Tuesday, September 10, 2013

De huérfanos y sordos

He decidido separarme un poco del mundo. Lo cual no es sino una manera rebuscada de decidir alejarse de aquello que me ha dado sustento durante estos últimos años. Los por qués de tal decisión vienen siempre a la mano. Son muchos. Se entrecruzan. Se enfrentan. Se apoyan. Se destruyen. No tiene mucho sentido enlistarlos. Lo cierto es que todos se reducen a uno sólo: una ya muy añorada necesidad por encontrarme y, más todavía, por encontrarme solo, sin más, ni menos, de lo que he venido a ser estos últimos años: un huérfano que no reconoce su orfandad. Si me lo preguntan, si me lo pregunto ahora, ¿qué es la orfandad?, no sabría responder.

Por eso he decidido separarme un poco del mundo. Guardar silencio y escuchar. Escuchar todo. Desde lo que dicen hasta lo que se quejan. Escuchar, simplemente escuchar, por qué sí o por qué no. Escucho, por ejemplo, mi inseguridad todos los días. Escucho mi incertidumbre al pensar que he decidido separarme un poco del mundo. Escucho mi miedo, mi terror, al ver a los demás distanciarse con fuerza. Pero también escucho los pasos. Claramente escucho los pasos de aquellos que se van y los que vienen, de los que no resisten más este silencio y los que, con genuina curiosidad, se acercan para ver qué sucede.

Porque hay pasos de todo tipo. Los hay ligeros que van y vienen según conviene. Los hay grandes, lentos y alargados. Pasos tranquilos que de tan lento andar parecen no moverse. También los hay inquietos, pasos que necesitan pasar, marcar, anunciar e irse. Pasos que no resisten simplemente estar. Pasos que gritan constantemente algo difícil de entender, pasos que piden que se les hable para ser escuchados, pasos que no quieren oir cualquier cosa, pasos exigentes, pasos que no gustan del silencio. Pasos que se van.

He decidido detener un poco mis pasos de este mundo, para descubrir que a nuestro grave problema de escucha le acompañan dos enfermedades: la sordera ajena y la propia. Veo cómo se repite día con día el mismo ciclo: quiero que me digas lo que quiero oir para poder sentir que me escuchas cuando te hablo. No nos gusta hablar si no nos hablan. Peor aún, nos irrita hablar si no nos hablan contando lo que queremos oir. Nos resulta absolutamente insoportable guardar silencio y escuchar lo que sentimos, lo que pensamos. No podemos sino estar hablando, aunque sea en su ausencia, con alguien más. No nos basta con oirnos. Menos nos bastará con oir a los demás. No sabemos escucharnos. Menos sabremos escuchar a los demás.

He decidido separarme un poco del mundo, para escucharme, para escucharte, para sentirme, para reconocerte reconociéndome. Para descubrir que somos todos huérfanos, somos todos sordos, pretendiendo estar acompañados y escuchando. Para confirmar que nos hemos abandonado de manera que siempre, irremediablemente, sucumbimos a la falsa necesidad de distraernos, de engañarnos, en otros, con otros, para otros que, curiosamente, ni conocemos ni escuchamos.

He decidido separarme un poco del mundo para delinear la sorda orfandad en la que vivimos todos.

No hay más.