¿Cuáles son las mejores condiciones para la explotación? Un trabajador con varias opciones de trabajo, alguna de las cuales ofrece mejores condiciones de vida, difícilmente será explotado. Necesitamos, pues, un trabajador con pocas o nulas opciones de trabajo. Los tiempos modernos nos brindan cada vez más ejemplos.
Imagino el caso perfecto. Teodoro ha dedicado toda su vida a leer filosofía. Ha decidido convertirse en el mejor, así que no ha prestado atención a más nada. No sabe hacer otra cosa que no sea leer y escribir filosofía. Para asegurar el éxito, ha decidido especializarse. En realidad, sólo leer artículos sobre el problema de la falla de sustitución de nombres correferenciales en contextos de adscripción de creencias desde el punto de vista de las ciencias cognitivas. Teodoro es también capaz de leer y escribir textos sobre el problema del valor cognoscitivo de las oraciones verdaderas de identidad que emplean dos nombre correferenciales. A partir de ahí todo es confusión. Puede leer fácilmente sobre la naturaleza de la referencia y el descriptivismo del significado. Pero es un tanto incapaz de escribir textos al respecto.
Por lo demás, su incapacidad es tal que preferiere no atreverse siquiera a comprender. Es totalmente incapaz de leer (ya no se diga escribir) sobre el problema de la distribución de la justicia para modelos igualitaristas que pretenden salvar las diferencias culturales. Mejor ni se acerca. Y no se diga nada sobre el problema metafísico sobre el contenido de los juicios estéticos en las obras de ficción. A él le da lo mismo. El Quijote bien puede ser Macbeth. ¿A quién le importa?
Teodoro está, según el uso técnico, jodido. Sus opciones de trabajo se limitan no sólo a las universidades (excluyendo así la mayor parte del mercado laboral), sino también a las universidades que tienen como fin realizar investigación. Eso no es todo. Dentro de éstas, sólo tiene acceso a aquellas pocas que tienen como fin desarrollar la investigación filosófica. La historia sigue. Debe excluirse ahora todas aquellas que no se dedican la investigación filosófica analítica y dentro de éstas a las que no tienen un talante naturalista, dentro de las cuáles cabe excluir a las que no tienen interés por la filosofía del lenguaje. De las restantes debe uno descontar a todas aquellas que ya tienen quien se preocupe por los nombres propios.
Como dije ya, Teodoro está jodido. Cabe joderlo más. Un trabajador con poca o nula competencia difícilmente será explotado. En el caso de Teodoro la causa de la especialización radical es justamente el exceso de competencia. Cada año se suman más de cien a la lista de los que se preocupan por el problema de la falla de sustitución de nombres correferenciales desde el punto de vista de las ciencias cognitivas. Y, como ya se dijo, todos estos infelices tienen muy pocas opciones de trabajo.
¿Qué puede hacer un trabajador contra tanta jodienda? La respuesta es obvia. El trabajador se deja tomar por culo y abarata su trabajo. Hay, sin embargo, mil formas de abaratar el trabajo. La más simple consiste en pedir menos dinero. La más cobarde (quiero decir, sutil) consiste en trabajar más por el mismo costo.
El resultado es conocido. Teodoro sabe, aunque quizás no sabe que sabe, que debe trabajar más, mucho más, siempre más, interminablemente más, para conseguir un empleo. Duerme cuatro horas al día, todos los días. Invierte tres horas en comer, dos en transporte y una en conseguir alimentos. Le quedan catorce horas hábiles siete días por semana. Teodoro es grande. Sus noventa y ocho horas de trabajo semanal le han permitido terminar sus cursos con ocho meses de antelación. En consecuencia, presentó su proyecto de investigación con diez meses de antelación, se graduó un año antes que sus compañeros y escribe de dos a tres textos más que sus coequiperos cada año. Teodoro es una máquina. Una gran máquina que, como los obreros de la revolución industrial, cada vez se parece menos a un ser humano.
Imagino pues, el sindicato intelectual. Las imposiciones son obvias. Nadie podrá pensar (es decir, trabajar) más de ocho horas diarias cinco días por semana. Sábados y Domingos se recomienda tomar talleres de meditación o ayuno intelectual, según se vea. El número de artículos se limitará por igual. Nadie podrá publicar más de dos por año. Si acaso hay un cerebro esquirol, capaz de producir cuatro artículos al año aún dentro de la jornada laboral prescrita, la persona al mando tendrá dos opciones: ceder los derechos de autoría a quien, por una u otra razón, no hay cubierto su límite; o bien dejar en el olvido su gran producción intelectual.
Los libros, si acaso los hay, habrán de tomar diez años por autor y con límite de páginas. Hegel y Santo Tomás serán paradigma de injusticia y capitalismo intelectual. No se diga Marx. No habrá más Putnams, Heideggers ni Shakespeares. “El Quijote” será un trabajo en coautoría y “2666” el resultado del trabajo sindicalizado de varias generaciones. Nadie podrá escribir otra teoría de la justicia y todos, absolutamente todos, tendrán que aprender a escribir como Rulfo.
Por la eliminación de la explotación cerebral, bienvenido sea el sindicato intelectual.
*Agradezco a Catalina Pereda por la sustancial discusión sobre el tema