Esto de perdurar a través del tiempo parece involucrar la peculiar capacidad de transcurrir múltiples vidas, una tras la otra, sin mucho sentido narrativo que las unifique. Después de la quinta o sexta vida uno deja de creer, al menos si ha puesto atención, en la existencia de algún lugar espaciotemporalmente lejano que sirva de explicación. Cuando uno alcanza la séptima u octava, y además cuenta con una memoria que guarda registro detallado de las seis o siete vidas anteriores, comienza a notar que no hay más conexiones que las de causa y efecto.
No es muy conveniente tener buena memoria si uno busca alguna cohesión en el recuento de sus días. Pero, por otra parte, resulta ser un gran aliado cuando se trata de comprender que este juego no tiene por qué tener un sentido único abarcador.
Si las personas se definen por metas e intereses medianamente compatibles entre sí, es un engaño creer que somos una sola persona, incluso una sola al mismo tiempo. Probablemente el engaño sea producto del mal uso de la literatura.