Yahveh se encontraba muy sólo, sólo en las alturas, sólo en su gloria, sólo por no tener a nadie a quién castigar dado que todos se castigan solos.
Solo sólo, Yahveh se descubrió más sólo de lo nunca había estado. Todo poderoso, todo aburrido y sumamente anquilozado en una depresión digna de dioses.
En la otra esquina del curvo cosmos infinito, Alá se buscaba a sí mismo. Eso de tener 99 nombres y quizá un centécimo nombre oculto no es nada sencillo, ni siquiera para uno de los dioses únicos y monotéicos omnisapientes y todoabarcantes.
Alá se preguntaba, y antes de terminar su pregunta ya tenía miles de respuestas y una que otra creación nueva y sin par en el mundo de las cosas dadas; pero no encontraba satisfacción alguna en ese juego de las preguntas y las respuestas, puesto que las respuestas las tenía antes de formular incluso la pregunta y la pregunta ya no valía la pena por si misma.
Así las cosas, Yahveh y Alá coincidieron en sus caminos por el tedioso andar en la eterna mismidad de lo múltiple siempre idéntico en su diferencia.
Ambos esbozaron una sonrrisa gigantesca, infinita, al encontrarse.
-¡Ya era hora!- dijo uno.
-¡Qué bien! - dijo el otro.
Uno y otro se alegraron y comenzarón la más amena de las charlas, no bebían ni fumaban dado que sus hijastros se los tienen prohibido, pero ocultos en su lejanía se tomaron la libertad de tomar libremente todo lo que tuvieran al alcance de la mano... y como todo lo tenían todo lo tomaron.
-Mantengamos baja la voz para que no se acerque algún pagano- dijo uno.
-Y menos aquél que se dice uno pero que siempre llega con sus dos invitados que nadie ha invitado- dijo el otro
-Peor, uno es su Padre, pues sin el nada puede, y el otro es su plumífera mascota a la que bochornosamente llama "espíritu"- dijo el otro.
Pasó el tiempo, eternidades diríamos nostros, apenas unos bocadillos dirían ellos, cuando un escándalo perturbó su pacífica, amistosa, psicodéica y divinotrópica unión.
-Una vez más los niños están destruyendo su recámara- uno dijo
-Ya estoy harto de esos niños- el otro respondió
-Es por eso que los hemos abandonado-
-Es por eso que los hemos desconocido-
-Hablan de amor sin saber siquiera que la palabra no hace al hecho-
-Aman hablar mientras callan al otro, sin saber que es en el otro donde el amor se deposita, y que es en el callar donde se origina el habla-
Uno y Otro, Otro y Uno decidieron seguir avanzando sin rumbo fijo. Sin más rumbo que el fijado por la azarosa Fortuna, que es la madre de todos los dioses.
Sin saberlo, llegarón a el Líbano, ahí dónde unos fanáticos multimillonarios y multiestultos despedazan a seres humanos y a sus hermosas ciudades por culpa de otros fanáticos empobrecidos y empobrecedores.
Les apenó tánto que unos y otros se dirigieran a Uno y Otro de mil maneras, ofrendándoles palabras vacías y acciones llenas de sangre inocente y pura; sangre como la de miles de niños despedazados y que en ese preciso momento se les acercaban aparentemente como almas desintegradas por el dolor y la incertidumbre para preguntarles quiénes eran ellos.
-Somos los que somos- dijo uno
-Eso- dijo el otro
Las almas de los niños, decepcionadas, tristes y con un gesto de !¿quiénes son estos imbéciles?! decidieron marcharse con las nubes para convertirse en agua y descanzar eternamente en el arrullo misterioso de los océanos, del mar siempre presente en sus vidas y en la muerte.
Ambos dioses dos y únicos ya no se escuchaban, los estruendos, las explosiones, los gritos, el llanto generalizado; el terrible ruido de la ignorancia destructora los ensordecieron mientras el humo hacia su parte cegando lo poco de visión que sus ojos aún tenían en estos mundos terrenales.
Ambos dioses olvidaron al otro, olvidaron que apenas hacía un momento reían, que apenas hacía un instante consumían todos los frutos de su imaginación en una bacanal sempiterna, que viajaban creando mundos y uno que otro hoyo negro.
Ambos decidieron partir no sin antes deshechar todo lo que sus divinos cuerpos debían deshechar después de semejante bacanal; y dónde mejor que en esta tierra llena de mierda y nauseabundos aires.
Ahora que han partido, con rumbos distintos, Yahveh y Alá deambulan como los fantasmas aburridos que siempre han sido, eternamente desidiosos, infinitamente irreales y desconocidos; quedamos nosotros, sólos nuevamente, como ellos, sin recordar quiénes son ni para que han servido.
Continuara...