Tuesday, November 29, 2005

Coincidencias privadas



Consultando una vieja cuenta de correo que apenas visito una o dos veces al mes, me topé con que una amiga del pasado había abierto una cápsula del tiempo y del espacio disperso...

Mi amiga, de la que hace varios años no sabía nada, escribía a lo que en otra época fue un grupo de personas unidas por ciertas circunstancias e intereses en común. Años después, desaparecido ya todo vínculo del antes bien ponderado grupo, me veo enfrentada de pronto a dos sucesos cuya conexión aún no logro entender. El primero, un sueño mío, una mera divagación de la conciencia en su estado más misterioso; una manifestación de mí misma y, al mismo tiempo, la mezcla casual de imágenes ordenadas arbitrariamente por una mente dormida que parece operar indiscriminadamente. Un sueño en el que, además de un sinfín de personajes indistintos, aparece mi amiga, aquella amiga de la que hace años no sabía y que tuvo el tino de escribirme hoy, sólo unos días después de que la había soñado. Esta segunda aparición del personaje, por decirlo de algún modo, en el mundo "real", constituyendo el segundo hecho que, aunado al primero, me tiene perturbada y constituye la causa de las presentes divagaciones.

Todo parece muy extraño. Thania me escribe una carta. Hace años que no sé de ella y, sin embargo, apenas unos días apareció -con aparencia fortuita- en uno de mis sueños... A veces pienso que debe haber algo más en la contigencia que el mero azar; me pregunto si será que las coincidencias existen de verdad, es decir, si tiene sentido decir que dos eventos co-inciden, que confluyen en cierto tiempo y espacio por una razón, y no simplemente por mera casualidad. Porque ahí está la gran diferencia entre lo que me parece es, por un lado, el mundo de la física -disculpen aquellos más versados sobre dicho tema si digo alguna barbaridad al respecto-, es decir, de las cosas que sólo pasan sin ningún por qué o para qué, sino que simplemente ocurren por que sí con cierta regularidad y constancia, y por otro lado, el mundo humano cargado de significación, de sentido, de fines que perseguir. ¿Pues qué otra cosa es el hombre que un ser teleológico que anda tras una u otra estrella, y al desaparecer ésta, corre el peligro de caer en el más oscuro de los abismos?

Piénsese nada más por un momento, ¿qué sería de usted si no tuviera propósito alguno que perseguir? ¿si no hubiese ningún deseo que lo hiciera levantarse por las mañanas, ninguna idea de sí mismo que le permitiera soñar un poco antes de acostarse? Es decir, ¿qué ocurriría si no pensáramos que existen las coincidencias, que el hecho de que las cosas ocurran de determinada manera tiene un sentido, que no es lo mismo enamorarse de Eduardo que de Juan o de Pedro? Y sin embargo, las cosas podrían ser así, podrían no tener ningún sentido, podrían no existir las coincidencias ni ser relevante la diferencia de enamorarse de uno u otro personaje.

Mejor aún, quizás estos precisos pensamientos no tenga en sí mismos ninguna utilidad, quizas mejor no pensarlos, porque el gran problema de una existencia como la nuestra, proyectada hacia el futuro, es que puede llegar el momento en el que creamos haber quemado ya todos los fusibles y no quede nada más que imaginar; una estadía que no deje cupo a ningún deseo posible que pueda iluminar nuestra inútil y minúscula vida. Porque uno de los inconvenientes de tender hacia un fin es que cuando éste se presenta como falso o imposible, se nos cae el tinglado.

Y ahí hay de dos: o nos deprimimos, o nos enojamos.
Pero ya basta,
Voy a parar ahora -si es que no han parado ustedes antes- ustedes, inverosímiles lectores de diarios no íntimos, ustedes, escritores llenos de tristeza, sin fines y sin estrella, vagando perdidos por esta inmensa acera.


Coming next: ¿De quién hablamos cuando hablamos de los otros? ¿de dónde proviene ese afán -¿moderno, acaso?- de generalizar?