No tengo una explicación satisfactoria, pero sí una historia que me cuento día con día y que me hace pensar que tengo una explicación satisfactoria. No tengo un cerebro adictivo. Soy capaz de sentirme profundamente atraído, mecánicamente incluso, por todo tipo de cosas. Pero no hace falta sino algo de tiempo y costumbre para que esa atracción desaparezca. Lo mismo da que sea cocaína, alcohol, comida o personas.
Es una historia triste o, mejor dicho, de tristes consecuencias. Entre otras, tiene la triste consecuencia de generar insensibilidad o, si se prefiere, apatía por muchas formas de conducta de los demás. No logro entender, por ejemplo, por qué hay tantas personas a las que les gustan tanto tantas cosas, hasta llegar a la excesiva socialización (léase comercialización) de lo gustado. ¿Por qué les gustan tanto?
Obviamente esto me hace pensar en los vicios que todos llevamos, pero que a esos tantos con tanto gusto por tanta cosa les causan más problemas. Porque no tiene sentido imaginarse sin vicios, pero tal vez haya algo útil, algo bueno, en abandonar constantemente unos vicios por otros. Pero para ello hace falta el desapego, el menos, el no tanto ni a tantas cosas.
¿Por qué les gustan tanto tantas cosas? Cierta virtud habrá en abandonar vicios para adquirir otros.