Sunday, July 23, 2006

Segundo Cuarto

Borges y la genialidad de la contradicción


Volvamos con Funes que, más que el memorioso, habrá de ser el imposible. Borges mismo notó ya varios problemas con su creación: Funes era absolutamente inútil, más allá de la inutilidad en la que existe en su cobacha, más allá de su definitoria incapacidad por salir de cama. Funes mismo y su gran sapiencia, esa que tanto y tan hermosamente nos vendió Borges, sufre de dos gravísimos problemas: es una sapiencia deleznable como sapiencia. Su precio es mera (y profundamente) estético. Peor aún, en su gran capacidad por imaginar las bases mismas de la racionalidad, como gran explorador de esa imaginada sintáxis craneana que bien puede estar ahí, Borges encontró un corto circuito que, a mi juicio, es idéntico al "descubrimiento" de los conjuntos transfinitos atribuido a Cantor. Quien logra entender plenamente el texto Borgiano lo hará a costa de perderlo, pues entenderlo es comprender que el texto es deliciosamente incomprensible, transfinito en su infinitud.

De la primera objeción trata Borges mismo. A quien daré el paso para explicar de la mejor forma posible la inutilidad de la sapiencia Funesta. De su imposibilidad hablaré yo, más por mi ignorancia que por mi sapiencia, pues no me he topado aún con otro Borges que señale este punto.

Cuenta Borges que en aquél imperio el arte de la Cartografía logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad y el mapa del Imperio toda una provincia. Con el tiempo esos mapas desmesurados no satisfacieron y los colegios de cartógrafos levantaron un mapa del Imperio que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.

Menos adictas al estudio de la Cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y, no sin impiedad, lo entregaron a las inclemencias del Sol y de los inviernos.

En los desiertos del Oeste perduran despedazadas ruinas del mapa habitadas por animales y por mendigos. En todo el país no hay otra reliquia de las disciplinas geográficas. [Borges, Del rigor en la ciencia]

La utilidad de la ciencia se contrapone a su rigor. El fin del conocimiento humano no es representar profunda y esencialmente el mundo que vive. Pretender tal cosa es pretender convertir la ciencia en ignorancia. Pues equivale a tener un mapa del mundo que no es sino el mundo mismo y las disciplinas científicas se vuelven así una reliquia. Éste es el primer problema de Funes y es, también, característica definitoria del conocimiento humano. La representación humana no es mero reflejo uno a uno. Y sin embargo pretende serlo. Más aún, debe hacerlo.

Esta visión de Borges trae consigo las notas de un enredo racional. El conocimiento teniendo por fin un ideal que por necesidad no ha de satisfacer. Pero éste no es el punto más álgido del problema. El problema no es práctico o de afanes utilitarios. Los cartógrafos de aquél Imperio no contaban entre sus filas con Funes. De ser así su rigor habría llegado al grado de imposibilitar su tarea. Pues se antoja que mientras los colegios levantaban el mapa del sur del Imperio, tras haber terminado la parte Norte, esta última habría ya cambiado su figura, de manera que el mapa requería ya de una pronta modificación. La empresa de un mapa Imperial habría de convertirse así en un ser vivo como el Imperio mismo y, como tal, en una empresa necesariamente inacabable.

Por fortuna los colegios de cartógrafos no tenían de qué temer. Pues la idea misma de un Funes cartógrafo, plomero, escritor u albañil es ella misma incomprensible. Funes no sólo debió haber notado que el perro de las tres quince era distinto del perro de las tres dieciséis, sino también que el Funes de las tres quince no era el mismo que el Funes de las tres dieciséis – peor aún, que el Funes que comenzaba una oración no era el mismo que la terminaba. De manera que el Funes que identificaba un perro no era el mismo que identificaba al otro y decir que este último recordaba al perro inicial es un grave error, pues presupone lo que hemos negado: que el Funes de las tres quince sea el mismo que el Funes de las tres dieciséis. No es posible, entonces, que distintos Funes recuerden lo suficiente para distinguir entre perro y perro, ¿cómo podrá el Funes de las tres dieciséis recordar a un perro, el de las tres quince, que dejó de existir antes de que él mismo lo pudiese identificar?

La incomodidad es tal que, conocedores de la gran memoria Funesta, nos preguntamos cómo es que Funes había olvidado este detalle. ¿Cómo olvido recordar las infinitas caras que su propia persona le presentaba? ¿Acaso habrá pensado Funes, no el que disitnguía a perros de distintos horarios, sino que el distinguía a Funes de distintos momentos, aquél segundo Funes, que la infinidad de objetos que la experiencia presenta se multiplicaba a sí misma infinitamente a partir de la infinidad de sujetos que ella misma presuponía y que, preocupado por recordar todo esto con un detalle Funesto, olvidó mencionarlo? Y entonces ¿se veía obligado a presuponer lenguajes Alfa y Omega, para distinguir entre los lenguajes - que ya contaban con subíndices en la escala de los naturales - de cada uno de sus infinitos Funes a quienes dedicaba fracciones igualmente infinitas de su memoria? ¿De qué tamaño es la memoria de Funes el que a Funes recuerda y entre Funes distingue? ¿Acaso necesitamos a Gödel o a Church para demostrar que hay aquí un corto circuito?

No hay tal cosa como un Funes sino, a lo sumo, una infinita sucesión de impresiones sin mayor relación que la contigüidad espacio-temporal. Lo cual nos recuerda que Funes no era tan memorioso como decía, pero sí multitudinario como aparentaba. No hubo ni habrá Funes. Lo que hay es la expresión de un deseo, de una utopía humana por desmenuzarlo todo sin desmenuzarse a sí mismo. Funes el memorioso es el mayor monumento a la imposibilidad de nuestros afanes de certeza. El conocimiento absoluto es imposible, presupone la inefable superposición de todas las experiencias en un mismo organismo, o la vista de todos los puntos desde uno mismo. El conocimiento por sí mismo es parcial y el escepticismo no es un ataque a éste sino su definición más cabal.

Con Funes, Borges logró lo inefable: la descripción de un mundo imposible. Un mundo que, por desgracia, sigue siendo inasible. En cuanto entendemos a Funes se nos va de las manos!

Éste es, pues, el segundo riesgo de la identidad.