Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 1936), junto con otros seiscientos mil pasajeros que llegarán al saturado aeropuerto en esos días. A diferencia de los otros seiscientos mil humanos, Bergoglio trae consigo un halo de misterio y magia que obliga a todos los medios de comunicación mexicanos a hablar de su visita por encima de las demás. No sólo eso, además de ser la visita, es también el tema. ¿Quién es? ¿Por qué nos ocupa tanto? Veo tres respuestas alternativas.
Primera respuesta: el santo
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Papa Francisco, un hombre santo, angelical, capaz de producir milagros. Un hombre divino, elegido por Dios (y sus cardenales) para dirigir al estado más anciano de la actualidad. Un hombre capaz de tocar y conmover los corazones de todo ser humano. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si Dios quiere, llenará de vigor el espíritu Católico de México, nos recordará que la corrupción es mala, que la avaricia también, que el prójimo es lo más importante (entre más jodido, más importante) y que lo más importante es amarnos y respetarnos entre mexicanos. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos menos corruptos (gradualmente), más amorosos, más cristianos y menos indiferentes con el dolor ajeno. La policía secuestrará menos. Los sicarios matarán menos. Los narcotraficantes venderán menos. Los políticos aceptarán menos sobornos y hasta los bancos lavaran menos dinero.
Segunda respuesta: el filósofo-mago
Este fin de semana llega a la Ciudad de México el Cardenal Bergoglio, jefe del estado Vaticano, un hombre inteligente, sensible y, sobre todo, temerario. Un hombre sagaz, victorioso campeón de una de las enredos políticas más enconadas del real politik actual (ganó el Vaticano sin mediar la muerte de su antecesor). Un político virtuoso, casí maquiavélico. Un político reformista, entendedor. El único capaz de darle a la Iglesia Católica lo que necesita: cambios cosméticos que no recibía desde los Borgia (hace cinco siglos, aproximadamente). Un ideólogo con una gran visión filosófica. Capaz de reconocer verdades morales triviales (como que no está bueno eso de provocar a los musulmanes, ni tampoco eso de denostar a los divorciados, mucho menos eso de reprochar el uso del condón -a no, perdón, eso sí está bueno, ya lo dijo el Cardenal). Un filósofo mago. Capaz de decir trivialidades morales y convertirlas, por acto de magia, en iluminadoras doctrinas filosóficas hacia un futuro mejor. Su visita, la visita, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos quieren, nos dará cátedra política, filosófica, moral e ideológica. Nos ayudará a entender qué es el bien y qué es el mal. Después de esta visita, la visita, los mexicanos seremos mejores, menos tontos, identificaremos el bien y lo distinguiremos del mal con mayor facilidad. Será como tener una linterna moral de bolsillo. Ciento veinte millones de linternas morales para todos y cada uno de los mexicanos (los extranjeros, lo siento mucho, tendrán que hacer fila por si sobran linternitas, la visita es para mexicanos). Nuestros gobernantes serán menos indecentes (porque verán mejor sus errores morales y políticos) y más honestos. Nuestro presidente, por ejemplo, nos dirá al fin dónde están hospedados los cuarenta y dos estudiantes restantes (seguramente en un resort de Cancún junto con otros tantos desaparecidos).
Tercera respuesta: el ser humano
Este fin de semana llega a la Ciudad de México Jorge Mario Bergoglio, dictatorial jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana (dicen que no hay elecciones democráticas por allá y que las decisiones son de arriba a abajo, urbe et orbi). Un jefe carismático y dicharachero. Un franciscano que cambia los zapatos alemanes de Ratzinger por las chanclas de toda la vida. Un argentino que conoce la miseria, la corrupción, la traición y la mediocridad de primera mano. Un cardenal que sabe venderse y convencer. Un papa que ha sabido hacer suyas las batallas más obvias y las verdades más triviales. Y las ha sabido ganar y comunicar. El jefe de uno de los grupos religiosos más grandes del mundo, con más de mil doscientos millones de feligreses. Su visita, la visita a un país con más de cien millones de católicos confesos, no puede sino ser un gran acontecimiento. Si los mexicanos lo siguen, traerá consigo un gasto aproximado de dos mil quinientos millones de pesos, como parte de lo que bien podemos llamar "turismo religioso". Habrá quienes lo consideren santo. Para otros será el gran filósofo-mago. Lo seguiran a lo largo y ancho del territorio nacional, esperando bendiciones y milagros (unos), críticas e iluminación moral (otros). Lo más probable es que nada de esto suceda. Lo más probable es que el señor Bergoglio entre y salga del país sin problemas (con cansancio, pero sin problemas). Lo más probable es que el país siga siendo el mismo antes y después de la visita. Lo más probable es que no pase nada. Que la policía secuestre. Que los sicarios maten. Que los políticos acepten sobornos. Que los narcotraficantes vendan cada vez más y, por supuesto, que los bancos laven cada vez más dinero.
Algo me dice que la tercera es la respuesta correcta. Más allá de esos dos mil quinientos millones de pesos del turismo religioso, la visita no servirá de nada. Dejemos de lado las exageraciones y las experanzas infundadas. Dejemos de creer en fantasías (religiosas o políticas) para luego expresarlas. Eso sí, la visita servirá mucho para cambiar la superficie del discurso inmediato de los revolucionistas. Sin duda.