Sunday, July 23, 2006

Primer Cuarto

Dilema (¿irresoluble?)


“La cuestión de la unidad lo preocupaba por lo fácil que le parecía caer en las peores trampas.”

Las palabras, en sus multivariados usos, presuponen todas una función básica: la correspondencia con el mundo. Se utilizan para hablar del mundo, para imaginar al mundo, para criticar al mundo, para embellecer al mundo y para destruir al mundo. Ninguna de estas funciones sería posible si las palabras no tuvieran alguna correspondencia con el mundo.

Nos dicen por ahí, por una parte, que el mundo es un ente con vida. Lo cual significa que está en constante movimiento, constante cambio. En pocas palabras, que la manera más correcta de respetar la correspondencia palabra-mundo es hacer como Funes y construir un léxico infinito y de constante progresión. Esto sería lo más riguroso.

Por otra parte, nos dicen también que el uso excesivo de palabras es poco eficiente. Esto tiene dos problemas: primero, representa un gasto excesivo de energías, fundamento principal de todo ser viviente; y, segundo, consecuentemente resulta en un incumplimiento de la función principal del uso de palabras: comunicar (ya sea a uno mismo o al otro). Así, de hablar con todo rigor habríamos necesariamente de parar en Funes, aislado e incomunicado de sí mismo, por no poder relatar nada acerca de algo debido a la nimiedad de su existencia, tan etérea que no permite el relato.

Para evitar el problema de Funes los humanos han inventado lo que se llama un “gadget metafísico”. El invento se remonta a Parménides, según los amantes del círculo ateniense, y al Bhagavad Gita según los del otro bando. Ambos lo reconocen, sin embargo, como la ‘identidad’ (o ‘identität’ para darle más patetismo). El fin principal del movimiento pragmático-metafísico de la identidad es detener el furioso andar de un mundo que por ser vivo no deja de cambiar. O, dicho de otra manera, detener los afanes fluviales de Heráclito. El que el movimiento identitario es una invención resulta evidente tras mostrar que no hay un solo criterio de identidad que subyazca a todos los usos del gadget en cuestión. Así, por ejemplo, no hay siquiera la más remota relación entre el criterio de identidad para personas y el criterio de identidad para las células mismas de que están hechas esas personas. Es así como los humanos han evitado el claustro Funesto.

Lo han logrado, sin embargo, a un muy alto precio: corriendo el riesgo de olvidar, por completo, que el invento es un invento. Así, los humanos van por el mundo asumiendo esa identidad por todas partes, repartiendo filosas palabras identitarias que dividen y ordenan al mundo, presuponiendo que el mundo (aquél al que debieran corresponder las palabras) es así y tiene ese orden. En consecuencia se anda por el mundo creyendo que hay átomos y delfines, gringos y mexicanos, chinos y argentinos, europeos y rusos, casas y tugurios, ricos y pobres, inteligentes e idiotas. Esto resulta, en primer lugar, en un grave error debido a la falta inicial del rigor Funesto. No se habla del mundo sino que se impone un mundo. En lugar de pensar, sentir y reconocer el mundo (como se reconocen las paredes de un cuarto a oscuras), lo deseamos y soñamos imponiendo, por desgracia, un sin fin de pesadillas. En segundo lugar, pero aún más apremiante, queda eso: el hecho tristemente reconocido de que lo que imponemos son nuestras pesadillas, nuestro odio, nuestra rabia.

En suma, nos vemos obligados a elegir entre el aislamiento todo sapiente, todo sintiente, de un Funes que por sí mismo encierra sus terribles paradojas (ver siguiente texto) y un abuso ad nauseam del gadget identitario.

La identidad tiene sus trampas, la puerta de entrada son las palabras. Habría que empezar a hablar y escribir con la incertidumbre en la bolsa. Pues, en sentido estricto, hay tantas palabras distintas como usos, emisiones y borrones de lo que (en uno de esos restos de Platonismo que nos queda) solemos identificar como una y la misma palabra. Así, habría que reconocer que todos los signos similares a éste ‘una’ tienen (todos) un significado distinto. La unidad de las palabras y los significados no se sostiene con identidad, ni el escepticismo se salva con gadgets metafísico Parmenídeos. A joderse! Ni lenguas, ni significados, ni palabras, ni personas, ni barrios, ni ciudades, ni ríos, nada dura más que un segundo (o quizás menos).

Habrá que usar las palabras sabiendo que con el viento se van ellas y sus significados. Y también, por supuesto, nos vamos nosotros!