A algunos académicos en Estados Unidos les encanta llenarse la boca de dulces frases como "la necesidad de defender la discriminación positiva" o affirmative action, como le llaman por aquí. Se cree que es la única salida a un racismo rampante y cada vez más enraizado en esta sociedad. Sin embargo, un gran número de personas que dicen defender la discriminación positiva, lo hacen sólo de dientes pa' fuera.
En los departamentos de filosofía, por ejemplo, se habla mucho de la lucha por la discriminación positiva. El estado de Michigan, en particular, libra hoy día una batalla por mantener las políticas a favor. Existe, en contra de ésta, la infame proposición 2, que pretende acabar de raíz con la discriminación positiva. Todos, pues, la defienden. Sin embargo, muy pocos se permiten el lujo de pensar en las consecuencias de lo que defienden.
Pienso en especial en lo que deberían hacer esas mismas personas, buenos samaritanos y defensores de la discriminación positiva, en sus propias casas y lugares de trabajo. Deberían, por ejemplo, tomar a todos los estudiantes que no sean blancos y privilegiarlos con, por ejemplo, atención preferencial. Deberían, por ejemplo, darle mayor tiempo a sus estudiantes asiáticos, afrioamericanos e hispanos que a los estudiantes blancos, cristianos provenients de escuelas de gran prestigio.
Pero, evidentemente, tal atención preferencial es algo que no están dispuestos a hacer. Jamás se verá que un gran profesor dedique más atención, más recursos, a un alumno de posgrado proveniente de China con problemas de comunicación, por encima de un alumno blanco, nativo, proveniente de Harvard. Jamás se ha visto y jamás se verá. Lo que de hecho sucede en este país es que las mismísimas personas que tan vehementemente dicen defender la discriminación positiva, de hecho dedican más tiempo, muestran más interés y dan más apoyo a los estudiantes ya beneficiados por el racismo inherente a esta cultura. Así, sin mucha sorpresa, los departamentos se llenan de profesores blancos, varones, de clase media acomodada y educación privilegiada. Esto pretenden justificarlo apelando a la diferencia en capacidades entre los blancos y los hispanos, asiáticos, afroamericanos y mujeres. Los blancos, por alguna extraña razón que ellos parecen no comprender, son mejores. ¿Acaso es tan corta su imaginación que no logran ver que todo esto tiene origen en sus propias prácticas de trato preferencial a blancos, cómodos y bien educados? Todo esto demuestra, según veo, que en realidad no están dispuestos a defender la discriminación positiva. Todo se defiende siempre y cuando sean otros los que lo hagan.
La tan manoseada discriminación positiva se ha vuelto hoy día un instrumento más para tranquilizar los espíritus cristianos y temerosos de dios, que de tan pusilánimes no son capaces de reconocer su propia comodidad dentro de una práctica racista. Es, como decimos en mi pueblo, una manera de lavarse las manos. Eso sí, con mucho color. Nadie parece estar dispuesto a hacerlo!
Affirmative action mis huevos!