Wednesday, September 25, 2013

Primera instantánea

Somos una sarta de azotados. Nos duelen todo tipo de cosas. Desde los genocidios hasta las despedidas. Y no es precisamente porque distribuyamos el dolor en correspondencia con la relevancia objetiva de lo dolido, sino, más bien, en correspondencia con la relevancia personal: osea que siempre, cualquier cosa, es la que más duele, más destruye, más quema.

Nos preocupan y acongojan todo tipo de cosas. Hoy es la libertad humana, mañana puede ser una frustración, pasado mañana una quesadilla y el fin de semana una mirada mal puesta. No hacen falta pretextos para fustigarnos.

Y así vamos por el mundo, llorando nuestras tragedias en cada esquina, sin mucha consistencia entre unas y otras.

Pero no sólo hay quejas, también hay deificaciones.  Aquí sí parece haber más consistencia: sólo aplaudimos lo grande, lo que nos sobrepasa, lo que está por encima de uno y, preferentemente, de todos. Glorificamos la ciencia, la arquitectura, la política, la historia, la bondad humana, la felicidad... Nunca, curiosamente, se nos ocurre glorificar ese particular taco de lengua que disfrutamos el día anterior. La vida ordinaria no parece resultarnos suficiente para vivirla.

 Me niego a vivir así.

Déjenme una bicicleta y su tiempo y les regalo el mundo entero.  Déjenme pedalear la vida y se pueden quedar con el resto. La familia, la arquitectura, la ciencia, la amistad, la sociedad, el éxito, el fracaso, la revolución, la imposición y lo que falte, se los dejo todo a cambio.

Tuesday, September 24, 2013

Formulación

Recientemente encontré una formulación perfecta, por cómoda y acertada, de lo que me acontece (a mi gusto) estos días:

Soy un fotógrafo cuyo quehacer consiste en asistir a eventos a los que, por alguna razón desconocida en cada caso, sólo asiste el fotógrafo.

Habrá que darle vueltas a esta formulación por días, noches, cenas, comidas y caminadas por el parque. Sospecho que lleva mucho entre manos.

Saturday, September 21, 2013

Escepticismo

Te vas y me dejas aquí. Nunca más sabrás lo que hago. Nunca más sabrás de mi. No podrás sino sospechar. ¿Por qué traigo el mismo vestido que ayer? ¿Cuántas veces me habrán llamado para buscarme? ¿A cuántas cenas habrás faltado desde que te fuiste? ¿Quienes y cuántas veces me habrán encontrado? ¿Y para qué? Los ves ahí, como delineando el pasillo. ¿No surge la duda? ¿No te interesa saber?

Haz amputado la relación con tus amigos. Será mejor que no te aparezcas más por un tiempo. No es sano que asistas a fiestas. Menos aún que, en una de ellas, encuentres una mirada sonriente y amorosa que te reciba. No. Mejor vete por un tiempo. Hazte olvidar.

Pero yo sigo siendo tu amigo. Ven a casa. No puedo decirte por qué ahora ésta es mi casa. No me preguntes quién trajo la comida, ni por qué no puede recibirte a cualquier hora. Tampoco insistas en saber quién vendrá después, ni cómo; por qué estará aquí, ni cuánto. No quieras saber. No puedes saber. Pero sigo siendo tu amigo.  Eso lo sabes.

Te invitamos a cenar en casa. Pero no llegues muy tarde. No podemos quedarnos mucho tiempo. No preguntes por qué. Tenemos un compromiso. Sí. Ellos también irán. No. No puedes ir. Mejor no preguntes. No tiene sentido saber. Además es obvio. Decidiste marcharte. No puedes entrar. No sé por qué. No preguntes. Así es la imaginación colectiva. No se puede estar de mil formas, aunque mil formas se imaginen estar.

¿Qué cenas? ¿Qué invitados? ¿Quién trajo las nueces? ¿Quién la inseguridad? ¿Quién los silencios? ¿Quién la frontera? ¿Cuándo perdieron todos sus nombres para convertirse en "personas de confianza"?

No se puede saber. Nunca más se sabrá lo que sucede. Porque no sucede nada afuera. Porque todo se inventa y entreteje dentro. Porque no hay, en realidad, nada sucediendo más allá de lo que decimos, lo que esperamos, las cenas que fijamos y las charlas que guardamos. Nada. Más allá de esa invensión social de un mundo por encima de las piedras, nada hay.

Nada se puede saber porque lo único sabido es lo inventado, entretejido, por todos. Tu ignorancia, como la de otros antes que tú, te ha dejado en el más puro ostracismo. Más vale que no vayas, no preguntes; que no vengas, que no sepas.

Abraza el escepticismo como tu forma de vida. La más humana de todas, quizás.  No se puede saber.  ¿Por qué preguntas?

Friday, September 20, 2013

Diagnósticos

El tema del amor es ciertamente extraño. Pocos temas tendrán tantos libros, artículos, comentarios, columnas, poemas, diatribas, discursos, apologías, encomios, vituperios y críticas en la historia de la humanidad, como los tiene el amor. Pocos temas pasaron y pasaran por la cabeza de tantas personas como el del amor. Y aún menos de los temas que han recibido tanta antención como el tema del amor tendrán tan poca claridad sobre su propio tema.

¿Por qué es así? me pregunto ahora que intento recoger apéndices desperdigados, ahora que busco ese punto de partida con toda la calma que me permiten mis piernas. Tengo algunas sospechas.

Habremos de comenzar por excluir las explicaciones simples. La extraña situación del tema del amor no se debe, en absoluto, al hecho de que trate de una emoción o un estado emocional (o una forma emocional de ser) del ser humano. Abundan las emociones, los estados emocionales, sobre los que (precisamente por que los vivimos ordinariamente) se tiene bastante claridad: el dolor, el enojo, el miedo, la ira, la pasión, la obsesión.

También habrá que rechazar la hipótesis según la cual el tema del amor es escurridizo precisamente porque es algo prístino, elevado, magnifiscente, excepcional, algo que pocos pueden conocer.  Habrá que rechazar esta hipótesis por partida doble: el amor ni es excepcional, ni lo excepcional es escurridizo. Todo ser humano ha amado, tanto como todo ser humano se ha dolido, frustrado, emocionado y enfurecido, alguna vez en su vida. Y no hace falta que un alto porcentaje de la población histórica humana experimente la maternidad para tener una muy buena idea del tema.

Sospecho que el asunto se resuelve por otros caminos. El tema del amor se ha vuelto escurridizo precisamente porque, a diferencia del dolor, la furia y el enojo, al amor lo hemos colocado en una tarima especial, separado del resto de las emociones, una tarima en donde se desdibuja la función natural del amor y se le sustituye por funciones normativas, sociales y hasta políticas.

Para abandonar este estado de perplejidad propongo, como primer paso, imaginar al amor como imaginamos al hambre, al coraje, a la ira, a la pasión y a la obsesión: es una más de las funciones naturales del ser humano, una que probablemente sea exclusivamente humana y que, por ende, seguramnete involucra imaginación, planeación, reflexión y control.

Como segundo paso, una vez que asumimos que tiene un papel funcional en la vida mental de los humanos, propongo ir en busca de esa función o funciones que pretende desempeñar. Aquí dos candidatos que suelen confundirse y, por ende, justificar adscripciones de enamoramiento a veces erradas a veces certeras.

Función 1: alegrarse ante la alegría que a otro le genera estar con uno.

Función 2: generar alegría por estar con otro de manera que al estar con uno el otro reconozca y reproduzca generativamente esa alegría por estar con uno.

Quizás convenga entender ambos de manera más ordinaria. La primera función es la de enamorarse del amor de otros hacia uno. La segunda función es la de generar, sin condición previa, ese amor por el otro. La primera es como un molino que se beneficia del paso de un río. La segunda es, y aquí temo que la metáfora útil me obliga a caer en cursilerías, como un manantial que genera un río. La primera se detiene cuando se detiene el río. La segunda se genera a sí misma.

De lo anterior surgen algunas consecuencias peculiares, tal vez útiles. Contamos con dos patologías: la incapacidad por alegrarse ante la alegría que los demás sienten al estar con uno mismo; y la incapacidad por generar uno mismo alegría por estar con alguien más. Ambas podemos considerarlas amputaciones funcionales del amor. Pero conviene distinguirlas, si es que se busca algún día resolverlas.

Otras consecuencias peculiares de lo anterior son, primero, que no tengo la más remota idea de cuál de estas patologías me afecta (si alguna) y, segundo, que tengo una sobredesarrollada capacidad por esconder bajo una discusión teórica un tema emocional. Lo primero preocupa. Lo segundo permite delimitar, manejar, señalar, observar y enfrentar temas de uno mismo que de otra manera sería imposible quizás siquiera reconocer.

Diagnóstico final: erofobia exacerbada por teoretitis aguda.

Diagnóstico especulativo: quizás uno de los problemas del tema consista en que el amor, a diferencia de las demás funciones emocionales, es una función de segundo o tercer orden que recluta a otras funciones emocionales más básicas.  Pero esto, que es ya la continuación de la irritación teórica de la mente, requiere de otros días y otras noches para imaginarlo.




Tuesday, September 17, 2013

(...)

No tengo una explicación satisfactoria, pero sí una historia que me cuento día con día y que me hace pensar que tengo una explicación satisfactoria. No tengo un cerebro adictivo. Soy capaz de sentirme profundamente atraído, mecánicamente incluso, por todo tipo de cosas. Pero no hace falta sino algo de tiempo y costumbre para que esa atracción desaparezca. Lo mismo da que sea cocaína, alcohol, comida o personas.

Es una historia triste o, mejor dicho, de tristes consecuencias. Entre otras, tiene la triste consecuencia de generar insensibilidad o, si se prefiere, apatía por muchas formas de conducta de los demás. No logro entender, por ejemplo, por qué hay tantas personas a las que les gustan tanto tantas cosas, hasta llegar a la excesiva socialización (léase comercialización) de lo gustado. ¿Por qué les gustan tanto?

Obviamente esto me hace pensar en los vicios que todos llevamos, pero que a esos tantos con tanto gusto por tanta cosa les causan más problemas. Porque no tiene sentido imaginarse sin vicios, pero tal vez haya algo útil, algo bueno, en abandonar constantemente unos vicios por otros. Pero para ello hace falta el desapego, el menos, el no tanto ni a tantas cosas.

¿Por qué les gustan tanto tantas cosas? Cierta virtud habrá en abandonar vicios para adquirir otros.

Tuesday, September 10, 2013

De huérfanos y sordos

He decidido separarme un poco del mundo. Lo cual no es sino una manera rebuscada de decidir alejarse de aquello que me ha dado sustento durante estos últimos años. Los por qués de tal decisión vienen siempre a la mano. Son muchos. Se entrecruzan. Se enfrentan. Se apoyan. Se destruyen. No tiene mucho sentido enlistarlos. Lo cierto es que todos se reducen a uno sólo: una ya muy añorada necesidad por encontrarme y, más todavía, por encontrarme solo, sin más, ni menos, de lo que he venido a ser estos últimos años: un huérfano que no reconoce su orfandad. Si me lo preguntan, si me lo pregunto ahora, ¿qué es la orfandad?, no sabría responder.

Por eso he decidido separarme un poco del mundo. Guardar silencio y escuchar. Escuchar todo. Desde lo que dicen hasta lo que se quejan. Escuchar, simplemente escuchar, por qué sí o por qué no. Escucho, por ejemplo, mi inseguridad todos los días. Escucho mi incertidumbre al pensar que he decidido separarme un poco del mundo. Escucho mi miedo, mi terror, al ver a los demás distanciarse con fuerza. Pero también escucho los pasos. Claramente escucho los pasos de aquellos que se van y los que vienen, de los que no resisten más este silencio y los que, con genuina curiosidad, se acercan para ver qué sucede.

Porque hay pasos de todo tipo. Los hay ligeros que van y vienen según conviene. Los hay grandes, lentos y alargados. Pasos tranquilos que de tan lento andar parecen no moverse. También los hay inquietos, pasos que necesitan pasar, marcar, anunciar e irse. Pasos que no resisten simplemente estar. Pasos que gritan constantemente algo difícil de entender, pasos que piden que se les hable para ser escuchados, pasos que no quieren oir cualquier cosa, pasos exigentes, pasos que no gustan del silencio. Pasos que se van.

He decidido detener un poco mis pasos de este mundo, para descubrir que a nuestro grave problema de escucha le acompañan dos enfermedades: la sordera ajena y la propia. Veo cómo se repite día con día el mismo ciclo: quiero que me digas lo que quiero oir para poder sentir que me escuchas cuando te hablo. No nos gusta hablar si no nos hablan. Peor aún, nos irrita hablar si no nos hablan contando lo que queremos oir. Nos resulta absolutamente insoportable guardar silencio y escuchar lo que sentimos, lo que pensamos. No podemos sino estar hablando, aunque sea en su ausencia, con alguien más. No nos basta con oirnos. Menos nos bastará con oir a los demás. No sabemos escucharnos. Menos sabremos escuchar a los demás.

He decidido separarme un poco del mundo, para escucharme, para escucharte, para sentirme, para reconocerte reconociéndome. Para descubrir que somos todos huérfanos, somos todos sordos, pretendiendo estar acompañados y escuchando. Para confirmar que nos hemos abandonado de manera que siempre, irremediablemente, sucumbimos a la falsa necesidad de distraernos, de engañarnos, en otros, con otros, para otros que, curiosamente, ni conocemos ni escuchamos.

He decidido separarme un poco del mundo para delinear la sorda orfandad en la que vivimos todos.

No hay más.

Tuesday, September 03, 2013

Siempre repetir la fuerza

"Tú te vas, dejas, y luego actúas como si te hubieran dejado", me dijo visiblemente molesta. Y yo no pude sino pensar una y mil veces que así ha sido siempre. Siempre repetir el abandono. El mecanismo es simple, me digo en silencio. Me voy para no ser abandonado. Abandono para encontrar eso mismo, el abandono en uno, en casa, de noche. Vuelvo para exigir justicia, para denunciar el abandono en que me encuentro. El mecanismo es simple. El resultado es atroz: el abandono autoinfligido, sin necesidad, sin motivación.

"Te vas aunque aquí estás. No sólo no te dejas encontrar, ni siquiera te dejas buscar" afirmó con tristeza en las manos. Y yo no pude sino asentir como quien roba y es visto robando. La propuesta es simple, pienso. Siempre repetir la fuerza. No quiero que me encuentren, prefiero que no me busquen, porque no los necesito.  Me voy para no ser apoyado. Abandono para demostrar que no hacen falta los que se fueron, que lo puedo todo, que estoy mejor solo. En casa, de noche, triste y abandonado. No vuelvo, porque aquí es más fuerte el autoengaño. La fuerza con fuerza se impone. Aplastando dolores. Ignorando ausencias. Olvidando temores. Para nunca delatar mi gran fragilidad. La propuesta es simple, el resultado patético: la imagen impuesta de una fuerza inexistente que recubre una fragilidad evidente, dolosa, triste, necesitada.

Y así pasan mis días y horas, atendiendo mis dolores al negarlos. Mejor sería buscar un abrazo.