Tuesday, December 22, 2009

Urban pride

It seems absolutely arbitrary, when not perverse, stupid, and brutish, to distinguish among sexual preferences when it comes to guaranteeing the right of marriage. Mill put it clearly when, back in the good old nineteenth century, he defended individual freedom:

The sole end for which mankind are warranted, individually or collectively, in interfering with the liberty of action of any other of their number, is self-protection. The only purpose for which power can be rightfully exercised over any member of a civilized community, against his will, is to prevent harm to others. His own good, physical or moral, is not a sufficient warrant... Over himself, over his own body and mind, the individual is sovereign. [Mill, J.S. "On liberty".1859]

It's nothing but a sign of mental inflexibility to keep on arguing against gay marriage in the twenty first century. Yet most institutions, most social groups, and most nations are still unable to understand Mill's point. Thus, it is with much pride that I receive wonderful news from my hometown:

Mexico City's legislative assembly has passed the law that makes no distinctions, as it should be, between sexual preferences when it comes to guaranteeing the right of marriage. Gay marriage is no longer a legal yet rather special form of social partnership. Gay marriage, in Mexico City, IS marriage. And it comes with all the social and constitutional rights that any marriage is endowed with, even adoption.


Congratulations Mexico citians! You must now continue outwards. For a great number of the remaining states of the federation are still so far away from enlightenment that one first needs to teach them that a two-day old embryo is not a human being.

Monday, December 14, 2009

¿Podría preguntar?

Mañana podría llover. El próximo presidente podría ser nefasto. El mundo podría derretirse. La contaminación podría acabar con todos nosotros. Los animales humanos podrían muy bien dejar de existir. La existencia de esta especie podría no ser más que un juego.

¿Lloverá mañana? ¿Será nefasta la próxima presidencia? ¿Se derretirá el planeta? ¿Acabará con nosotros la contaminación? ¿Se extinguirán los humanos? ¿Habrá algo más que el azar?

Podría, podría, podría.

¿Será, será, será?

Tal parece que todo lo que queremos hacer con palabrotas filosóficas como ‘es posible’, ‘es necesario’, ‘es imposible’ no es más que lo que queremos hacer con preguntas sobre aquella parte del mundo que aún no observamos: el futuro.

Esto sugiere una línea antimetafísica para comprender la dichosa modalidad: las expresiones de posibilidad no hablan acerca de mundos alternativos, ni sobre propiedades extra naturales de las cosas. Las expresiones modales son simplemente peticiones de predicción. Y las diferencias entre necesidad y posibilidad parecen no ser más que diferencias en grados de necedad o, si se prefiere, en grados de certeza. Diremos ‘es necesario’ cuando nos vaya la vida en ello y ‘es posible’ cuando nos importe un pito.

Olvídense de tanta metafísica, tanto zapallo, tanta teología. A nadie le importan las meras posibilidades en sí mismas, ni los otros mundos, ni las contrapartes. ¿Cuándo entenderán los filósofos que el que a nadie le importen estas cosas es evidencia sustancial en contra de sus explicaciones metafísicas? ¿Cuándo entenderán que tal indiferencia ordinaria tiene una causa insoslayable: el que nadie habla realmente de esas cosas?

Hablar de posibilidad no es más que otra manera de preguntar. Y preguntar no es más que otra manera de expresar ignorancia o aburrimiento. En cualquier caso aquí no pasa nada. No hay metafísica en casa.

Sunday, December 13, 2009

Polvo de Diamantes

No sé cuál es la condición específica. Pero llega un punto en el que la temperatura, la presión atmosférica y las nubes se conjuntan para bañarnos con una lluvia más bien efímera. No es líquido lo que cae. Tampoco es sólido y, obviamente, no es gas. Cae.

Son copos de nieve terriblemente finos. Demasiado finos para verlos a simple vista. Suficientemente grandes, sin embargo, para saberlos precipitarse. La luz se refleja en sus vanas superficies. Uno asume, por inercia más que por saber, que esos puntos unidimensionales de luz que navegan libremente el espacio no son, realmente, pequeñas lumbreras, ni tampoco inmensas partículas de luz misma. Tampoco, asume uno, son microscópicas naves, cubiertas de aluminio, comandadas por homúnculos. No, nada tan aburrido como eso. Son simplemente los copos de nieve más finos que puede haber.

Puesto que no se les ve, no se sabe bien qué sucede con ellos. No es justificable decir que caen sobre superficie alguna sobre la cual se derriten. No hay evidencia a favor. Tampoco se puede decir que se acumulan en su insistencia invernal. Por todo lo que uno logra ver, estos finos copos siguen viajando libremente sobre el viento, por el tiempo, en el espacio. Es extraño, ciertamente, que uno pueda saber que están ahí, cruzando el plano, sin poder, con igual certeza, verlos ahí cruzando el plano. Y es que, en sentido estricto, uno sólo logra ver los destellos de luz que reflejan. Y así, con la perspectiva adecuada, uno puede ver una miríada de luces puntuales, presumiblemente congeladas, destruyendo puntualmente lo que encuentre en su camino.

¿Cómo serán esos finos copos, más pequeños que sus efectos? Por ahora sólo podemos pensar que son fríos al tacto. Pero bien podría ser que lo frío sea la luz misma que dirigen.

No sé bien cuál sea la condición específica. Pero se me antoja creer que estas cosas no son nieve sino polvo de diamantes.

Friday, December 11, 2009

Descubrimientos

¿Cuántas cosas habrá que hacemos, pensamos, creemos y sabemos gracias al azar? ¿Cuántas medicinas, cuántas curas, cuántas estructuras y edificios que ahora nos sostienen? ¿Cuántos hábitos, instituciones y formas de vida en general?

Hay cosas que sólo se descubren por azar. Las vacunas y la radioactividad. Combustión y electricidad. Cosas sobre las que construimos lentamente nuestro andar. Creencias, decisiones, programas de investigación, políticas de gobierno, todas a caballo sobre esto que afortunadamente reconocemos. Descubrimos.

Hay cosas, por ejemplo, que sólo la ignorancia permite descubrir. Cosas que sólo el frío extremo y un bigote y barba desmesurados y descuidados, nos enseñan. Si uno se dispone en estas circunstancias, a menos veintiún grados, barbudo y sin pasa montañas. Se dispone, pues, a cruzar el centro para llegar al campus, a enfrentar un día azul, hermoso, brillante, sin copos precipitados. Si uno llega torpemente a disponerse así, a entregarse así, al invierno, descubre lentamente un sin fin de cosas.

Se descubre, por ejemplo, que las barbas, contrario a lo que se piensa, no sirven de un carajo. Descubre, más bien, que entorpecen. Y este torpe descubrimiento no llega solo. Cuando uno está así dispuesto descubre, también, cuál es la cantidad exacta de humedad, de hidróxido procesado, de agua efímera, que expulsa uno por boca y nariz al respirar. Pues a menos veintiún grados esa humedad no pasa de los bigotes desmesurados, de la barba desarreglada. Se queda ahí, atrapada por el frío y, por consecuencia, se condensa en esa forma del ser que llamamos ‘hielo’.

Así, pues, con descubrimiento en cara, va uno por la vida con un tanto de hielo recubriendo el rostro. Y entonces nota y maldice uno la existencia de bigotes y barbas desmesurados. Y entonces comienza uno a dolerse. Pues las estalactitas capilares no son menos puntiagudas ni menos frías que esas otras que suele uno encontrar en los polos. Hasta que por fin encuentra uno cobijo. Protección alguna en donde pueda tranquilamente entregarse al terapéutico proceso de dejarse derretir el rostro.

¿Cuántas cosas habrá que hacemos, pensamos, creemos y sabemos por azar? Es difícil determinarlo ahora que vivo con este invierno que mandé llamar.

Tuesday, December 08, 2009

Sonido (6)

ALGUIEN está leyendo este blog.

Un silencio atronador le arrebató la vida a esta ciudad. Los deseos se cumplen, cuando no se les espera. Todo tiene siempre muchas causas. La vida. Esta vida. Es hermosamente complicada.

De otra manera no me explico cómo, de la tarde a la noche, entre la casa y la cafetería, de golpe, sin avisar, llegó el invierno. La primera nevada.



De otra manera no me explico esta forma tan sutil de detenerlo todo. No hay más autos en la calle. No más personas en la acera. No más puertas cerrando. No más frenos clausurando. Nada. No más nada. Sólo se oye el paciente pasar del viento, empujando el sonido lejos, muy lejos. Dejando lentamente el silencio tras de sí.

De otra manera no me explico cómo es que aplaudo a este invierno. Esta nevada impredecible. Este mar blanco navegando mi porche. No me explico, por ejemplo, por qué la fortuna se empeña en satisfacerme hasta los deseos más descomunales. Deseo de invierno. Nevada en casa.

Hay otras explicaciones, lo sé. Habrá quienes prefieran otras historietas. Habrá quienes tomen camino por cuenta propia. Dejando huellas sobre la nieve, en otro sentido. Pero no basta. Para mí que la fortuna me busca. Mejor. La fortuna se deja buscar por mi. Para mí que esta vida, que ahora llevo en el bolsillo, nadie me la quita.

El azar es esta vida que es tremendamente complicada.

Monday, December 07, 2009

¡Que venga pues el invierno!

En Alaska cosechan salmón de granja. Los granjeros tienen cada vez más terreno. Lo van ganando al hielo. En Bangladesh ya no saben qué cosechar. Comenzaron por la tierra. Pasaron luego al mar. Ahora ni el mar. La pesca, irónicamente, parece presuponer la posibilidad de volver a tierra. Cada vez tienen menos terreno. Lo van perdiendo al mar.

Hace cinco años la primera nevada me destrozó el alma a mediados de Octubre. Para Noviembre llevaba ya dos semanas seguidas bajo el cero. Hacia el fin de mes estuve a punto de abandonar el doctorado: pensé que podía caminar medio kilómetro a casa de un amigo; la tormenta de nieve, el viento, y los menos veinticinco grados Celcius casi me matan. Todos los años posteriores se comportaron igual. Noviembre era ya invierno. Diciembre la esperanza. Enero la desesperación. Febrero... el último Febrero nos atrevimos a pasear por Chicago. Volvimos solos en la autopista, la cual perdía terreno segundo a segundo ante la nieve. Útil, lo que se dice útil, sólo un carril de tres. Todo lo demás, tundra. Regresamos a casa para descubrir la ausencia del asfalto. Ni pista de él. El termómetro marcaba menos treinta y dos y soplando.

Con la excepción de unos cuantos días a menos dos o tres, todo ha sido un cálido otoño este año. Noviembre entero no bajó del cero. Llegó diciembre y nada. Había sol y cielo. Hace a penas una semana se dejó sentir el frío. Un poco. El termómetro marca los menos seis a la hora del gimnasio. Los pronósticos de nevada son infundados. Ni pizca de nieve por aquí. La poca nieve que se ve, tan sólo flota desperdigada como peluza desorientada. La poca que logra hacer tierra se derrite de inmediato. Hoy, por primera vez, está chispeando nieve. A penas. Muchas penas.

Hoy, Diciembre siete de dos mil nueve, es día en que no ha nevado. Las planicies de este inmenso llano tienen todavía mucho color. Se lo han ganado al frío. Temo haber espantado al invierno. De ser así, sirva esto de invitación cordial a que nos visite.

Aunque, por otra parte, está aquello del calentamiento. De ser así, sirva esto como reconocimiento a mis congéneres. Desde aquí, el calentamiento se antoja cómodo. Recomiendo, con afán de equilibrista, que los granjeros de Bangladesh se muden a Alaska.

Saturday, December 05, 2009

Cuatro en busca de autor



Cuando descubrí a Descartes pude encontrarle un nombre al sentimiento. No sé desde cuándo lo llevo dentro. A veces pienso que la incomunicación es el estado ordinario del hombre.

A veces pienso que aprender un lenguaje es aprender a jugar a que rompemos esa nube solipsista. Cosas que sólo el amor y la amistad logran. Y sólo de manera fantástica: porque los involucrados se permiten inventarse aparte, en una planeta distinto, sin solipsismos, en donde sus personajes (no tan humanos) no son separados.

Terriblemente aislados, es cierto. Pero eso no hace más que embellecer el asunto. El lenguaje se vuelve aún más atractivo y el reto aún más complicado: ¿será posible entenderse realmente? He aquí una razón más para pensar que lo humano, lo esencialmente humano, es la fantasía, la imaginación. De otra manera no sería posible el lenguaje. Ya no digamos la comunicación.

Friday, December 04, 2009

Thinking contradictions

Here’s a claim that many philosophers make or would like to make as if it were certain:

“I can think whatever I want as long as I do not contradict myself.” (B XXVII)

This particular formulation is owed to Kant. But, that is irrelevant. Similar claims, as I said, appear everywhere in the tradition: Descartes surely would accept it, and certainly also would Chalmers. I think the claim is false. I’m sure my mind is limited and that this limits do not correspond with my capricious whims. So not everything I want is something I can think of (unless of course we understand ‘wanting’ as ‘thinking’, but then the claim is ridiculous, not certain). Yet, even if you agree that you can think of everything you want, there’s a further, more substantial, problem with this claim.

If it is true, then there’s a limit to what we can think of: contradictions. How can we, even with great Cartesian powers, know this? How can we know that contradictions cannot be thought of? How can the content of any mental state be the representation “that contradictions cannot be thought of”? It seems that the content itself is a thought about contradictions. So it cannot, itself, be the content of a thought.

Here’s another way to make the same point. If we are to know that contradictions cannot be thought of, we better know what contradictions are. Otherwise, we don’t know what we are talking about when we say that contradictions cannot be thought of. Suppose we know what contradictions are, perhaps because we can identify them. Doesn’t this presuppose that contradictions can be thought of? For how can we identify something without even thinking of it? Is it that as soon as we understand that, say, representation “R” is a contradiction it magically pops out of mental existence? That seems odd, if not ridiculous.

No matter what we take contradictions to be, if we are to claim that the very notion plays any useful role, it better be that we are able to have thoughts about them. The problem, then, with having thoughts the content of which is a contradiction is not their impossibility, but something else.

Here’s what, I believe, is a more useful way to understand contradictions. Take the contents of thoughts to be something like recipes for mental movement. There are, as with cooking, several different kinds of recipes. Some are good for several different contexts, others aren’t. Some are tastier than others, some are more boring than others, some are fun, some are dumb. Yet, they all get us to move somehow. Contradictions are a special recipe for thinking: they ask us to move one way and then move back to the same spot. They are, in this sense, absolutely useless. They are neither tasty, fun, or boring. They are, more likely, quite frustrating. But we can still have thoughts with them as content.

I think a lot of us do have those thoughts more often than not.

Wednesday, December 02, 2009

Las visitas



Es un tanto extraño, ahora lo entiendo, que de pronto te visite el pasado. Más extraño aún no darse cuenta, hasta que se ha ido. Llegó hace unos meses. Tres, para ser preciso. Sin maletas. Su presencia, insistencia, fueron suficientes. Lo debí notar entonces. Pero lo supo esconder. De ahí su éxito. Era un trozo de pasado encarnado, personificado. Un ser que pasa de ser un amigo a no sé qué ser.

Entró por la puerta de casa con un solo propósito. Obligarme a reconocerme. A limpiar el camino entero. No se fue sin lograrlo.

Me ha enseñado concretamente la necesidad de estar a cuenta con el pasado. Ahora lo entiendo, no sin dolor. Se ha ido. Él. Me ha dejado con el pasado sentado en plena sala. Sé, con toda certeza, que no lo volveré a encontrar. Vendrá el amigo, sí. Lo habré de encontrar, sin duda. Pero no volverá lo pasado. Él.

Con todo, su labor no deja de merecer reconocimiento. Se introdujo en lo más ordinario del presente. En la rutina. Las mañanas, los almuerzos, las cenas, los viajes, las dudas, los proyectos, el gusto ordinario de las cervezas después del trabajo. Alimentó esas creencias injustificadas que tanto motivan el andar del día. Me hizo ver lo terriblemente imaginario que soy al reinventarse de principio a fin frente a mis ojos. Él. Pasado. Lentamente dejaba de ser ese amigo de antaño. Me desvanecía yo de sus memorias. No sé qué acabamos siendo. Él y yo. Para él y para mi.

Corrijo. Sé muy bien. Cuando uno enfrenta su pasado, con tanta constancia, termina por olvidarse. Somos ahora un pleno par de desconocidos. Uno es tanto como su rutina. Se fue sin ella. Lo dejo todo aquí. Las mañanas, el gimnasio, los almuerzos. ¿Quién es, cómo y dónde? Lo ignoro. Será cosa de esperar otra visita.

Meses después se ha ido ese pasado terrible. Silente. Salió por la puerta. No pude hacer menos que mandarlo una vez más a volar.

Pasado amigo. Amigo pasado. A eso se dedican las visitas. A pasar.

Gracias hermano, por traerme el pasado. Gracias amigo, por llevarte ese trozo de tiempo y guardarlo. Gracias por dejarme la guitarra y los tiempos libres. Futuro y presencia. Ya te contaré, después, en otro viaje, otra visita, qué fue de ellos.

Las visitas nos ayudan a entender por qué extraña uno siempre el pasado.

Tuesday, December 01, 2009

The Philosophical Historian's Conundrum

As I was walking down the hallway I looked at L's office and the idea became clear. L has a t-shirt on a chair somewhere in his office. The t-shirt says something like "Hume's Society ...". I then looked at L. He was working hard on... Hume. Presumably. This brought two ideas to mind:

1) Philosophers that are interested in the history of philosophy and, particularly, in this or that person's philosophical views, must really like the latter's philosophical views.

2) Those historical philosophical characters, like Hume and Aristotle, must really have had very strange and complicated views (or at least, very odd and obscure ways of presenting them) for there to be so many philosophers interested in properly interpreting there ideas. If it takes generations and generations of X-scholars to get clear what X says, there must be "something" wrong with what X says.


I wonder, then: why is (1) the case? Isn't (2) good enough reason for there not to be instances of (1)? Put the other way around: why is (2) the case? Isn't a long standing tradition of instances of (1) good enough to sort out the problem posed by (2)? The problem is more complicated though: it seems not only that (1) and (2) should eliminate each other, but that they can only exist each in virtue of the other. There shouldn't be any interesting X-scholar job being done if there were no (2)-like problems with respect to X. And we wouldn't find any interesting problems with X's philosophical views unless there were some highly interested X-scholars pointing them out.

That's the philosophical historian's conundrum: their problem-solving, interpretation-finding, project is interesting if and only if their X-philosopher somehow messed up. But if X messed up, why should they care about her work?