La semana pasada tuve mi primera sesión de psicoterapia después de mucho tiempo. Fue extraño ver la comodidad con la que me desempeñaba en ese contexto. Las manos, los gestos, las palabras se movían con una exacerbada naturalidad. Inevitablemente comencé a formar diagnósticos, a confirmar hipótesis, a construir una red para caer con seguridad en las manos de algún tipo de mal cognitivo. Quizás un vicio o un círculo. No lo sé.
Lo cierto es que desde entonces he comenzado a fijarme más en mis sueños. Hoy desperté revisando un sueño que llegó de último minuto. ¿Cómo dividir un sueño? ¿Realmente tienen partes? ¿Elementos? ¿Secciones? Creo que todo esto es un fraude, un gran fraude diseñado para entretener a enfermos. Peor. Para entretener a párvulos incapaces de aceptar que se acabaron los mimos.
Los sueños no están hechos de partes, tan sólo tienen todos los elementos que uno quiera adjudicarles. Al igual que las tragedias y los dolores, no sirven más que para alimentar esa gran necesidad de sentir pena por uno mismo.
En el sueño había un accidente. Una vez más. Había sobrevivientes. Una vez más. Sobrevivientes incapaces de ayudar. Una vez más.