Saturday, June 21, 2008
Música Propia
Llevo dos días leyendo a Bolaño. Mejor dicho, dos tardes. Por las mañanas leo a Chalmers, Jackson, Stalnaker, Hawthorne. Tengo el afán de contradecir al bidimensionalismo epistémico y su tesis central: “una oración es cognoscible a priori si y sólo si su primera intención es necesaria.” Las estipulaciones son mi ejemplo favorito. Aunque también son y han sido, pero ya no serán, el ejemplo tradicional de oraciones que expresan proposiciones contingentes y cognoscibles a priori. (Recién descubrí que Stalnaker no cree más en esto. Me reconforta). Llevo ochos meses pensando el argumento. Al principio todo salió mal. La mira estaba mal enfocada. Confundí al bidimensionalismo epistémico con el metasemántico. El agua y el aceite nunca han sido lo mismo. Ahora debo volver sobre mis pasos. Eso he hecho todas las mañanas, desde hace una semana. Las semanas anteriores había estado leyendo a Penn, Margolis, Laurence, Rey, Goldman. Estoy poniendo las últimas comas a un argumento que llevo formulando desde noviembre del 2006. Es complicado. Tiene miras muy alzadas. La piedra pretende llegar lejos. Por eso toma tiempo enfocar. Hay que armar bien los resortes y conseguir la munición adecuada. De otra manera uno termina por dar un espectáculo. No un argumento. A veces me pongo a leer a Lewis, Salmon, Everett, Walton. No sé bien qué pensar sobre los nombres vacíos y los discursos de ficción. Desde que llegué a México me atrae más la posibilidad de negar la existencia de los nombres vacíos. El precio es alto. Ontológico. Traer un regimiento de objetos abstractos a cuenta. No sé qué es un objeto abstracto. Uno termina por hacer metafísica aunque no quiera. Ya estoy harto de los nombres vacíos. Mejor vuelvo a leer a Frege, Russell, Plantinga, Soames, Marcus. Insisto en que el problema de la informatividad de las oraciones verdaderas de identidad es uno y el mismo que el problema de la falta de sustitución de términos correferenciales en adscripciones de estados mentales. Éste lo llevo pensando desde el verano pasado. Ya casi es el año. Para como son las cosas, comienzo a esperar una nueva ocurrencia. A ver si así ya puedo convencer a mis sinodales. Son muy reticentes. No sé si miopes o buenos maestros, pero no dicen ver mucho en el argumento. También cabe la posibilidad de que simplemente sean honestos. La ausencia de la nueva ocurrencia habla a su favor. No logro poner el palabras esa emoción visceral que aparece cada vez que me convenzo de que el problema de la informatividad de oraciones verdaderas de identidad no es sino el problema de la falta de sustitución de términos correferenciales en adscripciones de estados mentales (especialmente de creencias). ¿Qué es lo que hace que estas dos cosas sean una? En sentido estricto, la respuesta es sencilla: nada. Si son dos cosas no pueden ser una y a lo que no puede ser nada puede hacer que sea. Esa es ley divina. Es decir, metafísica. Ley Tractatus, Ley Wittgenstein, Ley de pacotilla. Pero ley. Ley. Así que nada. Sigo leyendo. Desde hace dos tardes, los detectives salvajes. Y nada. Nada. Me gusta más veintiséis sensentaiséis.