Wednesday, March 16, 2016

Colonizados

Los mexicanos vivimos colonizados, desde fuera y desde dentro. La representación que tenemos de nosotros mismos es la de un adolescente inseguro en constante búsqueda de aprobación adulta. El adolescente somos todos. El padre son los demás. Los de afuera. Europa y Estados Unidos principalmente. Sudamérica, el eterno hermano.

Esta inmadurez se evidencia principalmente en la vida intelectual, moral y política mexicana. Organizamos talleres académicos en donde el 80% de los invitados son anglosajones o europeos occidentales. Entre más reconocidos los extranjeros, paradójicamente, más satisfechos nos sentimos con nosotros mismos. Como si tener invitados anglosajones renombrados sea una muestra de éxito personal mexicano. Triste y naturalmente, nuestros alumnos han aprendido a hacer lo mismo. Estamos convencidos de que sólo ellos, los europeos y anglosajones, pueden pensar y hacer cosas interesantes. Y con el paso del tiempo nos encargamos de que así sea.

Lo mismo pensamos moral y políticamente. Alemania está construida sobre la potencia de empresas nazis como VW, Audi, Siemens, BMW y hasta Hugo Boss. España está saturada de corrupción institucional, desde la casa real hasta los equipos de futbol. Francia trata a los seres humanos como reses y se "limpia" de gitanos cada tanto. Italia es la capital occidental de la mafia y no logra deshacerse de un magnate pedófilo asociado a la trata de blancas. Suiza guarda el dinero "limpio" del narcotráfico, la trata de blancas y la venta ilegal de armas de todo el planeta. Pero nosotros, los mexicanos seguimos siendo, a nuestros ojos, la peor escoria del planeta.

El cartel de Juárez financia al oficialismo y el de Sinaloa a la oposición. Sabemos que la inmensa mayoría de ese dinero viene de otros países. Países en donde los narcos son suficientemente astutos para librar  impresionantes barreras morales y políticas sin sobornar ni corromper a nadie, porque allá, en la metrópoli, todo es decencia y rectitud. En Estados Unidos la cocaína les llega por dron o por tuberías. No hay asesinatos, ni venta ilegal de armas, ni policía corrupta. El servicio es limpio y gratuito. En europa la heroína aparece al pie de puerta de los consumidores. La policía sigue buscando sin atinar, mera mala suerte. Allá nadie se enriquece con la muerte, la adicción y la enfermedad de los otros. Pura decencia y rectitud, como dije.  Estamos convencidos de que sólo ellos, los europeos y anglosajones, pueden pensar y hacer cosas limpias, decentes, rectas.

Y cada tanto volteamos al sur, como para obtener un reflejo que confirme nuestra infantil imagen. Y, como toda concepción enferma de uno mismo, la representación se confirma. El otrora incuestionable lider democrático de los trabajadores brasileños, y sudamericanos en general, hace hasta lo imposible por conseguirse un fuero que le proteja del abandono judicial al que lo llevó su codicia. Su voracidad fue tal que se llevó consigo a sus amigos sudamericanos: el peruano, el boliviano y la argentina entre otros. El recular cobarde de Lula no hace sino recordarnos al mexicano Calderón que hizo todo lo que pudo por proteger a su antecesor Zedillo para evitar que la justicia estadounidense lo juzgara por genocida. El fraude fiscal por 8 mil millones de Cristóbal López, con la venia de Cristina Fernández, no hace sino recordarnos a las condonaciones de deuda fiscal del gobierno federal al pobre y tambaleante Grupo Televisa, que tan necesitado está de un rescate.

Cada tanto miramos al sur y vemos lo mismo que en casa. Somos lo mismo. Pensamos los mexicanos que somos una sociedad esencialmente corrupa e indecente. Pero se nos olvida que en mirar al Norte y a Occidente nada cambia. Y nada cambiará. Porque no somos distintos moral, política o intelectualmente. Tan sólo somos más infantiles, más inseguros, más adolescentes.