Hay en el cuarto piso del edificio de la calle Thayer una representación. Me trae recuerdos.
Domingo nació el año once, aquel once del diecinueve, no del veinte. Los que no lo conocen como yo, lo recuerdan por su activismo de izquierda, su periodismo, y (tal vez) su gobierno. Fue presidente de Argentina del sesenta y ocho al setenta y cuatro, números aquellos del diecinueve aquél. No del veinte éste.
Yo, sin embargo, lo recuerdo por sus recuerdos y los míos. Domingo tiene una representación, un ‘Domingo’, en el cuarto piso del edificio de la calle Thayer. Por casualidad, decisión o imposición, este piso lo habita, también, otra entidad abstracta: el departamento de lenguas y literaturas romances de la universidad en la que, hasta el día de hoy al menos, estudio y trabajo.
Y ahí está Domingo, con su ‘Domingo’, y su doctorado honorario en leyes que algunos otros domingos le habrán obsequiado en tanto recuerdo de sus recuerdos y sus logros. La universidad en cuestión, otorga, reconoce y pule sus recuerdos.
¿Qué hace Domingo Faustino Sarmiento en el cuarto piso de aquél edificio? ¿Qué hace Domingo perdido en la tundra del norte, tan lejos del sur? La respuesta es simple: Domingo se dedica a recordar a Domingo, quien otrora habría sido exiliado por de Rosas quien, da la casualidad, llevo constantemente en el bolsillo, en la forma de otro recuerdo, impreso esta vez, en un billete de veinte pesos del banco central de la Argentina, país aquél del sur que recuerdo ahora que ‘Domingo’, ‘Faustino’ y ‘Sarmiento’ lo traen todo a colación. ‘Domingo Faustino Sarmiento’ está aquí para recordar algo. Debe ser grande el recuerdo, porque ‘Domingo’ no basta. Y mucho menos ‘Sarmiento’.
¿De qué otra cosa están echas las cosas si no de recuerdos? Recuerdo, recuerdo. Nunca olvido. Recordar.