¿Qué hizo Bergoglio en México? He aquí una respuesta desde la filosofía del lenguaje.
Comencemos, primero, con un poco de teoría. Toda conversación y todo disurso suceden dentro de un contexto, en un lugar y tiempo determinados. Pero también con ciertas presuposiciones, algunas compartidas y otras no, entre los participantes de la conversación o del discurso. Comúnmente entablamos una conversación, por ejemplo, con el fin de obtener, o de ofrecer, nueva información. Esto se logra, principalmente, cuando se modifica el conjunto de presuposiciones que comparten los participantes en la conversación (ya sea añadiendo o quitando información).
Por ejemplo, cuando el vecino me pregunta por la hora, está presuponiendo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es. Si esta presuposición es común, si yo también presupongo que yo sé (o que puedo fácilmente saber) qué hora es, la conversación podrá proseguir. Miro mi reloj y le doy la respuesta, son las 10:00 am. Al darle la respuesta he introducido nueva información al contexto, añadiendo una presuposición más. Ambos presuponemos que ambos sabemos qué hora es y ambos presuponemos que son las 10:00 am. Dado que esta información ya es parte de las presuposiciones de la conversación, sería inutil continuar hablando sobre el tema. En el mejor de los casos se tomaría como una broma. Si el vecino insiste en volverme a preguntar por la hora, pensaré que está jugando. Si sigue insistiendo, pensaré o bien que algo está mal con su cabeza o que busca incomodarme.
Esto sucede en todos los contextos en los que tiene lugar una conversación o un discurso. Si se busca realmente alcanzar la meta de compartir o intercambiar información para el beneficio de una o ambas partes, más vale que esa información no esté ya incluida entre las presuposiciones compartidas por las partes de la conversación. Hay sólo dos excepciones a esta regla: el de la conversación como medio para evitar silencios incómodos y el de la conversación como medio para llamar la atención.
El primero de estos casos sucede, por ejemplo, cuando los participantes se conocen entre sí parcialmente, pero no se tienen suficiente confianza y no pretenden mantener una relación más allá del momento de esa conversación. La situación llega a ser incomoda, al punto de que entablar una conversación ayudará a disolver (aunque sea un poco) la incomidad. Conversaciones como ésta suceden comúnmente. El tema favorito de estas conversaciones es el estado del clima ("¡Qué días tan fríos! ¿No?").
El segundo caso, en donde una persona forma parte de una conversación con el mero fin de atraer las miradas, sucede comúnmente en contextos en donde todo lo que se dice ya forma parte de las presuposiciones de los participantes. Esto sucede entre personas que se conocen suficientemente y que comparten suficientes creencias y presuposiciones. Consideremos un ejemplo. Una conversación entre amigos. Todos se consideran intelectuales de izquierda y defensores de los oprimidos. Saben todo sobre violaciones a derechos humanos en su país, violencia de género y discriminación. Hay poca información, salvo algunas noticias recientes, que no sea parte de las presuposiciones que comparten. Aún así, uno de ellos insiste, "Realmente es una desgracia cómo hemos maltratado a las minorías, los indígenas, las mujeres, los LGBTTI, los discapacitados. Algo debemos hacer." Quien dice esto sabe que los demás presuponen lo que dijo. Más aún, esa persona sabe que los demás presuponen que ella misma (la persona que habló) presupone lo que dijo. No hay interpretación alguna que convierta su participación en algo informativo. Lo único que logrará será llamar la atención de los demás, quienes se preguntarán qué intenta hacer.
Vayamos ahora al caso de Bergoglio y su visita a México. El contexto es muy transparente. Los mexicanos presuponemos que nuestro país tiene mucha corrupción en todos los niveles, que el narcotráfico tiene control casi completo de la sociedad, que las desapariciones están a la orden del día, que la sociedad civil corre peligro, que el clero hace poco por ayudar a la gente necesitada, que a los indígenas los hemos maltratado y que el fenómeno de la migración transmexicana es una tragedia. Pero no sólo presuponemos esto, presuponemos que esto es de conocimiento común, presuponemos que todos presuponen que México es justo como acabo de describirlo.
Más todavía, presuponemos que otros, fuera de México, aquellos que estén bien informados, también presuponen que las cosas son así. De hecho, podemos generalizar esto para incluir a la comunidad internacional. Los medios de información de los demás países claramente presuponían que Bergoglio visitaba un país corrupto, campeón internacional del narcotráfico, de las muertes por desaparición y demás linduras.
El contexto incluye más información. Además de la triste imagen que tenemos de México, los mexicanos también compartíamos una imagen internacional, cuidadosamente trabajada, de Bergoglio, según la cual es un líder mundial justiciero, muy bien informado, con la brújula moral y política andando, que lucha por los oprimidos, que pone el dedo en la llaga, que no se deja amedrentar, que visita a sus feligreces para ayudarlos a resolver problemas con su visita.
Consideremos entonces los discursos y conversaciones de Bergoglio en México. Habló de todas y cada una de las cosas que ya sabemos de México. Nos recordó que tenemos que presuponer lo que ya presuponemos y que él también presupone. Dado que es una persona bien informada, podemos decir también que él presupone que nosotros presuponemos lo que nos vino a decir. Más aún, seguramente sabía que presuponíamos que él ya sabía todo eso. Bergoglio no trajo información útil para compartir con nosotros. Tampoco nos pidió que cambiáramos nuestras presuposiciones. Lo mismo debe decirse sobre el contexto global. Nada de lo que dijo Bergoglio constituye información útil a la comunidad internacional. Ninguna de sus presuposiciones sobre México cambió.
No logró, entonces, informar a nadie. Pero logró, eso sí, comportarse de manera consistente con la imagen de lider justiciero, de brújula moral y política correcta, que ya tenía antes de venir.
Cuando una conversación no incluye intercambios informativos cabe pensar que se busca meramente pasar el rato (romper el silencio incómodo), bromear o llamar la atención. Parece errado pensar que Bergoglio estuvo en México sólo para pasar el rato. Sus discursos estaban acompañados de expresiones adustas y aseveraciones contundentes. Tampoco estaba bromeando. Bergoglio vino a llamar la atención, a aprovechar el terreno fértil que es México para los justicieros y las hermanas de la caridad, vino a abusar de la desgracia en que vive la gente de este país para dirigir los reflectores del mundo sobre su persona, para llamar la atención mundial, para que se lo vea hablar de rectitud en el centro de la perdición.
La única explicación que no convierte a Bergoglio en un subnormal que no entiende cómo funciona una conversación es la que lo convierte en una persona sustancialmente interesada en su propia imagen proyectada a lo largo y ancho del planeta, una imagen que necesita atención del mundo, de todo el mundo. Vino a México a hablar de sí mismo, siempre por encima de los demás.
No seas ególatra Bergoglio. No seas megalómano. Eres un ser humano como cualquier otro y mereces tanta atención como las demás personas a las que no le brindaste la tuya.