Alfonso Reyes termina su (racista) Visión de Anáhuac como sigue:
“Nos une con la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa (…). Nos une también la comunidad, mucho más profunda, de la emoción cotidiana ante el mismo objeto natural. El choque de la sensibilidad con el mismo mundo labra, engendra un alma común. Pero cuando no se aceptara lo uno ni lo otro (…) convéngase en que la emoción histórica es parte de la vida actual y, sin su fulgor, nuestros valles y nuestras montañas serían como un teatro sin luz. El poeta ve, al reverberar de la luna en la nieve de los volcanes, recortarse sobre el cielo el espectro de Doña Mariana, acosada por la sombra del Flechador de Estrellas (…).”
Ha pasado suficiente tiempo para aprender algunas lecciones. Creo que Reyes se equivoca. De principio a fin. Pero cabe aceptar el indulto histórico. Los días en que su pluma se agitaba estaban llenos de emociones y fragor, llenos de pasión sexista, racista y, también, culturalista.
No temo decir que no existió LA raza de ayer. Entre otras razones, porque no existió raza alguna. Es una muestra universal de ignorancia que algunos grupos sigan celebrando su día. Habrían de unirse en celebración con el día del flogisto, de Vulcano o del Rey Sol.
Tampoco temo decir que el esfuerzo por controlar la bravura y fragosidad del medio ambiente, si acaso es algo sustancial, no distingue a grupo humano alguno. Cabe recordar que existió Darwin. Todos los humanos de hoy día están aquí porque supieron domeñar la fragosidad y bravura de su medio. Es simplemente ridículo pensar que hay más bravura y fragor en los ambientes de tales y tales latitudes. Y, aún si se quisiera defender tan pintoresca visión, seguro no habría diferencia a lo largo de la kilométrica longitud por la que se esparce esa latitud.
Igualmente, parece irrisorio pensar que entre 1519 y 1950 los habitantes de esa zona tan vaga llamada “Anáhuac” se han enfrentado al mismo objeto natural. No hace falta mucha biología para saber que la presencia o ausencia de un lago tiene resultados diametralmente opuestos sobre el objeto natural que circundan. Cabe pensar que en cuatrocientos años nada quedó igual. Y no sólo, también cabe saberlo. Sobre todo si se planea vivir en Anáhuac con estos días de Sol púrpura ozonificado.
El broche de oro es genial: poeta que miras a los montes para presenciar la violación, el sexismo, la opresión, la bravura y fragosidad del machismo Anahuaquense representado por la reverberación lunar… Nunca he visto a Doña Mariana (confieso). Reconozco los indicios que puedan tener algunos. Pero cabe admitir que lo del flechador es una gran muestra del sexismo de una visión que se quiere justificar así misma con historicismos inaceptables. También es cierto que no soy poeta. Así que quizás por eso la visión de Reyes me da risa y no placer. Algún filtro me ha de faltar.
Me permito decir, de paso un poco, que desde aquí no se ve mucha nieve. Ni objeto natural. Sólo se ve concreto, millones de cosas en transición y mucha, mucha, mucha contaminación.