Según Aristóteles, la función define al objecto. Decir que mi función es pensar sería errar la mira o defender un comunitarismo metafísico rampante. Identificarme con todo ser pensante, perros, gatos y humanos por igual. Es necesario, entonces, estrechar los límites. Mi función parecía estar en relación con ellos; como la de otros con los suyos. Sólo así logro distinguirme de los demás, de perros, gatos y humanos. Ningún otro ser humano tenía esa función con ellos. Hay muchos candidatos de función. ‘Amar a’, ‘pensar en’, ‘cuidar a’, ‘ver por’, ‘decidr con miras a’, ‘tener pie en’, ‘ayudar a’, ‘crecer por’, ‘apoyarse en’ y muchas otras, podrían haberse señalado. Sin embargo, estas funciones ya no se cumplen. Según Aristóteles, de un corazón que no bombea sangre se dice que es corazón tan sólo de nombre. Parece entonces que soy lo que soy tan sólo de nombre.
Otros afirman, siguiendo en parte a Darwin, que hay características únicas a nuestra especie. Lenguaje y reflexión son algunas. Cuentan que son mutaciones seleccionadas por sus ventajas evolutivas; que garantizan la supervivencia. Ante el ¿cómo? todos responden: socialmente. La manera más directa de garantizar la continuidad es asegurando la familia, el clan, el grupo. Hace tiempo que no habrían lenguaje ni reflexión si no fuesen útiles a la familia, si no hubiese tal. Las características únicas de la especie parecen subordinarse a ésta. Parece entonces que he pasado a formar parte de otra especie, inexorablemente destinada a la extinción.
Todo parece indicar que he sufrido un cambio esencial.