Dejarlo todo. Desaparecer. Ni siquiera inventar la burbuja, el espacio de tiempo detenido para poder volar. No. Eso sigue siendo cobarde, sigue siendo timido. Tengo la tentación de tener el valor. De caminar y alejarme sin huir. Simplemente seguir, andar y olvidar sin importancia. Con una total indiferencia en el cuello que me impida redirigir el campo de visión. Que los pies dirijan la mirada. Que el horizonte no lo determine la mera espera, la silla, la expectación.
Tentación de tener el valor de caminar hasta que el mundo llegue a su fin. Dar media vuelta y regresar. Tentación de que los pies sigan a las letras y las letras se liberen de los dedos. Tentación de que la lengua no se imponga. Tentación de fuerza, de valor, de imposición de uno mismo sobre lo interno tan ajeno. Tentación de destrucción. De reconstrucción. Tentación de caminar con fuerza y sin memoria. Tentación de hurto. Tentación de uno mismo por presentarse sin demostrar, sin prefabricados, sin plástico.
Tengo la tentación de un día salir a pie, tranquilo, sin cargar nada en la espalda, sin llevar nada en los bolsillos, sin transportar nada en la cabeza. Sólo caminar. Tengo la tentación de andar y andar, hasta llegar a casa; sin saber dónde está. La tentación de destruir el mundo tan sólo por caminar.