De lo incomprensible
Escribo después de derramar muchas lágrimas y antes de muchas más. Y aunque cierta sensación general, que llamo prudencia, me invita a observar, no puedo dejar de cuestionar. ¿Por qué de pronto así, sin aviso, con tantas ideas y esperanzas? O bien, por el contrario ¿por qué tanto, tantísimo amor, tanta fuerza, tanta entrega si al final vendrá tanto dolor? ¿Por qué tanto dolor tan inútil, tan rabioso, tan incomprensible?
Es sabido que el orden tiene sus condiciones, fuera de las cuales se destroza como hoja de maple bajo los pies. Aún así se permite el placer de lo bello y, por encima de todo, se permite el amor. Como un lujo que dura lo de una pisada, o unas cuantas lágrimas. Y aún así ilimitado. Y aún así, incondicional. De ahí quizás lo incomprensible. Que resistimos el caos, que sostiene a este orden tan frágil y pesado, como titanes. Que ni siquiera Atlas podría conseguirlo. Con una fuerza tan firme, tan dura, tan incondicional como la de ese amor que se pierde como se pierden las hojas al andar. ¡Qué golpe tan duro! ¡Cuánto caos hay aquí! Tanta idiotez natural. Construirlo todo con una única fuerza capaz de desaparecer en un instante. De ahí quizás los dioses y sus mitos. De ahí quizás las religiones.
Se entiende, pués, que uno sea tan estúpido.