Monday, February 22, 2016

La megalomanía de Bergoglio

¿Qué hizo Bergoglio en México? He aquí una respuesta desde la filosofía del lenguaje.

Comencemos, primero, con un poco de teoría. Toda conversación y todo disurso suceden dentro de un contexto, en un lugar y tiempo determinados. Pero también con ciertas presuposiciones, algunas compartidas y otras no, entre los participantes de la conversación o del discurso. Comúnmente entablamos una conversación, por ejemplo, con el fin de obtener, o de ofrecer, nueva información. Esto se logra, principalmente, cuando se modifica el conjunto de presuposiciones que comparten los participantes en la conversación (ya sea añadiendo o quitando información).

Por ejemplo, cuando el vecino me pregunta por la hora, está presuponiendo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es. Si esta presuposición es común, si yo también presupongo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es, la conversación podrá proseguir. Miro mi reloj y le doy la respuesta, son las 10:00 am. Al darle la respuesta he introducido nueva información al contexto, añadiendo una presuposición más. Ambos presuponemos que ambos sabemos qué hora es y ambos presuponemos que son las 10:00 am. Dado que esta información ya es parte de las presuposiciones de la conversación, sería inutil continuar hablando sobre el tema. En el mejor de los casos se tomaría como una broma. Si el vecino insiste en volverme a preguntar por la hora, pensaré que está jugando. Si sigue insistiendo, pensaré o bien que algo está mal con su cabeza o que busca incomodarme.

Esto sucede en todos los contextos en los que tiene lugar una conversación o un discurso. Si se busca realmente alcanzar la meta de compartir o intercambiar información para el beneficio de una o ambas partes, más vale que esa información no esté ya incluida entre las presuposiciones compartidas por las partes de la conversación. Hay sólo dos excepciones a esta regla: el de la conversación como medio para evitar silencios incómodos y el de la conversación como medio para llamar la atención.

El primero de estos casos sucede, por ejemplo, cuando los participantes se conocen entre sí parcialmente, pero no se tienen suficiente confianza y no pretenden mantener una relación más allá del momento de esa conversación. La situación llega a ser incomoda, al punto de que entablar una conversación ayudará a disolver (aunque sea un poco) la incomidad. Conversaciones como ésta suceden comúnmente. El tema favorito de estas conversaciones es el estado del clima ("¡Qué días tan fríos! ¿No?").

El segundo caso, en donde una persona forma parte de una conversación con el mero fin de atraer las miradas, sucede comúnmente en contextos en donde todo lo que se dice ya forma parte de las presuposiciones de los participantes. Esto sucede entre personas que se conocen suficientemente y que comparten suficientes creencias y presuposiciones. Consideremos un ejemplo. Una conversación entre amigos. Todos se consideran intelectuales de izquierda y defensores de los oprimidos. Saben todo sobre violaciones a derechos humanos en su país, violencia de género y discriminación. Hay poca información, salvo algunas noticias recientes, que no sea parte de las presuposiciones que comparten. Aún así, uno de ellos insiste, "Realmente es una desgracia cómo hemos maltratado a las minorías, los indígenas, las mujeres, los LGBTTI, los discapacitados. Algo debemos hacer." Quien dice esto sabe que los demás presuponen lo que dijo. Más aún, esa persona sabe que los demás presuponen que ella misma (la persona que habló) presupone lo que dijo. No hay interpretación alguna que convierta su participación en algo informativo. Lo único que logrará será llamar la atención de los demás, quienes se preguntarán qué intenta hacer.

Vayamos ahora al caso de Bergoglio y su visita a México. El contexto es muy transparente. Los mexicanos presuponemos que nuestro país tiene mucha corrupción en todos los niveles, que el narcotráfico tiene control casi completo de la sociedad, que las desapariciones están a la orden del día, que la sociedad civil corre peligro, que el clero hace poco por ayudar a la gente necesitada, que a los indígenas los hemos maltratado y que el fenómeno de la migración transmexicana es una tragedia. Pero no sólo presuponemos esto, presuponemos que esto es de conocimiento común, presuponemos que todos presuponen que México es justo como acabo de describirlo.

Más todavía, presuponemos que otros, fuera de México, aquellos que estén bien informados, también presuponen que las cosas son así. De hecho, podemos generalizar esto para incluir a la comunidad internacional. Los medios de información de los demás países claramente presuponían que Bergoglio visitaba un país corrupto, campeón internacional del narcotráfico, de las muertes por desaparición y demás linduras. 

El contexto incluye más información. Además de la triste imagen que tenemos de México, los mexicanos también compartíamos una imagen internacional, cuidadosamente trabajada, de Bergoglio, según la cual es un líder mundial justiciero, muy bien informado, con la brújula moral y política andando, que lucha por los oprimidos, que pone el dedo en la llaga, que no se deja amedrentar, que visita a sus feligreces para ayudarlos a resolver problemas con su visita.

Consideremos entonces los discursos y conversaciones de Bergoglio en México. Habló de todas y cada una de las cosas que ya sabemos de México. Nos recordó que tenemos que presuponer lo que ya presuponemos y que él también presupone. Dado que es una persona bien informada, podemos decir también que él presupone que nosotros presuponemos lo que nos vino a decir. Más aún, seguramente sabía que presuponíamos que él ya sabía todo eso. Bergoglio no trajo información útil para compartir con nosotros. Tampoco nos pidió que cambiáramos nuestras presuposiciones. Lo mismo debe decirse sobre el contexto global. Nada de lo que dijo Bergoglio constituye información útil a la comunidad internacional. Ninguna de sus presuposiciones sobre México cambió.

No logró, entonces, informar a nadie. Pero logró, eso sí, comportarse de manera consistente con la imagen de lider justiciero, de brújula moral y política correcta, que ya tenía antes de venir.

Cuando una conversación no incluye intercambios informativos cabe pensar que se busca meramente pasar el rato (romper el silencio incómodo), bromear o llamar la atención. Parece errado pensar que Bergoglio estuvo en México sólo para pasar el rato. Sus discursos estaban acompañados de expresiones adustas y aseveraciones contundentes. Tampoco estaba bromeando. Bergoglio vino a llamar la atención, a aprovechar el terreno fértil que es México para los justicieros y las hermanas de la caridad, vino a abusar de la desgracia en que vive la gente de este país para dirigir los reflectores del mundo sobre su persona, para llamar la atención mundial, para que se lo vea hablar de rectitud en el centro de la perdición.

La única explicación que no convierte a Bergoglio en un subnormal que no entiende cómo funciona una conversación es la que lo convierte en una persona sustancialmente interesada en su propia imagen proyectada a lo largo y ancho del planeta, una imagen que necesita atención del mundo, de todo el mundo. Vino a México a hablar de sí mismo, siempre por encima de los demás.

No seas ególatra Bergoglio. No seas megalómano. Eres un ser humano como cualquier otro y mereces tanta atención como las demás personas a las que no le brindaste la tuya.

Tuesday, February 16, 2016

Eclesiastes 1:2

 No hay mejor vanidad que la de disfrutar el trabajo. O según el Predicador

"No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor."

La Vanidad Papal

Cuarto día de turismo papal.  Nos habla de amor guadalupano a los desprotegidos; entre ellos principalmente los jóvenes, los indígenas y la naturaleza. Nos aconseja coraje y humildad. Pide hacer labor pastoral y no política. Salir a las calles y no limitarse a dar discursos en catedral, en el episcopado o en el congreso. Nos sugiere evitar las tentaciones de la fama, la avaricia y el orgullo. Y de paso recomienda no intentar dialogar con el mal, sino dejar que las palabras de dios resuelvan todo.

Mientras el papa habla, habla y habla, la gente jodida, los desprotegidos del papa, siguen esperando que los escuchen. Los indígenas siguen esperando que entiendan, entre ellos Bergoglio, que lo que quieren no es que les den misa con golpe de pecho, sino trabajo, sustento, libertad, educación.

Mientras el papa habla, habla y habla sobre lo peligroso que privilegiar a unos cuantos en detrimento de muchos, sobre la corrupción y la desigualdad, la gente desprotegida ya sea por el estado o por la iglesia, sigue llenando plazas sacrificando su salud por escuchar tanta palabra bendita.

Mientras el papa habla, habla y habla, la gente desaparecida, las víctimas de la guerra del estado mexicano contra el pueblo mexicano, también conocida como guerra contra el narco, siguen esperando que alguien, alguna cabeza de estado de algún estado de esos que tantos hay en el mundo, los reconozca. No hay reunión agendada con desprotegido alguno. Hay quejas, eso sí, por tener la insubordinación, la arrogancia de creer que se le puede sugerir, insistir o presionar al papa para que corrija su conducta discursiva.

Mientras Bergoglio habla, habla y habla los de abajo escuchamos de rebote que importa más lo que se dice que lo que se hace. Que la imagen proyectada en pantalla pesa más que la justicia silente de la que nadie se entera. Mientras Jorgito el porteño se llena la boca de bellas y encandilantes palabras de justicia, perdón y amor, los de abajo descubrimos una tentación más que el obispo de Roma parece haber dejado en el olvido de su negación.

 A Bergoglio se le olvidó el Eclesiastés (Predicador), el libro que más le debe pertenecer.

Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay de nuevo bajo del sol.

Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar y lo incompleto no puede contarse. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad.

Porque, ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad.

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de romper y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar.



A Berboglio sólo parece importarle su trabajo: dar misa por el mundo y esparcir sus justicieros discursos.  Olvida que de nada sirve su trabajo. Que sus homilias no enderezan lo torcido ni terminan lo incompleto. Que su imagen de viejo sabio y sus esforzados discursos misericordiosos no son más que superficie y vanidad. No sabe reconocer el tiempo de callar, menos sabe aún que el silencio se hizo para escuchar.  Su cansado corazón, taquicárdico a dos mil metros sobre el nivel medio del mar, está lleno de vanidad.

Vanitas vanitatum, dixit Eclesiastes, vanitas vanitatum et omnia vanitas.

Monday, February 15, 2016

Verdades Indígenas

Los temas del día fueron la exclusión cultural y la destrucción del medio ambiente. Bergoglio parece tener una interesante visión según la cual ambas van de la mano. En su misa ante comunidades indígenas en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, buscó la manera de atar la explotación indígena y la explotación de recursos naturales por medio de las sagradas escrituras y el Popol Vuh.

La conexión resultó fácil y analógica. La esclavitud del pueblo de dios en Egipto se dejó comparar con la de los pueblos indígenas en América. Y así como el Popol Vuh exhorta a reconocer el valor de lo dado, del ecosistema, las escrituras cristianas exhortan a usar las palabras y riquezas de dios para defenderse de la opresión. 

La opresión de los faraones contemporáneos se entiende como eliminación cultural con una posterior homogeneidad entre personas. Dicha homogeneidad, de alguna manera no mencionada, tiene como resultado el despojo y desprecio de los recursos naturales. De ahí que los homogéneos occidentales y occidentalizados no-indígenas debamos reconocer el valor de la vida indígena en su reconocimiento del valor de los recursos naturales. Sólo así recuperaremos lo que dios nos dió (este planeta) y evitaremos sumirnos en la peor crísis ecológica de la historia.

Pero todo esto no se hace sino por medio de una revisión de conciencia y un reconocimiento de culpabilidad. Debemos disculparnos con los indígenas naturalistas y recuperar las lecciones de nuestros antecesores, más cercanos al planeta, más capaces de reconocer el valor (divino, suponemos) de la gratuidad.

Cierto. Todo esto es cierto. La exclusión y sometimiento indígena se asemejan mucho, muchísimo, a la esclavitud bíblica del pueblo hebreo. La destrucción cultural y explotación indígena, en toda América Latina (incluida Argentina) ha dado lugar a la destrucción del medio ambiente. Para contener tanta destrucción y recuperar cierto bienestar ecológico, necesitamos reasignar valores a los recursos naturales, aquello que, al parecer, tenemos gratis. También, finalmente, resulta cierto que debemos una larga y sustancial disculpa, así como tenemos por delante una pesada lección.

El problema es que todo esto es vieja noticia. Por favor, que alguien le avise al papa que los bandos ya están definidos. Todos reconocen la verdad de lo dicho (con la excepción de la petición de disculpas). El mundo se divide entre los que creen que esa verdad no importa dos pepinos y los que creemos que no es así. A ninguno de estos bandos le hará cambiar de opinión la homilía indígena del día de hoy.

Sunday, February 14, 2016

Lo que se dice y lo (vergonzoso) que no se dice

Sigo con el tema del trato periodístico de la visita de Bergoglio a México. Hay claramente un concenso internacional por inventar y engrandecer una visión crítica y opositora de Bergoglio a partir de discursos que no lo tienen. Tanto en México, como en España y Argentina ayudan a la invención. La capacidad de invención global, que sólo puede explicarse por alguna suerte de presión social o alucinación colectiva, contrasta con la letra de los discursos respectivos.

Aquí el discurso en palacio nacional. Según El Universal (México), El País (España) y La Nación (Argentina), Bergoglio criticó, reprendió y hasta denunció la corrupción de los políticos mexicanos. Lo cierto es que, de las dos páginas del discurso, las únicas frases relevantes son las siguientes:

(A): La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

(B): A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.

Ahora, me pregunto, ¿De dónde puede uno extraer críticas, reprimendas y denuncias en (A) y (B)? (A) es una afirmación general condicional, sobre la historia de la humanidad que asevera algo casi trivial: beneficiar a unos pocos en detrimentos de las mayorías genera un contexto fértil para las peores perversiones sociales. ¿Hay algo en (A) que hable de los políticos mexicanos? ¿Algo que sugiera que ellos son los causantes de esa desigualdad? La aseveración en (A), como todo condicional, puede invertirse para mostrar su verdadera cara. Lo que (A) afirma es que "si no queremos corrupción, narcotráfico y demás, necesitamos evitar el beneficio de unos pocos en deterimento de unos cuantos." Pregunto una vez más, ¿Qué tiene de crítico, qué de denuncia? La alucinación colectiva periodística es sustancial.

¿Qué hay de (B)? Esta vez no tenemos una afirmación condicional, sino una mera descripción de los deberes de "los dirigentes sociales, culturales y políticos". ¿Cuáles son sus deberes?  "trabajar para ofrecer una vida digna a sus dirigidos." Parece sensato, de hecho, parece demasiado obvio lo que dice Bergoglio. ¿Acaso podría ser falso? Ya no digamos de los dirigentes en México, sino en cualquier parte del mundo. ¿Acaso no es cierto también de Europa, de Suecia y de Rusia, que sus dirigentes sociales, culturales y políticos deben "trabajar para ofrecer una vida digna a sus dirigidos". ¿Hay algo más en esta afirmación? Sigo sin ver, honestamente, la reprimenda. Y la invención subnormal de periodistas me ofende cada vez más.

Pasemos al otro discurso, el de la misa en catedral. Este discurso es de seis páginas, a renglón seguido. Está dirigido a la curia mexicana. El mensaje es simple: sean como la virgen de Guadalupe, luchen por proteger a los desprotegidos de la amenaza que se cierne sobre ellos. Los desprotegidos son los jóvenes y los indígenas, amenazados por el narcotráfico y la aniquilación cultural (respectivamente). Se le pide a todos los miembros de la iglesia católica que dejen las iglesias y salgan a las calles a hacer labor pastoral guadalupana, es decir, a cuidar desprotegidos. El texto está repleto de recomendaciones: no se dejen espantar, tengan coraje profético, estén atentos a las tentaciones del poder vacío del narcotráfico, pónganse de acuerdo, díganse sus verdades, peléense entre ustedes para entenderse mejor, etc. Nada de aquí suena muy crítico, digamos. Honestamente, se me escapa cómo es que algunos consideran esto "un varapalo". Así que no diré mucho más. Aquí una de las citas en las que, según algunos alucinados, el papa critica al narcotráfico. Después de hablar sobre la labor del sacerdocio hacia los jóvenes, para ofrecerles protección maternal, afirma:

(C) Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para le entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

 Si esto es una crítica al narco y a la iglesia entonces hemos caído muy bajo. Ahora resulta que decir que el narcotráfico es un desafío ético y anticívico de extraordinarias dimensiones es ser crítico con el narcotráfico. Yo creía que era una aseveración trivial. Algo que el mundo entero conoce. Pero bueno, nuestros estándares estéticos se han apoderado de las discusiones morales y políticas. Ahora nos importa la imagen más que el contenido. Porque estoy seguro que si alguien más en otro contexto hubiese escrito esto responderían todos con cara de asombro ante la inocencia del comentario.

Dejemos los discrusos sobre lo que se dice y pasemos a lo vergonzoso que no se dice. En México hay cientos de casos de violaciones y abusos sexuales a niños y madres en situación vulnerable. Todas a mano de miembros (de distinto rango) de la Iglesia Católica Mexicana. El arzobispo de la CDMX, Norberto Rivera, es conocido por encubrir los cientos de casos de pederastia de los Legionarios de Cristo, empresa multimillonaria inventada por Marcial Maciel y sustentada en donaciones y escuelas (incluso universidades, como la Anáhuac) que aportan cientos de millones anuales a la causa de la violación y acoso de niños en el mundo.

¿Acaso esta no es una instancia de severa corrupción? ¿La pederastia sistemática de la Iglesia Católica no constituye un desafío ético y anticívico de la Iglesia misma? ¿Acaso los cientos de víctimas, agrupados ya en varias organizaciones, no son desprotegidos a los que debería reconocer Bergoglio? ¿O es que los desprotegidos que produce la Iglesia no merecen el cariño de la "Morenita", como le llama Bergoglio? ¿O será más bien que Bergoglio lo sabe, lo reconoce y decide redirigir la mirada, sin dar entrevista alguna a víctima alguna, por razones políticas? ¿Será que Bergoglio prefiere hablar del narcotráfico pero no de la pederatia para no hacer enojar a la Pederasta Iglesia Mexicana? ¿Seremos tan estúpidos todos para aplaudir diluidos condicionales y recomendaciones insulsas sin notar el elefante rosa que pasa frente a nosotros?

¿Seremos? Somos.



Saturday, February 13, 2016

Verdades Sabatinas Triviales y no Tanto

Como era de esperarse, habló Bergoglio. Pronunció verdades no triviales, que ya conocíamos, y otras tantas triviales, que se resbalan de tanto escucharlas.  Quienes esperaban la salvación, las habrán escuchado en medio de un trance epifánico. Para los demás, esto es lo que nos queda.

Después de presentarse como autodenominado mensajero de la misericordia y paz, comienza por decirnos que estudió un poco antes de venir a México. Nos dice, por ejemplo, que somos un país con una gran biodiversidad y una riqueza natural sobresaliente. Que tenemos una gran riqueza cultural, indígena, mestiza y criolla "no siempre fácil de encontrar". Pero no sólo estudió historia y geografía, también demografía. Nos recuerda que somos un país con más de 50 millones de jóvenes. Nuestra principal riqueza, dice Bergoglio, son ellos (¿será por eso que los desaparecemos cada quince días? No son verdades triviales, sin duda. Hace falta un poco de estudio, o de investigación empírica, para conocerlas.

Luego pasamos a las verdades triviales. El presente de México debe ser forjado por hombres y mujeres justos y honestos en búsqueda de un bien común. Un bien común que no se da mucho en estos días (¿en serio?). Y luego, lanza cátedra político-social: "Siempre que buscamos el beneficio de unos pocos en detrimento de muchos la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico y la exclusión..." entre otras bestias. Esta es una verdad, digamos, parcialmente trivial. Hace falta algo de experiencia para reconocerla, pero cualquier experiencia humana la confirma. Lo sabíamos ya con Hobbes.

La afirmación es, a todas luces, general e inútil. Si hacemos injusticias (i.e., beneficiar a unos pocos sobre muchos) allanamos el camino a otras injusticias (corrupción, narcotráfico, etc.). Es tanto como decir que si hacemos algo malo habremos hecho el mal. No obstante, nunca faltan los deslumbrados visionarios, capaces de encontrar cosas donde no están. No faltarán quienes lean esta afirmación trivial como algo no trivial y, peor aún, como una crítica a un grupo específico. Como una reprimenda a los políticos mexicanos, por ejemplo. Hace falta un poco más de rigor para ser un buen periodista.

Cierra el discurso, con otra recomendación poco útil, demasiado general. La identidad mexicana, forjada con años de tragedias, guerras y desastres, nos ayudará a salir de este atolladero (¿para entrar en el siguiente?) ¿Pero cómo salir, querido Bergoglio? Acá la solución: que haya un acuerdo de las instituciones políticas, sociales y de mercado (¿como el acuerdo entre narcos, políticos y banqueros?). Busquemos una política auténticamente humana, nos dice. Sea esto lo que signifique, estoy seguro que todos estarán de acuerdo. Todos buscan una política humana, el tema es que a cada quien le importa algo distinto de lo humano.

Por si quedan dudas, Bergoglio deja instrucciones a los gobernantes. Instrucción, también trivial, sobre todo si recordamos que no difiere mucho de la instrucción que a esos mismos gobernantes les da ya la Constitución Política Mexicana. Gobernantes mexicanos, por favor, garantizen paz y justicia. Por favor sean responsables y promuevan el desarrollo. Por favor, hagan su trabajo.

Después de esta breve consecusión de aseveraciones poco útiles, se observa una verdad no trivial, igualmente papal, que sí preocupa, sobre todo si nos interesa la salud del obispo de Roma.  La altitud de la Ciudad de México le está pegando duro al rechoncho sacerdote. Se le ve hiperventilar a la vez que combate una visible taquicardia. Como buen porteño devenido romano, no tiene capacidad de andar varios pasos y subir algunas escaleras a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Que lo cuiden, no se nos vaya a pelar en estas tierras y luego nos culpen de terroristas geográficos.

El discurso de Bergoglio en Palacio Nacional nos deja entonces dos lecciones. Primero, debemos hacer lo que debemos hacer para salir de donde debemos salir y alcanzar lo que deberíamos tener. Segundo, hay que planear el próximo viaje de Bergoglio con una semana más en la agenda. Así le damos siete días de adaptación a la altura de la CDMX. 



Thursday, February 11, 2016

Santa Visita

Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936), junto con otros seiscientos mil pasajeros que llegarán al saturado aeropuerto en esos días. A diferencia de los otros seiscientos mil humanos, Bergoglio trae consigo un halo de misterio y magia que obliga a todos los medios de comunicación mexicanos a hablar de su visita por encima de las demás. No sólo eso, además de ser la visita, es también el tema. ¿Quién es? ¿Por qué nos ocupa tanto? Veo tres respuestas alternativas.

Primera respuesta: el santo
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Papa Francisco, un hombre santo, angelical, capaz de producir milagros. Un hombre divino, elegido por Dios (y sus cardenales) para dirigir al estado más anciano de la actualidad. Un hombre capaz de tocar y conmover los corazones de todo ser humano. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si Dios quiere, llenará de vigor el espíritu Católico de México, nos recordará que la corrupción es mala, que la avaricia también, que el prójimo es lo más importante (entre más jodido, más importante) y que lo más importante es amarnos y respetarnos entre mexicanos. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos menos corruptos (gradualmente), más amorosos, más cristianos y menos indiferentes con el dolor ajeno. La policía secuestrará menos. Los sicarios matarán menos. Los narcotraficantes venderán menos. Los políticos aceptarán menos sobornos y hasta los bancos lavaran menos dinero.

Segunda respuesta: el filósofo-mago
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Cardenal Bergoglio, jefe del estado Vaticano, un hombre inteligente, sensible y, sobre todo, temerario. Un hombre sagaz, victorioso campeón de una de las enredos políticas más enconadas del real politik actual (ganó el Vaticano sin mediar la muerte de su antecesor). Un político virtuoso, casí maquiavélico. Un político reformista, entendedor. El único capaz de darle a la Iglesia Católica lo que necesita: cambios cosméticos que no recibía desde los Borgia (hace cinco siglos, aproximadamente). Un ideólogo con una gran visión filosófica. Capaz de reconocer verdades morales triviales (como que no está bueno eso de provocar a los musulmanes, ni tampoco eso de denostar a los divorciados, mucho menos eso de reprochar el uso del condón -a no, perdón, eso sí está bueno, ya lo dijo el Cardenal). Un filósofo mago. Capaz de decir trivialidades morales y convertirlas, por acto de magia, en iluminadoras doctrinas filosóficas hacia un futuro mejor. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos quieren, nos dará cátedra política, filosófica, moral e ideológica. Nos ayudará a entender qué es el bien y qué es el mal. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos mejores, menos tontos, identificaremos el bien y lo distinguiremos del mal con mayor facilidad. Será como tener una linterna moral de bolsillo. Ciento veinte millones de linternas morales para todos y cada uno de los mexicanos (los extranjeros, lo siento mucho, tendrán que hacer fila por si sobran linternitas, la visita es para mexicanos). Nuestros gobernantes serán menos indecentes (porque verán mejor sus errores morales y políticos) y más honestos.  Nuestro presidente, por ejemplo, nos dirá al fin dónde están hospedados los cuarenta y dos estudiantes restantes (seguramente en un resort  de Cancún junto con otros tantos desaparecidos).

Tercera respuesta: el ser humano
Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio, dictatorial jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana (dicen que no hay elecciones democráticas por allá y que las decisiones son de arriba a abajo, urbe et orbi). Un jefe carismático y dicharachero. Un franciscano que cambia los zapatos alemanes de Ratzinger por las chanclas de toda la vida. Un argentino que conoce la miseria, la corrupción, la traición y la mediocridad de primera mano. Un cardenal que sabe venderse y convencer. Un papa que ha sabido hacer suyas las batallas más obvias y las verdades más triviales. Y las ha sabido ganar y comunicar. El jefe de uno de los grupos religiosos más grandes del mundo, con más de mil doscientos millones de feligreses. Su visita, la visita a un país con más de cien millones de católicos confesos, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos lo siguen, traerá consigo un gasto aproximado de dos mil quinientos millones de pesos, como parte de lo que bien podemos llamar "turismo religioso". Habrá quienes lo consideren santo. Para otros será el gran filósofo-mago. Lo seguiran a lo largo y ancho del territorio nacional, esperando bendiciones y milagros (unos), críticas e iluminación moral (otros). Lo más probable es que nada de esto suceda. Lo más probable es que el señor Bergoglio entre y salga del país sin problemas (con cansancio, pero sin problemas). Lo más probable es que el país siga siendo el mismo antes y después de la visita. Lo más probable es que no pase nada. Que la policía secuestre. Que los sicarios maten. Que los políticos acepten sobornos. Que los narcotraficantes vendan cada vez más y, por supuesto, que los bancos laven cada vez más dinero.

Algo me dice que la tercera es la respuesta correcta. Más allá de esos dos mil quinientos millones de pesos del turismo religioso, la visita no servirá de nada. Dejemos de lado las exageraciones y las experanzas infundadas. Dejemos de creer en fantasías (religiosas o políticas) para luego expresarlas. Eso sí, la visita servirá mucho para cambiar la superficie del discurso inmediato de los revolucionistas. Sin duda.


Wednesday, February 10, 2016

Los Revolucionistas

Es de todos sabido que la revolución atrae feligreses como el pan caliente a sus compradores. Ser parte de la revolución, ser revolucionario, ha sido desde siempre una salida decorosa a la triste existencia personal de quien no se basta a sí mismo, ya sea porque considera que su valor es ínfimo o bien inmenso (tan grande que va más allá de si mismo hasta llegar a la revolución misma).

Sabemos también que la superficie de las cosas es una de las grandes fascinaciones humanas. Nos fascina ver, sentir, escuchar, acariciar y probar la superficie de todo. Podemos llegar incluso a obsesionarnos con el tema. Nos encanta todo aquello del medio ambiente que se nos preste fácil y simple a la percepción (por cualquier órgano). Por el contrario, no nos gusta mucho tener que pensar para aprehender algo. Si basta con ver, mejor. Si acaso, leer un poco. Pero pensar para entender, pensar para hacer, jamás. De ahí que nos encante la estética de las cosas, lo perceptible.

La extraordinaria comunicación instantánea en la que vivimos hoy día nos ha permitido reunir, mezclar y fomentar ambas fascinaciones humanas. Somos más revolucionarios porque hacemos más revoluciones. Siempre y cuando (como señala Florencia) sean superficiales, estéticas, digamos. El mundo se llena de revolucionsitas (término Florentino), fanáticos del engrandecimiento revolucionario superficial. Estético, digamos. Hasta ahí. Nos rodeamos de revolucionistas expresan sus creencias revolucionistas con imágenes revolucionistas asociadas a ideas y esperanzas revolucionistas.

El caso reciente del espectáculo de cabaré al medio tiempo del quincuagésimo supertazón es un ejemplo paradigmático del revolucionismo contemporáneo. Racismo y armamentismo matan y denigran a gente inocente por decenas en todo el mundo. Sobra decir que es un mal a erradicar. Pero no sobra bailar, mover el culo, cantar y hacer como que uno hace algo sustancial para cambiarlo. No sobra porque es revolución superficial y eso nos importa, mucho, hoy día. Tanto nos importa, que hasta debemos enfrentar disputas por el control de la superficie.

¡Qué bendición tener internet! ¡Qué fortuna contar con Facebook! ¡Nada mejor que tener una computadora de bolsillo con cámara de foto y video y, por supuesto, conexión a internet! Nunca ha sido más fácil obsesionarse con la superficie e ignorar lo sustancial olvidando que los problemas tienen fondo y que su cara más visible casi nunca importa. Nunca será más sencillo ser revolucionario que en la era de los revolucionistas, de los incontrolables amantes de lo inmediato, lo fácil, lo visible, lo aprehensible en un instante.

Aplausos al esteticismo revolucionario.

¡Que vivan los revolucionistas!

Tuesday, February 09, 2016

Trampas del razonamiento humano

Dicen por ahí que la venta de armas a personas de a pie ha aumentado significativamente en el vecino país del norte. Se ofrecen dos razones. Por un lado, la campaña electoral del Partido Republicano que, desde hace ya varios ciclos, ha decidido mantener y pulir una imagen de protector beligerante. Por otro lado, la existencia de grupos terroristas altamente publicitados, como el Estado Islámico, que ha probado su capacidad para atacar lugares impensados (como Paris).  La insistencia del presidente norteamericano de controlar la venta de armas lo ha convertido, paradójicamente, en el mejor vendedor de armas de los últimos años. Dicen.

Más allá de lo que se dice, algunas cosas son claras. Los peatones del vecino país del norte no viven más seguros gracias a que tienen el derecho a portar armas. Pero sí es más probable morir a manos de un psicópata armado en E.U.A. que en México o Argentina, digamos. El derecho a portar armas es a todas luces anacrónico, asociado a la defensa de la libertad de creencia religiosa a mediados del siglo XIX. Hoy día, el derecho en cuestión sirve para poco más que fomentar una de las industrias más grandes del planeta, la producción y venta de armas.

Todo esto es ya de todos sabido. Lo menos conocido es la trampa autodestructiva en la que cae una persona (o gobierno) que ve en las armas la solución a su inseguridad. Pensar, primero, que para defenderme lo mejor es armarme y, segundo, que éste es el razonamiento que todos deben seguir, es una receta de autodestrucción. Si todos piensan así, todos serán más peligrosos para los demás de lo que eran antes.

Así como Europa se suicida al defenderse de Estado Islamico con armas hacia afuera (y no con educación y trabajo hacia dentro), de igual manera el peatón norteamericano se suicida al defenderse con armas en casa (o en la cintura) con la disposición de usarlas contra lo desconocido.

Es cierto, si estoy armado podré defenderme mejor ante un eventual ataque armado. Pero no es menos cierto que al aceptar esto habré aumentado la probabilidad de sufrir un eventual ataque armado. La lección es al menos tan vieja como Hobbes. Homo homini lupus est. Sólo renunciando a la capacidad de destrucción podremos evitarla.


Anteperiodismo

Llevo unos días pensando sobre una supuesta labor periodística que tanto se extraña en estos lares. De pronto me encuentro motivado para hacer periodismo del periodismo. Criticarlo. Amarrarlo. Sacudirlo. Pero antes de poder siquiera decir algo, me encuentro con la difícil tarea de identificar mi objetivo.

Las definiciones de diccionario describen al periodismo como una actividad asociada a la "captación de información". Alguna que otra habla de la "formación de opinión". Esto por el lado de la teoría. Por el lado de la práctica pareciera más bien que el periodismo se limita a la "mediación de información carente de opinión". Las fuentes de información están imposiblemente lejos de los periodistas. Cada persona con acceso a internet se ha convertido en fuente plenipotenciaria (y receptora eterna) de información. Eliminadas las fuentes exclusivas, el acceso privilegiado y el conocimiento anticipado de la información, al periodista le queda poco más que esa extraña labor de "formación" de opinión.

No es claro cómo la gente forma su opinión. Es difícil imaginar los intrincados procesos psicológicos, conceptuales y emocionales que dan lugar a una postura, una creencia o una de esas cosas que (místicamente) llamamos "visión de las cosas". Lo cierto es que ese estado mental complejo que llamamos "opinión" no es producto de formación alguna. Surge entre las personas como el musgo entre las grietas del pavimento. Los humanos necesitamos opiniones tanto como el musgo necesita  humedad, calor y protección.

No podemos andar sin creencias. Por eso mismo, no podemos andar por el mundo pensando qué debemos creer y opinar. Sería muy cansado y, sobre todo, innecesario. Comúnmente nos encontramos teniendo opiniones y creencias sin saber bien a bien de dónde vienen y a dónde van. Comúnmente esos que llamamos "formadores de opinión" son poco más que confirmadores de opinión. No buscamos periodistas para descubrir qué debemos creer, sino para confirmar lo que ya creemos.

Así vista, la tarea periodística es aún más acotada y pasiva. Sólo queda esperar a que lleguen los creyentes en busca de apoyo que sacie su inseguridad, como se espera en un restaurante a que lleguen los comensales en busca de alimento para saciar su hambre (deseo, antojo u lo que sea).

Sería más interesante hacer exactamente lo contrario, convertirse en una fuente de desconfirmación y cuestionamiento de opiniones. Tenemos demasiadas respuestas ya. Nos hacen falta más preguntas.