El jueves tuve una cena con Andy. Ivan y yo defendíamos pronto. Sus primeros alumnos, tal vez discípulos, en algún nivel de abstracción. Hablamos de muchas cosas. La vida académica, la regla de responsabilidad profesor alumno - según la cual como profesor uno tiene la responsabilidad de cubrir el monto total del costo por el consumo de cervezas que el alumno encuentre necesarias durante cada asesoría – y la libre agencia. Ésta última me intrigó aún más: “Lo interesante” decía Andy “sobre defender la tesis doctoral consiste en que uno deja de pensar para convencer a otras personas (como al comité) y comienza a hacer lo que le viene en gana.”
El viernes pasado defendí. Eric, director del espectáculo, me había pedido que limitara la exposición. Días antes de la defensa recibí un mensaje atronador: “sospecho que tu teoría de la intencionalidad sobre-genera demasiado y sigo sin entender las unidades epistémicos desligadas que propones como solución al caso de los nombres vacíos.” Unos días antes había recibido los comentarios de Marilyn: “lo que dices sobre creencia y ficción es suficientemente incompleto como para trivializar tu teoría.”
Dediqué setenta y dos horas a preparar una exposición en diapositivas. El día de la defensa abrí los ojos a las cinco am. Entre dimes y diretes mentales logré vestirme y salí al gimnasio. No recuerdo bien qué hice o qué intenté hacer. Sólo recuerdo con cerré mi visita con una corriendo quince minutos sin mirar el cronómetro hasta el final. Trataba de luchar contra mi mismo, contra la necesidad de encontrarme, señalarme, de buscar mi avance a lo largo del tiempo. Terminé satisfecho por mi desatención y con una potencial asfixia por asma. Media hora después mi respiración seguía siendo problemática. Los diez minutos del sauna no ayudaron.
Todo resultó más placentero de lo que esperaba. Hablé prácticamente durante dos horas. El examen terminó por ser una charla y, muy contra mis expectativas, logré resolver, al menos parcialmente, las objeciones del comité. Ahora pienso que todo esto fue resultado de un trabajo en equipo. El café, las galletas y los chocolates que Catalina llevó al examen surtieron su efecto. El público, entre los que estaban profesores de filosofía y amigos no filósofos, parecía estar muy cómodo. Es difícil fallar cuando se tiene tanto apoyo.
La fiesta no se hizo esperar y los múltiples regalos de Catalina tampoco. Fue un fin de semana que sólo Catalina es capaz de realizar. Un fin de semana en el que, no obstante, nunca logré entender qué es lo que había hecho.
Ahora, a la distancia, todo resulta mucho más claro. Comienzo a sentir la libertad de la que me hablaba Andy. Ayer, por ejemplo, me encontré con uno de los múltiples veteranos de Irak que vuelven poco a poco a este país. Decir que tiene un trauma es como subrayar la redondez del círculo. Hablaba con algún compañero no presente, mientras miraba, sentado, el piso: “Sí, aquí estoy. No te veo. ¿En dónde estás?”. Comienzo a preguntarme si es moralmente permisible borrar la memoria de las personas. Si una y la misma persona puede, moralmente, decidir perder sus memorias y convertirse, así, en otra persona. Ayer me resultaba algo sinceramente deseable.
Ahora sospecho que tener el doctorado consiste en desear librarse de uno mismo mientras se cree librar a la filosofía de sí.