferentemente, de todos. Glorificamos la ciencia, la arquitectura, la política, la historia, la bondad humana, la felicidad... Nunca, curiosamente, se nos ocurre glorificar ese particular taco de lengua que disfrutamos el día anterior. La vida ordinaria no parece resultarnos suficiente para vivirla.

 Me niego a vivir así.

Déjenme una bicicleta y su tiempo y les regalo el mundo entero.  Déjenme pedalear la vida y se pueden quedar con el resto. La familia, la arquitectura, la ciencia, la amistad, la sociedad, el éxito, el fracaso, la revolución, la imposición y lo que falte, se los dejo todo a cambio.

Tuesday, September 24, 2013

Formulación

Recientemente encontré una formulación perfecta, por cómoda y acertada, de lo que me acontece (a mi gusto) estos días:

Soy un fotógrafo cuyo quehacer consiste en asistir a eventos a los que, por alguna razón desconocida en cada caso, sólo asiste el fotógrafo.

Habrá que darle vueltas a esta formulación por días, noches, cenas, comidas y caminadas por el parque. Sospecho que lleva mucho entre manos.

Saturday, September 21, 2013

Escepticismo

Te vas y me dejas aquí. Nunca más sabrás lo que hago. Nunca más sabrás de mi. No podrás sino sospechar. ¿Por qué traigo el mismo vestido que ayer? ¿Cuántas veces me habrán llamado para buscarme? ¿A cuántas cenas habrás faltado desde que te fuiste? ¿Quienes y cuántas veces me habrán encontrado? ¿Y para qué? Los ves ahí, como delineando el pasillo. ¿No surge la duda? ¿No te interesa saber?

Haz amputado la relación con tus amigos. Será mejor que no te aparezcas más por un tiempo. No es sano que asistas a fiestas. Menos aún que, en una de ellas, encuentres una mirada sonriente y amorosa que te reciba. No. Mejor vete por un tiempo. Hazte olvidar.

Pero yo sigo siendo tu amigo. Ven a casa. No puedo decirte por qué ahora ésta es mi casa. No me preguntes quién trajo la comida, ni por qué no puede recibirte a cualquier hora. Tampoco insistas en saber quién vendrá después, ni cómo; por qué estará aquí, ni cuánto. No quieras saber. No puedes saber. Pero sigo siendo tu amigo.  Eso lo sabes.

Te invitamos a cenar en casa. Pero no llegues muy tarde. No podemos quedarnos mucho tiempo. No preguntes por qué. Tenemos un compromiso. Sí. Ellos también irán. No. No puedes ir. Mejor no preguntes. No tiene sentido saber. Además es obvio. Decidiste marcharte. No puedes entrar. No sé por qué. No preguntes. Así es la imaginación colectiva. No se puede estar de mil formas, aunque mil formas se imaginen estar.

¿Qué cenas? ¿Qué invitados? ¿Quién trajo las nueces? ¿Quién la inseguridad? ¿Quién los silencios? ¿Quién la frontera? ¿Cuándo perdieron todos sus nombres para convertirse en "personas de confianza"?

No se puede saber. Nunca más se sabrá lo que sucede. Porque no sucede nada afuera. Porque todo se inventa y entreteje dentro. Porque no hay, en realidad, nada sucediendo más allá de lo que decimos, lo que esperamos, las cenas que fijamos y las charlas que guardamos. Nada. Más allá de esa invensión social de un mundo por encima de las piedras, nada hay.

Nada se puede saber porque lo único sabido es lo inventado, entretejido, por todos. Tu ignorancia, como la de otros antes que tú, te ha dejado en el más puro ostracismo. Más vale que no vayas, no preguntes; que no vengas, que no sepas.

Abraza el escepticismo como tu forma de vida. La más humana de todas, quizás.  No se puede saber.  ¿Por qué preguntas?

Friday, September 20, 2013

Diagnósticos

El tema del amor es ciertamente extraño. Pocos temas tendrán tantos libros, artículos, comentarios, columnas, poemas, diatribas, discursos, apologías, encomios, vituperios y críticas en la historia de la humanidad, como los tiene el amor. Pocos temas pasaron y pasaran por la cabeza de tantas personas como el del amor. Y aún menos de los temas que han recibido tanta antención como el tema del amor tendrán tan poca claridad sobre su propio tema.

¿Por qué es así? me pregunto ahora que intento recoger apéndices desperdigados, ahora que busco ese punto de partida con toda la calma que me permiten mis piernas. Tengo algunas sospechas.

Habremos de comenzar por excluir las explicaciones simples. La extraña situación del tema del amor no se debe, en absoluto, al hecho de que trate de una emoción o un estado emocional (o una forma emocional de ser) del ser humano. Abundan las emociones, los estados emocionales, sobre los que (precisamente por que los vivimos ordinariamente) se tiene bastante claridad: el dolor, el enojo, el miedo, la ira, la pasión, la obsesión.

También habrá que rechazar la hipótesis según la cual el tema del amor es escurridizo precisamente porque es algo prístino, elevado, magnifiscente, excepcional, algo que pocos pueden conocer.  Habrá que rechazar esta hipótesis por partida doble: el amor ni es excepcional, ni lo excepcional es escurridizo. Todo ser humano ha amado, tanto como todo ser humano se ha dolido, frustrado, emocionado y enfurecido, alguna vez en su vida. Y no hace falta que un alto porcentaje de la población histórica humana experimente la maternidad para tener una muy buena idea del tema.

Sospecho que el asunto se resuelve por otros caminos. El tema del amor se ha vuelto escurridizo precisamente porque, a diferencia del dolor, la furia y el enojo, al amor lo hemos colocado en una tarima especial, separado del resto de las emociones, una tarima en donde se desdibuja la función natural del amor y se le sustituye por funciones normativas, sociales y hasta políticas.

Para abandonar este estado de perplejidad propongo, como primer paso, imaginar al amor como imaginamos al hambre, al coraje, a la ira, a la pasión y a la obsesión: es una más de las funciones naturales del ser humano, una que probablemente sea exclusivamente humana y que, por ende, seguramnete involucra imaginación, planeación, reflexión y control.

Como segundo paso, una vez que asumimos que tiene un papel funcional en la vida mental de los humanos, propongo ir en busca de esa función o funciones que pretende desempeñar. Aquí dos candidatos que suelen confundirse y, por ende, justificar adscripciones de enamoramiento a veces erradas a veces certeras.

Función 1: alegrarse ante la alegría que a otro le genera estar con uno.

Función 2: generar alegría por estar con otro de manera que al estar con uno el otro reconozca y reproduzca generativamente esa alegría por estar con uno.

Quizás convenga entender ambos de manera más ordinaria. La primera función es la de enamorarse del amor de otros hacia uno. La segunda función es la de generar, sin condición previa, ese amor por el otro. La primera es como un molino que se beneficia del paso de un río. La segunda es, y aquí temo que la metáfora útil me obliga a caer en cursilerías, como un manantial que genera un río. La primera se detiene cuando se detiene el río. La segunda se genera a sí misma.

De lo anterior surgen algunas consecuencias peculiares, tal vez útiles. Contamos con dos patologías: la incapacidad por alegrarse ante la alegría que los demás sienten al estar con uno mismo; y la incapacidad por generar uno mismo alegría por estar con alguien más. Ambas podemos considerarlas amputaciones funcionales del amor. Pero conviene distinguirlas, si es que se busca algún día resolverlas.

Otras consecuencias peculiares de lo anterior son, primero, que no tengo la más remota idea de cuál de estas patologías me afecta (si alguna) y, segundo, que tengo una sobredesarrollada capacidad por esconder bajo una discusión teórica un tema emocional. Lo primero preocupa. Lo segundo permite delimitar, manejar, señalar, observar y enfrentar temas de uno mismo que de otra manera sería imposible quizás siquiera reconocer.

Diagnóstico final: erofobia exacerbada por teoretitis aguda.

Diagnóstico especulativo: quizás uno de los problemas del tema consista en que el amor, a diferencia de las demás funciones emocionales, es una función de segundo o tercer orden que recluta a otras funciones emocionales más básicas.  Pero esto, que es ya la continuación de la irritación teórica de la mente, requiere de otros días y otras noches para imaginarlo.




Tuesday, September 17, 2013

(...)

No tengo una explicación satisfactoria, pero sí una historia que me cuento día con día y que me hace pensar que tengo una explicación satisfactoria. No tengo un cerebro adictivo. Soy capaz de sentirme profundamente atraído, mecánicamente incluso, por todo tipo de cosas. Pero no hace falta sino algo de tiempo y costumbre para que esa atracción desaparezca. Lo mismo da que sea cocaína, alcohol, comida o personas.

Es una historia triste o, mejor dicho, de tristes consecuencias. Entre otras, tiene la triste consecuencia de generar insensibilidad o, si se prefiere, apatía por muchas formas de conducta de los demás. No logro entender, por ejemplo, por qué hay tantas personas a las que les gustan tanto tantas cosas, hasta llegar a la excesiva socialización (léase comercialización) de lo gustado. ¿Por qué les gustan tanto?

Obviamente esto me hace pensar en los vicios que todos llevamos, pero que a esos tantos con tanto gusto por tanta cosa les causan más problemas. Porque no tiene sentido imaginarse sin vicios, pero tal vez haya algo útil, algo bueno, en abandonar constantemente unos vicios por otros. Pero para ello hace falta el desapego, el menos, el no tanto ni a tantas cosas.

¿Por qué les gustan tanto tantas cosas? Cierta virtud habrá en abandonar vicios para adquirir otros.

Tuesday, September 10, 2013

De huérfanos y sordos

He decidido separarme un poco del mundo. Lo cual no es sino una manera rebuscada de decidir alejarse de aquello que me ha dado sustento durante estos últimos años. Los por qués de tal decisión vienen siempre a la mano. Son muchos. Se entrecruzan. Se enfrentan. Se apoyan. Se destruyen. No tiene mucho sentido enlistarlos. Lo cierto es que todos se reducen a uno sólo: una ya muy añorada necesidad por encontrarme y, más todavía, por encontrarme solo, sin más, ni menos, de lo que he venido a ser estos últimos años: un huérfano que no reconoce su orfandad. Si me lo preguntan, si me lo pregunto ahora, ¿qué es la orfandad?, no sabría responder.

Por eso he decidido separarme un poco del mundo. Guardar silencio y escuchar. Escuchar todo. Desde lo que dicen hasta lo que se quejan. Escuchar, simplemente escuchar, por qué sí o por qué no. Escucho, por ejemplo, mi inseguridad todos los días. Escucho mi incertidumbre al pensar que he decidido separarme un poco del mundo. Escucho mi miedo, mi terror, al ver a los demás distanciarse con fuerza. Pero también escucho los pasos. Claramente escucho los pasos de aquellos que se van y los que vienen, de los que no resisten más este silencio y los que, con genuina curiosidad, se acercan para ver qué sucede.

Porque hay pasos de todo tipo. Los hay ligeros que van y vienen según conviene. Los hay grandes, lentos y alargados. Pasos tranquilos que de tan lento andar parecen no moverse. También los hay inquietos, pasos que necesitan pasar, marcar, anunciar e irse. Pasos que no resisten simplemente estar. Pasos que gritan constantemente algo difícil de entender, pasos que piden que se les hable para ser escuchados, pasos que no quieren oir cualquier cosa, pasos exigentes, pasos que no gustan del silencio. Pasos que se van.

He decidido detener un poco mis pasos de este mundo, para descubrir que a nuestro grave problema de escucha le acompañan dos enfermedades: la sordera ajena y la propia. Veo cómo se repite día con día el mismo ciclo: quiero que me digas lo que quiero oir para poder sentir que me escuchas cuando te hablo. No nos gusta hablar si no nos hablan. Peor aún, nos irrita hablar si no nos hablan contando lo que queremos oir. Nos resulta absolutamente insoportable guardar silencio y escuchar lo que sentimos, lo que pensamos. No podemos sino estar hablando, aunque sea en su ausencia, con alguien más. No nos basta con oirnos. Menos nos bastará con oir a los demás. No sabemos escucharnos. Menos sabremos escuchar a los demás.

He decidido separarme un poco del mundo, para escucharme, para escucharte, para sentirme, para reconocerte reconociéndome. Para descubrir que somos todos huérfanos, somos todos sordos, pretendiendo estar acompañados y escuchando. Para confirmar que nos hemos abandonado de manera que siempre, irremediablemente, sucumbimos a la falsa necesidad de distraernos, de engañarnos, en otros, con otros, para otros que, curiosamente, ni conocemos ni escuchamos.

He decidido separarme un poco del mundo para delinear la sorda orfandad en la que vivimos todos.

No hay más.

Tuesday, September 03, 2013

Siempre repetir la fuerza

"Tú te vas, dejas, y luego actúas como si te hubieran dejado", me dijo visiblemente molesta. Y yo no pude sino pensar una y mil veces que así ha sido siempre. Siempre repetir el abandono. El mecanismo es simple, me digo en silencio. Me voy para no ser abandonado. Abandono para encontrar eso mismo, el abandono en uno, en casa, de noche. Vuelvo para exigir justicia, para denunciar el abandono en que me encuentro. El mecanismo es simple. El resultado es atroz: el abandono autoinfligido, sin necesidad, sin motivación.

"Te vas aunque aquí estás. No sólo no te dejas encontrar, ni siquiera te dejas buscar" afirmó con tristeza en las manos. Y yo no pude sino asentir como quien roba y es visto robando. La propuesta es simple, pienso. Siempre repetir la fuerza. No quiero que me encuentren, prefiero que no me busquen, porque no los necesito.  Me voy para no ser apoyado. Abandono para demostrar que no hacen falta los que se fueron, que lo puedo todo, que estoy mejor solo. En casa, de noche, triste y abandonado. No vuelvo, porque aquí es más fuerte el autoengaño. La fuerza con fuerza se impone. Aplastando dolores. Ignorando ausencias. Olvidando temores. Para nunca delatar mi gran fragilidad. La propuesta es simple, el resultado patético: la imagen impuesta de una fuerza inexistente que recubre una fragilidad evidente, dolosa, triste, necesitada.

Y así pasan mis días y horas, atendiendo mis dolores al negarlos. Mejor sería buscar un abrazo.

Tuesday, August 20, 2013

En eso consiste morir

Hoy hice mi última llamada. El teléfono sonó una, dos, más veces. Siguió sonando. Siete, ocho, nueve.

 Esperé seis años, seis meses y diecinueve días. Guardaba secretamente la inútil esperanza. ¡Después de tanto tiempo! ¿Acaso no era suficiente? ¿No podría haber contestado alguien? ¿Algo? ¿Una voz? ¿Un lamento? ¿Un hasta luego? ¿Un ya basta? ¿Un hasta aquí?

En eso consiste morir.

Hoy hice mi última llamada con el deseo de recibir el ansiado límite, la negación explícita, la muestra sensible de que todo, al fin, había terminado. Sonó el teléfono. Once, doce, trece...

Para descubrir que hay límites tan infranqueables que no bastan los días ni las noches, las líneas, los sonidos ni las rocas, para demarcarlos. Son límites que requieren lo infinito para asentarse. Límites que se ausentan aquí y allá para estar en todas partes. Agazapado en el silencio de un teléfono que no para de sonar, el límite asegura su omnipresencia.

En eso consiste la muerte.

Hoy hice mi última llamada. Nadie, nunca más, contestará ese teléfono. Por siempre sonará en silencio. Cien, mil, un millar...

Para confirmar que la gente no renace de sus cenizas; que los accidentes se llevan vidas, llamadas, rutinas, casas...

Que las despedidas que no se dieron nunca se darán. No mañana, el próximo mes ni seis años después. Nunca.

En eso consiste la muerte. En eso consiste morir.

No volveré a hacer esa llamada. Hace seis años, seis meses y decienueve días que ya no hay nadie en casa.

Al fin, han muerto.

Thursday, February 07, 2013

Jueves

Llevo días sin dormir. A diferencia de otras ocasiones, esta vez no tengo una buena hipótesis. No estoy convencido de nada. No sé por dónde comenzar a explicar por qué. Lo cierto es que me siento cansado. Aún no son ni las 10 am y siento una leve presión sobre mis párpados, las cejas, esa extraña región del rostro de donde podríamos pensar que surge la mirada. Esa presión que normalmente me lleva a la cama, ahora simplemente me hace reconocer que estoy cansado, que llevo días sin dormir.

Exagero. No llevo días sin dormir. Llevo días sin despertar genuinamente recuperado.

Hoy veré a la psicóloga.

A ver qué me dice.

Tuesday, February 05, 2013

Cambio

La semana pasada tuve mi primera sesión de psicoterapia después de mucho tiempo. Fue extraño ver la comodidad con la que me desempeñaba en ese contexto. Las manos, los gestos, las palabras se movían con una exacerbada naturalidad. Inevitablemente comencé a formar diagnósticos, a confirmar hipótesis, a construir una red para caer con seguridad en las manos de algún tipo de mal cognitivo. Quizás un vicio o un círculo. No lo sé.

Lo cierto es que desde entonces he comenzado a fijarme más en mis sueños. Hoy desperté revisando un sueño que llegó de último minuto. ¿Cómo dividir un sueño? ¿Realmente tienen partes? ¿Elementos? ¿Secciones? Creo que todo esto es un fraude, un gran fraude diseñado para entretener a enfermos. Peor. Para entretener a párvulos incapaces de aceptar que se acabaron los mimos.

Los sueños no están hechos de partes, tan sólo tienen todos los elementos que uno quiera adjudicarles. Al igual que las tragedias y los dolores, no sirven más que para alimentar esa gran necesidad de sentir pena por uno mismo.

En el sueño había un accidente. Una vez más. Había sobrevivientes. Una vez más. Sobrevivientes incapaces de ayudar. Una vez más.


Wednesday, January 30, 2013

Dimensiones

La sepultura más larga y duradera no es la de la vida  ausente, la que se fue, la que falta, sino la de la vida que sigue, la que sobra, la que se queda.

¿Y cómo acabar con tanto tiempo? ¿Cómo borrar las líneas? ¿Cómo llenar las dimensiones?


Tuesday, January 15, 2013

Seis años

En unos días habrán pasado seis años, dos mil ciento noventa y dos días, cincuenta y dos mil seiscientas ocho horas. Pero sobre todo habrán pasado dos mil ciento noventa y dos noches con sus diecisiete mil quinientas treinta y seis horas, cada una de las cuales se va marcando lentamente en la memoria, entre recuerdos creados y recibidos, entre relatos que cada vez más son ficciones, inventos que, paradójicamente, me atan a una misma realidad trágica y mal parida.

 En esos seis años he ido y venido de un lugar al otro, de un país al otro, de un continente al otro, de un polo al otro y no logro encontrar un lugar de descanso. Comienzo a pensar que todo el problema es que los sigo buscando, porque no los encuentro en ningún lado. Ni siquiera el mar que no deja de llevárselos. Ni siquiera el día que ve pasar la noche. Ni siquiera las sonrisas que ocultan la tristeza. Ni siquiera los abrazos y el amor que en balde me rodean. Ni siquiera. Ni siquiera. Ni siquiera.

Seis años, dos mil ciento noventa y dos días y cincuenta y dos mil seiscientas ocho horas de engaño, fingimiento y pretensión.

 Entiendo bien que no hay tragedias ni injusticias, sólo hechos y dramaturgia (si acaso). Creí en algún momento poder aceptar todo esto. Creí poder estar encima de todo, al nivel de los hechos, lejos de la historia. Temo haberme equivocado. Si hay alguien capaz de ver pasarlo todo, no soy yo. No estoy hecho para cruzar este río. Poco a poco voy dejando la armadura, el corazón firme, la mirada altiva y seca, el pulso dirigido, el paso firme.

 Poco a poco. Que se vaya todo. A ningún lugar.