Gombrowicz, sin embargo, no busca precisamente deshacerse de la discusión, busca recuperarla como un juego de quien, consciente del juego, no busca la verdad sino la diversión:
"Pero aquellos que saben liberar el placer, para quienes la discusión será al mismo tiempo trabajo y diversión (...) ésos no se dejarán agobiar y entonces el intercambio de frases tomará alas, brillará con encanto, pasión y poseía y (...) se transformará en un triunfo. (...) Si la literatura se atreve a hablar no es en absoluto porque está segura de su verdad, sino porque está segura de su deleite. (...) El mundo se ha vuelto mortal y estúpidamente serio, y nuestras verdades, a las que negamos el derecho de divertirse, se aburren demasiado y por venganza empiezan a aburrirnos también a nosotros."
Secretamente Gombrowicz presenta la razón de ser de la discusión. Si, como dijo antes, no se trata sino de una forma de presentarse uno mismo para defenderse ante otros, lo mejor que se puede hacer es disfrutar esa presentación narcisista. El deleite en la palabra que defiende Gombrowicz, por más literato, intelectual y etéreo que parezca, no es sino deleite de uno mismo. La honestidad de G es digna de aplauso. No se trata de deshacerse de la discusión por su inevitable egocentrismo, sino más bien de reconocerla como tal y abrazarla en su base: hay que discutir sabiendo que es un acto de presunción propia y hacerlo bien, deleitarse en las palabras mismas que nos llenan la boca al discutir. La idea no deja de recordarnos a los sofistas, a los grandes sofistas y con ellos a la vieja disputa sobre si la investigación, la ciencia, tiene un sentido más allá del narcisismo o si más bien nos debería bastar con el deleite de la palabra.
G parece deleitarse tanto con sus palabras y su sinceridad que defiende no sólo la práctica sofista sino, como todo buen miembro de dicha tradición, recae en la idea misma de que hay algo así como una verdad que perseguir, aún dentro del juego de quien se deleita con sus propias vocalizaciones.
"La Verdad no es sólo cuestión de argumentaciones, también es cuestión de seducción, esto es, de atracción. La Verdad no se realiza en un torneo abstracto de ideas, sino en un encuentro de personas. (...) no debemos permitir que una idea surja en nosotros a expensas de nuestra personalidad."
Parece entonces que sí hay algo así como la verdad, la Verdad. Pero, claramente, no es la que se busca encontrar con el ingenuo proyecto de organizar discusiones argumentadas, sino la que se tiene ya en el ronco pecho que las genera. Yo me pregunto por qué. ¿Por qué Gombrowicz cree que hace falta la verdad? ¿Por qué los sofistas, y G siguiendo a los sofistas, creen que hace falta una verdad, aunque sea a nuestra propia medida? ¿Por qué no basta con el propio deleite de quien cree reconocerse en una oración bien pensada, en un fonema bien cantado, en una frase bien soltada? ¿Para qué, si ya nos hemos embadurnados de nosotros mismos y no buscamos nada más, nos falta aún decir que eso es la verdad?
Sofistas, y con ellos Gombrowicz, serían más convincentes si se olvidaran por completo de la verdad, la Verdad y la Personalidad. Tal vez la Verdad de G juega el papel de la cereza en el pastel, coronando con un toque absolutamente inútil el endiosamiento de uno mismo. "No sólo soy yo, sino que es la Verdad (mi verdad, por supuesto)".
Una cosa sí parece ser cierta, discutimos para saciar el ego. Otra cosa parece ser también cierta, hace falta mucha ingenuidad para proponerse buscar la verdad, peor aún si lo que se pretende es alcanzarla.
¿Nos queda algo además de la discusión egocéntrica y la ilusión de la Verdad? Supongo que sí, nos queda al menos la ilusión de la comprensión, olvidar la Verdad y todo lo que ella pueda implicar y limitarse a entender, a entender lo que uno piensa tanto como lo que se piensa independientemente de uno. Entender lo que los otros dicen como entendemos un cuento de Borges, asumiendo, sin cuestionar, lo que nos quieren hacer imaginar.