Monday, December 07, 2009

¡Que venga pues el invierno!

En Alaska cosechan salmón de granja. Los granjeros tienen cada vez más terreno. Lo van ganando al hielo. En Bangladesh ya no saben qué cosechar. Comenzaron por la tierra. Pasaron luego al mar. Ahora ni el mar. La pesca, irónicamente, parece presuponer la posibilidad de volver a tierra. Cada vez tienen menos terreno. Lo van perdiendo al mar.

Hace cinco años la primera nevada me destrozó el alma a mediados de Octubre. Para Noviembre llevaba ya dos semanas seguidas bajo el cero. Hacia el fin de mes estuve a punto de abandonar el doctorado: pensé que podía caminar medio kilómetro a casa de un amigo; la tormenta de nieve, el viento, y los menos veinticinco grados Celcius casi me matan. Todos los años posteriores se comportaron igual. Noviembre era ya invierno. Diciembre la esperanza. Enero la desesperación. Febrero... el último Febrero nos atrevimos a pasear por Chicago. Volvimos solos en la autopista, la cual perdía terreno segundo a segundo ante la nieve. Útil, lo que se dice útil, sólo un carril de tres. Todo lo demás, tundra. Regresamos a casa para descubrir la ausencia del asfalto. Ni pista de él. El termómetro marcaba menos treinta y dos y soplando.

Con la excepción de unos cuantos días a menos dos o tres, todo ha sido un cálido otoño este año. Noviembre entero no bajó del cero. Llegó diciembre y nada. Había sol y cielo. Hace a penas una semana se dejó sentir el frío. Un poco. El termómetro marca los menos seis a la hora del gimnasio. Los pronósticos de nevada son infundados. Ni pizca de nieve por aquí. La poca nieve que se ve, tan sólo flota desperdigada como peluza desorientada. La poca que logra hacer tierra se derrite de inmediato. Hoy, por primera vez, está chispeando nieve. A penas. Muchas penas.

Hoy, Diciembre siete de dos mil nueve, es día en que no ha nevado. Las planicies de este inmenso llano tienen todavía mucho color. Se lo han ganado al frío. Temo haber espantado al invierno. De ser así, sirva esto de invitación cordial a que nos visite.

Aunque, por otra parte, está aquello del calentamiento. De ser así, sirva esto como reconocimiento a mis congéneres. Desde aquí, el calentamiento se antoja cómodo. Recomiendo, con afán de equilibrista, que los granjeros de Bangladesh se muden a Alaska.