Mañana podría llover. El próximo presidente podría ser nefasto. El mundo podría derretirse. La contaminación podría acabar con todos nosotros. Los animales humanos podrían muy bien dejar de existir. La existencia de esta especie podría no ser más que un juego.
¿Lloverá mañana? ¿Será nefasta la próxima presidencia? ¿Se derretirá el planeta? ¿Acabará con nosotros la contaminación? ¿Se extinguirán los humanos? ¿Habrá algo más que el azar?
Podría, podría, podría.
¿Será, será, será?
Tal parece que todo lo que queremos hacer con palabrotas filosóficas como ‘es posible’, ‘es necesario’, ‘es imposible’ no es más que lo que queremos hacer con preguntas sobre aquella parte del mundo que aún no observamos: el futuro.
Esto sugiere una línea antimetafísica para comprender la dichosa modalidad: las expresiones de posibilidad no hablan acerca de mundos alternativos, ni sobre propiedades extra naturales de las cosas. Las expresiones modales son simplemente peticiones de predicción. Y las diferencias entre necesidad y posibilidad parecen no ser más que diferencias en grados de necedad o, si se prefiere, en grados de certeza. Diremos ‘es necesario’ cuando nos vaya la vida en ello y ‘es posible’ cuando nos importe un pito.
Olvídense de tanta metafísica, tanto zapallo, tanta teología. A nadie le importan las meras posibilidades en sí mismas, ni los otros mundos, ni las contrapartes. ¿Cuándo entenderán los filósofos que el que a nadie le importen estas cosas es evidencia sustancial en contra de sus explicaciones metafísicas? ¿Cuándo entenderán que tal indiferencia ordinaria tiene una causa insoslayable: el que nadie habla realmente de esas cosas?
Hablar de posibilidad no es más que otra manera de preguntar. Y preguntar no es más que otra manera de expresar ignorancia o aburrimiento. En cualquier caso aquí no pasa nada. No hay metafísica en casa.