Casado estoy. Como es natural, intento describirme. Comienzo por reconocer mi ignorancia. No sé lo que sea el matrimonio. Pero me aventuro. Busco un acercamiento.
Sospecho que, ante todo, es una apuesta doble. Es un presagio de dos rostros. El inconveniente y abierto futuro, como el pasado, será sorteado a dos manos. Con problemas, quizás. Pero sorteado al fin.
La apuesta es reflexiva. Obviamente. Como toda nave sobre el mar, apuesta al mar, apuesta a la nave. Que el mar no sea brutal y que la nave no pierda el centro, que no se haga mar.
Cabe preguntarse, estando en esta empresa, ¿cómo habremos de lograr tal hazaña? La respuesta es obvia. Simple. Y un poco desgastada. Pero sigue siendo la respuesta. Con amor, supongo. Qué sea esto, no lo sé. Llevo poco tiempo averiguando. Veo que no hay definición, a lo más uno que otro acercamiento. Por lo que entiendo, es, al menos, una actitud dirigida con demandas peculiares: flexibilidad mental, apertura doxástica, deseo sustancial y cambiante, a los diferentes aspectos de la persona, y fijo, a la misma persona. Todos ellos sobre el límite. De nada sirve la flexibilidad mental si no es capaz de doblar sus propio límites. De nada la apertura, si cierra sus límites, por amplios que sean. ¿Y qué se dirá del deseo? Un deseo que no desea más es un deseo suicida. La apuesta se formula simple: que haya suficiente amor.
Pero la apuesta es doble. La nave apuesta al mar y a sí misma.
Que haya suficiente amor y que el amor sea suficiente.