No hay nada mejor que un helado de vainilla con chispas de chocolate, en la tarde de un lunes, después del seminario del día, con la academia en la espalda, después de discutir al lenguaje y sus consecuencias, olvidando el despertar y su irresoluble batalla, sin siquiera pensar en la dificultad de la apertura del párpado, dejando de lado la oscuridad de la mañana, cuando al fin se ha ido la desesperación de un largo día por venir, dejando en el oprobio al frío que se avecina y su hermana depresión, cuando nadie nos recuerda que existe un mundo mas allá de la vainilla y sus chispas, cuando nada nos hace pensar (ni por asomo) que la tarea es interminable, en ese momento del lunes de fin de semestre en que uno se permite creer que no hay más días por venir y que todo ha concluído. No hay nada mejor que un helado de vainilla, con chispas de chololate y el desapego total de quien da dos centavos por una educación de millón.
¡Qué tentación!