"Tú te vas, dejas, y luego actúas como si te hubieran dejado", me dijo visiblemente molesta. Y yo no pude sino pensar una y mil veces que así ha sido siempre. Siempre repetir el abandono. El mecanismo es simple, me digo en silencio. Me voy para no ser abandonado. Abandono para encontrar eso mismo, el abandono en uno, en casa, de noche. Vuelvo para exigir justicia, para denunciar el abandono en que me encuentro. El mecanismo es simple. El resultado es atroz: el abandono autoinfligido, sin necesidad, sin motivación.
"Te vas aunque aquí estás. No sólo no te dejas encontrar, ni siquiera te dejas buscar" afirmó con tristeza en las manos. Y yo no pude sino asentir como quien roba y es visto robando. La propuesta es simple, pienso. Siempre repetir la fuerza. No quiero que me encuentren, prefiero que no me busquen, porque no los necesito. Me voy para no ser apoyado. Abandono para demostrar que no hacen falta los que se fueron, que lo puedo todo, que estoy mejor solo. En casa, de noche, triste y abandonado. No vuelvo, porque aquí es más fuerte el autoengaño. La fuerza con fuerza se impone. Aplastando dolores. Ignorando ausencias. Olvidando temores. Para nunca delatar mi gran fragilidad. La propuesta es simple, el resultado patético: la imagen impuesta de una fuerza inexistente que recubre una fragilidad evidente, dolosa, triste, necesitada.
Y así pasan mis días y horas, atendiendo mis dolores al negarlos. Mejor sería buscar un abrazo.