Es el tema del momento. En todas partes. Realmente, en todo el mundo. Se discute en México, Madrid, Estados Unidos y Buenos Aires. Los mexicanos, enfocados por su discurso, parecen sentirlo más hondo. El tema es Trump. El magnate norteamericano que insiste en expresar opiniones amarrillistas de corte racista, sexista e intolerante, que ha logrado generar expectativa y temor sobre el futuro del país más importante del orbe y, por ende, del orbe.
La gente se preocupa por lo que pasará si el tal Trump es elegido presidente de los Estados Unidos de América. ¿Habrá muro fronterizo? ¿Los mexicanos, salvadoreños, nicaragüenses, guatemaltecos y demás migrantes, serán abiertamente asesinados en su intento por llegar a la tierra prometida? ¿La tierra prometida seguirá siendo prometida? ¿La CIA incrementará su vigilancia mundial? ¿El racismo se apoderará del triste país que lo instaure?
Especulación tras especulación. No podemos responder a estas preguntas. Por más informados que estemos, no habrá respuestas. Qué suceda cuando Trump sea presidente dependerá de muchos factores incalculables. Dependerá, por ejemplo, de las creencias y deseos de Trump cuando sea presidente (si lo llega a ser). Y estas dependerán de la situación mundial y local, incluyendo el empleo, las guerras, el petróleo, la cotización del dolar, la insatisfacción social, la insatisfacción partidaria y la distribución política del congreso norteamericano, entre muchos otros factores. Sea como sea, al igual que Obama, Trump sería un individuo con un poder bastante acotado. Obama lleva casi ocho años cerrando Guantánamo... ¿lo logrará? Trump podría pasar ocho años construyendo el muro.
¿Por qué nos preocupa un megalómano multimillonario de escaza imaginación? ¿Realmente es preocupante que sea presidente? Me temo que no. Lo preocupante no es la presidencialidad de Trump. Lo preocupante no es Trump. El tema no es Trump. Lo realmente preocupante, lo que debería ocupar nuestra imaginación y nuestro discurso, es la sociedad norteamericana en su totalidad. Se trata de una sociedad que no sólo está dividida racialmente sino que tiene una (o varias) separaciones aún más profundas. Se trata de una sociedad en la que la división urbe / campo suele corresponder a la división comodidad financiera / endeudamiento, la división educación / ignorancia, la división acceso a la salud / abandono, la división alimentación saludable / obesidad y diabétes, la división propietario / situación de calle y, sobre todo, la división entre los cómodos que no entienden a los intolerantes y la gente jodida (de todos los grupos étnicos) que acumula cada vez más ira y rabia.
El tema es lo profundamente enferma que está la sociedad norteamericana, toda ella. Desde el vagabundo más jodido hasta el banquero más rico, pasando por los trabajadores, los oficinistas, los artistas y los académicos más renombrados. El éxito político de Trump no debe ser el centro de nuestra preocupación porque no es está ahí la enfermedad. El affair Trump no es sino un síntoma, frío y delatador, de una sociedad que se va pudriendo cada vez más. Ese problema no se resolverá descabezando a Trump. De nada servirá que pierda las elecciones. Se irá Trump y surgirá alguien más. Así como se irá el Chapo (si se va) para dar lugar al alguien más. La podredumbre norteamericana se encargará de ello. No tengamos dudas. Eso, una sociedad entera, con cientos de millones de miembros contagiados, da pavor.
Que nadie se quede tranquilo. La enfermedad no lleva el sello exclusivo angloamericano. La misma descomposición ha permitido y fomentado la industrialización del narcotráfico en México y en todo el mundo. Lo mismo sucede en Madrid que en Buenos Aires. Formamos grupos escindidos, con una capacidad de indiferencia solamente comparable con el odio que suscita. No tengamos miedo a Trump. Tengamos miedo a nosotros mismos. De ahí viene Trump.