Thursday, April 09, 2015

Correspondencia

Negrita querida,

Hace ya mucho tiempo que no te escribo. Más o menos el mismo tiempo que ha pasado desde la última vez que nos vimos. No recuerdo muy bien qué hacías. Pero sí recuerdo todavía esa última cena de navidad que cocinamos para los clientes de mamá. Creo que te tocó armar los rollos de lomo de cerdo. Yo, como siempre, habré limpiado algunos (muchos) romeritos.

Como te decía, hace ya mucho tiempo que no te escribo, no te leo, no te veo, no te escucho. Según mis cálculos serán ya ocho años. Muchos. Años. Jamás imaginé cuántas cosas podrían pasar en ocho años. Todavía recuerdo cuando yo cumplí ocho años y me parecía una vida entera. Me siguen pareciendo una vida entera. En estos ocho años ha pasado de todo, negrita linda. No tendría sentido contar uno por uno los años, meses y días. Menos útil aún sería relatar paso a paso lo acontecido. Lo único que conseguiría sería angustiarte. Para después aburrirte, sin duda, hasta colmar tu paciencia. Te verías sorprendida de mi capacidad de repetición de una y la misma tontería. Eso, claro, hasta llegar al último año y meses, los cuales tendría más sentido contarte, porque son felices, enormes. Pero hacerlo, temo, también te cansaría. Terminarían doliendote las quijadas y las mejillas de tanto reir y sonreir.

Así que mejor recurro a una herramienta retórica, de esas que tanto usan los poetas para justificar la falta de palabras, de tiempo o de ideas. Te lo pondré todo dentro de una histórica metáfora. Los primeros siete años de la ausencia de ustedes fueron un desierto para mi. Un desierto de siete años de longitud, a paso firme, constante, imparable e incansable. La ausencia de ustedes ha sido agotadora, un constante luchar por la sobrevivencia. Un constante luchar contra mi mismo. Un constante luchar contra la necia inercia del mundo por convertirme en su huérfano. Un constante luchar contra lobos vestidos de oveja que, en su favor cabe decir, no se sabían lobos. Siete largos y desérticos años para alcanzar la meta y levantar ambas manos exhibiendo el dedo medio frente al mundo y gritar: "no estoy solo, nunca lo estuve, nunca lo estaré. "

Por suerte hasta los desiertos tienen fin. Ya sean siete, diez o cuarenta años. Pero se acaban. Y yo sigo porque tengo pies, porque tengo manos y, sobre todo, porque tengo este gran corazón que ustedes me dejaron. Después del desierto vino Florencia y con ella la familia. Una familia real. Un hogar real, no un orfanato. Acá andamos dándole vueltas al mundo a nuestras anchas desde hace año un medio.

Tengo que confesar que el desierto se acabó no sólo gracias a Florencia, sino también a mi terapeuta. No hay nada mejor para ubicarse en el mundo que un sabio analista que te permite entender cosas tan simples como que uno sobrevive hasta los peores desiertos, las peores jaurías y los peores engaños, que no son sino los que uno mismo se impone por falta de valor para salir del desierto.

En fin, como siempre, sólo quería saludarte. Decirte que puedes estar tranquila. Soy un hombre feliz. Sobradamente. Sigo mi camino hacia adelante.  Ya te contaré después cómo sigue la cosa.

Los abrazo largo y hondo como el mar.