Friday, February 07, 2014
Sospecha
Llevo algunos días pensando sobre temas diversos que no se dejan atrapar. Por un lado está la división tripartita freudiana entre un acceso consciente consciente, otro preconsciente y otro más subconsciente. Por otro lado están los hechos: hay memorias que por periodos largos dejamos de lado, recuerdos que por alguna razón simplemente no vuelven. Pero hay también las historias menos freudianas, las hipótesis secularizadas que nos hablan de módulos, información, especificidad, función y capacidad.
Me pregunto, me pregunté, me sigo preguntando, ¿qué tiene que pasar para que, sin mediar decisión reflexiva alguna, uno simplemente deje de recordar todo lo que paso, digamos, en su infancia, o en su adolescencia o con su familia? Más aún, ¿qué debe suceder, qué mecanismos, proceso, suceso de atención o lo que sea, se dispara para que de pronto esos recuerdo vuelvan a la menor provocación? Una hipótesis muy simple es una muy tradicional: hay procesamiento no voluntario de información. Defensas. Hay mecanismos de defensa y protección de uno mismo, esas reacciones viscerales incomprensibles que tienen por fin mantenernos no sólo vivos, sino grandes, robustos, contentos con el ego bien alimentado.
Llevo algunos días pensando cómo es que todo esto se relaciona con conductas peculiares, sobresalientes. Me pregunto, por ejemplo, qué pasa cuando uno insiste en multiplicar sus parejas íntimas ad infinitum (o ad nauseam). ¿Será que uno realmente puede inventarse una persona tal que se construya a partir de tres, diez, quince, veinticinco, cincuenta mil respuestas de amor y apreciación a uno mismo? ¿O acaso será que, por el contrario, uno busca no construir nada, ni siquiera poco, con nadie, repartiendo su atención en tres, diez, quince, veinticinco o cincuenta mil? ¿O será acaso que uno busca, como es normal en el humano, la atención de una sola persona, la cual no está, la cual no responde, la cual no busca, la cual se ausenta, esa sola persona que se sigue buscan entre tres, diez, quince, veinticinco otras personas igualmente ausentes? ¿Será que uno, algo en uno, un uno desconocido por uno, teme reconocer el abandono, la ausencia, la desatención del otro? ¿Será que ello, sin mediar reflexión, nos lleva a la protección más directa o a la venganza, al daño?
¿Qué será? Sospecho, pero habré de seguirlo pensando, que todo este juego del amor y el desamor, del ir y venir de la historia, se mueve sobre una base simple, mucho más simple de lo que uno podría creer: la simple función por satisfacer la historia personal autobiográfica (el yo de Freud) y engrandecerla buscando cualquier camino posible (hasta la contradicción misma) para evitar su daño o empequeñecimiento.
Sospecho.
Mientras tanto lo cierto es que sigue desgastando la angustia, la preocupación, el miedo. Lo cierto es que mientras no reconozcamos el mecanismo simple sobre el que nos construimos, seguiremos siendo animales profundamente cobardes y timoratos, rodeados por monstruos de nuestra propia creación.