Lo pude ver desde anoche. Hoy no amaneció. Desperté a las cinco cuarenta y siete de la mañana. Tenía un dolor en el pecho. No era muscular. Ocupaba la parte central izquierda. Nunca antes lo había sentido. No pude volver a dormir. Me puse de pie y salí tambaleante del cuarto. Fuí caminando lentamente a la sala y ahí estaba. Una inmensa nube cubría y sigue cubriendo la ciudad. No había sol, no había cielo, no había día ni noche. Era como si, de pronto, esta ciudad hubiese decidido despegar. Como si estuviese en pleno vuelo, penetrando una capa nebular tras otra, la bruma lo cubría todo. A penas podía ver mis pies. Poco después el despertador me recordó que eran las seis y que debía preparar la clase sobre funcionalismo a la Lewis.
A veces pienso que esta ciudad es caprichosa. Que gusta de imaginarse viajando por el mundo y conociendo otras ciudades. Volverse ellas. A veces temo me haya inoculado su capricho. Cuando se vaya la bruma, tal vez descubra que ese capricho es mío. Y que esta ciudad y su bruma no me son ajenas.
Es extraño soñar con una nube que termina por despertarte pectoralmente.