"En alguna parte queda una parte de aquellos que murieron, en nosotros, con nosotros, porque todos nosotros, los que permanecemos después de ellos, somos partes de aquellos que partieron. Los guardamos bajo esta forma. Es una parte insoportable que nos recuerda siempre que partieron, que ya no podemos recibir más noticias de ellos, pero al menos sabemos que no se establecieron, no echaron raíces, no se fueron a descubrir otro mundo. Salieron del mundo. Los más cercanos los conservan como una parte de ellos mismos complicada en su recuerdo, en su sentimiento, en su pensamiento."
Jean Luc Nancy, 2016. ¿Qué significa partir?. Capital Intelectual. Buenos Aires. Traducción: Gabriel Entin.
Friday, December 02, 2016
Wednesday, November 09, 2016
Good Bye America!
And right after they elected the first black president ever, they went straight to the center of their fear and elected the next white-supremacist president in modern history.
Sadness, fear, more sadness, rage, awe...
Once more, the crude truth appears: Stultorum humanum infinitum est numero.
Sadness, fear, more sadness, rage, awe...
Once more, the crude truth appears: Stultorum humanum infinitum est numero.
Tuesday, November 01, 2016
Desde Adentro
Acá llueve, sopla el viento, hace frío, a ratos calor, vuelve a soplar el viento y sigue lloviendo. Llegamos a Buenos Aires a mitad del invierno. Hace más de un mes comenzó la primavera. Salvo algunos grados más de temperatura, la cosa ha cambiado muy poco. Realmente. Por suerte vivimos en una terraza con dormitorio y sala que nos permite disfrutar la lluvia, el viento y hasta el apesadumbrado sol de Buenos Aires, desde adentro. Ocupamos el último piso de un edificio "cualunque", según dialecto local, desaparecido entre la imponencia y altura de sus vecinos.
Pero igual ocupamos el último piso. Y recién ahora lo entiendo. Esas ganas de ocupar el último piso. Esa engañosa motivación de verlo todo desde arriba, de alcanzar más horizonte, de cubrir la plaza sin salir de casa. Un buen día, pleno de frío y viento, llegó la angustia por el balcón a golpear con fuerza, a trastabillar el corazón, a irrumpir en la tranquila vida de esta terraza con dormitorio. Después de algunas consultas con mi analista externa, y otras tantas con mi analista interna, llegué a la sana conclusión, a estas alturas trivial, de que vivía un episodio más de estrés postraumático. Este último piso hace recordar aquél ático donde supe duramente y por teléfono que lo había perdido todo, que llamaban otros porque ellos no llamarían más. Mi corazón vuelve a agitarse ahora que lo escribo. Recién ahora lo entiendo. Esas ganas de ocupar el último piso y que llegue la llamada correcta, la que nunca llegó. Esas ganas contradictorias de volver a sufrir lo insufrible intentando recuperar lo perdido.
Y así se vive la incomprensible angustia, la taquicardia, el hueco estomacal, hasta que se identifica al responsable, la fibra causante, esas ganas de volver a desgarrarse por la ilusión misma de volver. Soy inocente. Me repito. Y lentamente vuelve el oxígeno, la calma, desde adentro.
Hace unas semanas descubrí la muerte de un gran amigo que supo más bien ser un gran padre. Dicen por ahí que lo visitó un cancer fulminante. Enrique Fierro, rinocerontista y poeta, no está más en su casa de Austin, pensando cómo escribir el poema correcto que cierre la posibilidad misma de la poesía de una vez y para siempre. Lo quise mucho a Enrique. No más de lo que él supo quererme. Lo sé. Lo sabemos. Me duele saberlo. Hace unas semanas confundí mi dolor por su ausencia con una supuesta queja (ególatra, sin duda) por no haber estado ahí los últimos días. Lo quise mucho a Enrique y se lo dije directamente, leyendo su poesía, tocando su corazón, digiriendo su poesía y entregándola de vuelta a sus manos. Sé que lo supo. Por eso estoy tranquilo, porque este dolor también se cura desde adentro.
No hace falta volver a desgarrarse por el mero afán de volver.
Pero igual ocupamos el último piso. Y recién ahora lo entiendo. Esas ganas de ocupar el último piso. Esa engañosa motivación de verlo todo desde arriba, de alcanzar más horizonte, de cubrir la plaza sin salir de casa. Un buen día, pleno de frío y viento, llegó la angustia por el balcón a golpear con fuerza, a trastabillar el corazón, a irrumpir en la tranquila vida de esta terraza con dormitorio. Después de algunas consultas con mi analista externa, y otras tantas con mi analista interna, llegué a la sana conclusión, a estas alturas trivial, de que vivía un episodio más de estrés postraumático. Este último piso hace recordar aquél ático donde supe duramente y por teléfono que lo había perdido todo, que llamaban otros porque ellos no llamarían más. Mi corazón vuelve a agitarse ahora que lo escribo. Recién ahora lo entiendo. Esas ganas de ocupar el último piso y que llegue la llamada correcta, la que nunca llegó. Esas ganas contradictorias de volver a sufrir lo insufrible intentando recuperar lo perdido.
Y así se vive la incomprensible angustia, la taquicardia, el hueco estomacal, hasta que se identifica al responsable, la fibra causante, esas ganas de volver a desgarrarse por la ilusión misma de volver. Soy inocente. Me repito. Y lentamente vuelve el oxígeno, la calma, desde adentro.
Hace unas semanas descubrí la muerte de un gran amigo que supo más bien ser un gran padre. Dicen por ahí que lo visitó un cancer fulminante. Enrique Fierro, rinocerontista y poeta, no está más en su casa de Austin, pensando cómo escribir el poema correcto que cierre la posibilidad misma de la poesía de una vez y para siempre. Lo quise mucho a Enrique. No más de lo que él supo quererme. Lo sé. Lo sabemos. Me duele saberlo. Hace unas semanas confundí mi dolor por su ausencia con una supuesta queja (ególatra, sin duda) por no haber estado ahí los últimos días. Lo quise mucho a Enrique y se lo dije directamente, leyendo su poesía, tocando su corazón, digiriendo su poesía y entregándola de vuelta a sus manos. Sé que lo supo. Por eso estoy tranquilo, porque este dolor también se cura desde adentro.
No hace falta volver a desgarrarse por el mero afán de volver.
Thursday, June 16, 2016
Me voy. Nos vamos
Me voy. Nos vamos. Seis años aquí, sin fijar nunca un sitio. Ocho domicilios y más de setenta mil kilómetros después, me voy. Nos vamos. Jamás imaginé que esto sería lo que es.
Antes de estos seis años vinieron, pisaron y se fueron otros cinco, lejos, muy lejos de aquí. Después de cuatro ciudades, tres países y ocho mudanzas lo había perdido todo excepto aquello que no podía perder sin desaparecer. Al final estaba de vuelta en una ciudad ajena, rodeado de gente desconocida. Comencé lentamente a borrar aquello, a tallar profundo, a negar lo imperdible. Había que tallar con fuerza para borrarlo todo. Lo hice. Desaparecieron los conocidos. Perdí a mi familia en un juego de azar. Se apartaron los desconocidos. Supe construir un igloo para detener el frío.
Me voy. Nos vamos. Seis años atrás lo creía. Me voy. Nos vamos. Pasan seis. Pasan cinco. Recuperé mi familia sin volverla a ver. Supe construir una casa para resguardar calor. Se van los años sin que uno sepa el sentido, sin que haga falta tenerlo. Ya no creo, mucho menos sé, cuántos años más volverán a ser ni dónde los habré de recontar.
Me voy. Nos vamos. Es todo lo que sé. Quizás todo lo que sabré.
Antes de estos seis años vinieron, pisaron y se fueron otros cinco, lejos, muy lejos de aquí. Después de cuatro ciudades, tres países y ocho mudanzas lo había perdido todo excepto aquello que no podía perder sin desaparecer. Al final estaba de vuelta en una ciudad ajena, rodeado de gente desconocida. Comencé lentamente a borrar aquello, a tallar profundo, a negar lo imperdible. Había que tallar con fuerza para borrarlo todo. Lo hice. Desaparecieron los conocidos. Perdí a mi familia en un juego de azar. Se apartaron los desconocidos. Supe construir un igloo para detener el frío.
Me voy. Nos vamos. Seis años atrás lo creía. Me voy. Nos vamos. Pasan seis. Pasan cinco. Recuperé mi familia sin volverla a ver. Supe construir una casa para resguardar calor. Se van los años sin que uno sepa el sentido, sin que haga falta tenerlo. Ya no creo, mucho menos sé, cuántos años más volverán a ser ni dónde los habré de recontar.
Me voy. Nos vamos. Es todo lo que sé. Quizás todo lo que sabré.
Saturday, June 04, 2016
Un Gigante de Corazón
En sus propias palabras:
I am an ordinary man who worked hard to develop the talent I was given. I sought the advice and cooperation from all of those around me - but not permission. My way of joking is to tell the truth. That's the funniest joke in the world.
It's the repetition of affirmations that leads to belief. And once that belief becomes a deep conviction, things begin to happen. I figured that if I said it enough, I would convince the world that I really was the greatest. I believed in myself, and I believe in the goodness of others. The man who has no imagination, has no wings. If my mind can conceive it, and my heart can believe it - then I can achieve it. It's just a job. Grass grows, birds fly, waves pound the sand. I beat people up. What keeps me going is goals.
Only a man who knows what it is like to be defeated can reach down to the bottom of his soul and come up with the extra ounce of power it takes to win when the match is even. Silence is golden when you can't think of a good answer.
He who is not courageous enough to take risks, will accomplish nothing in life. It isn't the mountains ahead that wear you out; it's the pebble in your shoe. A man who views the world the same at fifty as he did at twenty has wasted thirty years of his life.
Friendship is not something you learn in schoool. But if you haven't learned the meaning of friendship, you really haven't learned anything. Live every day as if it were your last because some day you're going to be right.
Don't feel sorry for me.
Muhammad Ali (1942 - 2016)
I am an ordinary man who worked hard to develop the talent I was given. I sought the advice and cooperation from all of those around me - but not permission. My way of joking is to tell the truth. That's the funniest joke in the world.
It's the repetition of affirmations that leads to belief. And once that belief becomes a deep conviction, things begin to happen. I figured that if I said it enough, I would convince the world that I really was the greatest. I believed in myself, and I believe in the goodness of others. The man who has no imagination, has no wings. If my mind can conceive it, and my heart can believe it - then I can achieve it. It's just a job. Grass grows, birds fly, waves pound the sand. I beat people up. What keeps me going is goals.
Only a man who knows what it is like to be defeated can reach down to the bottom of his soul and come up with the extra ounce of power it takes to win when the match is even. Silence is golden when you can't think of a good answer.
He who is not courageous enough to take risks, will accomplish nothing in life. It isn't the mountains ahead that wear you out; it's the pebble in your shoe. A man who views the world the same at fifty as he did at twenty has wasted thirty years of his life.
Friendship is not something you learn in schoool. But if you haven't learned the meaning of friendship, you really haven't learned anything. Live every day as if it were your last because some day you're going to be right.
Don't feel sorry for me.
Muhammad Ali (1942 - 2016)
Wednesday, March 16, 2016
Colonizados
Los mexicanos vivimos colonizados, desde fuera y desde dentro. La representación que tenemos de nosotros mismos es la de un adolescente inseguro en constante búsqueda de aprobación adulta. El adolescente somos todos. El padre son los demás. Los de afuera. Europa y Estados Unidos principalmente. Sudamérica, el eterno hermano.
Esta inmadurez se evidencia principalmente en la vida intelectual, moral y política mexicana. Organizamos talleres académicos en donde el 80% de los invitados son anglosajones o europeos occidentales. Entre más reconocidos los extranjeros, paradójicamente, más satisfechos nos sentimos con nosotros mismos. Como si tener invitados anglosajones renombrados sea una muestra de éxito personal mexicano. Triste y naturalmente, nuestros alumnos han aprendido a hacer lo mismo. Estamos convencidos de que sólo ellos, los europeos y anglosajones, pueden pensar y hacer cosas interesantes. Y con el paso del tiempo nos encargamos de que así sea.
Lo mismo pensamos moral y políticamente. Alemania está construida sobre la potencia de empresas nazis como VW, Audi, Siemens, BMW y hasta Hugo Boss. España está saturada de corrupción institucional, desde la casa real hasta los equipos de futbol. Francia trata a los seres humanos como reses y se "limpia" de gitanos cada tanto. Italia es la capital occidental de la mafia y no logra deshacerse de un magnate pedófilo asociado a la trata de blancas. Suiza guarda el dinero "limpio" del narcotráfico, la trata de blancas y la venta ilegal de armas de todo el planeta. Pero nosotros, los mexicanos seguimos siendo, a nuestros ojos, la peor escoria del planeta.
El cartel de Juárez financia al oficialismo y el de Sinaloa a la oposición. Sabemos que la inmensa mayoría de ese dinero viene de otros países. Países en donde los narcos son suficientemente astutos para librar impresionantes barreras morales y políticas sin sobornar ni corromper a nadie, porque allá, en la metrópoli, todo es decencia y rectitud. En Estados Unidos la cocaína les llega por dron o por tuberías. No hay asesinatos, ni venta ilegal de armas, ni policía corrupta. El servicio es limpio y gratuito. En europa la heroína aparece al pie de puerta de los consumidores. La policía sigue buscando sin atinar, mera mala suerte. Allá nadie se enriquece con la muerte, la adicción y la enfermedad de los otros. Pura decencia y rectitud, como dije. Estamos convencidos de que sólo ellos, los europeos y anglosajones, pueden pensar y hacer cosas limpias, decentes, rectas.
Y cada tanto volteamos al sur, como para obtener un reflejo que confirme nuestra infantil imagen. Y, como toda concepción enferma de uno mismo, la representación se confirma. El otrora incuestionable lider democrático de los trabajadores brasileños, y sudamericanos en general, hace hasta lo imposible por conseguirse un fuero que le proteja del abandono judicial al que lo llevó su codicia. Su voracidad fue tal que se llevó consigo a sus amigos sudamericanos: el peruano, el boliviano y la argentina entre otros. El recular cobarde de Lula no hace sino recordarnos al mexicano Calderón que hizo todo lo que pudo por proteger a su antecesor Zedillo para evitar que la justicia estadounidense lo juzgara por genocida. El fraude fiscal por 8 mil millones de Cristóbal López, con la venia de Cristina Fernández, no hace sino recordarnos a las condonaciones de deuda fiscal del gobierno federal al pobre y tambaleante Grupo Televisa, que tan necesitado está de un rescate.
Cada tanto miramos al sur y vemos lo mismo que en casa. Somos lo mismo. Pensamos los mexicanos que somos una sociedad esencialmente corrupa e indecente. Pero se nos olvida que en mirar al Norte y a Occidente nada cambia. Y nada cambiará. Porque no somos distintos moral, política o intelectualmente. Tan sólo somos más infantiles, más inseguros, más adolescentes.
Esta inmadurez se evidencia principalmente en la vida intelectual, moral y política mexicana. Organizamos talleres académicos en donde el 80% de los invitados son anglosajones o europeos occidentales. Entre más reconocidos los extranjeros, paradójicamente, más satisfechos nos sentimos con nosotros mismos. Como si tener invitados anglosajones renombrados sea una muestra de éxito personal mexicano. Triste y naturalmente, nuestros alumnos han aprendido a hacer lo mismo. Estamos convencidos de que sólo ellos, los europeos y anglosajones, pueden pensar y hacer cosas interesantes. Y con el paso del tiempo nos encargamos de que así sea.
Lo mismo pensamos moral y políticamente. Alemania está construida sobre la potencia de empresas nazis como VW, Audi, Siemens, BMW y hasta Hugo Boss. España está saturada de corrupción institucional, desde la casa real hasta los equipos de futbol. Francia trata a los seres humanos como reses y se "limpia" de gitanos cada tanto. Italia es la capital occidental de la mafia y no logra deshacerse de un magnate pedófilo asociado a la trata de blancas. Suiza guarda el dinero "limpio" del narcotráfico, la trata de blancas y la venta ilegal de armas de todo el planeta. Pero nosotros, los mexicanos seguimos siendo, a nuestros ojos, la peor escoria del planeta.
El cartel de Juárez financia al oficialismo y el de Sinaloa a la oposición. Sabemos que la inmensa mayoría de ese dinero viene de otros países. Países en donde los narcos son suficientemente astutos para librar impresionantes barreras morales y políticas sin sobornar ni corromper a nadie, porque allá, en la metrópoli, todo es decencia y rectitud. En Estados Unidos la cocaína les llega por dron o por tuberías. No hay asesinatos, ni venta ilegal de armas, ni policía corrupta. El servicio es limpio y gratuito. En europa la heroína aparece al pie de puerta de los consumidores. La policía sigue buscando sin atinar, mera mala suerte. Allá nadie se enriquece con la muerte, la adicción y la enfermedad de los otros. Pura decencia y rectitud, como dije. Estamos convencidos de que sólo ellos, los europeos y anglosajones, pueden pensar y hacer cosas limpias, decentes, rectas.
Y cada tanto volteamos al sur, como para obtener un reflejo que confirme nuestra infantil imagen. Y, como toda concepción enferma de uno mismo, la representación se confirma. El otrora incuestionable lider democrático de los trabajadores brasileños, y sudamericanos en general, hace hasta lo imposible por conseguirse un fuero que le proteja del abandono judicial al que lo llevó su codicia. Su voracidad fue tal que se llevó consigo a sus amigos sudamericanos: el peruano, el boliviano y la argentina entre otros. El recular cobarde de Lula no hace sino recordarnos al mexicano Calderón que hizo todo lo que pudo por proteger a su antecesor Zedillo para evitar que la justicia estadounidense lo juzgara por genocida. El fraude fiscal por 8 mil millones de Cristóbal López, con la venia de Cristina Fernández, no hace sino recordarnos a las condonaciones de deuda fiscal del gobierno federal al pobre y tambaleante Grupo Televisa, que tan necesitado está de un rescate.
Cada tanto miramos al sur y vemos lo mismo que en casa. Somos lo mismo. Pensamos los mexicanos que somos una sociedad esencialmente corrupa e indecente. Pero se nos olvida que en mirar al Norte y a Occidente nada cambia. Y nada cambiará. Porque no somos distintos moral, política o intelectualmente. Tan sólo somos más infantiles, más inseguros, más adolescentes.
Tuesday, March 15, 2016
El cuarto de baño
Nunca había tenido la oportunidad de contar con un cuarto de baño personal, no compartido. Por ende, no tenía la menor idea del espacio de posibilidades que esto genera. Aquí y allá escuché comentarios al respecto, siempre crípticos y nunca desarrollados (menos aún discutidos). No entendía, por ejemplo, por qué las personas insistían en tener revistas, periódicos y hasta libros, en sus baños. De hecho, no creo haber usado antes la diplomática frase "cuarto de baño". Siempre me pareció, hasta hoy, que era excesiva. "Al baño se va" pensaba yo "a nada más que mear o cagar" (y lavarse manos, por supuesto). Ir al baño fue (y es, en baños que no son cuartos de baño) cosa de unos momentos. Ir, servirse e irse. No hay necesidad de nada más, porque no hay otra necesidad. ¿De qué sirve un puesto de revistas/periódicos/libros si el baño no es el estudio, ni la sala, mucho menos una plaza, un parque o una biblioteca?
Pero, como decía, recientemente me he encontrado ante una distribución distinta de los espacios en este mundo. Hoy día la historia me favorece con un cuarto de baño propio. Se trata de una región espaciotemporal para mi desconocida. No es un espacio personal, íntimo, de introspección. Nada más opuesto a su naturaleza. Para eso está el estudio o la computadora y también, por supuesto, el dormitorio.
El cuarto de baño no parece ser un espacio de incremento del yo, sino más bien un espacio de disolución del mismo. Uno va felizmente a lo que va y de paso se deshace de muchas cosas más, entre ellas muchas angustias, obsesiones, envidias, celos y rechazos. La diferencia entre el baño y el cuarto de baño parece radicar justamente en el hecho de que el segundo, y no el primero, permite llevar el placer de la deposición a los niveles más significativos y freudianos. De ahí que quien se descubre gozando de un cuarto de baño propio puede dar fe de la paz y tranquilidad que ahí se originan.
El cuarto de baño es un obsequio temporal sin restricciones, puesto a nuestra disposición para hacer más que sólo ir al baño, nos permite estar en una fase avanzada de evolución de la líbido que vuelve a sus origines infantiles desde niveles conceptuales superiores. El cuarto de baño está hecho para deshacerse del producto de nuestra digestión mental. Habría que preguntarse si no es ahí donde mejor se piensa en virtud de que es ahí donde uno mejor se siente. Cabría imaginar una corte suprema tomando decisiónes en reunión a distancia, cada quien desde su propio cuarto de baño. La justicia, el equilibrio, la veracidad y el rigor de las decisiones tomadas desde el cuarto de baño difícilmente tendrían parangón.
Lástima que uno deba salir del cuarto de baño tan sólo para recoger los tabúes que pacientemente esperan en el umbral.
Pero, como decía, recientemente me he encontrado ante una distribución distinta de los espacios en este mundo. Hoy día la historia me favorece con un cuarto de baño propio. Se trata de una región espaciotemporal para mi desconocida. No es un espacio personal, íntimo, de introspección. Nada más opuesto a su naturaleza. Para eso está el estudio o la computadora y también, por supuesto, el dormitorio.
El cuarto de baño no parece ser un espacio de incremento del yo, sino más bien un espacio de disolución del mismo. Uno va felizmente a lo que va y de paso se deshace de muchas cosas más, entre ellas muchas angustias, obsesiones, envidias, celos y rechazos. La diferencia entre el baño y el cuarto de baño parece radicar justamente en el hecho de que el segundo, y no el primero, permite llevar el placer de la deposición a los niveles más significativos y freudianos. De ahí que quien se descubre gozando de un cuarto de baño propio puede dar fe de la paz y tranquilidad que ahí se originan.
El cuarto de baño es un obsequio temporal sin restricciones, puesto a nuestra disposición para hacer más que sólo ir al baño, nos permite estar en una fase avanzada de evolución de la líbido que vuelve a sus origines infantiles desde niveles conceptuales superiores. El cuarto de baño está hecho para deshacerse del producto de nuestra digestión mental. Habría que preguntarse si no es ahí donde mejor se piensa en virtud de que es ahí donde uno mejor se siente. Cabría imaginar una corte suprema tomando decisiónes en reunión a distancia, cada quien desde su propio cuarto de baño. La justicia, el equilibrio, la veracidad y el rigor de las decisiones tomadas desde el cuarto de baño difícilmente tendrían parangón.
Lástima que uno deba salir del cuarto de baño tan sólo para recoger los tabúes que pacientemente esperan en el umbral.
Saturday, March 05, 2016
¿Miedo a Trump?
Es el tema del momento. En todas partes. Realmente, en todo el mundo. Se discute en México, Madrid, Estados Unidos y Buenos Aires. Los mexicanos, enfocados por su discurso, parecen sentirlo más hondo. El tema es Trump. El magnate norteamericano que insiste en expresar opiniones amarrillistas de corte racista, sexista e intolerante, que ha logrado generar expectativa y temor sobre el futuro del país más importante del orbe y, por ende, del orbe.
La gente se preocupa por lo que pasará si el tal Trump es elegido presidente de los Estados Unidos de América. ¿Habrá muro fronterizo? ¿Los mexicanos, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y demás migrantes, serán abiertamente asesinados en su intento por llegar a la tierra prometida? ¿La tierra prometida seguirá siendo prometida? ¿La CIA incrementará su vigilancia mundial? ¿El racismo se apoderará del triste país que lo instaure?
Especulación tras especulación. No podemos responder a estas preguntas. Por más informados que estemos, no habrá respuestas. Qué suceda cuando Trump sea presidente dependerá de muchos factores incalculables. Dependerá, por ejemplo, de las creencias y deseos de Trump cuando sea presidente (si lo llega a ser). Y estas dependerán de la situación mundial y local, incluyendo el empleo, las guerras, el petróleo, la cotización del dolar, la insatisfacción social, la insatisfacción partidaria y la distribución política del congreso norteamericano, entre muchos otros factores. Sea como sea, al igual que Obama, Trump sería un individuo con un poder bastante acotado. Obama lleva casi ocho años cerrando Guantánamo... ¿lo logrará? Trump podría pasar ocho años construyendo el muro.
¿Por qué nos preocupa un megalómano multimillonario de escaza imaginación? ¿Realmente es preocupante que sea presidente? Me temo que no. Lo preocupante no es la presidencialidad de Trump. Lo preocupante no es Trump. El tema no es Trump. Lo realmente preocupante, lo que debería ocupar nuestra imaginación y nuestro discurso, es la sociedad norteamericana en su totalidad. Se trata de una sociedad que no sólo está dividida racialmente sino que tiene una (o varias) separaciones aún más profundas. Se trata de una sociedad en la que la división urbe / campo suele corresponder a la división comodidad financiera / endeudamiento, la división educación / ignorancia, la división acceso a la salud / abandono, la división alimentación saludable / obesidad y diabétes, la división propietario / situación de calle y, sobre todo, la división entre los cómodos que no entienden a los intolerantes y la gente jodida (de todos los grupos étnicos) que acumula cada vez más ira y rabia.
El tema es lo profundamente enferma que está la sociedad norteamericana, toda ella. Desde el vagabundo más jodido hasta el banquero más rico, pasando por los trabajadores, los oficinistas, los artistas y los académicos más renombrados. El éxito político de Trump no debe ser el centro de nuestra preocupación porque no es está ahí la enfermedad. El affair Trump no es sino un síntoma, frío y delatador, de una sociedad que se va pudriendo cada vez más. Ese problema no se resolverá descabezando a Trump. De nada servirá que pierda las elecciones. Se irá Trump y surgirá alguien más. Así como se irá el Chapo (si se va) para dar lugar al alguien más. La podredumbre norteamericana se encargará de ello. No tengamos dudas. Eso, una sociedad entera, con cientos de millones de miembros contagiados, da pavor.
Que nadie se quede tranquilo. La enfermedad no lleva el sello exclusivo angloamericano. La misma descomposición ha permitido y fomentado la industrialización del narcotráfico en México y en todo el mundo. Lo mismo sucede en Madrid que en Buenos Aires. Formamos grupos escindidos, con una capacidad de indiferencia solamente comparable con el odio que suscita. No tengamos miedo a Trump. Tengamos miedo a nosotros mismos. De ahí viene Trump.
La gente se preocupa por lo que pasará si el tal Trump es elegido presidente de los Estados Unidos de América. ¿Habrá muro fronterizo? ¿Los mexicanos, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y demás migrantes, serán abiertamente asesinados en su intento por llegar a la tierra prometida? ¿La tierra prometida seguirá siendo prometida? ¿La CIA incrementará su vigilancia mundial? ¿El racismo se apoderará del triste país que lo instaure?
Especulación tras especulación. No podemos responder a estas preguntas. Por más informados que estemos, no habrá respuestas. Qué suceda cuando Trump sea presidente dependerá de muchos factores incalculables. Dependerá, por ejemplo, de las creencias y deseos de Trump cuando sea presidente (si lo llega a ser). Y estas dependerán de la situación mundial y local, incluyendo el empleo, las guerras, el petróleo, la cotización del dolar, la insatisfacción social, la insatisfacción partidaria y la distribución política del congreso norteamericano, entre muchos otros factores. Sea como sea, al igual que Obama, Trump sería un individuo con un poder bastante acotado. Obama lleva casi ocho años cerrando Guantánamo... ¿lo logrará? Trump podría pasar ocho años construyendo el muro.
¿Por qué nos preocupa un megalómano multimillonario de escaza imaginación? ¿Realmente es preocupante que sea presidente? Me temo que no. Lo preocupante no es la presidencialidad de Trump. Lo preocupante no es Trump. El tema no es Trump. Lo realmente preocupante, lo que debería ocupar nuestra imaginación y nuestro discurso, es la sociedad norteamericana en su totalidad. Se trata de una sociedad que no sólo está dividida racialmente sino que tiene una (o varias) separaciones aún más profundas. Se trata de una sociedad en la que la división urbe / campo suele corresponder a la división comodidad financiera / endeudamiento, la división educación / ignorancia, la división acceso a la salud / abandono, la división alimentación saludable / obesidad y diabétes, la división propietario / situación de calle y, sobre todo, la división entre los cómodos que no entienden a los intolerantes y la gente jodida (de todos los grupos étnicos) que acumula cada vez más ira y rabia.
El tema es lo profundamente enferma que está la sociedad norteamericana, toda ella. Desde el vagabundo más jodido hasta el banquero más rico, pasando por los trabajadores, los oficinistas, los artistas y los académicos más renombrados. El éxito político de Trump no debe ser el centro de nuestra preocupación porque no es está ahí la enfermedad. El affair Trump no es sino un síntoma, frío y delatador, de una sociedad que se va pudriendo cada vez más. Ese problema no se resolverá descabezando a Trump. De nada servirá que pierda las elecciones. Se irá Trump y surgirá alguien más. Así como se irá el Chapo (si se va) para dar lugar al alguien más. La podredumbre norteamericana se encargará de ello. No tengamos dudas. Eso, una sociedad entera, con cientos de millones de miembros contagiados, da pavor.
Que nadie se quede tranquilo. La enfermedad no lleva el sello exclusivo angloamericano. La misma descomposición ha permitido y fomentado la industrialización del narcotráfico en México y en todo el mundo. Lo mismo sucede en Madrid que en Buenos Aires. Formamos grupos escindidos, con una capacidad de indiferencia solamente comparable con el odio que suscita. No tengamos miedo a Trump. Tengamos miedo a nosotros mismos. De ahí viene Trump.
Tuesday, March 01, 2016
En todos lados se cuecen habas
El 18 de julio de 1994 la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) sufrió un ataque terrorista con coche bomba. El saldo fue de 85 muertos y 300 heridos. Por mucho tiempo no se supo nada. Doce años después del ataque, en 2006, se lanzan pedidos de captura de seis personas, entre las cuales se encuentran miembros de Hezbollah, jefes de inteligencia iraní, ex-diplomáticos iraníes en Argentina y hasta miembros de la Guardia Revolucionaria de Irán. Diez años después de ese pedido de captura, sigue sin saberse nada. No hay detenidos. En 2004 comienza una investigación, a cargo del Fiscal Alberto Nisman, por sospechas de encubrimiento desde el estado argentino y a favor de los culpables.
En 2012 dos de los acusados salieron a la luz pública como candidatos presidenciales de Irán. Nadie los detiene. En 2013 el estado argentino, encabezado por Cristina F. de K., firma un acuerdo con Irán. La investigación de encubrimiento continua. Hacia 2015, tras once años de investigación, Nisman decide presentar una denuncia por encubrimiento contra altos miembros del estado argentino, entre ellos la cabeza del estado. Se conoce la noticia de la denuncia de Nisman los primeros días de enero. Se le cita a declaración ante el congreso la semana del 19 al 23 de enero de 2015. El 18 de enero amanece asesinado en el baño de su casa.
Comienza la investigación de la muerte de Nisman. El estado se encarga de destruir la imagen del fiscal. Se habla de lavado de dinero, evasión fiscal y otras glorias. No se habla del encubrimiento del estado. Tampoco se habla mucho del mal manejo de la escena del crimen. La fiscal encargada del asesinato de Nisman, Viviana Fein, está convencida de que Nisman se suicidó. La causa no toma otro camino. Antonio "Jaime" Stiuso, jefe de la agencia de inteligencia y espionaje de la Argentina hasta diciembre de 2014, declara ante la fiscal Fein a solas, nunca ante periodistas. Poco tiempo después se "auto" exilia en Estados Unidos por temor a que él o su familia sean asesinados. La fiscal sale a decir que Stiuso no dijo nada, sólo que no contestó las llamadas de Nisman días antes de su muerte.
Desde esa declaración a la fecha pasaron muchas cosas en la Argentina. Cristina y su grupo político salieron del gobierno. La jueza encargada de la causa de Nisman decidió al fin quitarle la causa a la fiscal Fein, quien seguía creyendo en el suicidio (sin huellas de Nisman en el arma ni restos de pólvora en el cuerpo de Nisman). El día de ayer, volvió Antonio "Jaime" Stiuso a declarar, ahora ante la jueza, la fiscal Fein y los abogados de las partes querellantes. Declaró por más de catorce horas. Involucró a miembros del gobierno nacional, miembros de inteligencia, en la muerte de Nisman. Hizo saber su convicción, que es la de todos los argentinos, de que a Nisman lo mataron por su trabajo de investigación contra el estado argentino.
Pero no sólo, Stiuso hizo saber que ya había declarado esto, meses atrás, ante Fein a solas. Al parecer Fein decidió falsear el acta de declaración de Stiuso y no incluyó esta declaración. Tal vez porque sería difícil hacerla consistente con su certeza sobre el suicidio. La jueza encargada, tras catorce horas de "impactantes" declaraciones (de acuerdo con los abogados querellantes), tomó dos decisiones. Primero, denunciar a la fiscal Fein por no incluir la declaración de Stiuso hace meses. Segundo, declararse incompetente y pasar la causa al foro federal. Hay una buena, simple y suficiente razón. Nisman era funcionario federal. No se suicidó. Lo asesinaron.
El atentado contra la AMIA es una muestra más de que en todos lados se cuecen habas. Un acto brutal y explícito contra la población civil de un estado que encubre el atentado y luego encubre su encubrimiento del atentado, para pasar después a negociar con los terroristas y asesinar al parlanchin al que se le ocurrió denunciar el encubrimiento del encubrimiento del encubrimiento, cuyo asesinato también fue (y sigue siendo) encubierto.
Acá en México seguimos encubriendo a los que día con día desaparecen personas. En todos lados se cuecen habas.
En 2012 dos de los acusados salieron a la luz pública como candidatos presidenciales de Irán. Nadie los detiene. En 2013 el estado argentino, encabezado por Cristina F. de K., firma un acuerdo con Irán. La investigación de encubrimiento continua. Hacia 2015, tras once años de investigación, Nisman decide presentar una denuncia por encubrimiento contra altos miembros del estado argentino, entre ellos la cabeza del estado. Se conoce la noticia de la denuncia de Nisman los primeros días de enero. Se le cita a declaración ante el congreso la semana del 19 al 23 de enero de 2015. El 18 de enero amanece asesinado en el baño de su casa.
Comienza la investigación de la muerte de Nisman. El estado se encarga de destruir la imagen del fiscal. Se habla de lavado de dinero, evasión fiscal y otras glorias. No se habla del encubrimiento del estado. Tampoco se habla mucho del mal manejo de la escena del crimen. La fiscal encargada del asesinato de Nisman, Viviana Fein, está convencida de que Nisman se suicidó. La causa no toma otro camino. Antonio "Jaime" Stiuso, jefe de la agencia de inteligencia y espionaje de la Argentina hasta diciembre de 2014, declara ante la fiscal Fein a solas, nunca ante periodistas. Poco tiempo después se "auto" exilia en Estados Unidos por temor a que él o su familia sean asesinados. La fiscal sale a decir que Stiuso no dijo nada, sólo que no contestó las llamadas de Nisman días antes de su muerte.
Desde esa declaración a la fecha pasaron muchas cosas en la Argentina. Cristina y su grupo político salieron del gobierno. La jueza encargada de la causa de Nisman decidió al fin quitarle la causa a la fiscal Fein, quien seguía creyendo en el suicidio (sin huellas de Nisman en el arma ni restos de pólvora en el cuerpo de Nisman). El día de ayer, volvió Antonio "Jaime" Stiuso a declarar, ahora ante la jueza, la fiscal Fein y los abogados de las partes querellantes. Declaró por más de catorce horas. Involucró a miembros del gobierno nacional, miembros de inteligencia, en la muerte de Nisman. Hizo saber su convicción, que es la de todos los argentinos, de que a Nisman lo mataron por su trabajo de investigación contra el estado argentino.
Pero no sólo, Stiuso hizo saber que ya había declarado esto, meses atrás, ante Fein a solas. Al parecer Fein decidió falsear el acta de declaración de Stiuso y no incluyó esta declaración. Tal vez porque sería difícil hacerla consistente con su certeza sobre el suicidio. La jueza encargada, tras catorce horas de "impactantes" declaraciones (de acuerdo con los abogados querellantes), tomó dos decisiones. Primero, denunciar a la fiscal Fein por no incluir la declaración de Stiuso hace meses. Segundo, declararse incompetente y pasar la causa al foro federal. Hay una buena, simple y suficiente razón. Nisman era funcionario federal. No se suicidó. Lo asesinaron.
El atentado contra la AMIA es una muestra más de que en todos lados se cuecen habas. Un acto brutal y explícito contra la población civil de un estado que encubre el atentado y luego encubre su encubrimiento del atentado, para pasar después a negociar con los terroristas y asesinar al parlanchin al que se le ocurrió denunciar el encubrimiento del encubrimiento del encubrimiento, cuyo asesinato también fue (y sigue siendo) encubierto.
Acá en México seguimos encubriendo a los que día con día desaparecen personas. En todos lados se cuecen habas.
Monday, February 22, 2016
La megalomanía de Bergoglio
¿Qué hizo Bergoglio en México? He aquí una respuesta desde la filosofía del lenguaje.
Comencemos, primero, con un poco de teoría. Toda conversación y todo disurso suceden dentro de un contexto, en un lugar y tiempo determinados. Pero también con ciertas presuposiciones, algunas compartidas y otras no, entre los participantes de la conversación o del discurso. Comúnmente entablamos una conversación, por ejemplo, con el fin de obtener, o de ofrecer, nueva información. Esto se logra, principalmente, cuando se modifica el conjunto de presuposiciones que comparten los participantes en la conversación (ya sea añadiendo o quitando información).
Por ejemplo, cuando el vecino me pregunta por la hora, está presuponiendo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es. Si esta presuposición es común, si yo también presupongo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es, la conversación podrá proseguir. Miro mi reloj y le doy la respuesta, son las 10:00 am. Al darle la respuesta he introducido nueva información al contexto, añadiendo una presuposición más. Ambos presuponemos que ambos sabemos qué hora es y ambos presuponemos que son las 10:00 am. Dado que esta información ya es parte de las presuposiciones de la conversación, sería inutil continuar hablando sobre el tema. En el mejor de los casos se tomaría como una broma. Si el vecino insiste en volverme a preguntar por la hora, pensaré que está jugando. Si sigue insistiendo, pensaré o bien que algo está mal con su cabeza o que busca incomodarme.
Esto sucede en todos los contextos en los que tiene lugar una conversación o un discurso. Si se busca realmente alcanzar la meta de compartir o intercambiar información para el beneficio de una o ambas partes, más vale que esa información no esté ya incluida entre las presuposiciones compartidas por las partes de la conversación. Hay sólo dos excepciones a esta regla: el de la conversación como medio para evitar silencios incómodos y el de la conversación como medio para llamar la atención.
El primero de estos casos sucede, por ejemplo, cuando los participantes se conocen entre sí parcialmente, pero no se tienen suficiente confianza y no pretenden mantener una relación más allá del momento de esa conversación. La situación llega a ser incomoda, al punto de que entablar una conversación ayudará a disolver (aunque sea un poco) la incomidad. Conversaciones como ésta suceden comúnmente. El tema favorito de estas conversaciones es el estado del clima ("¡Qué días tan fríos! ¿No?").
El segundo caso, en donde una persona forma parte de una conversación con el mero fin de atraer las miradas, sucede comúnmente en contextos en donde todo lo que se dice ya forma parte de las presuposiciones de los participantes. Esto sucede entre personas que se conocen suficientemente y que comparten suficientes creencias y presuposiciones. Consideremos un ejemplo. Una conversación entre amigos. Todos se consideran intelectuales de izquierda y defensores de los oprimidos. Saben todo sobre violaciones a derechos humanos en su país, violencia de género y discriminación. Hay poca información, salvo algunas noticias recientes, que no sea parte de las presuposiciones que comparten. Aún así, uno de ellos insiste, "Realmente es una desgracia cómo hemos maltratado a las minorías, los indígenas, las mujeres, los LGBTTI, los discapacitados. Algo debemos hacer." Quien dice esto sabe que los demás presuponen lo que dijo. Más aún, esa persona sabe que los demás presuponen que ella misma (la persona que habló) presupone lo que dijo. No hay interpretación alguna que convierta su participación en algo informativo. Lo único que logrará será llamar la atención de los demás, quienes se preguntarán qué intenta hacer.
Vayamos ahora al caso de Bergoglio y su visita a México. El contexto es muy transparente. Los mexicanos presuponemos que nuestro país tiene mucha corrupción en todos los niveles, que el narcotráfico tiene control casi completo de la sociedad, que las desapariciones están a la orden del día, que la sociedad civil corre peligro, que el clero hace poco por ayudar a la gente necesitada, que a los indígenas los hemos maltratado y que el fenómeno de la migración transmexicana es una tragedia. Pero no sólo presuponemos esto, presuponemos que esto es de conocimiento común, presuponemos que todos presuponen que México es justo como acabo de describirlo.
Más todavía, presuponemos que otros, fuera de México, aquellos que estén bien informados, también presuponen que las cosas son así. De hecho, podemos generalizar esto para incluir a la comunidad internacional. Los medios de información de los demás países claramente presuponían que Bergoglio visitaba un país corrupto, campeón internacional del narcotráfico, de las muertes por desaparición y demás linduras.
El contexto incluye más información. Además de la triste imagen que tenemos de México, los mexicanos también compartíamos una imagen internacional, cuidadosamente trabajada, de Bergoglio, según la cual es un líder mundial justiciero, muy bien informado, con la brújula moral y política andando, que lucha por los oprimidos, que pone el dedo en la llaga, que no se deja amedrentar, que visita a sus feligreces para ayudarlos a resolver problemas con su visita.
Consideremos entonces los discursos y conversaciones de Bergoglio en México. Habló de todas y cada una de las cosas que ya sabemos de México. Nos recordó que tenemos que presuponer lo que ya presuponemos y que él también presupone. Dado que es una persona bien informada, podemos decir también que él presupone que nosotros presuponemos lo que nos vino a decir. Más aún, seguramente sabía que presuponíamos que él ya sabía todo eso. Bergoglio no trajo información útil para compartir con nosotros. Tampoco nos pidió que cambiáramos nuestras presuposiciones. Lo mismo debe decirse sobre el contexto global. Nada de lo que dijo Bergoglio constituye información útil a la comunidad internacional. Ninguna de sus presuposiciones sobre México cambió.
No logró, entonces, informar a nadie. Pero logró, eso sí, comportarse de manera consistente con la imagen de lider justiciero, de brújula moral y política correcta, que ya tenía antes de venir.
Cuando una conversación no incluye intercambios informativos cabe pensar que se busca meramente pasar el rato (romper el silencio incómodo), bromear o llamar la atención. Parece errado pensar que Bergoglio estuvo en México sólo para pasar el rato. Sus discursos estaban acompañados de expresiones adustas y aseveraciones contundentes. Tampoco estaba bromeando. Bergoglio vino a llamar la atención, a aprovechar el terreno fértil que es México para los justicieros y las hermanas de la caridad, vino a abusar de la desgracia en que vive la gente de este país para dirigir los reflectores del mundo sobre su persona, para llamar la atención mundial, para que se lo vea hablar de rectitud en el centro de la perdición.
La única explicación que no convierte a Bergoglio en un subnormal que no entiende cómo funciona una conversación es la que lo convierte en una persona sustancialmente interesada en su propia imagen proyectada a lo largo y ancho del planeta, una imagen que necesita atención del mundo, de todo el mundo. Vino a México a hablar de sí mismo, siempre por encima de los demás.
No seas ególatra Bergoglio. No seas megalómano. Eres un ser humano como cualquier otro y mereces tanta atención como las demás personas a las que no le brindaste la tuya.
Comencemos, primero, con un poco de teoría. Toda conversación y todo disurso suceden dentro de un contexto, en un lugar y tiempo determinados. Pero también con ciertas presuposiciones, algunas compartidas y otras no, entre los participantes de la conversación o del discurso. Comúnmente entablamos una conversación, por ejemplo, con el fin de obtener, o de ofrecer, nueva información. Esto se logra, principalmente, cuando se modifica el conjunto de presuposiciones que comparten los participantes en la conversación (ya sea añadiendo o quitando información).
Por ejemplo, cuando el vecino me pregunta por la hora, está presuponiendo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es. Si esta presuposición es común, si yo también presupongo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es, la conversación podrá proseguir. Miro mi reloj y le doy la respuesta, son las 10:00 am. Al darle la respuesta he introducido nueva información al contexto, añadiendo una presuposición más. Ambos presuponemos que ambos sabemos qué hora es y ambos presuponemos que son las 10:00 am. Dado que esta información ya es parte de las presuposiciones de la conversación, sería inutil continuar hablando sobre el tema. En el mejor de los casos se tomaría como una broma. Si el vecino insiste en volverme a preguntar por la hora, pensaré que está jugando. Si sigue insistiendo, pensaré o bien que algo está mal con su cabeza o que busca incomodarme.
Esto sucede en todos los contextos en los que tiene lugar una conversación o un discurso. Si se busca realmente alcanzar la meta de compartir o intercambiar información para el beneficio de una o ambas partes, más vale que esa información no esté ya incluida entre las presuposiciones compartidas por las partes de la conversación. Hay sólo dos excepciones a esta regla: el de la conversación como medio para evitar silencios incómodos y el de la conversación como medio para llamar la atención.
El primero de estos casos sucede, por ejemplo, cuando los participantes se conocen entre sí parcialmente, pero no se tienen suficiente confianza y no pretenden mantener una relación más allá del momento de esa conversación. La situación llega a ser incomoda, al punto de que entablar una conversación ayudará a disolver (aunque sea un poco) la incomidad. Conversaciones como ésta suceden comúnmente. El tema favorito de estas conversaciones es el estado del clima ("¡Qué días tan fríos! ¿No?").
El segundo caso, en donde una persona forma parte de una conversación con el mero fin de atraer las miradas, sucede comúnmente en contextos en donde todo lo que se dice ya forma parte de las presuposiciones de los participantes. Esto sucede entre personas que se conocen suficientemente y que comparten suficientes creencias y presuposiciones. Consideremos un ejemplo. Una conversación entre amigos. Todos se consideran intelectuales de izquierda y defensores de los oprimidos. Saben todo sobre violaciones a derechos humanos en su país, violencia de género y discriminación. Hay poca información, salvo algunas noticias recientes, que no sea parte de las presuposiciones que comparten. Aún así, uno de ellos insiste, "Realmente es una desgracia cómo hemos maltratado a las minorías, los indígenas, las mujeres, los LGBTTI, los discapacitados. Algo debemos hacer." Quien dice esto sabe que los demás presuponen lo que dijo. Más aún, esa persona sabe que los demás presuponen que ella misma (la persona que habló) presupone lo que dijo. No hay interpretación alguna que convierta su participación en algo informativo. Lo único que logrará será llamar la atención de los demás, quienes se preguntarán qué intenta hacer.
Vayamos ahora al caso de Bergoglio y su visita a México. El contexto es muy transparente. Los mexicanos presuponemos que nuestro país tiene mucha corrupción en todos los niveles, que el narcotráfico tiene control casi completo de la sociedad, que las desapariciones están a la orden del día, que la sociedad civil corre peligro, que el clero hace poco por ayudar a la gente necesitada, que a los indígenas los hemos maltratado y que el fenómeno de la migración transmexicana es una tragedia. Pero no sólo presuponemos esto, presuponemos que esto es de conocimiento común, presuponemos que todos presuponen que México es justo como acabo de describirlo.
Más todavía, presuponemos que otros, fuera de México, aquellos que estén bien informados, también presuponen que las cosas son así. De hecho, podemos generalizar esto para incluir a la comunidad internacional. Los medios de información de los demás países claramente presuponían que Bergoglio visitaba un país corrupto, campeón internacional del narcotráfico, de las muertes por desaparición y demás linduras.
El contexto incluye más información. Además de la triste imagen que tenemos de México, los mexicanos también compartíamos una imagen internacional, cuidadosamente trabajada, de Bergoglio, según la cual es un líder mundial justiciero, muy bien informado, con la brújula moral y política andando, que lucha por los oprimidos, que pone el dedo en la llaga, que no se deja amedrentar, que visita a sus feligreces para ayudarlos a resolver problemas con su visita.
Consideremos entonces los discursos y conversaciones de Bergoglio en México. Habló de todas y cada una de las cosas que ya sabemos de México. Nos recordó que tenemos que presuponer lo que ya presuponemos y que él también presupone. Dado que es una persona bien informada, podemos decir también que él presupone que nosotros presuponemos lo que nos vino a decir. Más aún, seguramente sabía que presuponíamos que él ya sabía todo eso. Bergoglio no trajo información útil para compartir con nosotros. Tampoco nos pidió que cambiáramos nuestras presuposiciones. Lo mismo debe decirse sobre el contexto global. Nada de lo que dijo Bergoglio constituye información útil a la comunidad internacional. Ninguna de sus presuposiciones sobre México cambió.
No logró, entonces, informar a nadie. Pero logró, eso sí, comportarse de manera consistente con la imagen de lider justiciero, de brújula moral y política correcta, que ya tenía antes de venir.
Cuando una conversación no incluye intercambios informativos cabe pensar que se busca meramente pasar el rato (romper el silencio incómodo), bromear o llamar la atención. Parece errado pensar que Bergoglio estuvo en México sólo para pasar el rato. Sus discursos estaban acompañados de expresiones adustas y aseveraciones contundentes. Tampoco estaba bromeando. Bergoglio vino a llamar la atención, a aprovechar el terreno fértil que es México para los justicieros y las hermanas de la caridad, vino a abusar de la desgracia en que vive la gente de este país para dirigir los reflectores del mundo sobre su persona, para llamar la atención mundial, para que se lo vea hablar de rectitud en el centro de la perdición.
La única explicación que no convierte a Bergoglio en un subnormal que no entiende cómo funciona una conversación es la que lo convierte en una persona sustancialmente interesada en su propia imagen proyectada a lo largo y ancho del planeta, una imagen que necesita atención del mundo, de todo el mundo. Vino a México a hablar de sí mismo, siempre por encima de los demás.
No seas ególatra Bergoglio. No seas megalómano. Eres un ser humano como cualquier otro y mereces tanta atención como las demás personas a las que no le brindaste la tuya.
Tuesday, February 16, 2016
Eclesiastes 1:2
No hay mejor vanidad que la de disfrutar el trabajo. O según el Predicador
"No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor."
"No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios. Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor."
La Vanidad Papal
Cuarto día de turismo papal. Nos habla de amor guadalupano a los desprotegidos; entre ellos principalmente los jóvenes, los indígenas y la naturaleza. Nos aconseja coraje y humildad. Pide hacer labor pastoral y no política. Salir a las calles y no limitarse a dar discursos en catedral, en el episcopado o en el congreso. Nos sugiere evitar las tentaciones de la fama, la avaricia y el orgullo. Y de paso recomienda no intentar dialogar con el mal, sino dejar que las palabras de dios resuelvan todo.
Mientras el papa habla, habla y habla, la gente jodida, los desprotegidos del papa, siguen esperando que los escuchen. Los indígenas siguen esperando que entiendan, entre ellos Bergoglio, que lo que quieren no es que les den misa con golpe de pecho, sino trabajo, sustento, libertad, educación.
Mientras el papa habla, habla y habla sobre lo peligroso que privilegiar a unos cuantos en detrimento de muchos, sobre la corrupción y la desigualdad, la gente desprotegida ya sea por el estado o por la iglesia, sigue llenando plazas sacrificando su salud por escuchar tanta palabra bendita.
Mientras el papa habla, habla y habla, la gente desaparecida, las víctimas de la guerra del estado mexicano contra el pueblo mexicano, también conocida como guerra contra el narco, siguen esperando que alguien, alguna cabeza de estado de algún estado de esos que tantos hay en el mundo, los reconozca. No hay reunión agendada con desprotegido alguno. Hay quejas, eso sí, por tener la insubordinación, la arrogancia de creer que se le puede sugerir, insistir o presionar al papa para que corrija su conducta discursiva.
Mientras Bergoglio habla, habla y habla los de abajo escuchamos de rebote que importa más lo que se dice que lo que se hace. Que la imagen proyectada en pantalla pesa más que la justicia silente de la que nadie se entera. Mientras Jorgito el porteño se llena la boca de bellas y encandilantes palabras de justicia, perdón y amor, los de abajo descubrimos una tentación más que el obispo de Roma parece haber dejado en el olvido de su negación.
A Bergoglio se le olvidó el Eclesiastés (Predicador), el libro que más le debe pertenecer.
A Berboglio sólo parece importarle su trabajo: dar misa por el mundo y esparcir sus justicieros discursos. Olvida que de nada sirve su trabajo. Que sus homilias no enderezan lo torcido ni terminan lo incompleto. Que su imagen de viejo sabio y sus esforzados discursos misericordiosos no son más que superficie y vanidad. No sabe reconocer el tiempo de callar, menos sabe aún que el silencio se hizo para escuchar. Su cansado corazón, taquicárdico a dos mil metros sobre el nivel medio del mar, está lleno de vanidad.
Vanitas vanitatum, dixit Eclesiastes, vanitas vanitatum et omnia vanitas.
Mientras el papa habla, habla y habla, la gente jodida, los desprotegidos del papa, siguen esperando que los escuchen. Los indígenas siguen esperando que entiendan, entre ellos Bergoglio, que lo que quieren no es que les den misa con golpe de pecho, sino trabajo, sustento, libertad, educación.
Mientras el papa habla, habla y habla sobre lo peligroso que privilegiar a unos cuantos en detrimento de muchos, sobre la corrupción y la desigualdad, la gente desprotegida ya sea por el estado o por la iglesia, sigue llenando plazas sacrificando su salud por escuchar tanta palabra bendita.
Mientras el papa habla, habla y habla, la gente desaparecida, las víctimas de la guerra del estado mexicano contra el pueblo mexicano, también conocida como guerra contra el narco, siguen esperando que alguien, alguna cabeza de estado de algún estado de esos que tantos hay en el mundo, los reconozca. No hay reunión agendada con desprotegido alguno. Hay quejas, eso sí, por tener la insubordinación, la arrogancia de creer que se le puede sugerir, insistir o presionar al papa para que corrija su conducta discursiva.
Mientras Bergoglio habla, habla y habla los de abajo escuchamos de rebote que importa más lo que se dice que lo que se hace. Que la imagen proyectada en pantalla pesa más que la justicia silente de la que nadie se entera. Mientras Jorgito el porteño se llena la boca de bellas y encandilantes palabras de justicia, perdón y amor, los de abajo descubrimos una tentación más que el obispo de Roma parece haber dejado en el olvido de su negación.
A Bergoglio se le olvidó el Eclesiastés (Predicador), el libro que más le debe pertenecer.
Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay de nuevo bajo del sol.
Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar y lo incompleto no puede contarse. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad.
Porque, ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad.
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de romper y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar.
Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. Lo torcido no se puede enderezar y lo incompleto no puede contarse. ¿Para qué, pues, he trabajado hasta ahora por hacerme más sabio? Y dije en mi corazón, que también esto era vanidad.
Porque, ¿qué tiene el hombre de todo su trabajo, y de la fatiga de su corazón, con que se afana debajo del sol? Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad.
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de romper y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar.
A Berboglio sólo parece importarle su trabajo: dar misa por el mundo y esparcir sus justicieros discursos. Olvida que de nada sirve su trabajo. Que sus homilias no enderezan lo torcido ni terminan lo incompleto. Que su imagen de viejo sabio y sus esforzados discursos misericordiosos no son más que superficie y vanidad. No sabe reconocer el tiempo de callar, menos sabe aún que el silencio se hizo para escuchar. Su cansado corazón, taquicárdico a dos mil metros sobre el nivel medio del mar, está lleno de vanidad.
Vanitas vanitatum, dixit Eclesiastes, vanitas vanitatum et omnia vanitas.
Monday, February 15, 2016
Verdades Indígenas
Los temas del día fueron la exclusión cultural y la destrucción del medio ambiente. Bergoglio parece tener una interesante visión según la cual ambas van de la mano. En su misa ante comunidades indígenas en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, buscó la manera de atar la explotación indígena y la explotación de recursos naturales por medio de las sagradas escrituras y el Popol Vuh.
La conexión resultó fácil y analógica. La esclavitud del pueblo de dios en Egipto se dejó comparar con la de los pueblos indígenas en América. Y así como el Popol Vuh exhorta a reconocer el valor de lo dado, del ecosistema, las escrituras cristianas exhortan a usar las palabras y riquezas de dios para defenderse de la opresión.
La opresión de los faraones contemporáneos se entiende como eliminación cultural con una posterior homogeneidad entre personas. Dicha homogeneidad, de alguna manera no mencionada, tiene como resultado el despojo y desprecio de los recursos naturales. De ahí que los homogéneos occidentales y occidentalizados no-indígenas debamos reconocer el valor de la vida indígena en su reconocimiento del valor de los recursos naturales. Sólo así recuperaremos lo que dios nos dió (este planeta) y evitaremos sumirnos en la peor crísis ecológica de la historia.
Pero todo esto no se hace sino por medio de una revisión de conciencia y un reconocimiento de culpabilidad. Debemos disculparnos con los indígenas naturalistas y recuperar las lecciones de nuestros antecesores, más cercanos al planeta, más capaces de reconocer el valor (divino, suponemos) de la gratuidad.
Cierto. Todo esto es cierto. La exclusión y sometimiento indígena se asemejan mucho, muchísimo, a la esclavitud bíblica del pueblo hebreo. La destrucción cultural y explotación indígena, en toda América Latina (incluida Argentina) ha dado lugar a la destrucción del medio ambiente. Para contener tanta destrucción y recuperar cierto bienestar ecológico, necesitamos reasignar valores a los recursos naturales, aquello que, al parecer, tenemos gratis. También, finalmente, resulta cierto que debemos una larga y sustancial disculpa, así como tenemos por delante una pesada lección.
El problema es que todo esto es vieja noticia. Por favor, que alguien le avise al papa que los bandos ya están definidos. Todos reconocen la verdad de lo dicho (con la excepción de la petición de disculpas). El mundo se divide entre los que creen que esa verdad no importa dos pepinos y los que creemos que no es así. A ninguno de estos bandos le hará cambiar de opinión la homilía indígena del día de hoy.
La conexión resultó fácil y analógica. La esclavitud del pueblo de dios en Egipto se dejó comparar con la de los pueblos indígenas en América. Y así como el Popol Vuh exhorta a reconocer el valor de lo dado, del ecosistema, las escrituras cristianas exhortan a usar las palabras y riquezas de dios para defenderse de la opresión.
La opresión de los faraones contemporáneos se entiende como eliminación cultural con una posterior homogeneidad entre personas. Dicha homogeneidad, de alguna manera no mencionada, tiene como resultado el despojo y desprecio de los recursos naturales. De ahí que los homogéneos occidentales y occidentalizados no-indígenas debamos reconocer el valor de la vida indígena en su reconocimiento del valor de los recursos naturales. Sólo así recuperaremos lo que dios nos dió (este planeta) y evitaremos sumirnos en la peor crísis ecológica de la historia.
Pero todo esto no se hace sino por medio de una revisión de conciencia y un reconocimiento de culpabilidad. Debemos disculparnos con los indígenas naturalistas y recuperar las lecciones de nuestros antecesores, más cercanos al planeta, más capaces de reconocer el valor (divino, suponemos) de la gratuidad.
Cierto. Todo esto es cierto. La exclusión y sometimiento indígena se asemejan mucho, muchísimo, a la esclavitud bíblica del pueblo hebreo. La destrucción cultural y explotación indígena, en toda América Latina (incluida Argentina) ha dado lugar a la destrucción del medio ambiente. Para contener tanta destrucción y recuperar cierto bienestar ecológico, necesitamos reasignar valores a los recursos naturales, aquello que, al parecer, tenemos gratis. También, finalmente, resulta cierto que debemos una larga y sustancial disculpa, así como tenemos por delante una pesada lección.
El problema es que todo esto es vieja noticia. Por favor, que alguien le avise al papa que los bandos ya están definidos. Todos reconocen la verdad de lo dicho (con la excepción de la petición de disculpas). El mundo se divide entre los que creen que esa verdad no importa dos pepinos y los que creemos que no es así. A ninguno de estos bandos le hará cambiar de opinión la homilía indígena del día de hoy.
Sunday, February 14, 2016
Lo que se dice y lo (vergonzoso) que no se dice
Sigo con el tema del trato periodístico de la visita de Bergoglio a México. Hay claramente un concenso internacional por inventar y engrandecer una visión crítica y opositora de Bergoglio a partir de discursos que no lo tienen. Tanto en México, como en España y Argentina ayudan a la invención. La capacidad de invención global, que sólo puede explicarse por alguna suerte de presión social o alucinación colectiva, contrasta con la letra de los discursos respectivos.
Aquí el discurso en palacio nacional. Según El Universal (México), El País (España) y La Nación (Argentina), Bergoglio criticó, reprendió y hasta denunció la corrupción de los políticos mexicanos. Lo cierto es que, de las dos páginas del discurso, las únicas frases relevantes son las siguientes:
(A): La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.
(B): A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.
Ahora, me pregunto, ¿De dónde puede uno extraer críticas, reprimendas y denuncias en (A) y (B)? (A) es una afirmación general condicional, sobre la historia de la humanidad que asevera algo casi trivial: beneficiar a unos pocos en detrimentos de las mayorías genera un contexto fértil para las peores perversiones sociales. ¿Hay algo en (A) que hable de los políticos mexicanos? ¿Algo que sugiera que ellos son los causantes de esa desigualdad? La aseveración en (A), como todo condicional, puede invertirse para mostrar su verdadera cara. Lo que (A) afirma es que "si no queremos corrupción, narcotráfico y demás, necesitamos evitar el beneficio de unos pocos en deterimento de unos cuantos." Pregunto una vez más, ¿Qué tiene de crítico, qué de denuncia? La alucinación colectiva periodística es sustancial.
¿Qué hay de (B)? Esta vez no tenemos una afirmación condicional, sino una mera descripción de los deberes de "los dirigentes sociales, culturales y políticos". ¿Cuáles son sus deberes? "trabajar para ofrecer una vida digna a sus dirigidos." Parece sensato, de hecho, parece demasiado obvio lo que dice Bergoglio. ¿Acaso podría ser falso? Ya no digamos de los dirigentes en México, sino en cualquier parte del mundo. ¿Acaso no es cierto también de Europa, de Suecia y de Rusia, que sus dirigentes sociales, culturales y políticos deben "trabajar para ofrecer una vida digna a sus dirigidos". ¿Hay algo más en esta afirmación? Sigo sin ver, honestamente, la reprimenda. Y la invención subnormal de periodistas me ofende cada vez más.
Pasemos al otro discurso, el de la misa en catedral. Este discurso es de seis páginas, a renglón seguido. Está dirigido a la curia mexicana. El mensaje es simple: sean como la virgen de Guadalupe, luchen por proteger a los desprotegidos de la amenaza que se cierne sobre ellos. Los desprotegidos son los jóvenes y los indígenas, amenazados por el narcotráfico y la aniquilación cultural (respectivamente). Se le pide a todos los miembros de la iglesia católica que dejen las iglesias y salgan a las calles a hacer labor pastoral guadalupana, es decir, a cuidar desprotegidos. El texto está repleto de recomendaciones: no se dejen espantar, tengan coraje profético, estén atentos a las tentaciones del poder vacío del narcotráfico, pónganse de acuerdo, díganse sus verdades, peléense entre ustedes para entenderse mejor, etc. Nada de aquí suena muy crítico, digamos. Honestamente, se me escapa cómo es que algunos consideran esto "un varapalo". Así que no diré mucho más. Aquí una de las citas en las que, según algunos alucinados, el papa critica al narcotráfico. Después de hablar sobre la labor del sacerdocio hacia los jóvenes, para ofrecerles protección maternal, afirma:
(C) Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para le entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.
Si esto es una crítica al narco y a la iglesia entonces hemos caído muy bajo. Ahora resulta que decir que el narcotráfico es un desafío ético y anticívico de extraordinarias dimensiones es ser crítico con el narcotráfico. Yo creía que era una aseveración trivial. Algo que el mundo entero conoce. Pero bueno, nuestros estándares estéticos se han apoderado de las discusiones morales y políticas. Ahora nos importa la imagen más que el contenido. Porque estoy seguro que si alguien más en otro contexto hubiese escrito esto responderían todos con cara de asombro ante la inocencia del comentario.
Dejemos los discrusos sobre lo que se dice y pasemos a lo vergonzoso que no se dice. En México hay cientos de casos de violaciones y abusos sexuales a niños y madres en situación vulnerable. Todas a mano de miembros (de distinto rango) de la Iglesia Católica Mexicana. El arzobispo de la CDMX, Norberto Rivera, es conocido por encubrir los cientos de casos de pederastia de los Legionarios de Cristo, empresa multimillonaria inventada por Marcial Maciel y sustentada en donaciones y escuelas (incluso universidades, como la Anáhuac) que aportan cientos de millones anuales a la causa de la violación y acoso de niños en el mundo.
¿Acaso esta no es una instancia de severa corrupción? ¿La pederastia sistemática de la Iglesia Católica no constituye un desafío ético y anticívico de la Iglesia misma? ¿Acaso los cientos de víctimas, agrupados ya en varias organizaciones, no son desprotegidos a los que debería reconocer Bergoglio? ¿O es que los desprotegidos que produce la Iglesia no merecen el cariño de la "Morenita", como le llama Bergoglio? ¿O será más bien que Bergoglio lo sabe, lo reconoce y decide redirigir la mirada, sin dar entrevista alguna a víctima alguna, por razones políticas? ¿Será que Bergoglio prefiere hablar del narcotráfico pero no de la pederatia para no hacer enojar a la Pederasta Iglesia Mexicana? ¿Seremos tan estúpidos todos para aplaudir diluidos condicionales y recomendaciones insulsas sin notar el elefante rosa que pasa frente a nosotros?
¿Seremos? Somos.
Aquí el discurso en palacio nacional. Según El Universal (México), El País (España) y La Nación (Argentina), Bergoglio criticó, reprendió y hasta denunció la corrupción de los políticos mexicanos. Lo cierto es que, de las dos páginas del discurso, las únicas frases relevantes son las siguientes:
(A): La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.
(B): A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.
Ahora, me pregunto, ¿De dónde puede uno extraer críticas, reprimendas y denuncias en (A) y (B)? (A) es una afirmación general condicional, sobre la historia de la humanidad que asevera algo casi trivial: beneficiar a unos pocos en detrimentos de las mayorías genera un contexto fértil para las peores perversiones sociales. ¿Hay algo en (A) que hable de los políticos mexicanos? ¿Algo que sugiera que ellos son los causantes de esa desigualdad? La aseveración en (A), como todo condicional, puede invertirse para mostrar su verdadera cara. Lo que (A) afirma es que "si no queremos corrupción, narcotráfico y demás, necesitamos evitar el beneficio de unos pocos en deterimento de unos cuantos." Pregunto una vez más, ¿Qué tiene de crítico, qué de denuncia? La alucinación colectiva periodística es sustancial.
¿Qué hay de (B)? Esta vez no tenemos una afirmación condicional, sino una mera descripción de los deberes de "los dirigentes sociales, culturales y políticos". ¿Cuáles son sus deberes? "trabajar para ofrecer una vida digna a sus dirigidos." Parece sensato, de hecho, parece demasiado obvio lo que dice Bergoglio. ¿Acaso podría ser falso? Ya no digamos de los dirigentes en México, sino en cualquier parte del mundo. ¿Acaso no es cierto también de Europa, de Suecia y de Rusia, que sus dirigentes sociales, culturales y políticos deben "trabajar para ofrecer una vida digna a sus dirigidos". ¿Hay algo más en esta afirmación? Sigo sin ver, honestamente, la reprimenda. Y la invención subnormal de periodistas me ofende cada vez más.
Pasemos al otro discurso, el de la misa en catedral. Este discurso es de seis páginas, a renglón seguido. Está dirigido a la curia mexicana. El mensaje es simple: sean como la virgen de Guadalupe, luchen por proteger a los desprotegidos de la amenaza que se cierne sobre ellos. Los desprotegidos son los jóvenes y los indígenas, amenazados por el narcotráfico y la aniquilación cultural (respectivamente). Se le pide a todos los miembros de la iglesia católica que dejen las iglesias y salgan a las calles a hacer labor pastoral guadalupana, es decir, a cuidar desprotegidos. El texto está repleto de recomendaciones: no se dejen espantar, tengan coraje profético, estén atentos a las tentaciones del poder vacío del narcotráfico, pónganse de acuerdo, díganse sus verdades, peléense entre ustedes para entenderse mejor, etc. Nada de aquí suena muy crítico, digamos. Honestamente, se me escapa cómo es que algunos consideran esto "un varapalo". Así que no diré mucho más. Aquí una de las citas en las que, según algunos alucinados, el papa critica al narcotráfico. Después de hablar sobre la labor del sacerdocio hacia los jóvenes, para ofrecerles protección maternal, afirma:
(C) Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte en cambio de monedas que, al final, «la polilla y el óxido echan a perder, y por lo que los ladrones perforan muros y roban» (Mt 6,20). Les ruego no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para le entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.
Si esto es una crítica al narco y a la iglesia entonces hemos caído muy bajo. Ahora resulta que decir que el narcotráfico es un desafío ético y anticívico de extraordinarias dimensiones es ser crítico con el narcotráfico. Yo creía que era una aseveración trivial. Algo que el mundo entero conoce. Pero bueno, nuestros estándares estéticos se han apoderado de las discusiones morales y políticas. Ahora nos importa la imagen más que el contenido. Porque estoy seguro que si alguien más en otro contexto hubiese escrito esto responderían todos con cara de asombro ante la inocencia del comentario.
Dejemos los discrusos sobre lo que se dice y pasemos a lo vergonzoso que no se dice. En México hay cientos de casos de violaciones y abusos sexuales a niños y madres en situación vulnerable. Todas a mano de miembros (de distinto rango) de la Iglesia Católica Mexicana. El arzobispo de la CDMX, Norberto Rivera, es conocido por encubrir los cientos de casos de pederastia de los Legionarios de Cristo, empresa multimillonaria inventada por Marcial Maciel y sustentada en donaciones y escuelas (incluso universidades, como la Anáhuac) que aportan cientos de millones anuales a la causa de la violación y acoso de niños en el mundo.
¿Acaso esta no es una instancia de severa corrupción? ¿La pederastia sistemática de la Iglesia Católica no constituye un desafío ético y anticívico de la Iglesia misma? ¿Acaso los cientos de víctimas, agrupados ya en varias organizaciones, no son desprotegidos a los que debería reconocer Bergoglio? ¿O es que los desprotegidos que produce la Iglesia no merecen el cariño de la "Morenita", como le llama Bergoglio? ¿O será más bien que Bergoglio lo sabe, lo reconoce y decide redirigir la mirada, sin dar entrevista alguna a víctima alguna, por razones políticas? ¿Será que Bergoglio prefiere hablar del narcotráfico pero no de la pederatia para no hacer enojar a la Pederasta Iglesia Mexicana? ¿Seremos tan estúpidos todos para aplaudir diluidos condicionales y recomendaciones insulsas sin notar el elefante rosa que pasa frente a nosotros?
¿Seremos? Somos.
Saturday, February 13, 2016
Verdades Sabatinas Triviales y no Tanto
Como era de esperarse, habló Bergoglio. Pronunció verdades no triviales, que ya conocíamos, y otras tantas triviales, que se resbalan de tanto escucharlas. Quienes esperaban la salvación, las habrán escuchado en medio de un trance epifánico. Para los demás, esto es lo que nos queda.
Después de presentarse como autodenominado mensajero de la misericordia y paz, comienza por decirnos que estudió un poco antes de venir a México. Nos dice, por ejemplo, que somos un país con una gran biodiversidad y una riqueza natural sobresaliente. Que tenemos una gran riqueza cultural, indígena, mestiza y criolla "no siempre fácil de encontrar". Pero no sólo estudió historia y geografía, también demografía. Nos recuerda que somos un país con más de 50 millones de jóvenes. Nuestra principal riqueza, dice Bergoglio, son ellos (¿será por eso que los desaparecemos cada quince días? No son verdades triviales, sin duda. Hace falta un poco de estudio, o de investigación empírica, para conocerlas.
Luego pasamos a las verdades triviales. El presente de México debe ser forjado por hombres y mujeres justos y honestos en búsqueda de un bien común. Un bien común que no se da mucho en estos días (¿en serio?). Y luego, lanza cátedra político-social: "Siempre que buscamos el beneficio de unos pocos en detrimento de muchos la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico y la exclusión..." entre otras bestias. Esta es una verdad, digamos, parcialmente trivial. Hace falta algo de experiencia para reconocerla, pero cualquier experiencia humana la confirma. Lo sabíamos ya con Hobbes.
La afirmación es, a todas luces, general e inútil. Si hacemos injusticias (i.e., beneficiar a unos pocos sobre muchos) allanamos el camino a otras injusticias (corrupción, narcotráfico, etc.). Es tanto como decir que si hacemos algo malo habremos hecho el mal. No obstante, nunca faltan los deslumbrados visionarios, capaces de encontrar cosas donde no están. No faltarán quienes lean esta afirmación trivial como algo no trivial y, peor aún, como una crítica a un grupo específico. Como una reprimenda a los políticos mexicanos, por ejemplo. Hace falta un poco más de rigor para ser un buen periodista.
Cierra el discurso, con otra recomendación poco útil, demasiado general. La identidad mexicana, forjada con años de tragedias, guerras y desastres, nos ayudará a salir de este atolladero (¿para entrar en el siguiente?) ¿Pero cómo salir, querido Bergoglio? Acá la solución: que haya un acuerdo de las instituciones políticas, sociales y de mercado (¿como el acuerdo entre narcos, políticos y banqueros?). Busquemos una política auténticamente humana, nos dice. Sea esto lo que signifique, estoy seguro que todos estarán de acuerdo. Todos buscan una política humana, el tema es que a cada quien le importa algo distinto de lo humano.
Por si quedan dudas, Bergoglio deja instrucciones a los gobernantes. Instrucción, también trivial, sobre todo si recordamos que no difiere mucho de la instrucción que a esos mismos gobernantes les da ya la Constitución Política Mexicana. Gobernantes mexicanos, por favor, garantizen paz y justicia. Por favor sean responsables y promuevan el desarrollo. Por favor, hagan su trabajo.
Después de esta breve consecusión de aseveraciones poco útiles, se observa una verdad no trivial, igualmente papal, que sí preocupa, sobre todo si nos interesa la salud del obispo de Roma. La altitud de la Ciudad de México le está pegando duro al rechoncho sacerdote. Se le ve hiperventilar a la vez que combate una visible taquicardia. Como buen porteño devenido romano, no tiene capacidad de andar varios pasos y subir algunas escaleras a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Que lo cuiden, no se nos vaya a pelar en estas tierras y luego nos culpen de terroristas geográficos.
El discurso de Bergoglio en Palacio Nacional nos deja entonces dos lecciones. Primero, debemos hacer lo que debemos hacer para salir de donde debemos salir y alcanzar lo que deberíamos tener. Segundo, hay que planear el próximo viaje de Bergoglio con una semana más en la agenda. Así le damos siete días de adaptación a la altura de la CDMX.
Después de presentarse como autodenominado mensajero de la misericordia y paz, comienza por decirnos que estudió un poco antes de venir a México. Nos dice, por ejemplo, que somos un país con una gran biodiversidad y una riqueza natural sobresaliente. Que tenemos una gran riqueza cultural, indígena, mestiza y criolla "no siempre fácil de encontrar". Pero no sólo estudió historia y geografía, también demografía. Nos recuerda que somos un país con más de 50 millones de jóvenes. Nuestra principal riqueza, dice Bergoglio, son ellos (¿será por eso que los desaparecemos cada quince días? No son verdades triviales, sin duda. Hace falta un poco de estudio, o de investigación empírica, para conocerlas.
Luego pasamos a las verdades triviales. El presente de México debe ser forjado por hombres y mujeres justos y honestos en búsqueda de un bien común. Un bien común que no se da mucho en estos días (¿en serio?). Y luego, lanza cátedra político-social: "Siempre que buscamos el beneficio de unos pocos en detrimento de muchos la vida en sociedad se vuelve terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico y la exclusión..." entre otras bestias. Esta es una verdad, digamos, parcialmente trivial. Hace falta algo de experiencia para reconocerla, pero cualquier experiencia humana la confirma. Lo sabíamos ya con Hobbes.
La afirmación es, a todas luces, general e inútil. Si hacemos injusticias (i.e., beneficiar a unos pocos sobre muchos) allanamos el camino a otras injusticias (corrupción, narcotráfico, etc.). Es tanto como decir que si hacemos algo malo habremos hecho el mal. No obstante, nunca faltan los deslumbrados visionarios, capaces de encontrar cosas donde no están. No faltarán quienes lean esta afirmación trivial como algo no trivial y, peor aún, como una crítica a un grupo específico. Como una reprimenda a los políticos mexicanos, por ejemplo. Hace falta un poco más de rigor para ser un buen periodista.
Cierra el discurso, con otra recomendación poco útil, demasiado general. La identidad mexicana, forjada con años de tragedias, guerras y desastres, nos ayudará a salir de este atolladero (¿para entrar en el siguiente?) ¿Pero cómo salir, querido Bergoglio? Acá la solución: que haya un acuerdo de las instituciones políticas, sociales y de mercado (¿como el acuerdo entre narcos, políticos y banqueros?). Busquemos una política auténticamente humana, nos dice. Sea esto lo que signifique, estoy seguro que todos estarán de acuerdo. Todos buscan una política humana, el tema es que a cada quien le importa algo distinto de lo humano.
Por si quedan dudas, Bergoglio deja instrucciones a los gobernantes. Instrucción, también trivial, sobre todo si recordamos que no difiere mucho de la instrucción que a esos mismos gobernantes les da ya la Constitución Política Mexicana. Gobernantes mexicanos, por favor, garantizen paz y justicia. Por favor sean responsables y promuevan el desarrollo. Por favor, hagan su trabajo.
Después de esta breve consecusión de aseveraciones poco útiles, se observa una verdad no trivial, igualmente papal, que sí preocupa, sobre todo si nos interesa la salud del obispo de Roma. La altitud de la Ciudad de México le está pegando duro al rechoncho sacerdote. Se le ve hiperventilar a la vez que combate una visible taquicardia. Como buen porteño devenido romano, no tiene capacidad de andar varios pasos y subir algunas escaleras a más de dos mil metros sobre el nivel del mar. Que lo cuiden, no se nos vaya a pelar en estas tierras y luego nos culpen de terroristas geográficos.
El discurso de Bergoglio en Palacio Nacional nos deja entonces dos lecciones. Primero, debemos hacer lo que debemos hacer para salir de donde debemos salir y alcanzar lo que deberíamos tener. Segundo, hay que planear el próximo viaje de Bergoglio con una semana más en la agenda. Así le damos siete días de adaptación a la altura de la CDMX.
Thursday, February 11, 2016
Santa Visita
Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936), junto con otros seiscientos mil pasajeros que llegarán al saturado aeropuerto en esos días. A diferencia de los otros seiscientos mil humanos, Bergoglio trae consigo un halo de misterio y magia que obliga a todos los medios de comunicación mexicanos a hablar de su visita por encima de las demás. No sólo eso, además de ser la visita, es también el tema. ¿Quién es? ¿Por qué nos ocupa tanto? Veo tres respuestas alternativas.
Primera respuesta: el santo
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Papa Francisco, un hombre santo, angelical, capaz de producir milagros. Un hombre divino, elegido por Dios (y sus cardenales) para dirigir al estado más anciano de la actualidad. Un hombre capaz de tocar y conmover los corazones de todo ser humano. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si Dios quiere, llenará de vigor el espíritu Católico de México, nos recordará que la corrupción es mala, que la avaricia también, que el prójimo es lo más importante (entre más jodido, más importante) y que lo más importante es amarnos y respetarnos entre mexicanos. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos menos corruptos (gradualmente), más amorosos, más cristianos y menos indiferentes con el dolor ajeno. La policía secuestrará menos. Los sicarios matarán menos. Los narcotraficantes venderán menos. Los políticos aceptarán menos sobornos y hasta los bancos lavaran menos dinero.
Segunda respuesta: el filósofo-mago
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Cardenal Bergoglio, jefe del estado Vaticano, un hombre inteligente, sensible y, sobre todo, temerario. Un hombre sagaz, victorioso campeón de una de las enredos políticas más enconadas del real politik actual (ganó el Vaticano sin mediar la muerte de su antecesor). Un político virtuoso, casí maquiavélico. Un político reformista, entendedor. El único capaz de darle a la Iglesia Católica lo que necesita: cambios cosméticos que no recibía desde los Borgia (hace cinco siglos, aproximadamente). Un ideólogo con una gran visión filosófica. Capaz de reconocer verdades morales triviales (como que no está bueno eso de provocar a los musulmanes, ni tampoco eso de denostar a los divorciados, mucho menos eso de reprochar el uso del condón -a no, perdón, eso sí está bueno, ya lo dijo el Cardenal). Un filósofo mago. Capaz de decir trivialidades morales y convertirlas, por acto de magia, en iluminadoras doctrinas filosóficas hacia un futuro mejor. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos quieren, nos dará cátedra política, filosófica, moral e ideológica. Nos ayudará a entender qué es el bien y qué es el mal. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos mejores, menos tontos, identificaremos el bien y lo distinguiremos del mal con mayor facilidad. Será como tener una linterna moral de bolsillo. Ciento veinte millones de linternas morales para todos y cada uno de los mexicanos (los extranjeros, lo siento mucho, tendrán que hacer fila por si sobran linternitas, la visita es para mexicanos). Nuestros gobernantes serán menos indecentes (porque verán mejor sus errores morales y políticos) y más honestos. Nuestro presidente, por ejemplo, nos dirá al fin dónde están hospedados los cuarenta y dos estudiantes restantes (seguramente en un resort de Cancún junto con otros tantos desaparecidos).
Tercera respuesta: el ser humano
Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio, dictatorial jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana (dicen que no hay elecciones democráticas por allá y que las decisiones son de arriba a abajo, urbe et orbi). Un jefe carismático y dicharachero. Un franciscano que cambia los zapatos alemanes de Ratzinger por las chanclas de toda la vida. Un argentino que conoce la miseria, la corrupción, la traición y la mediocridad de primera mano. Un cardenal que sabe venderse y convencer. Un papa que ha sabido hacer suyas las batallas más obvias y las verdades más triviales. Y las ha sabido ganar y comunicar. El jefe de uno de los grupos religiosos más grandes del mundo, con más de mil doscientos millones de feligreses. Su visita, la visita a un país con más de cien millones de católicos confesos, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos lo siguen, traerá consigo un gasto aproximado de dos mil quinientos millones de pesos, como parte de lo que bien podemos llamar "turismo religioso". Habrá quienes lo consideren santo. Para otros será el gran filósofo-mago. Lo seguiran a lo largo y ancho del territorio nacional, esperando bendiciones y milagros (unos), críticas e iluminación moral (otros). Lo más probable es que nada de esto suceda. Lo más probable es que el señor Bergoglio entre y salga del país sin problemas (con cansancio, pero sin problemas). Lo más probable es que el país siga siendo el mismo antes y después de la visita. Lo más probable es que no pase nada. Que la policía secuestre. Que los sicarios maten. Que los políticos acepten sobornos. Que los narcotraficantes vendan cada vez más y, por supuesto, que los bancos laven cada vez más dinero.
Algo me dice que la tercera es la respuesta correcta. Más allá de esos dos mil quinientos millones de pesos del turismo religioso, la visita no servirá de nada. Dejemos de lado las exageraciones y las experanzas infundadas. Dejemos de creer en fantasías (religiosas o políticas) para luego expresarlas. Eso sí, la visita servirá mucho para cambiar la superficie del discurso inmediato de los revolucionistas. Sin duda.
Primera respuesta: el santo
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Papa Francisco, un hombre santo, angelical, capaz de producir milagros. Un hombre divino, elegido por Dios (y sus cardenales) para dirigir al estado más anciano de la actualidad. Un hombre capaz de tocar y conmover los corazones de todo ser humano. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si Dios quiere, llenará de vigor el espíritu Católico de México, nos recordará que la corrupción es mala, que la avaricia también, que el prójimo es lo más importante (entre más jodido, más importante) y que lo más importante es amarnos y respetarnos entre mexicanos. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos menos corruptos (gradualmente), más amorosos, más cristianos y menos indiferentes con el dolor ajeno. La policía secuestrará menos. Los sicarios matarán menos. Los narcotraficantes venderán menos. Los políticos aceptarán menos sobornos y hasta los bancos lavaran menos dinero.
Segunda respuesta: el filósofo-mago
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Cardenal Bergoglio, jefe del estado Vaticano, un hombre inteligente, sensible y, sobre todo, temerario. Un hombre sagaz, victorioso campeón de una de las enredos políticas más enconadas del real politik actual (ganó el Vaticano sin mediar la muerte de su antecesor). Un político virtuoso, casí maquiavélico. Un político reformista, entendedor. El único capaz de darle a la Iglesia Católica lo que necesita: cambios cosméticos que no recibía desde los Borgia (hace cinco siglos, aproximadamente). Un ideólogo con una gran visión filosófica. Capaz de reconocer verdades morales triviales (como que no está bueno eso de provocar a los musulmanes, ni tampoco eso de denostar a los divorciados, mucho menos eso de reprochar el uso del condón -a no, perdón, eso sí está bueno, ya lo dijo el Cardenal). Un filósofo mago. Capaz de decir trivialidades morales y convertirlas, por acto de magia, en iluminadoras doctrinas filosóficas hacia un futuro mejor. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos quieren, nos dará cátedra política, filosófica, moral e ideológica. Nos ayudará a entender qué es el bien y qué es el mal. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos mejores, menos tontos, identificaremos el bien y lo distinguiremos del mal con mayor facilidad. Será como tener una linterna moral de bolsillo. Ciento veinte millones de linternas morales para todos y cada uno de los mexicanos (los extranjeros, lo siento mucho, tendrán que hacer fila por si sobran linternitas, la visita es para mexicanos). Nuestros gobernantes serán menos indecentes (porque verán mejor sus errores morales y políticos) y más honestos. Nuestro presidente, por ejemplo, nos dirá al fin dónde están hospedados los cuarenta y dos estudiantes restantes (seguramente en un resort de Cancún junto con otros tantos desaparecidos).
Tercera respuesta: el ser humano
Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio, dictatorial jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana (dicen que no hay elecciones democráticas por allá y que las decisiones son de arriba a abajo, urbe et orbi). Un jefe carismático y dicharachero. Un franciscano que cambia los zapatos alemanes de Ratzinger por las chanclas de toda la vida. Un argentino que conoce la miseria, la corrupción, la traición y la mediocridad de primera mano. Un cardenal que sabe venderse y convencer. Un papa que ha sabido hacer suyas las batallas más obvias y las verdades más triviales. Y las ha sabido ganar y comunicar. El jefe de uno de los grupos religiosos más grandes del mundo, con más de mil doscientos millones de feligreses. Su visita, la visita a un país con más de cien millones de católicos confesos, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos lo siguen, traerá consigo un gasto aproximado de dos mil quinientos millones de pesos, como parte de lo que bien podemos llamar "turismo religioso". Habrá quienes lo consideren santo. Para otros será el gran filósofo-mago. Lo seguiran a lo largo y ancho del territorio nacional, esperando bendiciones y milagros (unos), críticas e iluminación moral (otros). Lo más probable es que nada de esto suceda. Lo más probable es que el señor Bergoglio entre y salga del país sin problemas (con cansancio, pero sin problemas). Lo más probable es que el país siga siendo el mismo antes y después de la visita. Lo más probable es que no pase nada. Que la policía secuestre. Que los sicarios maten. Que los políticos acepten sobornos. Que los narcotraficantes vendan cada vez más y, por supuesto, que los bancos laven cada vez más dinero.
Algo me dice que la tercera es la respuesta correcta. Más allá de esos dos mil quinientos millones de pesos del turismo religioso, la visita no servirá de nada. Dejemos de lado las exageraciones y las experanzas infundadas. Dejemos de creer en fantasías (religiosas o políticas) para luego expresarlas. Eso sí, la visita servirá mucho para cambiar la superficie del discurso inmediato de los revolucionistas. Sin duda.
Wednesday, February 10, 2016
Los Revolucionistas
Es de todos sabido que la revolución atrae feligreses como el pan caliente a sus compradores. Ser parte de la revolución, ser revolucionario, ha sido desde siempre una salida decorosa a la triste existencia personal de quien no se basta a sí mismo, ya sea porque considera que su valor es ínfimo o bien inmenso (tan grande que va más allá de si mismo hasta llegar a la revolución misma).
Sabemos también que la superficie de las cosas es una de las grandes fascinaciones humanas. Nos fascina ver, sentir, escuchar, acariciar y probar la superficie de todo. Podemos llegar incluso a obsesionarnos con el tema. Nos encanta todo aquello del medio ambiente que se nos preste fácil y simple a la percepción (por cualquier órgano). Por el contrario, no nos gusta mucho tener que pensar para aprehender algo. Si basta con ver, mejor. Si acaso, leer un poco. Pero pensar para entender, pensar para hacer, jamás. De ahí que nos encante la estética de las cosas, lo perceptible.
La extraordinaria comunicación instantánea en la que vivimos hoy día nos ha permitido reunir, mezclar y fomentar ambas fascinaciones humanas. Somos más revolucionarios porque hacemos más revoluciones. Siempre y cuando (como señala Florencia) sean superficiales, estéticas, digamos. El mundo se llena de revolucionsitas (término Florentino), fanáticos del engrandecimiento revolucionario superficial. Estético, digamos. Hasta ahí. Nos rodeamos de revolucionistas expresan sus creencias revolucionistas con imágenes revolucionistas asociadas a ideas y esperanzas revolucionistas.
El caso reciente del espectáculo de cabaré al medio tiempo del quincuagésimo supertazón es un ejemplo paradigmático del revolucionismo contemporáneo. Racismo y armamentismo matan y denigran a gente inocente por decenas en todo el mundo. Sobra decir que es un mal a erradicar. Pero no sobra bailar, mover el culo, cantar y hacer como que uno hace algo sustancial para cambiarlo. No sobra porque es revolución superficial y eso nos importa, mucho, hoy día. Tanto nos importa, que hasta debemos enfrentar disputas por el control de la superficie.
¡Qué bendición tener internet! ¡Qué fortuna contar con Facebook! ¡Nada mejor que tener una computadora de bolsillo con cámara de foto y video y, por supuesto, conexión a internet! Nunca ha sido más fácil obsesionarse con la superficie e ignorar lo sustancial olvidando que los problemas tienen fondo y que su cara más visible casi nunca importa. Nunca será más sencillo ser revolucionario que en la era de los revolucionistas, de los incontrolables amantes de lo inmediato, lo fácil, lo visible, lo aprehensible en un instante.
Aplausos al esteticismo revolucionario.
¡Que vivan los revolucionistas!
Sabemos también que la superficie de las cosas es una de las grandes fascinaciones humanas. Nos fascina ver, sentir, escuchar, acariciar y probar la superficie de todo. Podemos llegar incluso a obsesionarnos con el tema. Nos encanta todo aquello del medio ambiente que se nos preste fácil y simple a la percepción (por cualquier órgano). Por el contrario, no nos gusta mucho tener que pensar para aprehender algo. Si basta con ver, mejor. Si acaso, leer un poco. Pero pensar para entender, pensar para hacer, jamás. De ahí que nos encante la estética de las cosas, lo perceptible.
La extraordinaria comunicación instantánea en la que vivimos hoy día nos ha permitido reunir, mezclar y fomentar ambas fascinaciones humanas. Somos más revolucionarios porque hacemos más revoluciones. Siempre y cuando (como señala Florencia) sean superficiales, estéticas, digamos. El mundo se llena de revolucionsitas (término Florentino), fanáticos del engrandecimiento revolucionario superficial. Estético, digamos. Hasta ahí. Nos rodeamos de revolucionistas expresan sus creencias revolucionistas con imágenes revolucionistas asociadas a ideas y esperanzas revolucionistas.
El caso reciente del espectáculo de cabaré al medio tiempo del quincuagésimo supertazón es un ejemplo paradigmático del revolucionismo contemporáneo. Racismo y armamentismo matan y denigran a gente inocente por decenas en todo el mundo. Sobra decir que es un mal a erradicar. Pero no sobra bailar, mover el culo, cantar y hacer como que uno hace algo sustancial para cambiarlo. No sobra porque es revolución superficial y eso nos importa, mucho, hoy día. Tanto nos importa, que hasta debemos enfrentar disputas por el control de la superficie.
¡Qué bendición tener internet! ¡Qué fortuna contar con Facebook! ¡Nada mejor que tener una computadora de bolsillo con cámara de foto y video y, por supuesto, conexión a internet! Nunca ha sido más fácil obsesionarse con la superficie e ignorar lo sustancial olvidando que los problemas tienen fondo y que su cara más visible casi nunca importa. Nunca será más sencillo ser revolucionario que en la era de los revolucionistas, de los incontrolables amantes de lo inmediato, lo fácil, lo visible, lo aprehensible en un instante.
Aplausos al esteticismo revolucionario.
¡Que vivan los revolucionistas!
Tuesday, February 09, 2016
Trampas del razonamiento humano
Dicen por ahí que la venta de armas a personas de a pie ha aumentado significativamente en el vecino país del norte. Se ofrecen dos razones. Por un lado, la campaña electoral del Partido Republicano que, desde hace ya varios ciclos, ha decidido mantener y pulir una imagen de protector beligerante. Por otro lado, la existencia de grupos terroristas altamente publicitados, como el Estado Islámico, que ha probado su capacidad para atacar lugares impensados (como Paris). La insistencia del presidente norteamericano de controlar la venta de armas lo ha convertido, paradójicamente, en el mejor vendedor de armas de los últimos años. Dicen.
Más allá de lo que se dice, algunas cosas son claras. Los peatones del vecino país del norte no viven más seguros gracias a que tienen el derecho a portar armas. Pero sí es más probable morir a manos de un psicópata armado en E.U.A. que en México o Argentina, digamos. El derecho a portar armas es a todas luces anacrónico, asociado a la defensa de la libertad de creencia religiosa a mediados del siglo XIX. Hoy día, el derecho en cuestión sirve para poco más que fomentar una de las industrias más grandes del planeta, la producción y venta de armas.
Todo esto es ya de todos sabido. Lo menos conocido es la trampa autodestructiva en la que cae una persona (o gobierno) que ve en las armas la solución a su inseguridad. Pensar, primero, que para defenderme lo mejor es armarme y, segundo, que éste es el razonamiento que todos deben seguir, es una receta de autodestrucción. Si todos piensan así, todos serán más peligrosos para los demás de lo que eran antes.
Así como Europa se suicida al defenderse de Estado Islamico con armas hacia afuera (y no con educación y trabajo hacia dentro), de igual manera el peatón norteamericano se suicida al defenderse con armas en casa (o en la cintura) con la disposición de usarlas contra lo desconocido.
Es cierto, si estoy armado podré defenderme mejor ante un eventual ataque armado. Pero no es menos cierto que al aceptar esto habré aumentado la probabilidad de sufrir un eventual ataque armado. La lección es al menos tan vieja como Hobbes. Homo homini lupus est. Sólo renunciando a la capacidad de destrucción podremos evitarla.
Más allá de lo que se dice, algunas cosas son claras. Los peatones del vecino país del norte no viven más seguros gracias a que tienen el derecho a portar armas. Pero sí es más probable morir a manos de un psicópata armado en E.U.A. que en México o Argentina, digamos. El derecho a portar armas es a todas luces anacrónico, asociado a la defensa de la libertad de creencia religiosa a mediados del siglo XIX. Hoy día, el derecho en cuestión sirve para poco más que fomentar una de las industrias más grandes del planeta, la producción y venta de armas.
Todo esto es ya de todos sabido. Lo menos conocido es la trampa autodestructiva en la que cae una persona (o gobierno) que ve en las armas la solución a su inseguridad. Pensar, primero, que para defenderme lo mejor es armarme y, segundo, que éste es el razonamiento que todos deben seguir, es una receta de autodestrucción. Si todos piensan así, todos serán más peligrosos para los demás de lo que eran antes.
Así como Europa se suicida al defenderse de Estado Islamico con armas hacia afuera (y no con educación y trabajo hacia dentro), de igual manera el peatón norteamericano se suicida al defenderse con armas en casa (o en la cintura) con la disposición de usarlas contra lo desconocido.
Es cierto, si estoy armado podré defenderme mejor ante un eventual ataque armado. Pero no es menos cierto que al aceptar esto habré aumentado la probabilidad de sufrir un eventual ataque armado. La lección es al menos tan vieja como Hobbes. Homo homini lupus est. Sólo renunciando a la capacidad de destrucción podremos evitarla.
Anteperiodismo
Llevo unos días pensando sobre una supuesta labor periodística que tanto se extraña en estos lares. De pronto me encuentro motivado para hacer periodismo del periodismo. Criticarlo. Amarrarlo. Sacudirlo. Pero antes de poder siquiera decir algo, me encuentro con la difícil tarea de identificar mi objetivo.
Las definiciones de diccionario describen al periodismo como una actividad asociada a la "captación de información". Alguna que otra habla de la "formación de opinión". Esto por el lado de la teoría. Por el lado de la práctica pareciera más bien que el periodismo se limita a la "mediación de información carente de opinión". Las fuentes de información están imposiblemente lejos de los periodistas. Cada persona con acceso a internet se ha convertido en fuente plenipotenciaria (y receptora eterna) de información. Eliminadas las fuentes exclusivas, el acceso privilegiado y el conocimiento anticipado de la información, al periodista le queda poco más que esa extraña labor de "formación" de opinión.
No es claro cómo la gente forma su opinión. Es difícil imaginar los intrincados procesos psicológicos, conceptuales y emocionales que dan lugar a una postura, una creencia o una de esas cosas que (místicamente) llamamos "visión de las cosas". Lo cierto es que ese estado mental complejo que llamamos "opinión" no es producto de formación alguna. Surge entre las personas como el musgo entre las grietas del pavimento. Los humanos necesitamos opiniones tanto como el musgo necesita humedad, calor y protección.
No podemos andar sin creencias. Por eso mismo, no podemos andar por el mundo pensando qué debemos creer y opinar. Sería muy cansado y, sobre todo, innecesario. Comúnmente nos encontramos teniendo opiniones y creencias sin saber bien a bien de dónde vienen y a dónde van. Comúnmente esos que llamamos "formadores de opinión" son poco más que confirmadores de opinión. No buscamos periodistas para descubrir qué debemos creer, sino para confirmar lo que ya creemos.
Así vista, la tarea periodística es aún más acotada y pasiva. Sólo queda esperar a que lleguen los creyentes en busca de apoyo que sacie su inseguridad, como se espera en un restaurante a que lleguen los comensales en busca de alimento para saciar su hambre (deseo, antojo u lo que sea).
Sería más interesante hacer exactamente lo contrario, convertirse en una fuente de desconfirmación y cuestionamiento de opiniones. Tenemos demasiadas respuestas ya. Nos hacen falta más preguntas.
Las definiciones de diccionario describen al periodismo como una actividad asociada a la "captación de información". Alguna que otra habla de la "formación de opinión". Esto por el lado de la teoría. Por el lado de la práctica pareciera más bien que el periodismo se limita a la "mediación de información carente de opinión". Las fuentes de información están imposiblemente lejos de los periodistas. Cada persona con acceso a internet se ha convertido en fuente plenipotenciaria (y receptora eterna) de información. Eliminadas las fuentes exclusivas, el acceso privilegiado y el conocimiento anticipado de la información, al periodista le queda poco más que esa extraña labor de "formación" de opinión.
No es claro cómo la gente forma su opinión. Es difícil imaginar los intrincados procesos psicológicos, conceptuales y emocionales que dan lugar a una postura, una creencia o una de esas cosas que (místicamente) llamamos "visión de las cosas". Lo cierto es que ese estado mental complejo que llamamos "opinión" no es producto de formación alguna. Surge entre las personas como el musgo entre las grietas del pavimento. Los humanos necesitamos opiniones tanto como el musgo necesita humedad, calor y protección.
No podemos andar sin creencias. Por eso mismo, no podemos andar por el mundo pensando qué debemos creer y opinar. Sería muy cansado y, sobre todo, innecesario. Comúnmente nos encontramos teniendo opiniones y creencias sin saber bien a bien de dónde vienen y a dónde van. Comúnmente esos que llamamos "formadores de opinión" son poco más que confirmadores de opinión. No buscamos periodistas para descubrir qué debemos creer, sino para confirmar lo que ya creemos.
Así vista, la tarea periodística es aún más acotada y pasiva. Sólo queda esperar a que lleguen los creyentes en busca de apoyo que sacie su inseguridad, como se espera en un restaurante a que lleguen los comensales en busca de alimento para saciar su hambre (deseo, antojo u lo que sea).
Sería más interesante hacer exactamente lo contrario, convertirse en una fuente de desconfirmación y cuestionamiento de opiniones. Tenemos demasiadas respuestas ya. Nos hacen falta más preguntas.
Tuesday, January 26, 2016
Lo de hoy
El diario nos dice que no tendremos agua por cuatro días. El termómetro señala más de veinte, pero el viento exige protección. El dólar sube hasta la nubes. Le falta subir más para salir de la atmósfera. La inflación no pasó del 2%. El petróleo sigue por debajo de los 40 USD. Cae la nieve en Nueva York como si fuera Ann Arbor. Los que no se alarman salen a esquiar. Ahorrarán algunos dólares. El virus Zika se apodera de la imaginación de millones, gracias fundamentalmente a la paranoia, la comunicación instantánea global y la necesidad de atención de todo ser humano decente. Siguen muriendo miles para escapar de alguna guerra. Otros cientos se dejan el pellejo en alguna guerra. Cientos más mueren en accidentes por aquí y por allá. Otros más sueñan con tener una muerte heróica para pasar a ser lo que no son y dejar de ser lo que no quieren aceptar que son. En Argentina se vive una tragicomedia de conspiraciones y contraconspiraciones de complejidad superior. En México se vive una tragedia de humor negro picante y necrófilo, con el mejor sazón y la menor preocupación por los miles que mueren en un juego teatral en donde lucran bancos, policía, gobernantes, vecinos, campesinos y hasta vedettes. Le llamamos "narco", por un afán de síntesis.
Es difícil saber qué de todo esto nos importa. Más fácil moverse con la inercia de la repetición.
Es difícil saber qué de todo esto nos importa. Más fácil moverse con la inercia de la repetición.
Wednesday, January 20, 2016
Sunday, January 17, 2016
El Desamparo
El amparo más básico es sin duda el de la familia. Ese grupo
específico de personas relacionadas de forma especialmente compleja,
convertidos en casa, techo, sustento, seguridad, calma, descanso y la
posibilidad misma de conciliar el sueño. Llevo ya unos días pensando en
el papel que juega todo esto en la conducta ordinaria de las personas,
en la seguridad o inseguridad de su andar, en sus decisiones y
expresiones, pero también en su mirada y sus reacciones. Una clara
diferencia se vislumbra entre los amparados y los desamparados. Los
primeros andan. Los segundos planean. Los primeros miran, observan,
respiran, van y vienen con calma. Los segundos piensan, vuelven a
pensar, forman estrategias, se preguntan si a la vuelta de la esquina
habrá un ladrón o un bache. Los primeros forman parte de un conjunto de
personas complejamente relacionadas que, afortunadamente, se ha
convertido en una familia, un techo, un hogar. Los segundos, por muchas
personas que conozcan, viven en el desamparo.
No es fácil vivir bajo el amparo de una familia. No basta con tener padres y hermanos. Más trágicamente, tampoco basta con tener hijos. Para alcanzar el desamparo basta con que esos padres, hermanos e hijos no guarden las relaciones complejas de privilegio y complicidad necesarias. Tan importantes son esas relaciones que, alimentadas por presuposiciones profundamente asentadas, puede sostenerse el amparo familiar aún ante la ausencia de esos padres, hermanos e hijos.
Por eso resulta comú encontrar el desamparo en el mundo, esa carga pesada que llevan los huérfanos reales, los que se desgarran por una falta en el trabajo, los que ven el universo desmoronarse por un revéz de la fortuna, los que lloran y sufren amargamente por un giro en los aires políticos (pequeños y grandes, cercanos e inalcanzables); pero también los que celebran profusamente un acierto profesional, volviéndolo el centro de sus vidas y sus días. Los que no tienen una familia que es hogar, casa, techo y buhardilla desde donde mirar el mundo entero, los que viven más para fomentar su currícula y menos para disfrutar los domingos. Esos son los huérfanos reales. Los desamparados.
Tristes los desamparados. Pobres de aquellos que necesitan conquistar al mundo para conquistarse a sí mismos. Los que necesitan reconocimiento constante. Los que buscan reflejar todas las estrellas en su historial, para contarlas cada noche que vuelve la soledad y el desamparo, para no sentirse tan solos. Los que necesitan hacer y hacer y hacer para estar tranquilos, para encontrar un resguardo, algo que sirva de techo y sustento. Los que necesitan dinero y fama. Los que necesitan amigos, siempre más amigos. Los que buscan poder y control. Pero también los sacrificados. Los héroes de historietas interminables de injusticia y dolor. Los revolucionarios que lloran su abandono. Los genios que fustigan sus diferencias para volverlas resguardo. Los brillantes que brillan a costa de la oscuridad vecina. Los gigantes deformes que se elevan por encima de sus casas, sus parejas, sus hijos. Los extraordinarios que día con día predican el sacrificio personal para nutrir a esa vieja insaciable que la historia de la humanidad.
Son todos, todos ellos, nuestros desamparados. Y lo son no por vivir siempre en un momento distinto de sus vidas de aquél en el que están. Su desamparo no consiste en sacrificarlo todo por alcanzar una grandeza social y efímera que haga las veces de un hogar. Su desamparo consiste más bien en no entender que lo único importante, el único amparo genuino y digno, es el de ese grupo de padres, hijos y hermanos y sus relaciones complejas de privilegio y complicidad. Todo lo demás es secundario. Por sí mismo no protege, no resguarda y no ayuda a conciliar el sueño.
Para salir del desamparo muchas veces tan sólo hace falta notar que uno no está desamparado. Pero eso, alcanzar ese grado de conciencia ante lo profundamente enterrado, por la historia y por la tierra misma, no es fácil. Es más fácil, irónicamente, vivir en el desamparo.
No es fácil vivir bajo el amparo de una familia. No basta con tener padres y hermanos. Más trágicamente, tampoco basta con tener hijos. Para alcanzar el desamparo basta con que esos padres, hermanos e hijos no guarden las relaciones complejas de privilegio y complicidad necesarias. Tan importantes son esas relaciones que, alimentadas por presuposiciones profundamente asentadas, puede sostenerse el amparo familiar aún ante la ausencia de esos padres, hermanos e hijos.
Por eso resulta comú encontrar el desamparo en el mundo, esa carga pesada que llevan los huérfanos reales, los que se desgarran por una falta en el trabajo, los que ven el universo desmoronarse por un revéz de la fortuna, los que lloran y sufren amargamente por un giro en los aires políticos (pequeños y grandes, cercanos e inalcanzables); pero también los que celebran profusamente un acierto profesional, volviéndolo el centro de sus vidas y sus días. Los que no tienen una familia que es hogar, casa, techo y buhardilla desde donde mirar el mundo entero, los que viven más para fomentar su currícula y menos para disfrutar los domingos. Esos son los huérfanos reales. Los desamparados.
Tristes los desamparados. Pobres de aquellos que necesitan conquistar al mundo para conquistarse a sí mismos. Los que necesitan reconocimiento constante. Los que buscan reflejar todas las estrellas en su historial, para contarlas cada noche que vuelve la soledad y el desamparo, para no sentirse tan solos. Los que necesitan hacer y hacer y hacer para estar tranquilos, para encontrar un resguardo, algo que sirva de techo y sustento. Los que necesitan dinero y fama. Los que necesitan amigos, siempre más amigos. Los que buscan poder y control. Pero también los sacrificados. Los héroes de historietas interminables de injusticia y dolor. Los revolucionarios que lloran su abandono. Los genios que fustigan sus diferencias para volverlas resguardo. Los brillantes que brillan a costa de la oscuridad vecina. Los gigantes deformes que se elevan por encima de sus casas, sus parejas, sus hijos. Los extraordinarios que día con día predican el sacrificio personal para nutrir a esa vieja insaciable que la historia de la humanidad.
Son todos, todos ellos, nuestros desamparados. Y lo son no por vivir siempre en un momento distinto de sus vidas de aquél en el que están. Su desamparo no consiste en sacrificarlo todo por alcanzar una grandeza social y efímera que haga las veces de un hogar. Su desamparo consiste más bien en no entender que lo único importante, el único amparo genuino y digno, es el de ese grupo de padres, hijos y hermanos y sus relaciones complejas de privilegio y complicidad. Todo lo demás es secundario. Por sí mismo no protege, no resguarda y no ayuda a conciliar el sueño.
Para salir del desamparo muchas veces tan sólo hace falta notar que uno no está desamparado. Pero eso, alcanzar ese grado de conciencia ante lo profundamente enterrado, por la historia y por la tierra misma, no es fácil. Es más fácil, irónicamente, vivir en el desamparo.
Saturday, January 16, 2016
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