La incomunicación sigue siendo el pan (o la tortilla, si se prefiere) de cada día en México. A quien se permite evitar el uso de etiquetas huecas le resulta irrisorio ver cómo ambas partes, por sí mismas consideradas radicalmente opuestas, se ejercitan en el uso de un mismo mecanismo: la descalificación injustificada, no razonada.
Llevar a cabo este tipo de prácticas no demuestra una separación o división en un país sino que la construye. Lejos de las grandes diferencias que dicen tener los distintos grupos políticos, se alcanzan a ver sus tristes similitudes. Antes de pensar se trata de juzgar. El resultado es un anquilosamiento de emociones idénticas pero en direcciones exactamente opuestas. ¿Quién iba a pensar que Newton fuera a tener tanta razón?
Nadie, hasta donde alcanzo a ver, se ha permitido guardar silencio y pensar. Como resultado nos han ofrecido un vendaval de insultos, arrogancias y juicios sumarios. Peor aún, nos han ofrecido un ejército de pronunciamientos xenófobos. Desde “ustedes los nacos” hasta “ustedes los ricos”, sin importar trinchera, la inmoralidad, la falta de comprensión, la cerrazón, en ejemplos duros y palpables, se han presentado.
Por mi parte me entristece ver que personas otrora admirables no se permitan el lujo de la duda y la reflexión. Comparto la idea de que el país, en su distribución de recursos y de poder, es digno de iracundo rechazo y reprobación. Reconozco también una profunda distancia entre los miserables y la clase media, ya no se diga con respecto a los millonarios. Ideas que, creo yo, comparten algunas personas que hoy día se han casado con la izquierda partidista.
Lo que no solemos compartir es la idea de que parte del desastre del país es la existencia de esa izquierda partidista. Eso también es algo digno de un iracundo rechazo, más fuerte aún por ser, supuestamente, una postura de protesta. En México, como en casi toda Latinoamérica, ser de izquierda se ha convertido en la mera apropiación de un discurso y una etiqueta y no en una verdadera redistribución justa y equitativa. Eso, a mi juicio, se lo debemos al sistema democrático-partidista que ahora, tristemente para mí, tanto defienden esas personas con quien, en otros momentos, tanto comparto.
Me permito, pues, hacer pequeños e insignificantes llamados de atención a esas personas como una señal de autocrítica. Esto, claro, por las ideas de justicia compartidas, mas no por las posturas en pro y en contra del sistema en disputa. Es el caso ahora de la admirable Jesusa Rodríguez quien sigue en pie de una lucha compartida por muchos otros. Dejando de lado los partidismos y los sistemas, hay algo en su lucha que no me agrada.
Jesusa hace gala de su envidiable capacidad de ejecutar dos o tres procesos mentales al mismo tiempo, haciendo crítica política de la mano de la burla y la reflexión. Una reflexión que se caracteriza por ser profunda y en no pocas ocasiones atinada. Hasta aquí todo es divino y apreciable. Pero no es todo.
Es triste, por lo anterior, ver a Jesusa desatender su gran capacidad reflexiva por atender, con gran fuerza, sus profundas convicciones y emociones. Ayer decidió asistir a un centro comercial comúnmente visitado por la clase media adinerada. Bromeando, Jesusa tuvo la idea de llevar a sus huestes a manera de turistas, para presentarles lo que se entendió como “el mundo de los ricos”. La idea en sí merece aplausos; lo que no los merece y sí, por el contrario, merece un reproche, es el uso irreflexivo de bromas que, a mi entender, son uno más de los ejercicios apasionados de una razón que, sin pensar, se dedica a insultar. Según el relato periodístico:
Al toparse con un cartel publicitario en el que una modelo posa en ropa interior, Jesusa Rodríguez se sorprendió por sus rasgos "autóctonos". La Jornada 25/07/2006
Algunos creerán que hay sombrillas contra la discriminación. Que tomar postura con los jodidos, o con los prietos, los indígenas o los latinos, es como curarse en salud. ¡Nada malo saldrá de la defensa apasionada de nuestra visión! - se cree.
Por desgracia la razón humana no cuenta con salvaguardas. Nadie está excento de ser tan xenófobo e inmoral como cualquier otro. Porque la xenofobia no es el rechazo de los pobres, o los morenos, o los jodidos. La xenofobia es la incapacidad de entender que la diferencia no da ni quita, no hace más ni hace menos, no da derechos de propiedad ni originalidad territorial.
La xenofobia está en creer, por ejemplo, que los blancos, rubios y de rasgos no “autóctonos” (¿Qué carajos es un rasgo autóctono? ¿Qué no todos venimos de África? ) son los malos, objeto de reprensión y reproche, de burla. ¿Es acaso que la postura de la izquierda partidista es como la de aquél demócrata alemán, victorioso por ahí del treinta y tres, que se esmeraba en notar la autoctonía de sus correligionarios? ¿Quiere esto decir que nos pondremos a repartir tierras y demás recursos de acuerdo al aspecto autóctono del individuo? ¿Para acabar teniendo a los de aspecto no ‘autóctono’ (p.ej.¿ Jesusa Rodríguez?) entre los miserables y desproveídos?
Se dirá que esto es broma, una más de las de Jesusa. Es, no obstante, de lamentarse y con gran fuerza. No sólo por aquello de que entre broma y broma… sino, fundamentalmente, porque el contexto, la triste circunstancia en la que se encuentra México, no está para este tipo de bromas. Jesusa habrá de ser la primera en notar que en épocas de elecciones todo el mundo cree lo que le dicen. O como gustan de decir, a todos les encanta que les den atole con el dedo. Si esto es mera broma, ¿por qué nos das este atole tan agrio Jesu?