Difícil entender al naco. Más difícil: entender la relación del naco con el problema de la imbecilidad. Lo sé porque un amigo muy cercano lo afirmó con cara dura, firme, de esas que no guardan duda tras pestaña. Está por demás decir, que no sólo no lo hace, sino que tampoco puede dejar de no hacer y, más aún, es un deber no dudar del amigo cercano. No dudamos, no podemos dudar y no debemos dudar de ellos. “De otra manera la imbecilidad nos cae encima”, dijo mi amigo, el cercano, con su dura cara y sus pestañas cartesianas. “Ni qué hacer” respondo, con el aire inseguro de quien se dedica a creer en el cercano amigo, de duras pestañas y cartesiana cara.
La explicación del amigo era un tanto compleja, lo admito. Hablaba de mapas mentales, algoritmos semánticos y designadores rígidos. Vocabulario tan inusual que, sin lugar a duda, algo de verdad llevaba. Habló del naco como quien habla de la palma de su mano. Por desgracia, la mano de la palma era la suya. De manera que me fue un tanto difícil entender. Aunque no conozco el por qué y, por ende, no podría explicarlo, creo firmemente que el problema del naco es el de la imbecilidad. Tal y como lo dijo mi duro amigo de dudosa cara y cercanas pestañas. El cartesiano.
“En el fondo” afirmó con ronca voz, “todo es una cuestión de cultura”. “El naco no la tiene, nosotros si.” Así que, concluí fielmente, la cultura es una imbecilidad. Eso que nos deja a nacos, duros, dudosos, cercanos y cejijuntos, por no decir pestañocépticos. “Habría que deshacerse de la cultura” pensé en voz baja y dije en silencio, esperando no perturbar los sapientes razonamientos de mi amigo pestañoso, de quien pocas veces oí hablar y a quien poco conozco. Yo sólo sé que es el cercano, el de la cultura, el ansiosamente firme, de razonamientos bajos y voz oscura. Aquél que no se duda, no se piensa y no se lee. Aquél a quien se sigue con la firmeza de quien cree que llueve al ver llover. Con el detalle de que con el cercano la lluvia de la creencia nunca cae.
“La cultura, he ahí la raíz del naco y la imbecilidad” dijo el naco, cercano, cejijunto sin dudar y con esa voz uránica que tanto acompaña a la verdad. Y yo, humildemente, dije “Sí.”