Friday, September 20, 2013

Diagnósticos

El tema del amor es ciertamente extraño. Pocos temas tendrán tantos libros, artículos, comentarios, columnas, poemas, diatribas, discursos, apologías, encomios, vituperios y críticas en la historia de la humanidad, como los tiene el amor. Pocos temas pasaron y pasaran por la cabeza de tantas personas como el del amor. Y aún menos de los temas que han recibido tanta antención como el tema del amor tendrán tan poca claridad sobre su propio tema.

¿Por qué es así? me pregunto ahora que intento recoger apéndices desperdigados, ahora que busco ese punto de partida con toda la calma que me permiten mis piernas. Tengo algunas sospechas.

Habremos de comenzar por excluir las explicaciones simples. La extraña situación del tema del amor no se debe, en absoluto, al hecho de que trate de una emoción o un estado emocional (o una forma emocional de ser) del ser humano. Abundan las emociones, los estados emocionales, sobre los que (precisamente por que los vivimos ordinariamente) se tiene bastante claridad: el dolor, el enojo, el miedo, la ira, la pasión, la obsesión.

También habrá que rechazar la hipótesis según la cual el tema del amor es escurridizo precisamente porque es algo prístino, elevado, magnifiscente, excepcional, algo que pocos pueden conocer.  Habrá que rechazar esta hipótesis por partida doble: el amor ni es excepcional, ni lo excepcional es escurridizo. Todo ser humano ha amado, tanto como todo ser humano se ha dolido, frustrado, emocionado y enfurecido, alguna vez en su vida. Y no hace falta que un alto porcentaje de la población histórica humana experimente la maternidad para tener una muy buena idea del tema.

Sospecho que el asunto se resuelve por otros caminos. El tema del amor se ha vuelto escurridizo precisamente porque, a diferencia del dolor, la furia y el enojo, al amor lo hemos colocado en una tarima especial, separado del resto de las emociones, una tarima en donde se desdibuja la función natural del amor y se le sustituye por funciones normativas, sociales y hasta políticas.

Para abandonar este estado de perplejidad propongo, como primer paso, imaginar al amor como imaginamos al hambre, al coraje, a la ira, a la pasión y a la obsesión: es una más de las funciones naturales del ser humano, una que probablemente sea exclusivamente humana y que, por ende, seguramnete involucra imaginación, planeación, reflexión y control.

Como segundo paso, una vez que asumimos que tiene un papel funcional en la vida mental de los humanos, propongo ir en busca de esa función o funciones que pretende desempeñar. Aquí dos candidatos que suelen confundirse y, por ende, justificar adscripciones de enamoramiento a veces erradas a veces certeras.

Función 1: alegrarse ante la alegría que a otro le genera estar con uno.

Función 2: generar alegría por estar con otro de manera que al estar con uno el otro reconozca y reproduzca generativamente esa alegría por estar con uno.

Quizás convenga entender ambos de manera más ordinaria. La primera función es la de enamorarse del amor de otros hacia uno. La segunda función es la de generar, sin condición previa, ese amor por el otro. La primera es como un molino que se beneficia del paso de un río. La segunda es, y aquí temo que la metáfora útil me obliga a caer en cursilerías, como un manantial que genera un río. La primera se detiene cuando se detiene el río. La segunda se genera a sí misma.

De lo anterior surgen algunas consecuencias peculiares, tal vez útiles. Contamos con dos patologías: la incapacidad por alegrarse ante la alegría que los demás sienten al estar con uno mismo; y la incapacidad por generar uno mismo alegría por estar con alguien más. Ambas podemos considerarlas amputaciones funcionales del amor. Pero conviene distinguirlas, si es que se busca algún día resolverlas.

Otras consecuencias peculiares de lo anterior son, primero, que no tengo la más remota idea de cuál de estas patologías me afecta (si alguna) y, segundo, que tengo una sobredesarrollada capacidad por esconder bajo una discusión teórica un tema emocional. Lo primero preocupa. Lo segundo permite delimitar, manejar, señalar, observar y enfrentar temas de uno mismo que de otra manera sería imposible quizás siquiera reconocer.

Diagnóstico final: erofobia exacerbada por teoretitis aguda.

Diagnóstico especulativo: quizás uno de los problemas del tema consista en que el amor, a diferencia de las demás funciones emocionales, es una función de segundo o tercer orden que recluta a otras funciones emocionales más básicas.  Pero esto, que es ya la continuación de la irritación teórica de la mente, requiere de otros días y otras noches para imaginarlo.