Hoy descubrí que estoy rodeado de polvo y que mi café envejece. Después de meses de cielo gris, hoy se han llevado las nubes de Ann Arbor. Es el viento, dicen por ahí. Hay mucho sol ahí afuera. Demasiado sol aquí dentro. Hay tanto que veo a detalle mis alrededores. Puedo ver, por ejemplo, el humo alarmante que se despega de los techos de las casas. Como si el sol, con paciencia y también con fuerza, absorbiera la casa palmo a palmo. Pero no sólo, también puedo ver cómo todo lo demás se está desmoronando. El sol golpea directamente en mis ojos, a través de mi ventana, pretendiendo robar mis emociones. Yo me defiendo con un pedazo de arbol, hecho papel, sobre el que he impreso lo que Xu y Carey piensan de la metafísica infantil. Sacrifico, pues, al papel por mis ojos. Es un toma y daca, una entrega justa, creo. Pero el papel sufre; lo veo partir lentamente. Veo cómo pierde inmensos trozos, masivos conjuntos de moléculas que a simple vista sólo vemos brillar camino al cielo; que a simple léxico sólo llamamos polvo. Hoy descubrí que las casas se hacen vapor y mis ojos se vuelven polvo.
Todo sería aceptable sino fuese porque, también, veo envejecer al café y taza que día con día me acompañan. Comienza joven, robusto, fuerte y sumamente placentero. Tanta es su riqueza que se permite el lujo de soltar al aire bocanadas de sí mismo. Recién servido, ¿qué puede importarle su fin? Arrogantemente me invita a probarlo, a saborearlo lacerando mi paladar con su dureza, con su pesadez y fuerza. Pero no antes termino de relatarme este placer cuando ese gran café, otrora joven, adquiere un sabor a tierra. Un sabor que, más bien, es una falta. Mi café envejece perdiéndose a sí mismo, como el papel entregándose al sol y a las inclemencias del tiempo. Comienzo a creer que el café no es amargo, sino que los tomadores han errado el propósito. El café no es lo que se toma, sino lo que se pierde al tomar. Eso que de tan duro y lleno de sabor no puede más que dejar una estela de amargura y terregal.
Hoy descubrí que estoy rodeado de café y que mi polvo envejece. Hoy descubrí que mi café está rodeado de polvo y que yo envejezco.